EL TÍO QUE MONTA LOS VÍDEOS
Nerea se sentó delante de su ordenador y cruzó las piernas de lado, elegantemente. Abrió su agenda. Oh, horror. Tres bodas a menos de dos meses con cabos sueltos. Tres bodas a menos de seis meses con casi todo por decidir. Dos bodas pidiendo presupuesto.
Mandó un email a su ayudante en pleno ataque de histeria.
Carol,
Muero. Desfallezco. I need you. A decir verdad te necesito a ti y una magdalena enorme de chocolate blanco y fresa, pero sin lo último puedo seguir respirando. Sé que me dijiste que igual no pasabas por aquí hoy, pero, por favor, intenta cerrar con los del restaurante ya lo de la música de la boda del 15 del mes que viene. ¡Ah! Y pásame el dossier de la del 22. Ya no me acuerdo si esa es la del vestido de repollo o la de la madre histérica. Nos falta fotógrafo para los presupuestos. Luisín no puede. Tiene cerrados todos los fines de semana de julio.
Sorry, sorry, sorry. Soy una jefa horriblemente pesada y dependiente.
Nerea
Recibió la contestación antes de poder darle ni un sorbo a su café.
Nerea,
No mueras, que necesito el curro. Y no sufras, estoy de camino. Lo que me cueste llegar y aparcar. Te adelanto: lo de la música va a ser lento y doloroso. Los del restaurante no ceden con lo de su DJ. Dicen que no dejan a nadie ajeno a su subcontrata. Voy a tener que ponerme minifalda o directamente ir desnuda a ver qué tal se me da entonces. Lo de la del 22 lo tengo encima de mi mesa, cógelo. Y pensando en lo del fotógrafo mientras te compro un muffin en el Starbucks… ¿Y Jorge? ¿Se lo preguntaste?
Te dejo, no me decido entre una supergalleta o una megamoneda de chocolate.
Carol.
Nerea rebufó. Jorge. Claro que había pensado en Jorge, demasiado. En él y en esas malditas camisas hawaianas que se ponía para ir a la boda de cualquiera, dándole igual que fuera un enlace real. En él y en el vago recuerdo de lo bien que se lo montaba en la cama, apretando los dientes y cogido al cabecero. Nerea frunció el ceño cuando sintió que un montón de mariposas revoloteaban en la parte baja de su vientre.
Cogió el teléfono y marcó.
—Reino de la paz, el orden y las cortinillas de estrella —contestó una voz al otro lado del hilo telefónico.
Nerea puso los ojos en blanco y pensó: «No puedo contigo».
—Jorge, soy Nerea.
—¿Qué Nerea? ¿Nerea la que me ligué en el verano del 98 o Nerea la de las bodas?
—Nerea la que te da trabajo para que tus padres no tengan que llevarte a una clínica para superar tu adicción al porno.
—Ya lo sabía.
—¡No me digas!
—Te iba a llamar esta semana. Tengo casi terminado el vídeo de los del Casino de Madrid.
Nerea se sorprendió.
—Qué rápido. Gracias.
—De nada. Dime, ¿era por eso? ¿Llamabas para ejercer presión sobre mi trabajo creativo?
—No. —Se rio—. Llamaba para preguntarte si tienes libre el segundo y el tercer fin de semana de julio.
—Vaya… Creo que sí. No suelo planear las citas a tan largo plazo.
—¿Citas?
—Claro, las tres ces: cine, cena y cama. Ya deberías saberlo.
Nerea se mordió la lengua.
—Bueno, omitiré lo que me apetece contestarte ahora mismo. Por favor, necesito que hagas unas fotos.
—No te preocupes, me lo anoto.
—Pero anótatelo de verdad —dijo Nerea frunciendo el ceño.
—El precio no es el mismo que por el vídeo.
—Ya lo sé. ¿Mil doscientos por todo?
—¿Mil doscientos por todo? Estás loca. ¿Con cuánto margen te quedas tú? ¿Seiscientos? ¿Ochocientos?
—Mil quinientos y a callar. —No pensaba ceder.
—Tengo que pagar a otro tío para que haga el vídeo si yo tomo las fotos.
—Sé de sobra que le das a alguno de tus amiguetes cien euros y un par de cervezas. Mil quinientos es mi última oferta.
—Siempre apretándome las tuercas. Hecho. —Resopló.
—Bien. Ya te pasas a dejarme las copias cuando puedas.
—Oye, Nerea, ya que estamos…
—¿Dime? Pero rápido, tengo prisa.
—¿Te apetece que hablemos ya de aquello o mejor seguimos haciendo como si nada?
—Me pillas fatal, Jorge, ya hablamos.
—Nerea, yo creo que…
Nerea colgó y saltó de la silla. Se movió por allí como si una culebra le hubiera reptado por la pierna hasta llegar al cuello. Carolina entró con una bolsa de papel del Starbucks y se quedó mirándola.
—Nerea…, creo que voy a meterte un valium en el muffin.
—Que sean dos. —Y apartó el teléfono inalámbrico como quien se quita de encima un insecto.