NEREA NO SE MUERDE LAS UÑAS
Nerea suspiró al terminar de leer el email. Sonrió.
—Carol.
—Dime.
—Ven.
—No te oigo. —Carolina apareció con un muestrario en la mano—. ¿Qué? —le dijo con una sonrisa.
—¿Qué es eso que llevas en la mano? —preguntó Nerea pasándose la mano por su melena dorada.
—Papel de pared.
—¿Y eso?
—Voy a cambiar el dormitorio.
—¿Y vas a hacerlo tú sola? —contestó Nerea horrorizada
—No, no, Jorge se ofreció a ayudarme. Es muy manitas. Pero dime, ¿qué querías?
Nerea se quedó in albis.
—Eh…, sí, sí, mira, lee esto.
Carolina se asomó a su ordenador portátil y, apoyándose en la mesa, empezó a leer a media voz.
Estimada Nerea:
No sé si te acordarás de nosotros. Somos Juan y Sofía y hace dos meses que nos casamos. Tú lo organizaste todo y hasta hoy, aunque llevamos mucho tiempo queriendo hacerlo, no nos animábamos a darte las gracias, porque todo fue perfecto. Lo que nos ha hecho decidirnos ha sido el vídeo. Pensábamos que al tratarse del vídeo de nuestra boda sería un pelín ñoño, ya sabes, y que hasta acabaríamos hartos de verlo y lo esconderíamos en el rincón más oscuro de la casa, pero es increíble, en consonancia con el resto de las cosas que has hecho por nosotros.
Tenemos muchos amigos en edad de casarse. No dudes que serán clientes tuyos.
Juan y Sofía.
—¡Qué bien! —exclamó Carolina palmeándole la espalda suavemente a Nerea.
—Sí, ¿eh? —dijo esta.
—¿El vídeo era de Luisín?
—No, era de Jorge —confirmó Nerea sonriendo como una tonta hacia la pantalla.
—Este Jorge es una máquina. Deberías llamarlo y decírselo. Se va a poner muy contento.
Se quedó mirando a Carolina y por unos segundos sopesó la posibilidad. Era una buena excusa para hablar con él. Y recordemos que ella se había convertido por aquellas fechas en algo así como una yonqui de Jorge. Pero desechó la idea y negó suavemente con la cabeza.
—Mejor díselo tú. Es tu amigo.
—No, no, a mí no me tomará en serio.
—Sí, seguro que lo hará.
Carolina también suspiró y entonces Nerea se dio cuenta de que eran dos mujeres pendientes de un mismo hombre.
De pronto, la asaltó una duda. ¿No estaría Jorge jugando a dos bandas con ellas? ¿No estaría acostándose con las dos? Carolina no era su amiga del alma, pero era su ayudante y la apreciaba. No estaba dispuesta a rebajarse por un hombre que las chuleara, por muy mono que estuviera tumbado en la cama, con el pelo revuelto. Le pudo el impulso de saberlo y empezó a hablar sin apenas pensarlo.
—Carol, ¿puedo hacerte una pregunta personal?
—Claro.
—¿Entre tú y Jorge…?
Ella sonrió y después chasqueó la lengua.
—A ratos. Es como una veleta y depende de por dónde sople el viento. Pero, vamos, me hago la tonta porque él me lo ha dejado claro muchas veces.
—¿Y qué te ha dejado claro?
—Que somos amigos. Solo amigos.
—Pero… ¿os acostáis y eso?
Carolina la miró sorprendida. Nerea no solía preguntar estas cosas. Pero finalmente se acomodó y negó con la cabeza.
—Alguna vez lo hicimos, pero hace mucho tiempo. Es escurridizo, ¿sabes? —Nerea asintió y de pronto tuvo la sensación de ser una fresca—. Llámalo, en serio, le hará ilusión —sentenció Carolina antes de volver a su mesa.
Unas horas después la tienda estaba vacía y Nerea, ante el teléfono, se mordía las uñas. No sabía hacerlo. Nunca lo había hecho. No entendía por qué se ponía nerviosa ahora delante de un teléfono. Lo cogió y marcó sin darse tiempo para arrepentirse.
—¿Sí?
—Hola, Jorge, soy Nerea. —Dudó un momento y se levantó de la mesa—. La de las bodas, no la del verano del 98.
—Hola. —Notó que sonreía.
—¿Te llamo en mal momento?
—No, qué va.
—Bueno, hoy recibimos un email y… parece que los clientes están muy contentos con tu trabajo. —Paseó un poco—. Quería darte las gracias.
—Ah. Qué bien —dijo sin pasión. Nerea se quedó algo cortada y se calló. Jorge reanudó la conversación con un carraspeo—. Siento no ser todo lo agradecido que debería, pero me acabo de despertar y…
—Oh…, lo siento, yo no quería…
—No te preocupes. Es que tengo el horario cambiado, me quedé hasta las doce de la mañana con el vídeo de la del vestido de repollo y…
—Te dije que no tenía prisa.
—Bueno, pero así soy yo. —Se rio.
—Deberías seguir durmiendo para recuperar el ritmo.
—No, hasta mañana no podré dormir de un tirón.
—Tómate algo.
—Hum… —Hizo pastitas con la boca—. Me apetecen tortitas.
Nerea se rio.
—Es hora más bien de una cena.
—¿Es una indirecta?
—Sé que tienes un rollo con Carol, Jorge —soltó ella cerrando los ojos.
—Yo no tengo un rollo con nadie más que contigo.
Nerea puso los ojos en blanco.
—Creo que no debería volver a pasar nada entre nosotros.
—Vale.
—¿Vale? —contestó ella un poco sorprendida.
—Sí.
—Está bien, pues ya te pasas por aquí un día de estos para darme las copias del DVD.
—¿Qué tal ahora? Dame veinte minutos.
Jorge y Nerea empezaban a habituarse a hacerlo deprisa, casi por sorpresa, medio vestidos. Nerea dejó caer del escritorio su agenda y un par de archivadores mientras, con los ojos entrecerrados, pensaba en que nunca había disfrutado con nadie como con Jorge. Él la besó en el pelo y la embistió con fiereza haciendo que soltara un gemido poco habitual en ella.
—Sigue —le dijo fuera de sí. Él se acercó a besarla, desesperado—. No pares —lo interrumpió ella—. Sigue follándome.