PONERNOS AL DÍA
Lola llegó superemocionada al restaurante, pero eso no es novedad. Lola siempre está sonriendo. Lo sorprendente es que llegara puntual. Allí estábamos Nerea y yo dándonos besitos a modo de saludo cuando apareció ella casi trotando.
Nos dio un montón de besos, nos tocó los pechos a las dos (que terminamos protegiéndonos entre nosotras a carcajadas) y alabó nuestra ropa.
—¡Nerea! ¡Qué guapa estás! ¡Me encanta este modelito boho! —dijo tocando la tela de su vestido largo y estampado—. ¡Valeria! ¡Estás monísima con este vestidito! ¡Pareces buena niña y todo!
Ella estaba increíble con jeans negros tobilleros, una camiseta desbocada también negra y a los pies unas bailarinas de leopardo.
—¿Qué te pasa que vienes tan contenta? —le pregunté mientras saludaba con la mano a Carmen, que aparecía por la esquina.
—Ahora os lo cuento.
—Yo también tengo una cosa que contaros —dije haciendo una pequeña mueca.
—¿Qué pasa? —preguntó Carmen al llegar—. Bueno, me lo contáis dentro. He dejado a Gonzalo con su padre y tenían pinta de tramar algo malo… Démonos prisa.
Sentadas alrededor de unas caipiriñas, charlamos sobre cosas sin importancia, como mi nuevo proyecto, la boda de una chica famosa que estaba organizando Nerea o una campaña en la agencia en la que trabajaba Carmen. Pero algo había allí… Carmen movía con nerviosismo la pierna, toqueteaba la pajita de su bebida (un San Francisco sin alcohol, muy retro todo) y se acomodaba constantemente la camiseta. Lola, mientras tanto, se tocaba nerviosamente el pelo y Nerea se mordisqueaba las uñas, echando vistazos rápidos hacia la pantalla de su iPhone. Estaba claro. Todas teníamos algo que contar…, algo sobre lo que teníamos que ponernos al día.
—Vale —dije cortando a Carmen, que hablaba del horroroso corte de pelo de una actriz de moda—. Creo que todas necesitamos confesar algo, así que vamos a dejarnos de rodeos… Que empiece la mayor.
Lola levantó la mano emocionada y empezó a hablar:
—Quién me iba a decir que me alegraría alguna vez de ser la mayor del grupo. ¡Rai va a exponer sus cuadros más perversos en una galería pequeñita de Malasaña!
—¡¡Qué bien!! —dijimos las tres a coro.
—Aunque me inquieta un poco eso de «sus cuadros más perversos»… —confesó Nerea.
—Son pinturas un poco guarras. Pero nada digno de mención —mintió Lola—. Tenéis que venir todas. Quiero asegurarme de que el local no se queda vacío el día de la inauguración.
—La inauguración de una exposición, ¿eh? Cuidado con Valeria —canturreó Carmen.
Les enseñé el dedo corazón a las tres mientras ellas se reían.
—¿Qué día será?
—Dentro de un mes. El 15 de junio.
Cogí mi teléfono móvil y guardé la cita en mi calendario. Tendría que mudarme después de la exposición; seguro que Bruno lo entendía. Sería una buena despedida. Estaría con mis niñas y… Levanté la mirada al notar el silencio en la mesa. Las chicas estaban concentradas en mí, esperando que empezara a hablar.
—Ah, vaya. Se me olvidaba que soy la segunda más vieja de la mesa.
—Vieja no. Madurita como un higuito en agosto —apuntó Lola.
—El caso es que mi noticia es agridulce. Tenéis que ser buenas conmigo. —Las miré y sonreí, pensando en lo mucho que echaría de menos aquellas cenas—. Bruno y yo hemos decidido dar un paso e irnos a vivir juntos a Asturias.
Lola dejó la copa encima de la mesa y me miró. Sentí sus ojos clavados en mí casi con violencia y me avergoncé.
—¡¡Es increíble las cosas que eres capaz de hacer por no dar tu brazo a torcer!! ¡No cuesta tanto admitir que estás enamorada de Víctor! —dijo levantando la voz.
—Lola… —Cambié el tono de voz para hacerlo mucho más frío—. Si quieres entenderme, entiéndeme. Si vas a juzgarme, cosa que me sorprende viniendo de mi mejor amiga desde hace quince años, ahórrame las charlitas morales. Me voy porque no me creo a Víctor, porque lo nuestro no es sano y porque soy incapaz de hacer mi vida si me ronda alrededor. ¡Y quiero dejar atrás ya esta época horrorosa en la que no tengo control sobre nada! Deberías apoyarme, no ponerme trabas. —Las tres se quedaron calladas—. Me voy a ir a Asturias y seré feliz. De paso Víctor también podrá serlo —concluí.
—Lo dudo —murmuró Lola de mal humor.
—Joder… —contesté con la misma actitud.
Fui a levantarme de la mesa, pero Lola cernió los dedos alrededor de mi muñeca y de un tirón me obligó a sentarme. Nos miramos frente a frente. No relajó la presión de su mano ni cuando empezó a hablar.
—Estás enfadada y te comprendo. Yo también lo estaría. Víctor a veces parece imbécil, pero no lo es. Lo tiene claro: eres la mujer de su vida. Y tú no es que no te lo creas, es que no quieres creértelo porque estás muy cabreada, y lo estás porque cuando esperabas que él respondiera no lo hizo. Pero hay personas que estamos destinadas a someternos a ciertas circunstancias y tú estás hecha a la medida de Víctor. Acéptalo.
—No. No lo acepto. No me da la gana. Yo no he nacido para una cosa o para otra. Yo decido lo que hago con mi vida y decido estar con Bruno. Escribiré mi libro, retomaré mi carrera y seré madre. Y todo lo haré con él, no con Víctor —rebufé.
—Pues te vas a equivocar.
—¿¡Y quién eres tú para decirme eso!? —contesté bastante nerviosa.
—¡Tu puta mejor amiga, que respeta tus decisiones, pero que no se va a callar si ve que vas a meter la pata!
Carmen carraspeó y las dos la miramos.
—Chicas… —susurró—. ¿Puedo?
Yo asentí con la cabeza y Lola me soltó para agarrar su copa. Carmen se aclaró la voz y empezó a hablar muy pausadamente.
—Lola, hazte cargo de lo difícil que habrá sido para Valeria tomar la decisión de dejarlo todo para irse. Va a empezar de cero y tenemos que apoyarla, aunque tengas razón en que está enfadada. Lo está y mucho. Todas lo estaríamos en su situación. Pero esto tiene que terminar ya. No tenemos quince años y entiendo que esté cansada de dar tumbos con lo de Víctor. Hace dos años que se conocen. Creo que él ha tenido tiempo de sobra para demostrar las cosas y… no siempre ha sabido o ha querido hacerlo. Me consta que Valeria es consciente de que no se puede querer a alguien por imposición, así que habrá hecho las cosas a conciencia.
Me quedé mirándolas a todas. Estaban serias. Nerea incluso triste. Yo también lo estaba de pronto. Lola suspiró profundamente y asintió.
Durante un minuto no se escuchó nada más que el trajín del local. Copas chocando en otras mesas, cubiertos apoyándose en la loza de la vajilla y la charla animada de varios grupos de amigas. De la cocina salía un sonido de cacharros y el runrún monótono de un lavaplatos. Nunca habíamos pasado tanto tiempo calladas allí.
—¿Lo quieres? —preguntó Nerea rompiendo el silencio.
—Sí —dije muy segura—. Pero estoy demasiado cerca de Víctor como para olvidarme de que a él también, y que esto no tiene sentido. Víctor podría convencerme un día y yo cedería, pero sé cuál sería el resultado. Que dentro de unos meses volveríamos a romper y yo habría perdido a Bruno.
Lola hizo un gesto con la mano, dando el tema por zanjado, y se mordió fuertemente el labio inferior.
—Está decidido. No hay más. Te echaremos mucho de menos —dijo al fin.
—Y yo a vosotras. —Bajé la mirada hasta mi regazo, donde me toqueteaba los dedos sin parar.
—Nunca creí que tú te fueras —dijo Nerea—. Siempre creí que sería Lola la que retomaría su vida de mochilera y acabaría mandándonos postales desde países cuyo nombre no supiéramos ni escribir.
Todas sonreímos con melancolía.
—Estoy embarazada —soltó de pronto Carmen, en un murmullo.
Las tres levantamos la mirada hacia ella, perplejas.
—¿Qué dices? —le pregunté ladeando la cabeza.
—Que me he quedado embarazada otra vez. —Se encogió de hombros—. Y no me deis mucho la enhorabuena porque no estoy muy contenta que digamos.
—Pero…
—Insisto. Me pondré a llorar. —Suspiró.
Pobre Carmen. La conocíamos y sabíamos de sobra cuál era el problema que suponía aquello. Así que decidí romper el hielo aun a riesgo de provocarle un berrinche.
—Carmen. —Alargué el brazo por encima de la mesa y le cogí la mano—. Tu vida no se ha frenado. Solo has abierto nuevas puertas. Eres y serás una buena madre.
—Pero es tan pronto… —Apretó los ojos tratando de no llorar—. Me da la sensación de que llevo años ocupándome solamente de esta parte de mi vida.
—No es cierto.
—Ya…, ¿y qué ha sido de mis objetivos, de las cosas que quería hacer? Ya lo sabemos; no podré hacer grandes cosas en mi trabajo si tengo que criar a dos hijos que se llevan un mísero año entre ellos.
—Carmenchu… —murmuró Nerea—, creo que no te has parado a pensar bien en esto. Siempre has querido una familia y la tienes. Eres la única mujer que conozco capaz de hacer malabares y conseguir éxito laboral, tener una relación mágica, educar a unos niños preciosos y tener vida social.
—Ya veremos —confesó tras suspirar.
—¿De cuánto estás?
—De dos meses y medio. Me quedé con el DIU puesto, manda cojones.
—¡Este Borja es un fiera! —Se rio Lola dando una palmada al aire—. ¡No hay nada que lo pare!
Las tres nos reímos.
—Oye…, ¿y tú qué pulga tienes que confesar? —le preguntó Carmen a Nerea.
—Me estoy follando a Jorge, el de las fotos. No es que sea noticiable, pero quería compartir esta información.
Después se encogió de hombros, cogió su copa y le dio un trago. Las demás no pudimos más que aplaudir.