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PRUEBA DE FUEGO

Lola encontró revuelo en la cafetería de su planta cuando fue a por un café. Se acercó a sus compañeros, emocionada por saber qué tipo de plan maléfico se estaría gestando. Cuando le hicieron sitio se dio cuenta de que era Quique quien estaba copando todas las atenciones, mostrando un folleto.

—¡Hombre, Lolita! Ya iba a mandar a alguien a llamarte —dijo él cuando vio asomar sus labios rojos.

—¿Qué pasa? ¿Reunión?

—Quique estaba proponiendo un fin de semana de equipo.

Lola gritó horrorizada para sus adentros, notando cómo se le desfiguraba la cara como en El grito de Munch.

—¿Cuándo?

—El fin de semana que viene.

—Oh… —Fingió estar muy apenada—. Le prometí a mi chico pasar el fin de semana que viene juntos.

—¡Yo voy a ir con mi chico! —dijo una de sus compañeras.

—Claro, Lola —contestó sádicamente Quique—. Trae a tu chico.

—¿Tú traerás a tu chica o a tu chico? —preguntó ella con aire inocente.

—Sí. Le diré a mi novia que venga.

Lola alucinó. Sinceramente, se quedó como atontada. ¿Que el muy cabrón tenía novia también? Pero… ¿qué estaba haciendo? ¿Otro maldito Sergio? Más guapo, más chulo, más cabrón aún y mucho más puto.

—¿Qué me dices, Lola? —le preguntó otro compañero.

—No, no creo que pueda. Ya tenemos planes.

Fingió una sonrisa y se fue sin su café, pero solo se dio cuenta al llegar a su mesa.

Poco después, cuando ya todos habían vuelto a sus sitios, una de las chicas con las que mejor se llevaba del grupo le mandó un correo electrónico tratando de convencerla. Le decía que lo pasarían bien y que no era la primera vez que se organizaba una de esas escapadas.

Van muy bien para el equipo. Volvemos con muchos proyectos, porque se habla mucho de trabajo. Piensa que quizá te beneficie aquí y te ayude. Además, solo hay que pagar el transporte y un poco para un fondo de comida y bebida. La casa la pone Quique y es alucinante. Un chalé supermoderno en la sierra, con siete habitaciones dobles, dos salones diferentes, una piscina de impresión y… una vinoteca…, mejor de la vinoteca ni te hablo. Es casi como ir al Caribe con un todo incluido.

Lola suspiró. Por un lado sabía que probablemente aquello le fuera a beneficiar en el trabajo, pero no quería verse en la situación de tener que lidiar con ciertas cosas. Además, seguía indignada consigo misma, pensando que Quique le gustaba porque era rico, guapo y un animal sexual…, como Sergio. Era ella sola la que se empujaba a sí misma hacia la catástrofe. Su relación con casi un adolescente no era muy cuerda. Seguía teniéndolo irascible por el tema de lo que se le escapaba en sueños. Tenía un orgullo muy sensible, ese niño.

Cuando ya estaba recogiendo, Quique la llamó a su despacho. Se sintió sumamente fatigada. ¿Sería toda su vida un eterno día de la Marmota en el que repetiría sin cesar sus propios errores?

Entró en el despacho y él, que estaba escribiendo unas anotaciones en su cuaderno, le pidió que cerrara la puerta.

—Tú dirás, Quique.

—¿Tienes prisa? —preguntó un poco tirante, más como jefe que como «tío morboso que quiere empotrarte contra un armario».

—No si es que me necesitáis —respondió Lola, que es muy ágil mentalmente.

—Ven, siéntate. Quiero que me expliques por qué no quieres venir a pasar el fin de semana con tu equipo.

—No es que no quiera.

—¿De qué tienes miedo? —Esbozó una sonrisa confiada que devolvió a Lola al tiempo en el que sufría por Sergio.

Y se enrabietó tanto que no pudo reprimir su respuesta:

—De no poder mantener la boca cerrada y terminar diciéndole a tu novia que eres un cabrón asqueroso, de los que mete la chorra en cualquier agujero húmedo y caliente que se encuentra de camino a casa.

A Quique eso le hizo reír. Reír a carcajadas. Dios. Lola se asustó. Pero ¿estaba loca? Sería verdad, pero era su jefe.

—Lola, relájate, cariño. No tengo novia. Solo lo dije para hacerte rabiar y ya veo que ha surtido efecto.

—A mí me da igual…

—Sí, claro. Eres el perro del hortelano, chata. Ni me comes ni quieres que me coman otras.

—Bah… —Lola suspiró con desdén mientras se levantaba.

—Si quieres un consejo, como jefe te diré que deberías venir y estrechar lazos con otras áreas. Cuanto más multidisciplinar seas, mejor.

—Gracias, Quique. Lo consultaré en casa.

—Pídele permiso a tu padre y no te olvides de traerme la autorización firmada.

Lola no pudo evitar reírse. Después se fue a casa.

Rai la esperaba sentado en el sofá, viendo la tele.

—Hola, nena. —Se levantó y fue a darle un beso, que Lola recibió de buen grado—. Iba a preparar la cena, pero no tienes prácticamente nada en la nevera.

—Oh…, es verdad. Debí pasar por el supermercado —contestó con una mueca—. ¿Y si salimos a cenar fuera? Así te comento un asunto del curro con calma, a ver si te convenzo.

Y Lola se frotó las sienes, esperando que Rai le dijera que no podían ir al chalé de Quique porque le había preparado una megasorpresa superromántica que poder poner de excusa. En realidad el romanticismo le daba igual pero quería: 1. No ir a aquel fin de semana aberrante con sus compañeros de trabajo y su jefe cachondo. 2. Entregarse al fornicio como un animal. 3. Salir de la rutina que empezaba a hacer de ella una persona gris.

—Oye, Lola…, ¿por qué no nos pasamos por el Burger y pillamos unas hamburguesas?

—¿Y eso? ¿Tiene antojo mi niño? —le preguntó haciéndole una carantoña poco propia en ella.

—No, cariño…, es que voy fatal de pasta este mes.

—¿Y eso?

—He tenido que comprar mucho material para los trabajos finales del curso y estoy…, estoy pelado.

—Déjame pagar a mí y solucionado.

—No. —Negó con la cabeza—. Ya está bien de ser un mantenido. Parezco tu puto.

—Oye, que si quieres puedo pasarte una paguita al mes por tus trabajos… Lo único es que exigiré un mínimo. —Sonrió ella.

—No sabes lo frustrante que es esto. —Mientras lo decía, a pesar de estar sonriendo, Rai parecía realmente agobiado.

A Lola le dio penita. Se acordaba de esa edad en la que no tienes nunca un céntimo en el bolsillo y en la que cualquier gasto supone una hecatombe.

—¿Sabes? Deberías hacer una exposición y vender tus cuadros.

Rai la miró de soslayo.

—Deja de burlarte de mí. Venga, vamos a por unas hamburguesas. Tengo hambre. Y si no como, no funciono.

—No, no, espera.

Lola se apoyó en el marco de la puerta, bloqueando la salida con gracia.

—Lo digo en serio —le aclaró—. Tus cuadros son una pasada. Sobre todo los guarros. A la gente le gusta financiar a jóvenes y guapos artistas. ¿Qué te parece algo como: «Rai Martínez presenta: La mirada erótica. La vida según el sexo»?

—Lola, por favor —pero lo dijo dibujando una sonrisa.

—Piénsalo. Me has dicho un millón de veces que no sabes dónde meter el tríptico, el de Nerea…

—No es Nerea. —Rai sonrió descaradamente, tratando de colarle una mentira a Lola.

—Somos Nerea y yo entregadas a la ingesta de marisco, chato, pero ya te he dicho mil veces que no pasa nada.

—¿Y tus desnudos?

—Y casi todos mis desnudos —puntualizó Lola.

—¿Dónde?

—Eres artista, por Dios. Tienes que conocer a alguien que tenga una galería en Malasaña. —Rai se apoyó en la pared y pensó—. Si te compran todos los cuadros, este verano podemos irnos de vacaciones. —Pensó que aquello sí que le apetecía de verdad, y no sufrir viendo cómo le quedaba a su jefe el bañador.

—Hum…, déjame pensarlo.

Lola aplaudió y cogió el bolso que había dejado en el perchero.

—Oye…, ¿qué era eso de tu trabajo que me querías comentar?

—Nada. Una tontería.