OH, OH…
Carmen no puede decir que no se lo imaginase. Le rondaba por la cabeza desde hacía un par de semanas pero no hacía más que decirse a sí misma que no podía ser. Al principio con el autoconvencimiento valía, hasta que se dio cuenta de que, si realmente era cierto, tenía que hacer algo.
Cuando vomitó por segunda vez en el trabajo lo tuvo bastante claro. Pero no podía ser…, estaban tomando precauciones. Tenía que cerciorarse de que era posible antes de armar un escándalo.
Lo primero que hizo, aprovechando que Gonzalo dormía plácidamente la siesta después de que ella le quitase el pañal con más caca de la historia de los pañales, fue sentarse a hacer memoria. Cogió su iPhone y abrió el calendario mientras trataba de recordar al menos las cuatro últimas veces que Borja y ella lo habían hecho. Localizó fácilmente un par de cosas que le dieron la pista. El primer día de oficina. Borja se puso tontorrón al verla poniéndose las medias de liga. Unos días antes también, después de cenar, en el sofá; se acordaba porque aquel día le tenía que haber venido la regla. Y remontándose un poco más, aquella tarde que volvía del pediatra…
Contó… y la piel se le puso de gallina.
—No puede ser —se dijo.
Se echó encima una chaqueta de punto, se puso las zapatillas de deporte y bajó a toda prisa a la farmacia que hacía esquina, frente a su casa. La cara casi se le cayó de vergüenza al pedir una prueba de embarazo.
—¿Y el nene? —le preguntó la farmacéutica mientras le tendía la bolsita con el test—. ¿Sigue con moquitos?
—No, ya no —contestó Carmen sonrojada—. Le fue muy bien aquello que me diste.
—Suerte —le dijo al despedirse.
Carmen pasó los cinco peores minutos de su vida sentada en el borde de la bañera de su casa, sola, sobre todo porque se le había olvidado completamente que había dejado solo a Gonzalo cuando bajó a la calle. Vale, el niño estaba durmiendo y no habían sido más de cinco minutos, pero una madre no se olvidaba de esas cosas. Al menos fue lo que ella pensó. ¿Cómo iba a tener otro si ni siquiera podía hacer las cosas bien con uno?
No le hacía falta ver el resultado, porque sabía que era verdad; pero necesitaba…, pues eso, verlo. Tener la certeza para poder contar con motivos sólidos sobre los que montar el drama que estaba a punto de montar. De eso estaba segura. Iba a llorar como si no hubiera mañana.
Se levantó, miró el resultado y se volvió a sentar, esta vez sobre la taza del váter. Sintió que le faltaba la fuerza, que las piernas no la aguantaban, que no podía ni siquiera llorar. Tiró el cacharrito al cubo de la basura del baño y escuchó a Gonzalo estallar en llantos.
Lo que le faltaba.
¿Era mala madre? ¿Era mala persona por desear no haberse quedado embarazada otra vez? Porque… ¿qué iba a ser de su vida? No de su vida dentro de aquella familia que había creado, sino de su vida como mujer. Su trabajo, sus logros profesionales, sus viajes, sus aspiraciones, su tiempo, su relación con Borja. Todo se diluía en la maternidad y ella…, ella no se encontraba.
Si le había resultado duro con un bebé, no quería hacerse a la idea de cómo sería con dos. Se sintió a morir.
Borja llegó pronto aquel día. Se encontró a Carmen echada en la cama con Gonzalo tumbado a su lado. Estaba jugueteando con él y el niño movía piernas y bracitos con ánimo, lanzando grititos de alegría, pero había algo en la cara de Carmen que decía que no todo iba bien.
Él se quitó la americana y la dejó sobre la cómoda; luego se pasó los dedos por debajo de la nariz nerviosamente y se acercó a ella en la cama. Le dio un beso a su mujer y otro a su hijo y se quedó mirándola.
—¿Qué pasa, cariño? —susurró.
—Estoy embarazada —soltó sin más—. Estoy embarazada otra vez.
Borja se sentó en el borde de la cama y resopló, cogiéndose el puente de la nariz entre los dedos.
—Pero… ¿cómo? —le preguntó.
—No lo sé. Tengo que ir al médico.
—Pero si llevas el DIU.
—Me he hecho la prueba.
—¿No será un falso positivo?
—No, Borja, estoy preñada —contestó de mala gana—. Los olores, la angustia, los vómitos…
Él volvió a coger aire y tras un silencio se tumbó al lado de Carmen.
—Bueno, no lo teníamos programado pero… no pasa nada.
—Es una mierda, Borja. No finjas que te alegras.
Borja levantó las cejas y después cogió a Gonzalo en brazos, hasta dejarlo tumbado sobre su pecho; el niño, encantado de la vida, se rio palmeando al aire.
—¿Realmente te parece una mierda? ¡Vamos, Carmen! Son las hormonas.
—¿Las hormonas son las que pagarán los pañales?
—Que yo sepa no tenemos problemas de dinero. Los dos tenemos un buen sueldo.
—El dinero no lo es todo. El dinero no compra tiempo, y de eso ya no tenemos.
—Bueno, pues pido yo también reducción de jornada.
—¿Y con qué sueldo vivimos? Con el setenta por ciento del tuyo y del mío la cosa no marcha, Borja.
Él se levantó con el niño en brazos y lo dejó en la cunita, encendiendo de inmediato el tiovivo de peluche musical que colgaba sobre el bebé, antes de que se escucharan sus gritos de protesta. Después se tumbó de nuevo al lado de su mujer y esbozó una pequeña sonrisa.
—Carmen, yo te entiendo, ¿sabes? Pero a Gonzalo tampoco lo esperábamos. Y mira. Es el mejor regalo del mundo. ¿O no?
—Sí, pero… yo no soy yo —dijo Carmen empapada ya en lágrimas—. Yo me he convertido en otra persona y no estoy segura de que eso me guste.
—Pero, cielo…, es que somos padres. Lo que pasa es que nadie de nuestro entorno está en la misma situación y…
—No, Borja…, esto es una mierda.
Borja le secó las lágrimas con el dedo pulgar y después la besó.
—No digas tonterías. ¿No querías más niños?
—No aún. Lo sabes.
—Podremos con esto, cariño.
—Es que te echo de menos. —Sollozó.
—Y yo a ti, pero Gonzalo se está haciendo ya mayor y dará menos trabajo.
—Cuando empiece a andar me lo cuentas —se quejó.
—Bueno, pues nos tendremos que organizar un poco mejor.
—¿Y mi trabajo?
—Está a la orden del día. Además, no pueden despedirte porque te quedes embarazada, ¿recuerdas? Aún tenemos meses para planearlo todo bien. Podremos, Carmen, te lo prometo. —Carmen lo miró y él sonrió—. Te quiero —le susurró.
Y ella, aunque sentía mucha pena, aunque se sentía muy desgraciada, se contagió de aquella sonrisa. Ese era el poder que tenía Borja. Con él cualquier cosa sería más fácil.
Se besaron y él colocó las manos sobre su vientre.
—Dame tiempo para hacerme a la idea —le pidió ella.
—¿De cuánto crees que estás?
—Pues apenas de un mes.
Borja cerró un ojo, en una mueca, mientras hacía memoria.
—Ah. Ya —dijo al fin, volviendo a sonreír vagamente—. Ya me acuerdo. ¿El del día de… la ducha?
—El del día de la ducha, me temo.
—También tuvimos miedo con Gonzalo y es lo mejor que nos ha pasado. Lo has dicho muchas veces…
—Pero es que… ya no me acuerdo de todas esas cosas que quería hacer. Ahora primero soy mamá, esposa y trabajadora. Después, soy mujer.
—Sabes que nunca te he tratado de esa manera —dijo Borja con la mano aún sobre su vientre—. Para mí, lo primero, eres el amor de mi vida.
—No tienes por qué decirme esas cosas ahora, Borja.
—Es que nunca te las digo —repuso levantando las cejas—. Y no me sirven de nada si no las digo.
Borja la arrulló junto a él y se abrazaron en la cama. Desde la cuna Gonzalo lanzaba ruiditos, pequeños gorjeos y grititos y Carmen no pudo evitar sonreír otra vez, a pesar de que sentía que un peso enorme la oprimía.
—Piénsalo, cielo.
—¿Con la cabeza o con el corazón?
—Con los dos. Es una putada, Carmen. —Se rio—. Pero ¿qué le vamos a hacer? Estas cosas vienen así.
Ella se levantó de la cama y se asomó a la cuna, donde Gonzalo palmeó, se llevó las manitas a la boca después y se rio, dando pataditas de felicidad. Carmen le dedicó una caricia y sintió que Borja la abrazaba desde atrás. Era firme, era cálido y la envolvía, como si pudiera protegerla de todas las cosas que pudieran hacerles daño. Borja era la mejor decisión que había tomado en su vida, de eso estaba segura. Gonzalo había venido porque ninguno de los dos se preocupó realmente de que no lo hiciera, pero ahora que sabía todo lo que implicaba de verdad ser madre…
—He dejado a Gonzalo solo cuando he bajado a la farmacia. Ni siquiera me acordé de él. Soy una madre horrible.
Notó a su espalda una vibración que le dio la pista de que Borja se estaba riendo.
—No seas tonta. Cuando está dormido a mí también se me olvida que está. ¿Cuánto fueron? ¿Dos minutos? Estabas nerviosa.
—Fueron al menos cinco.
—Llamaré a la policía para que manden a los servicios sociales.
—Eres imbécil —dijo ella.
Borja la apretó más contra él y la besó en la sien, sonriendo.
—Pide hora en el médico. Tendrán que quitarte el DIU lo más pronto posible. Es peligroso.
Cómo cambian las cosas… Hacía unos minutos maldecía el momento en el que se había quedado embarazada otra vez y ahora, al escuchar que podría ser peligroso, su mano derecha había viajado hasta su vientre sin apenas darse cuenta. Y se preocupó.
Y es que, le gustase o no, Carmen era madre.