UNO

Elisenda Trastamara tiene 84 años. Es la encargada de la tienda de la basílica de la Macarena. Vive en una especie de pequeña vivienda anexa de la que sale. Es primera hora y va a abrir el templo. Lleva una fregona. Abre y mira hacia delante para santiguarse ante Nuestra Señora del Santo Rosario y Nuestro Padre Jesús de la Sentencia.

Si lo que Elisenda quería era presenciar algo sobrenatural alguna vez en la basílica, después de años de dedicación, va a ver su deseo cumplido.

Abre con una de las llaves de su llavero la puerta que une su casa al templo. Entra. Mira al techo y se desmaya.

Ha pasado menos de una hora pero, evidentemente, Elisenda no lo sabe. Se despierta en brazos del consiliario primero de la Hermandad. Hay gente alrededor, mucha gente, gente que no conoce. Hay policías que hacen fotos, se oye gente llorando en la puerta.

Una grúa baja del techo un cadáver que pende bocabajo. Se oyen gritos. El cuerpo tiene una máscara de Anonymous, una camiseta negra en la que puede leerse en letras rojas «NO HAY PAN PARA TANTO CHORIZO», rastas y un pantalón ancho. Está colgado de una de las vigas con un cíngulo de nazareno.

Cuando llega al suelo, le retiran la máscara y pueden verlo algo mejor, tendrá unos 25 o 26 años, está lleno de sangre y la causa de la muerte parece ser el apuñalamiento con una extraña pieza triangular en el cuello. La carótida está seccionada de manera limpia. Un miembro de la policía científica mira con curiosidad la herida del cuello. Saca unas pinzas de la maleta y extrae el arma mientras le habla a un compañero.

—Cuidado con que salga publicado ningún detalle en prensa… Pero… ¿Qué demonios es esto?

Nadie puede creérselo, el arma homicida es un afilado trozo de regañá.