LA NUEVA VIDA
Gonzalo estaba durmiendo la siesta tan pancho mientras su madre revisaba algunos correos electrónicos. Aunque había estado de baja por maternidad, había pedido a su jefe y a una de sus compañeras que la mantuvieran informada de lo que sucedía por la oficina. Y siempre tenía dos versiones como respuesta de esa petición. Por una parte su jefe, que era un gran hombre, resumía todos los asuntos laborales de interés punto por punto, para que cuando ella volviera no se sintiera perdida. Carmen lo agradecía enormemente. Hacía que se sintiera útil. No es que su labor de madre no lo fuera, pero…
Por otra parte, una de sus compañeras le mandaba la versión desde el staff, intercalando en las cuestiones profesionales algún chismorreo suculento que le arrancaba carcajadas silenciosas, no fuera a despertarse Gonzalo o a asustarse y a berrear como respuesta.
Pero ahora era diferente porque en poco tiempo se iba a reincorporar al trabajo. Apenas en unos días. Y volvería a la oficina, aunque fuera durante media jornada. Volvería a hablar con mucha gente al día y no solo con su bebé y con su marido. Y volvería a vestirse de persona y a preocuparse por su aspecto.
O al menos eso esperaba.
Se levantó a echarle un vistazo a Gonzalo, que seguía plácidamente dormido. Le hizo una caricia en la mejilla y vio de reojo la percha con el modelito que había elegido para el primer día de trabajo colgando de la manilla del armario. Un traje con falda lápiz, negro, que, aunque en su momento le había venido muy reventón, ahora le quedaba que ni pintado. Lo combinó con una camiseta en color flúor porque aunque era mamá no era mayor. Seguía teniendo veintinueve años. Se acercaba a la treintena, pero no le asustaba. Era muy consciente de que seguiría siendo joven muchos años.
Borja llegó a casa a las nueve con cara de necesitar darse una ducha e irse a la cama, pero lo primero que hizo fue ir hasta donde estaba Carmen tratando de dormir a Gonzalo y pedirle que le dejara hacerlo a él.
Carmen aprovechó para sacar toallas limpias y colocarlas en el cuarto de baño. En cuanto lo hizo, le apeteció darse una ducha. Se asomó al pasillo, que estaba a oscuras, y escuchó la voz de Borja arrullando a su hijo en tono monocorde. Pensó que antes de que se durmiera le daría tiempo a darse una ducha y empezó a desvestirse.
Se metió bajo el chorro de agua caliente y casi gimió de placer. Ella no se daba cuenta, pero a lo largo de todo el día iba tensando todos los músculos hasta tenerlos agarrotados. Solía notarlo por la noche, cuando se acostaba, porque era el único momento del día en el que dejaba de hacer cinco cosas a la vez para hacer solamente dos: tratar de dormir y tener el oído atento al walkie talkie del niño.
Cuando no llevaba más de cinco minutos, la mampara de la ducha se abrió y Borja entró totalmente desnudo.
—¡¿Ya se ha dormido?! —preguntó Carmen con los rizos húmedos pegados a la cabeza.
—Sí —contestó él dándole un repaso visual.
—Bueno, voy a calentar la cena.
—Espera…
Borja la envolvió con sus brazos y la besó. Carmen sonrió.
—Creí que con el gimnasio antes del trabajo tendrías suficiente.
—De ti nunca tengo suficiente.
Enrollaron las lenguas, besándose, y ella enredó sus dedos entre el pelo de su marido, sintiéndose ya excitada.
Borja quería hacerlo en la cama, pero ella prefería en la ducha. Al final, entre el miedo a resbalar y la desgana de dejarlo todo lleno de agua a su paso, terminaron de ducharse, se vistieron, Carmen se secó el pelo y Borja se fue a calentar la cena.
Cuando terminaron de cenar, ni siquiera llegaron a la cama y sobre la mesa de la cocina echaron un polvo salvaje pero silencioso. Carmen le dejó marcadas las uñas en el trasero y él, como siempre, se corrió dentro de ella con un gemido ronco de satisfacción antes de quedarse apoyado sobre su pecho.
Antes de dormir Carmen repasó los botones de una camisa de Borja y, ya que estaba, dobló algo de ropa. A las doce los dos estaban dormidos. Aquella noche ella soñó con que volvía a tener dieciséis años y por la mañana despertó con melancolía.