LA EXPOSICIÓN DE RAI
La exposición de Rai se abría al público en una pequeña galería de Malasaña. Lola estaba segura de que irían apenas quince personas, así que nos obligó bajo amenaza de muerte a estar allí puntuales, para hacer bulto. Y lo hizo con exigencias.
—Y no me vengáis vestidas como treintañeras amargadas. Glamurosas. Que parezca que sois guays.
—Somos guays —le dijo Carmen con resentimiento.
—Calla, coneja.
La primera dama estaba nerviosa, por lo visto.
El caso es que, como en una especie de déjà vu, habíamos quedado todas en vernos en la galería sobre las nueve de la noche. Pero esta vez no estarían mi exmarido y su amante y yo no me sentiría fuera de lugar…
Al final llegué la última porque, con tanta amenaza por parte de Lola, temía ponerme algo inapropiado y que me echara de allí de malas maneras. En primer lugar escogí un pantalón pitillo de color rojo, una blusa blanca y unos zapatos de tacón con estampado de leopardo, pero cuando llamé a Nerea con la intención de asegurarme de que había entendido bien el tema del dress code exigido, me dijo gritando:
—¿Estás loca? ¿Quieres que te eche de allí a gritos? ¡¡Dijo glamuroso!! Y ya conoces a Lola. Quiere un despliegue de lentejuelas y plumas de pavo real.
—¿Qué dices? —pregunté horrorizada.
—Yo llevo una minifalda de lentejuelas doradas, una blusa color salmón y unas plataformas del mismo color que parecen dos andamios.
—Vaya por Dios.
Tuve que cambiarme, para no desentonar por ir vestida de persona normal.
Cuando llegué seguía asustada por si a Lola no le parecía bien mi elección, pero cuando se volvió y me recibió, vi beneplácito en sus ojos. Me había decidido por un pantalón negro de fiesta, tobillero y ajustado y una blusa de palabra de honor holgada, ceñida a la cintura por un cinturón metálico rígido de color dorado. Me subí a los mismos zapatos de tacón estampados que había elegido para el modelito anterior y cargaba bajo el brazo con una cartera de mano negra con apliques dorados, como los brazaletes que llevaba en ambos brazos.
Lola llevaba una falda de cuero con vuelo a la altura de las rodillas, una blusa por dentro y sus zapatos de Louboutin. Tan solo llevaba pintada la raya del ojo y los labios, de color rojo, pero se había plantado unas pestañas postizas que, con un solo aleteo de sus párpados, podrían provocar un tsunami en la otra punta del mundo.
Me sorprendió ver a Carmen, que, al lado de la chisporreante Nerea (más conocida como la amiga de las lentejuelas), se había pasado las amenazas de Lola por su creciente barriga. Llevaba unos vaqueros rectos desgastados, una camiseta blanca donde ponía que «Manolo y Jimmy son los mejores amigos de una chica» y una chaqueta de media manga de tweed, de color naranja neón. Sí, iba cool, pero no parecía que se fuera de fiesta con Paris Hilton, como Nerea y yo.
—Tú pasas del rollo elegante, ¿eh? —le dije malignamente al acercarme.
—Estoy preñada. Puedo hacer lo que quiera —contestó mientras metía la mano en una bandeja de aperitivos que, viendo el nivel del evento, seguramente había pagado y montado el propio artista.
—No te atiborres, lo ha debido de pagar todo Rai —le dije en un susurro.
—Por eso —farfulló con la boca llena—. No querrá que sobren montaditos y tener que tirarlos.
Le di un beso en la mejilla a Borja y, mientras escuchaba a Nerea hablar de la organización de este tipo de fiestas, vi a Víctor de pie frente a una de las pinturas de Rai.
Víctor. Allí. Alto, firme, elegante. Sencillamente magnífico, como si no fuera ni siquiera real.
Tenía la cabeza ladeada y sus ojos viajaban a lo largo y ancho de la lámina con verdadero interés. Recordé que el día anterior, a espaldas de todo el mundo, habíamos follado en el rellano de su casa. En el rellano, ni siquiera entramos en su casa. De recuerdo me llevé las braguitas rotas en el bolso y una marca en la nalga derecha que empezaba a ponerse morada. Pero no había nadie alrededor en aquel momento preocupado por cazar un rubor sospechoso en mis mejillas.
Me disculpé con mis chicas y Borja y me acerqué a él. No dije nada al principio, solo me coloqué a su lado y dediqué mi atención a lo que tenía delante.
—¿Interesante? —terminé preguntando.
—Y tanto… —contestó sin despegar la mirada del cuadro.
Desvié los ojos hacia el suelo y pestañeé sorprendida. Yo no entiendo mucho de arte, pero siempre he tenido una gran curiosidad. Me gusta ver arte, aunque no sea precisamente una experta. Sin embargo, no pude evitar que muchas de mis referencias artísticas recorrieran mi cabeza hasta localizar la que estaba buscando. Había algo en aquel dibujo que recordaba los desnudos de Schiele, pero de un modo elegante. Probablemente era el trazo del dibujo, quizá los colores utilizados para darle al pelo del personaje femenino aquel matiz cobrizo. Sin embargo, carecía de esa brutalidad que impregna, a mi modo de ver, la obra de Schiele. Era provocativo, pero amable.
El dibujo representaba a una chica recostada en un sofá, con el auricular de un teléfono antiguo pegado a su oreja y su mano derecha entre sus piernas, dentro de sus braguitas. A pesar de que no llevaba ninguna prenda más, solo podía verse claramente uno de sus pechos. Echaba la cabeza hacia atrás, con la boca entreabierta, como si se le escapase el placer a bocanadas. Un escalofrío me recorrió entera.
—Es bonito —dije.
—Es precioso —puntualizó Víctor con los ojos fijos—. Pero no sabía que posabas para estas cosas.
Y es que, me avergonzara o no, aquella chica era clavada a mí.
Víctor despegó los ojos del retrato y me miró con una sonrisa.
—Vaya…, yo tampoco lo sabía —contesté.
—Tú y yo en una exposición…, qué peligro. —Lancé una carcajada—. Entonces ¿no eres tú? —insistió.
—Pues… evidentemente nos parecemos mucho, pero yo nunca he posado para nada parecido. ¿Tiene título?
—Sí. Él no me conviene. Pero yo le diría que para no convenirle, le gusta un poco demasiado…
Los dos nos reímos.
—Qué vergüenza —le dije—. Me contó que dibujaba cosas que le inspiraban y que nuestras historias le parecían muy interesantes…
—Eso no explica por qué hay otra, allí al fondo, que juraría que representa a Nerea y Lola montándoselo.
Lo miré sorprendida.
—Nerea lo va a matar.
—Hay otro que…, que también es interesante. Ven. —Frunció el ceño en una mueca fingida.
Caminamos uno junto al otro un par de pasos y nos quedamos frente a otra ilustración. Cogí aire suavemente entre los labios y al soltarlo lo hice a trompicones, riéndome como una tonta.
—Joder con Rai —le dije.
En el dibujo una pareja se abrazaba apasionadamente. El fondo estaba formado por los azulejos asépticos de un baño clásico. Los brazos de ella, alrededor del cuello de él, lo ceñían a su boca, mientras una de las manos de él apretaba una nalga de ella con posesión. Los dos estaban en ropa interior y los dos éramos, evidentemente, Víctor y yo.
Nuestra risa llamó la atención de toda la gente de alrededor y Nerea se acercó a nosotros con cara de espanto.
—Val, creo que Rai me ha dibujado en… actitud cariñosa… ¡con Lola!
—No eres tú, mujer —le dijo Víctor, muy sonriente—. Míralo bien y verás.
Ella fue andando sobre sus dos andamios color salmón y se paró, con cara de sufrimiento, frente al dibujo al que se refería. Nosotros dos nos echamos a reír.
—Entonces ¿te gusta?
—Lo jodido es que me encanta. —Me reí—. Es soez y no sé qué pinta aquí, pero me encanta. ¿Cómo se titula esta?
Víctor se inclinó hacia el pequeño cartel con el título y después de una carcajada me contestó:
—En secreto.
—Vaya tela.
Los dos nos echamos a reír sonoramente y Lola se giró. Al vernos, la cara se le iluminó con una sonrisa.
—¿Te apetece una copa? —preguntó Víctor.
—Claro. Cuando Lola me dijo que las pinturas de Rai eran ligeramente eróticas no me esperaba esto. Se me está secando la garganta.
—Y aún no has visto el tríptico… —murmuró enigmáticamente.
Cogimos una copa de vino de encima de un mostrador y miramos alrededor.
—No entiendo de arte, pero creo que tiene talento —dije tras mojarme los labios en vino blanco.
—Sí, lo tiene. Espero que los venda todos.
—No sabía que estaban en venta.
—Sí, sí lo están.
Me giré hacia el mío, pero antes de que me acercara a ver si podía permitirme comprarlo, Víctor me atajó diciendo:
—Tarde.
—¿Cómo?
—Que esos ya están vendidos.
—¿Los dos?
—Los dos —asintió—. Siempre he tenido alma de mecenas renacentista.
—¿Y dónde vas a ponerlos, si es que se puede saber?
—Déjame que lo piense. Estoy buscándoles un lugar de honor.
—Oh, qué perverso —me burlé.
—Pienso serlo mucho más… —Arqueó una ceja y se inclinó para proponer—: Se me está empezando a poner dura solo con mirarte. ¿Follamos en los baños?
—No. —Le sonreí—. Aquí no. Después. Ve pensando qué me harás…
Lola se plantó delante de nosotros con una sonrisa justo entonces, dándonos un susto de muerte.
—¡Joder, Lola! ¡Ponte un puto cascabel! —farfulló Víctor.
—¿Qué? ¿Os gusta?
—Rai es novio muerto —le dije—. Esto se avisa.
—Con lo monos que os ha pintado, ahí, en pleno arranque de pasión. Yo le dije que sería más realista dibujar las bragas rotas en la mano de Víctor, pero Rai no lo consideró… elegante.
—Sin embargo, el tríptico es muy elegante —dijo Víctor, mirándola muy provocativamente.
—Eso es posmodernismo, chaval. Abre tu estrecha mente —señaló Lola después de golpearle el pecho.
Me acerqué a echarle un vistazo al tríptico en cuestión y por poco no me desmayé. Rai y Lola follando a todo color. De reojo me pareció ver el de Nerea con Lola.
—Dios… —murmuré.
—Hace calor aquí, ¿verdad? —dijo Víctor a mis espaldas.
—Lola… —contesté yo, mirándola a ella—, ¿era completamente necesario?
—Es arte —añadió muy digna.
—¿Y por qué te tiene cogida del cuello? —pregunté volviendo la mirada al cuadro.
—Porque el sexo es un juego de poder y a mí, a veces, me gusta ser poseída por la fuerza.
Víctor se tapó los ojos con una mano.
—¿Es eso verdad, Víctor? ¿Le gusta ser poseída por la fuerza? —pregunté para provocarlo.
—¿Y a mí qué me preguntas? —Se rio.
—Bueno, la conoces bien en ese aspecto, ¿no?
Miró al techo, lanzó un suspiro y contestó:
—Sí, le gusta.
—Y a ella ¿qué le gusta? —preguntó Lola.
Víctor dejó la copa en una mesa alta y se palpó los bolsillos, donde le vibraba la BlackBerry.
—Salvado por la campana.
Se alejó de nosotras mientras contestaba. Por el tono, era una llamada de trabajo.
Clavé los ojos lascivamente sobre su cuerpo pero antes de que se me escapara un suspiro de deseo, decidí disimular.
—No sabía que vendría —le comenté a Lola.
—Claro. —Lanzó dos carcajadas sonoras—. Cuéntale historias a otra. —Las dos miramos hacia la puerta, por donde Víctor acababa de salir—. ¿Sigues sin creerte que ese es el chico de tu vida?
Me encogí de hombros.
—Míralo —le dije mientras Víctor se apoyaba en un coche y se revolvía el pelo con la mano que no sujetaba el teléfono móvil—. ¿Crees de verdad que ese hombre se resignaría alguna vez a tener una única mujer?
—¿Y por qué no si esa única mujer le llena?
La miré de soslayo y sonreí. Lola diciendo esas cosas y yo teniendo un amante… El mundo al revés.
—Por Dios santo, que eres Lola. Esa frase te pega tan poco como a Nerea una sórdida aventura sexual.
Y dije Nerea por no decir mi nombre y mentir más.
Víctor nos miró y se mordió el labio inferior, jugoso.
—¿Qué hacéis? —preguntó Carmen tras acercarse a nosotras.
—Mirando a Víctor —contestó Lola.
—Humm…, a nadie le amarga un dulce —dijo aquella echándole una miradita también—. Dime, Val, ¿sabes algo de Bruno? ¿Viene él al final o te vas tú sola? Porque podíamos hacer una cena de parejas antes de que te vayas.
—No lo sé —contesté escuetamente.
No quería hablar de Bruno. Eso me recordaría el desastre en que estaba convirtiendo mi vida. Solo quería ser una inconsciente durante unos pocos días más. Después me marcharía y todo aquello se quedaría en nada. En poco más que el recuerdo vago de una borrachera.
Un chico se cruzó con Víctor en la puerta y entró con paso decidido. Era alto, tenía el pelo castaño y brillante y unos ojos claros que atravesaron a Lola como si fuera un pinchito moruno. Esta contuvo la respiración.
—Me cago en la puta.
—Hum… —murmuró Carmen dándole un repasito visual al recién llegado.
—Cómo estás con las hormonas, ¿eh? —bromeé yo.
—Caliente como una perra.
—Esto… —murmuró Borja, que acababa de llegar—. ¿Me he perdido algo?
—¿Cómo hostias se ha enterado? —interrumpió Lola de pronto.
—¿Qué pasa? ¿Quién es?
—Es mi jodido jefe.
Carmen y yo hicimos una mueca y nos giramos hacia la lámina que había expuesta a nuestra espalda, disimulando. Nos encontramos con una especie de madona renacentista, con un pecho al aire, que se parecía sospechosamente a Carmen.
—Pero ¿qué narices le pasa a este chico? —se descojonó ella.
—Joder, voy a tener que comprarlo —masculló Borja entre dientes.
Lola anduvo decidida hacia su jefe y con una sonrisa tensa como el acero le preguntó que qué hacía allí.
—Hola, Lola. ¿Qué tal estás? Yo, bien, gracias. —Ella puso los ojos en blanco y él siguió hablando—: Escuché el otro día que tu chico era artista y… siempre he sido un apasionado de los pintores noveles. Además el título de la exposición me pareció… evocador. Todo lo que lleve la palabra «erotismo» me gusta.
—Disfruta entonces.
—Parece que no te alegras de verme.
Lola se obligó a relajarse. Era su jefe, no debía olvidarlo.
—¡Qué tontería!
—¿Me presentas al artista?
Víctor pasó en ese momento al lado de Lola guardándose la BlackBberry en el bolsillo y ella lo abordó:
—¡Víctor!
—¿Qué pasa, Lolita? —Le sonrió.
—¿Es este tu novio? —preguntó Quique al tiempo que le tendía la mano a Víctor.
—¡Sí! —dijo Lola.
—¡No! —contestó aturdido Víctor.
—Esto…, quiero decir que…, ja, ja, ja… —Fingió mondarse de la risa—. Lo fue, lo fue. —Víctor la miró con pavor—. Es…, es mi amigo Víctor —aclaró ella.
—Encantado.
Los dos se dieron un apretón de manos.
—Este es Enrique, mi jefe.
—Ah… —Víctor nos miró a Carmen, a Borja y a mí esperando que le echáramos una mano.
No me habría gustado estar en una situación como aquella, así que llamé a Víctor, que, disculpándose, vino hacia nosotros.
—¿Qué narices ha sido eso? —dijo pasmado.
—Ese es el jefe que trae a Lola por la calle de la amargura… —Abrí mucho los ojos, esperando que me entendiera.
—¿El del rabo como un martillo hidráulico?
—Sí.
—Ah, vale, vale. Ya decía yo.
—Cariño… —se oyó una voz a nuestras espaldas.
Al volvernos vimos aparecer a Rai, que llamaba a Lola. Ella se hizo la sorda pero él insistió mientras se acercaba.
—Cariño… ¡Lola!
—Creo que te reclaman —susurró Quique manteniéndole la mirada a Lola.
—Hola, cielo… —dijo ella con un hilo de voz cuando Rai la rodeó por la cintura—. ¿Qué tal?
—¡Superbién! ¡Han venido de la revista que te comenté! La de la uni. ¡Y dos de mis profesores! ¿Vienes? Me gustaría presentártelos.
—Claro. Esto… Rai, este es Enrique, mi jefe.
—Quique —aclaró este.
Y la cabeza de Rai viajó hasta la noche en la que Lola se despertó agitada, tras un sueño probablemente más erótico aún que las láminas que estaban expuestas en la galería. ¿No había dicho aquel nombre?
—Encantado. —Le dio un firme apretón de manos y, volviéndose hacia ella, espetó—: ¿Vienes o no?
Nosotros, que mirábamos la escena como quien ve el desarrollo de un culebrón, nos giramos hacia otro lado, con una mueca en los labios.
—¿Qué tendrán las exposiciones que terminan siendo siempre tan…? —dijo Víctor, rodeándome la cintura con el brazo.
Borja se quedó mirándonos y, con una sonrisa en la cara, exclamó:
—¡Oh! ¡Qué bien! ¿Estáis juntos otra vez? ¡Cuánto me alegro! ¡Ya era hora! ¡Ya decía yo que no podías dejarlo e irte!
Carmen se frotó la frente, avergonzada.
—Dios, Borja, cállate —murmuró mientras Víctor y yo nos reíamos.
—¿Qué pasa? —le preguntó a su mujer.
—Es que no…, no estamos juntos —aclaré yo—. Me voy a Asturias en unas semanas.
—Ah…, eh…, yo… pensé que…
Víctor le dio una palmadita en la espalda y le dijo que no se preocupara.
—Ojalá —comentó antes de ir a por otra copa.
Ojalá no estuviéramos escondidos en una relación tan sórdida y frívola. Una relación sexual que yo misma había provocado.
A Rai, evidentemente, la aparición de ese tal Quique le estropeó el humor. Siguió paseándose por la pequeña galería haciendo de su propio relaciones públicas, pero visiblemente más sieso que antes. Y no podía evitar echar continuas miradas hacia donde estaba el otro, persiguiendo con los ojos a su Lola. Ni siquiera saber que había vendido el noventa por ciento de las láminas le alegró. Lola era, como escribió Nabokov, la luz de su vida y el fuego de sus entrañas.
Cuando se terminó la bebida y los que estaban allí por el alcohol gratis desaparecieron, Borja y yo decidimos salir a fumarnos un cigarrillo. Víctor, Carmen y Nerea nos acompañaron, aunque hacía calor y el ambiente en la calle era asfixiante.
Le ofrecí un cigarrillo a Víctor y él se lo colocó entre los labios mientras se quitaba la americana. La mirada de las tres fue hacia su camiseta blanca y el torso que se marcaba debajo. Carmen incluso se recreó un poco demasiado con sus brazos, delgados pero fibrosos.
—Joder… —musitó entre dientes.
—Eso digo yo —le respondió Borja un poco malhumorado—. Ponte ahí, no quiero echarte el humo.
—¿Te molesta el humo, Carmen? —preguntó Víctor mientras se encendía el pitillo.
—No. Ya estoy acostumbrada, pero… —Se acarició el vientre.
Víctor abrió los ojos de par en par.
—¿Estás embarazada?
—Sí —dijo ella con una sonrisa resignada.
—¡Enhorabuena! —Se abalanzó sobre ella y la abrazó. Carmen le palpó la espalda y puso los ojos en blanco sin que Borja pudiera verla. Víctor la soltó y le dio a él uno de esos abrazos hipermasculinos, con un par de palmadas—. Es genial. Enhorabuena —repitió—. ¿De cuánto estás?
—De apenas tres meses.
—¿Ves, Carmen? ¡Nadie cree que seas una coneja! —dije con una risotada.
—Excepto Lola.
—Lola está encantada de ser tía otra vez —dijo Nerea alargando la palma de la mano hasta el vientre de Carmen.
—Estamos todas encantadas y te haremos de baby sitter cuando lo necesites —añadí yo.
Víctor me sonrió y yo, mirándolo, sonreí como una tonta también.
—¿Estás cansada? —preguntó Borja a su mujer, y le echó el brazo alrededor de la cintura.
—La verdad es que sí. Después de la noche que nos dio Gonzalo…
—¿Está malito? —pregunté preocupada.
—Están saliéndole los dientes y está rabioso, el pobre —aclaró Borja—. No llora, pero se pasa la noche haciendo ruiditos tipo ardilla. Venga, Carmen, vámonos antes de que aparezca el novio de Nerea y se descubra que está saliendo con nuestro jefe.
Todos nos echamos a reír. Víctor y yo volvimos a mirarnos. Después de la exposición de Adrián, donde Nerea se había enterado de que su novio era el odioso jefe de Carmen, Víctor y yo nos habíamos besado por primera vez.
—Vamos a despedirnos de Lola —dijo Carmen.
Borja tiró el cigarrillo al suelo, lo apagó y los dos desaparecieron, cogidos de la mano, dentro del local. Víctor los miraba.
—Qué monos —comentó Nerea—. Son la pareja ideal.
—Sí, de esas parejas que se hacen fotos de familia ideales en la playa, con su jauría de niños —me burlé yo cariñosamente.
—En la playa me gustaría estar a mí ahora mismo —comentó Víctor de soslayo.
—Y que lo digas —asentí.
—Todo es proponérselo.
Cuando susurró aquello entre dientes me pareció una auténtica provocación. Así que quise añadirle leña a aquel fuego.
—Mataría por bañarme de noche. Sobre todo en el Mediterráneo, con su agua tranquila…
—Sí —gimió Nerea, con la mirada perdida.
—Pues ale, vámonos —dijo Víctor.
—Sí, claro —contesté; quería ver cómo insistía.
—Tengo el coche aparcado a dos calles. Paramos en una gasolinera y…
Nerea se echó a reír y recordé que estaba allí.
—Lo digo en serio. Solo no me voy a ir. —Me miró intensamente con una sonrisa—. ¿No te apetecería darte un baño en el Mediterráneo? A Valencia son poco más de tres horas.
—Estás loco. —Me reí.
—¿Os imagináis que nos vamos? —Rio Nerea, mirándonos—. Una escapada superloca.
—Mira, a Nerea la tengo ya convencida.
—Nerea es la típica que se raja nada más pongas el coche en marcha, no te hagas ilusiones.
—¡De eso nada! —se quejó ella con un golpe de su melena rubia—. Que si la cosa va de irse a la playa, yo me voy a la playa, ¿eh?
Víctor ahogó la risa en una carcajada.
—Déjalo, Nerea, Valeria no se atreve.
—Oy, por Dios…, qué viejo eso de «no se atreve» —me quejé, cruzando los brazos bajo el pecho.
—Ni viejo ni nuevo, es la verdad. Eres de esas chicas… aburridas. ¿Qué le vamos a hacer? —me retó, con una mueca supersexi.
—No me toques las narices —le dije con una sonrisa.
—Hace una noche perfecta para conducir, ¿sabes, Nerea? ¿Por qué no nos vamos tú y yo?
Ahí me remató.
—Ay…, ¿tú y yo? —contestó sonrojada la buena de Nerea, que parecía que no se daba cuenta del juego.
—Claro. Como Valeria no se atreve…
—Venga, va, vámonos a la playa —dije tras dar una palmada al aire.
—¿Sí? —preguntó Nerea emocionada.
—Sí, venga —confirmé—. Nos despedimos de Lolita también y nos ponemos en marcha.
Nerea salió disparada hacia el interior y cogió a Lola. Mientras nos terminábamos el cigarrillo, Víctor y yo la vimos parlotear con ella muy emocionada. Lola la miraba con las cejas fruncidas y cuando terminó su discurso, le preguntó algo que Nerea contestó asintiendo contenta. Después la mano de Lola realizó una parábola perfecta en el aire antes de asestarle una colleja monumental, que provocó que buena parte de los invitados se giraran hacia ellas.
—¿¡Tú eres tonta!? —la escuchamos increparle.
—¿Por qué me pegas? —le dijo Nerea tocándose la nuca.
Se pusieron a hablar aceleradamente y de pronto Nerea levantó las cejas, como si acabara de descubrir la cuadratura del círculo. Bajó la cabeza cuando entramos y nos acercamos a ellas.
—¿Qué? ¿Nos vamos a la playa, Nerea? —la provocó Víctor.
—Es que… —contestó resuelta, acariciándose su rubia melena—. Me acabo de dar cuenta de que no puedo. Tengo…, tengo una cita ineludible con…, con gente. Gente importante. —Víctor y yo nos echamos a reír—. Pero ¡id vosotros! Otro día ya si eso nos vamos los tres.
—Claro, estarás guapísima aguantándoles la vela —espetó Lola de mal humor.
—¡Oye! ¡Vale ya, Lola! ¡Eres una imbécil!
—¡Y tú una lerda! —le contestó.
—Antes de que esto acabe siendo una pelea de gatas en el barro, me voy, señoritas —dijo Víctor elegantemente.
Lo entendí al momento.
—Yo también me voy. Estos zapatos me matan.
—¿Os vais a la playa? —preguntó Nerea de soslayo.
—Claro que no, nena. —Me reí.
—¿Te acerco a casa? Tengo el coche a la vuelta de la esquina —me propuso Víctor.
—Hecho.
Víctor me tendió la mano y yo, con una carcajada infantil, la cogí. Después nos despedimos de todos y salimos rumbo al coche.