ECO
—¿Y después no dijo nada? —preguntó Nerea con el ceño fruncido.
—Nada. —Negué con la cabeza—. No le dio más importancia.
—¿No se la dio o crees que no se la dio? —añadió Lola mientras se acercaba la copa de vino a los labios.
—No se la dio. Si Bruno hubiera encontrado algún problema a que saliera a cenar con Víctor lo habría dicho. No es de los que se callan las cosas.
—Pero tú… ¿le diste algún tipo de explicación?
—¿Explicación? Oh, no… Excusatio non petita accusatio manifesta, reina.
Las dos me miraron con las cejas levantadas. Sentí la obligación de explicarme.
—Solo digo que Víctor y yo nos vemos poco y cuando nos vemos es solo como amigos. —Mejor callarse lo de «no puedo vivir sin ti»—. Darle más vueltas al asunto e insistir en explicárselo a Bruno sería como decir: oye, aquí hay algo raro. Y… no lo hay. Me fue de mucha ayuda hablar con Víctor. Creo, sinceramente, que podemos ser amigos.
—Sí, ya —dijo Lola tras una risita irónica.
—¿Por qué dices eso? —contesté muy seria.
—¡Venga ya, Valeria! —Se rio—. Pero si él…
—No, Lola… —interrumpió Nerea—. No digas eso; solo servirá para hacerlo todo más difícil. Ella tomó una decisión y esa decisión es Bruno.
Lola hizo el gesto de cerrar una cremallera sobre sus labios.
—Nena… —Le acaricié la mano con una sonrisa, para que no se disgustara por no dejarla hablar.
—Creo que vuelvo a tener más información que el resto —dijo poniendo cara de resignación.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Nerea con los ojos entrecerrados.
—Lo que has oído.
Yo me recosté sobre el asiento del sofá de Lola y me encendí un cigarrillo.
—Di lo que tengas que decir. Será interesante escuchar su versión.
—No me entero de nada —musitó Nerea.
—Valeria se calla cosas —afirmó Lola mirándome—. Pero Víctor no.
—Solamente tienes su versión. Lo justo es que pueda darte yo la mía, ¿no? —dije.
—Mi cumpleaños —contestó crípticamente.
—Joder. —Resoplé.
Nerea nos miró a las dos, asustada. A juzgar por su expresión, ella tampoco quería sacar a colación nada de esa noche.
—Eso es injusto, Lola. Los dos habíamos bebido y fue todo tan… —me miré las manos—, tan drama a lo Falcon Crest…
—Injusto o no, es la verdad. —Se encogió de hombros—. Y desde esa noche está tocado, Val.
Miré al techo.
—Ojalá…, Lola. Ojalá pudiéramos arreglarlo y volver a empezar. Pero es que no podemos. Lo máximo que podemos darnos es esto.
—¿El qué? ¿Amor?
Nerea abrió los ojos como platos y siguió la conversación como quien ve un partido de tenis.
—No es amor. Es… apego —respondí yo resuelta—. Y él está equivocado.
—Mira, chata, lo único que os separa de ser la pareja más feliz sobre la faz de la tierra es Bruno. Y piénsalo bien. Porque ahora el tema del sexo no te atonta y sabes que Víctor tiene mucho más que darte.
—Madre mía… —susurró Nerea con la boquita pequeña.
Me levanté, dejé mi copa sobre la mesa y recogí mis cosas.
—Val… —suplicó Lola—. No te vayas.
—No, Lola. No puedo…, no puedo escucharte decir esas cosas. Y es muy injusto. Deja de mediar y de poner palabras en su boca. Estoy haciendo esto lo mejor que puedo. Por favor, ayúdame, no me pongas trabas.
Después me fui.
Bruno entró en el piso y vino hacia mí. Me dio un beso, me tendió un par de cartas que debía de haber recogido del buzón y, sonriendo, se fue al baño.
—Vengo meándome desde Tribunal. Saca cuentas.
Esbocé una sonrisa y esperé a verlo salir. Cuando lo hizo me preguntó qué estaba haciendo.
—Nada. Revisando el artículo para la revista.
—Ah —dijo—. Creí que estabas escribiendo algo nuevo.
—¿Algo nuevo? Eh…, no.
—Ajá —dijo quitándose la chaqueta.
—Oye, Bruno, quería hablar contigo de una cosa.
Se dejó caer en el sillón y yo me senté frente a él, en la mesa baja.
—Dime.
—La otra noche, ¿te molestó que saliera a cenar con Víctor?
Levantó las cejas, sorprendido.
—Pues… molestarme no. Me pregunto sobre qué versó la conversación durante la cena, pero creo que no tengo razones para que me moleste, ¿no?
—No, no las tienes. —Sonreí—. Víctor y yo estuvimos hablando sobre Oda, sobre mis siguientes novelas y sobre su trabajo. Está diseñando una reforma en una cadena pequeña de hoteles urbanos.
—No necesito que me digas todo esto, lo sabes, ¿verdad? Confío en ti.
—No estoy segura de cómo me sentiría yo si me dijeses que has salido a cenar con Amaia.
—Bueno, tenemos una hija. Es fácil adivinar de qué hablaríamos.
—Ya, lo sé. Y es muy probable que ni siquiera pestañeara, porque sé que lo que tenemos tú y yo… —alargué la mano y cogí la suya— es sincero.
Asintió sonriendo y añadió un «claro». Bruno no es un hombre de grandes hazañas románticas y no se le llena la boca de grandilocuentes palabras de amor. Bruno ha sido siempre un hombre pragmático, y cuando dijo «te quiero» y cada vez que dijo «estoy enamorado» fue porque él creyó que era necesario.
Yo asentí, le besé en la sien y me levanté. Cogí la taza vacía del escritorio y fui hacia la cocina.
—Podríamos salir hoy a cenar —propuse.
—Mejor el sábado, si te parece. Esta noche querría trabajar un poco en un proyecto personal que con esto de la película he dejado un poco aparcado.
—Bueno, pues prepararé algo y lo comemos con una copa de vino.
—Bien. Pero…
—¿Qué? —Me giré en el quicio de la puerta de la cocina y me quedé mirándolo.
—¿No deberías hacer tú lo mismo?
—¿Cómo?
—No, solo digo que… ¿no te está apartando la revista de tus proyectos?
—No —contesté—. Es que ahora mismo no tengo más proyectos que cerrar la saga de En los zapatos de Valeria y no me está pasando nada digno de mención.
—Pues quizá eso suponga un problema. ¿No lo has pensado?
—¿Qué supone un problema? ¿Que no me pasen cosas tortuosas?
—No; que ese sea tu único proyecto.
Exigencias por todas partes.
Cerré los ojos.
Oh, Dios, Víctor…