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MI CUMPLEAÑOS. PARTE II

Me desperté con una claridad de un amarillo vivo entrando a través de la ventana. Me removí incómoda por la cantidad de luz. Me froté los ojos recordando demasiado tarde que no me había desmaquillado.

Víctor estaba tumbado a mi lado, mirándome. Descubrí su mano en mi cadera y me retiré avergonzada. El calor del tacto desapareció. Cuando lo hice me di cuenta de que lo único que llevaba puesto eran las braguitas.

—Buenos días —dije.

—Feliz cumpleaños —contestó dulcemente.

—Gracias. ¿Qué hora es?

—Las diez.

—¿No tienes que trabajar?

—Es sábado. —Sonrió.

—Sí, es verdad.

Nos quedamos callados, mirándonos hasta que sentí que no podía soportar mucha más presión y, disculpándome, salí de la cama, recogí mi ropa del suelo y me escaqueé hasta el cuarto de baño, donde me lavé la cara con agua fría y me adecenté el pelo. Salí en busca de mi bolso y encontré a Víctor con los pantalones y la camisa puestos, recogiéndolo todo.

—Espera, te ayudaré.

—No te preocupes.

Aunque me acerqué con la intención de hacerlo, él negó con la cabeza y siguió de espaldas a mí.

Saqué mi móvil y vi la friolera de seis mensajes de texto. Fui consultándolos uno a uno. Nerea, a las doce en punto. Carmen, a las doce y tres minutos. Mis padres, breves, como siempre, a las doce y cinco. Ya los imaginaba discutiendo entre ellos para averiguar cómo se mandaba el mensaje. Después Lola:

Feliz cumpleaños. Eres la persona más importante de mi vida. Si me fueran las chirlas, estaría tan enamorada de ti que bizquearía al mirarte. Pero me gustan los nabos, cosas de la vida. Después de esta declaración de amor lésbica, te deseo lo mejor. Deseo que encuentres ese amor del que tanto hablabas en el instituto; que te enamores de alguien que te ciegue y que no te deje mirar nada más. De alguien que pida prestada una casa en mitad de la nada solo para que puedas ver las estrellas y escuchar tu música preferida. Oh…, espera…, hay deseos que pueden hacerse realidad, ¿no?

Me senté en el sofá, ahogando un suspiro, y seguí leyendo los mensajes. Había otro de mi hermana que me hizo sonreír; firmaba por ella, su marido, mi sobrina y su gato.

Y por último… Bruno.

No sé qué decirte. Felices treinta, eso ya lo sé. Pero es que no sé cómo decirte lo mucho que me gustaría poder partirme en dos y que una parte de mí estuviera allí contigo. Si puedo pedir un deseo de las velas que soples esta noche, será no tener que elegir nunca más. Eres mi diosa. Te quiero.

Miré después a Víctor, que recogía las sábanas de la cama y las metía en una bolsa. Debí de decirlo todo sin decir nada porque él no tardó en contestar:

—No ha pasado nada.

—Pero prefiero no decírselo —susurré.

—Está bien. Lo entiendo.

—No es que considere que… —empecé a decir.

—Valeria. —Sonrió muy quedamente—. Lo entiendo, de verdad. Estás con él. Es algo que tengo asumido.

A las nueve y cuarto de la noche aparecí en la puerta del local donde había quedado para cenar con mis amigas. Todas me esperaban ya allí, haciendo tiempo mientras Lola se fumaba un cigarrillo. Me disculpé por el retraso.

—Me llamaron a casa para felicitarme en el último momento.

Pero no era verdad. Me había quedado sentada a los pies de la cama, escuchando en mi ordenador a Otis Redding y tocando el camafeo, sumida en reflexiones que ni siquiera lo eran, y el tiempo se me fue volando.

—Estás guapísima —dijo Carmen visiblemente contenta de vernos.

—Tú sí que estás guapa. Hay que ver qué figurín se te ha quedado.

Se miró a sí misma y sonrió, dando las gracias. Estaba subida a unos sublimes zapatos de tacón negros y llevaba un pantalón vaquero recto, una camiseta de tirantes holgada blanca y una americana negra abierta. Me recordó a mi elección de la noche anterior.

Nerea me recibió con un abrazo entusiasmado. Se había puesto una falda larga con colores pastel y una camiseta blanca con un amplio escote, de manga corta. Las muñecas las llevaba adornadas por un porrón de pulseras rígidas de colores y dorado viejo que la hacían parecer una niña bien en el movimiento hippy. Estaba preciosa y se lo dije. Ella me volvió a besar para agradecérmelo y me giré hacia Lola.

Lola sonrió y me abrazó dándome, con una sonora palmada en el trasero, la bienvenida a la treintena. Lola llevaba unas sandalias de tacón de color naranja flúor, una minifalda vaquera blanca, una camiseta de seda desbocada del mismo color que las sandalias y una chaqueta del estilo Chanel de tweed en blanco y negro larguita que le daba un toque muy glamuroso al look.

Cuando nos sentamos en la mesa habitual, todas me miraron esperando a que dijera algo.

—¿Qué? —les pregunté al tiempo que me recogía el pelo detrás de las orejas.

—¿Qué tal tu treinta cumpleaños? —preguntó Nerea—. ¿Te mandó flores Bruno?

—No. Qué va. No es muy de flores. Pero me envió un mensaje anoche. Superbonito, la verdad. —Sonreí.

Carmen y Nerea se interesaron por saber qué ponía y Lola se quedó callada, mirándome. Levanté la vista y le devolví la mirada hasta que carraspeó.

—Toma. Esto es de parte de las tres —dijo Nerea acercándome un paquete—. Algo me dice que te va a gustar.

¿No había dicho lo mismo Víctor antes de darme su regalo? Dios. Estaba en todas partes. Sonreí y desgarré el bonito papel de regalo, blanco y dorado, fingiendo que no me ponía nerviosa notar que Lola quería que hablara sobre la noche anterior. Dentro del paquete encontré una caja con una cámara de fotos Polaroid. Salté sentada en la silla, aplaudí y la probé enseguida, haciéndoles fotos a las tres.

Después pedimos la cena y una botella de vino.

Tras un rato, después de que Carmen nos enseñara las últimas fotos de Gonzalo y nos contara un par de anécdotas, la insistente mirada de Lola sobre mí volvió a hacerme sentir muy tensa. Estuvo así durante todo el rato que duró la perorata de Nerea sobre lo agobiante de aquellas fechas para su negocio. No pude concentrarme en nada de lo que se dijo hasta que Lola se animó por fin a hablar.

—Oye, Val, ¿y qué más nos cuentas tú? —Su tono era tan provocador que las demás se giraron muy interesadas hacia mí.

—¿Yo? Pues no mucho, la verdad. Mi madre me ha regalado aquel esmalte de Chanel que os comenté, el que deja el pintaúñas como mate. Mirad. —Les tendí las manos y Carmen y Nerea evaluaron sorprendidas el resultado.

—Uhhh… —dijo Carmen—. Me gusta. Oíd, chicas, ¿saldremos esta noche? Mi marido se ha quedado con el crío de canguro.

—¿Y no tienes nada más que contar? —la interrumpió Lola con la mirada aún clavada en mí.

—Pues… poca cosa. Tenía muchas ganas de veros hoy. Si queréis podemos salir por ahí. —Sonreí.

—Bueno, ayer ya saliste, ¿no?

Nerea y Carmen se miraron entre ellas.

—¿Y eso? —dijo Nerea.

—Lola, si quieres decir algo deja de darle vueltas y dilo —contesté directamente hacia ella.

—Por lo visto anoche ya lo celebraste con Víctor, ¿no? —Dibujó una sonrisa de oreja a oreja.

—Valeria, por Dios… —musitó Carmen tapándose la cara.

Cogí aire, suspiré y le di un trago a mi copa de vino. Después miré a Lola y, apoyándome en la mesa, le dije:

—No me acosté con él, si es lo que buscas que confiese. Y te diré que estas cosas suele contarlas una misma si quiere.

—Pero… —tuvo tiempo de añadir Nerea.

—¡¡Valeria, por Dios!! ¿¿En serio no nos vas a contar nada de anoche??

—No sé por qué preguntas. ¡Él ya debe de haberte ilustrado con su versión! ¿No?

Negó enérgicamente con la cabeza.

—No, cielo, él solo me dice que eres la mujer de su vida y se lamenta de no poder hacer nada por convencerte de que ahora es diferente.

—Lola…, no me lo pongas más difícil.

—¡No te lo estoy poniendo difícil! —dijo abriendo mucho los ojos—. Es fácil, Valeria, lo que quieres decir es que te lo estoy poniendo demasiado difícil. Acepta lo que hay y tírate a la piscina. Bruno es un buen tío, pero no le quieres.

Tragué saliva con dificultad. Era verdad. Lo más jodido era que tenía razón. Yo no quería a Bruno y no sabía si alguna vez podría quererlo más de lo que quería a Víctor. Apoyé la frente en la mesa y me sentí tan débil…

—¿Por qué no nos lo cuentas? Podemos darte nuestra opinión, cielo —intervino Carmen, que, yo ya lo sabía de sobra, estaba de acuerdo con Lola.

—Es que…

—¿Qué pasó anoche? —preguntó Nerea.

—Víctor me invitó a cenar para celebrar mi cumpleaños. Fuimos a la casa que un amigo suyo tiene a las afueras. Cenamos como si estuviéramos de picnic, nos bebimos una botella de vino, escuchamos música soul, bailamos y después vimos la lluvia de estrellas tumbados en la alfombra de la buhardilla, que tiene el techo de cristal. Luego bebimos más vino, me regaló este camafeo —dije señalando su regalo, que llevaba prendido en la blusa— con una nota preciosa en la que se lamentaba de que las cosas hubieran ocurrido entre nosotros como lo hicieron. Después… nos…, nos abrazamos, nos desnudamos y, en ropa interior, dormimos abrazados.

—Si me dices que sonó la canción de Ghost, ya me desmayo —soltó Carmen.

—Sonó la canción de Ghost. —Sonreí avergonzada y se me escapó una risa y un resoplido.

—Joder, nena…, qué romántico —susurró Nerea mirando hacia otra parte, con sus cejitas rubias arqueadas.

—Víctor acaba de hacernos unas desgraciadas a todas. —Se rio Carmen—. No creo que ningún hombre supere eso jamás.

—Víctor puede superarse a sí mismo —señaló Lola.

Las miré a todas.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Nerea.

—No voy a volver con Víctor. —Negué con la cabeza—. Es…, estoy…

—Estás enamorada de él —dijo Carmen por mí.

—Sí —confesé—. Pero no me fío de él. Lo único que puedo hacer es… seguir con mi vida. —Las tres me miraron sorprendidas—. Bruno es lo que necesito. Con Víctor todo es una tragedia griega. Voy a pasar página.

Lola se mordió los labios pintados de coral y después sentenció la cuestión diciendo:

—Estás más ciega que Serafín Zubiri, chata.