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LA ÚNICA PERSONA BRUTALMENTE SINCERA QUE CONOZCO

Evidentemente no soy la única persona que hace tonterías en el mundo. El único problema es que yo no soy precisamente la típica persona que comente tales chaladuras. No estaba acostumbrada. Y al día siguiente, cuando me desperté con una resaca tremenda y el recuerdo de que había llamado a Víctor para que escuchase aquello, no pude evitar una desazón brutal que incluso me hizo buscar una excusa para rehuir a Bruno cuando intentó… seducirme.

Conociéndome, supe enseguida que tenía que hablarlo con alguien para dejar de darle vueltas. Necesitaba una persona sincera, que me quisiera y, sobre todo, a la que no me diera vergüenza confesarle aquello. Así que solamente se me ocurría una.

Carmen me recibió con alegría en su casa. La semana siguiente se reincorporaba con media jornada al trabajo y estaba muy emocionada. Gonzalo estaba para comérselo, rollizo y espabilado. Se reía a carcajadas ya y había aprendido a dar palmas y a girar la manita cuando escuchaba a su madre cantar Cinco lobitos. Lo estuvimos entreteniendo mientras charlábamos sobre cosas sin importancia, como los vestidos vaporosos que se llevaban esa temporada o la última de la madre de Borja, que de vez en cuando seguía dando por saco. Al cabo de un rato Gonzalo se durmió en su hamaquita y Carmen lo llevó a la cuna, en su habitación. Cuando volvió me fijé en lo increíblemente estupenda que estaba.

—Oye, ¡estás guapísima! No me había fijado.

—Aún tengo un poco de tripa —dijo palpándose el vientre.

—¡De eso nada! Estás más delgada que antes de quedarte embarazada. ¡Y el pelo te brilla muchísimo!

—Es que ayer me puse una mascarilla —aclaró al tiempo que se sentaba en el sofá—. No sé cuándo encontré tiempo para hacerlo, pero lo hice. Me siento orgullosa. Porque, la verdad, el haber adelgazado no tiene mérito. Es que no tengo tiempo de comer. Tengo a Gonzalo colgado de la teta todo el día y cuando descansa, se caga o llora.

—Pobre. Estarás agotada.

—Jodida pero contenta, qué le vamos a hacer.

—Ahora a pensar en el segundo.

—¿El segundo? ¡Estás loca! —Se rio—. No pienso tener más niños por lo menos en diez años.

—El primero tampoco lo esperabas —dije alcanzando la taza de café.

—Pero entonces no tenía puesto el DIU. —Me guiñó un ojo.

Carmen se recostó divinamente en el sofá y graduó el volumen del walki del niño. Después se quedó mirándome con una sonrisa de oreja a oreja y me preguntó si tenía algo que contarle.

—¿Algo como qué?

—No sé. Algo como lo que has venido a contarme, por ejemplo.

—He venido a verte. No seas tan suspicaz.

—Valeria, que nos conocemos. —Me guiñó un ojo.

—Pero…

—Si me has llamado a mí sola es porque no quieres que Nerea te juzgue y Lola se ría, así que escupe.

Arqueé la ceja y me reí.

—A veces se me olvida lo lista que eres, leñe.

—Y los años que hace que nos conocemos. ¿Qué pasa?

—El otro día hice una tontería con… Víctor.

—Define tontería —contestó poniéndose visiblemente tensa.

—¿Te pongo en antecedentes primero o te lo suelto sin darle vueltas?

—Mejor ponme en contexto.

—El otro día fui a recogerlo a la salida del gimnasio y vi a una chica que se lo comía con los ojos.

—Ay, Dios… —Arqueó las cejas.

—Fuimos a su casa, empezamos a hablar y le dije que debería tirársela y llamarme para contármelo. La cosa terminó en que él me dijo que yo debería llamarlo mientras lo hacía con Bruno porque si nos escuchaba podría seguir con su vida…

—Valeria… —Me tapé la cara con un cojín—. ¿Te llamó o…? —Me asomé por encima del almohadón y negué con la cabeza—. Lo llamaste tú —dijo de pronto, dándolo por sentado.

—Había bebido mucho vino. En cantidades ingentes. Me pareció buena idea.

—¿Y te escuchó…?

—Sí. —Carmen esbozó una sonrisa y contuvo una risita—. Ríete si quieres.

—Es que me parece una idea de bombero…

—¿Cuál es tu veredicto? —pregunté.

—Que lo mantengas en secreto. Conociendo a Bruno, si se entera desencadenará un reinado del terror.

—Sí, tiene mal genio —dije mirándome las uñas.

—Y la lengua como un hacha.

—Eso también. ¿No me dices nada más?

—Pues que… —Carmenchu me miró con sus ojitos vivarachos muy abiertos y sonrió— tienes que empezar a controlar el tema de Víctor o se te volverá a ir de las manos.

—No, no, esta vez no.

—Siempre es que no, Val, pero no sé qué tiene ese chico que te nubla la razón. No dudo que sea una bellísima persona y que lo quieras mucho, pero tienes que admitir que esa relación es autodestructiva y os hace daño.

—Lo fue, sí, pero pongámonos en el supuesto de que… pudiera funcionar.

—¿Qué quieres decir?

—A veces creo que me he metido en la cabeza que es imposible por evitarme el esfuerzo de tener que volver a intentarlo.

Carmen frunció el ceño. Después miró al techo y suspiró.

—Dios santo, estás enamorada.

—No, no lo estoy. —Negué con la cabeza.

Me mantuvo la mirada, esperando que confesase, pero me miré los zapatos.

—Valeria, esto no es justo para Bruno. Siento decírtelo así, porque probablemente no es lo que quieres escuchar, pero tienes que aclarar qué papel juega él en todo esto. Y te voy a decir una cosa que ya sabes: por más que nos empeñemos, no podemos querer a alguien si no nos nace. No puedes obligarte a sentir por él algo trascendente, sobre todo si ya lo sientes por otra persona.

Cogí tanto aire como pude y, sujetándome la cabeza, me hice un ovillo. No había que desperdiciar los consejos de la sabia Carmen, pero…