36

LA DECISIÓN

Bruno era un hombre divertido. Lo es. No hay más que escuchar sus intervenciones en la radio en la que colabora. Los oyentes lo adoran.

Bruno era un hombre tierno. Solo había que verlo con su hija. Y también era responsable. Y atractivo. Era ardiente, leal, inteligente, brillante, buen cocinero, un escritor de ciencia ficción prolífico y de calidad que empezaba a vender libros como churros. Era carismático, elegante, ocurrente.

Bruno era muchas cosas buenas, sin duda, pero no era paciente…, y la verdad es que yo no merecía que lo fuese conmigo.

Las escasas discusiones que había tenido con Adrián habían sido breves, virulentas y explosivas; al final los dos siempre llorábamos. Unas veces nos arrepentíamos de lo dicho; otras no. Y cuando terminamos con nuestro matrimonio, una vez que se enfriaron los ánimos incluso acabamos a buenas.

Las discusiones con Víctor, lamentablemente más frecuentes, solían ser crueles. Víctor llevaba una coraza muy gruesa que se activaba automáticamente cuando una situación le parecía hostil. Y era capaz de decir cosas que dolían y que…, además, solían ser verdad. Las palabras que Víctor dejaba caer con pasmosa y sádica frialdad solían ser verdades como puños que él guardaba como munición. Y disparaba a matar. Incluso cuando perdía los nervios y esa frialdad se resquebrajaba para terminar estallando en gritos, Víctor no solía mentir. Además, tenía algo bueno: siempre era consecuente, adulto y proclive al diálogo, con lo que esas cosas que dolían solían quedar solucionadas. La lástima fue que no supiéramos hacer lo mismo con lo nuestro en un término o en el otro.

Cuando yo discutía, no importa con quién, siempre me ponía enferma. Físicamente. Sentía escalofríos, sudaba, se me enrojecía la piel y me dolía la cabeza. Solía tratar de controlar el volumen de mi voz sin poder evitar levantarlo cuando perdía los nervios, que era muy a menudo. Y solía fingir que era más fuerte de lo que era. Mecanismo de defensa, supongo. Mecanismo de defensa que solía hacerme muy flaco favor porque me hacía parecer egoísta e infantil.

Y así fue…

Por más que quisiéramos retrasar el asunto no había marcha atrás. Era lo que era. Bruno era padre, tenía una responsabilidad. Y yo ya me estaba hartando de ser una cobarde. Así que una noche, cuando volví de la biblioteca de investigar un par de temas para mi proyecto, me encontré con que Bruno había tomado la iniciativa de preparar un ambiente propicio para que pudiéramos hablar… y solucionar por fin el asunto.

Después de bebernos una copa de vino y de picar un poco de parmesano, y mientras esperábamos que acabara de gratinarse la parmigiana, Bruno sonrió bonachonamente y, por si alguna vez no había sido lo suficientemente claro, decidió ir directamente al grano.

—Valeria, cariño, ya no puedo más. Tienes que darme una respuesta.

—¿Qué tipo de respuesta?

Los dos sonreímos. Sabíamos lo que venía a continuación. Y como ya he dicho, yo estaba cansada de ser cobarde y de suspenderme así, sobre la tela de una araña, esperando que mi peso determinara el rumbo de las circunstancias.

Bruno se acercó, me apartó el pelo del cuello y besó el valle que se formaba al unirse con mis hombros.

—Mi vida, vámonos. Sabes que es lo mejor… —no contesté, cerré los ojos—. Val…, aquí hay cosas que no nos dejan avanzar. Sé que tú quieres que esto funcione. Vamos a darnos una oportunidad. —Me giré hacia él y le pedí que me contara cuál era su plan—. Vayámonos de aquí. Nos instalaremos en mi casa. Vaciaré el dormitorio de abajo y te haremos un estudio para que puedas escribir. Siempre dices que te encantaría vivir allí. —Fruncí el ceño y me miré las manos. Él siguió hablando—: Lo que te propongo es una familia, Valeria… Empezamos a estar en un punto complicado del camino y no quiero marcharme sin ti.

Jugueteé con mi copa de vino e imaginé que lo que me estaba ofreciendo se hacía realidad. Yo sabía ya por aquel entonces que la única manera de olvidar a Víctor era apartándome de él. Era consciente de que, incluso de aquel modo, no tenía ninguna garantía de que fuera a funcionar. ¿Qué era lo que quería? ¿Seguir persiguiendo fantasmas de una relación que jamás había demostrado ser capaz de hacernos felices o permitir que los dos empezáramos de nuevo y nos diéramos la oportunidad de hacernos un último favor?

Mi madre siempre dice que hechos son amores y no buenas razones. Si Víctor y yo seguíamos sintiendo el uno por el otro algo de amor, debíamos demostrárnoslo haciendo algo por nosotros mismos.

Alejarme era un paso. Él volvería a enamorarse. Estaba segura de que él creía sentir amor por mí pero lo que realmente lo empujaba hacia mí se parecía más a una pataleta del tipo «mi ex no ha tardado ni un mes en conocer a otra persona».

Y Bruno… me conocía, quería invertir todo lo que fuera necesario en su vida para hacerme feliz. Era firme, era apasionado, me hacía sentir como una niña… y lo único que pedía a cambio de todo lo que estaba dispuesto a dar era que nos marcháramos a Asturias. Acercarnos a su hija y alejarnos de Víctor. ¿No prefería esa vida tranquila, estable y cálida a la voluptuosidad de los vaivenes de lo que había tenido con Víctor?

No lo sabía. Al menos no lo sabía en ese preciso instante. Pero había que dar una respuesta.

—Bien —dije por fin—. Iré preparándolo todo. Dame… ¿un mes?