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UN BIS PARA NEREA

Nerea salió del taxi agotada. Los zapatos la estaban matando, aquella falda tan estrecha se le pegaba como la piel del demonio y tenía calor. Además, estaba avergonzada por muchas cosas. Lo primero, por lo pánfila que había sido en la exposición con el tema de la playa. ¿Es que se había vuelto borderline? Estaba claro que Víctor y yo teníamos algo escondido cuyos detalles no conocían ninguna de las tres. ¿Qué hacía ella apuntándose a nuestros planes? Y encima Lolita, la mordaz, apostillándolo todo con la violencia verbal que la caracterizaba. Olé.

¿Más cosas por las que estar avergonzada? Se acababa de ver en un cuadro hiperrealista con la cabeza de Lola entre los muslos. Si lo pensaba… hasta le asqueaba. Lola era muy mona y todas esas cosas, pero no le interesaban las relaciones lésbicas.

Relaciones lésbicas. Eso le recordaba más motivos por los que estar avergonzada. Si su vida sentimental seguía siendo tan lamentable no tardaría en tener que plantearse la cuestión de cambiar de acera.

Todo un éxito.

Vaya, Nerea, no se puede tenerlo todo en esta vida.

Estaba intentando abrir el portal cuando se fijó en que, apoyado en la pared, un chico la miraba con interés. Levantó la vista y… le sonrió sin poder evitarlo. Jorge suspiró, de soslayo, como si estuviera diciendo en un solo gesto que la tenía malcriada.

—¿De dónde vienes tan elegante? —le preguntó tras acercarse.

—De la exposición de cuadros del novio de mi amiga Lola. ¿Qué haces aquí?

—Esperarte. —Hizo un mohín—. Porque no me invitaste a la exposición de cuadros del novio de tu amiga Lola.

Nerea se rio sin querer hacerlo. Estaba cansada de los vaivenes de ese intento de relación. Ya había llegado a la firme convicción de que lo mejor era olvidarlo y limitarse a invertir sus esfuerzos en el trabajo.

—¿Has cenado? —le preguntó él.

—Jorge, cielo… —Y se dio cuenta de que cada vez le costaba menos quitarse la coraza para ser ella misma—. Si haces esto porque crees que el otro día te pasaste, déjalo. No hace falta. Soy una persona razonable y nada de esto afectará a la relación profesional que tenemos, te lo prometo.

Jorge se mordió el labio inferior.

—Es que… me conozco. Y sé que soy una de esas personas egoístas que…

—No necesito más explicaciones, Jorge. Yo te entiendo. De verdad. Nos atraemos, pero no te interesa seguir conociéndome.

—No es eso.

—Sí es eso, pero no pasa nada. No soy de esas chicas que se inventan rocambolescas excusas para justificar que las rechacen. Igual lo hago con mis amigas, por no hacer leña del árbol caído, pero soy muy consciente de que cuando un chico no quiere… es que no quiere.

—Es que… —siguió diciendo Jorge—. Es que no sé si tengo información suficiente para querer o no.

Nerea levantó las cejas sorprendida.

—¿Cómo?

—Bueno…, que he estado pensándolo y… creo que voy a necesitar unas cuantas salidas más para decidir si eres un cíborg o humana. —Fingió decirlo con aire grave—. Así que… exijo mi oportunidad.

—¿Exiges?

Jorge hizo un puchero.

—Estoy tratando de ser gracioso, u ocurrente, o simpático, no lo sé bien. Pónmelo fácil, anda.

Nerea suspiró.

—¿Qué propones, entonces?

—Picnic en El Retiro. Exposición sobre la historia del cómic en Estados Unidos. Cine de verano. Cena en una tasca japonesa del centro y una cerveza por Alonso Martínez.

—¿Cuándo?

—Mañana. Te recojo a las doce con la moto, así que no te peines mucho porque tendrás que ponerte casco. ¿Te parece todo bien?

—Supongo. —Fingió un movimiento despreocupado de hombro y sonrió, girándose de nuevo hacia la puerta para subir a casa.

—Nerea…

Se dio la vuelta con un golpe de melena. Se encontró con Jorge con una sonrisa preciosa, mirándola.

—Al plan… ¿podemos añadirle un beso en el portal?

—Mañana lo veremos.

Giró la llave, abrió el portón y subió el escalón. Jorge tiró de su brazo y la besó en los labios con brío. Y fue un beso de esos en los que ambos cierran los ojos.

Cuando el ambiente empezaba a calentarse y los dos se enroscaban ya en un abrazo apretado, Nerea decidió que era hora de subir a casa… sola.

—Buenas noches —le dijo.

—¿No subimos? —preguntó él con un mohín.

—Hasta mañana.

—Doy muy poco trabajo. Si me dejas subir yo me acurruco allí, a los pies de tu cama, y no te enteras ni de que estoy.

—Adiós, Jorge…

Pues vaya. Nerea tenía una cita y esta vez era una de esas que no la dejaría dormir.