LOLITA A PRUEBA
El jefe de Lola llevaba todo el día paseándose por la oficina con un traje de tres piezas que le quedaba como si se lo hubieran cosido encima. A Lola le daban ganas de lamerlo de arriba abajo y hacerle otro de saliva. Pero se centró en sus labores, en sus emails, en sus llamadas, en sus dosieres, en sus reuniones y en su «comprarse ropa interior de Victoria’s Secret por Internet». A la hora de la comida consideró que necesitaba darse un respiro y un premio y se apuntó, junto con unos cuantos compañeros más, a ir a comer a un restaurante italiano. Se había prometido que no más «ingratos» de carbono esa semana, pero se lo merecía.
Cuando estaba a punto de entrar en el ascensor se dio cuenta de que había olvidado su blíster de pastillas. Había decidido empezar a tomarse la píldora y darle una sorpresa a Rai; decirle que aquello era, para ella, un regalo, porque no lo había hecho con nadie antes. Así que volvió sobre sus pasos y les pidió a sus compañeros que fueran hacia el restaurante y ella les alcanzaría.
Estaba revolviendo en el cajón en busca de las pastillas cuando su jefe, Quique para los amigos, se asomó.
—¿Lola? —Ella levantó la mirada asustada y al ver que era él se asustó más aún—. Te hacía comiendo con todos en La Tagliatella.
—Sí, es que olvidé una cosa y tuve que venir a por ello. Me pillas a punto de salir a buscarlos.
Él dio unos pasos hacia ella y, tras preguntarle si le «permitía», cogió lo que Lola llevaba en la mano y le echó una ojeada.
—La píldora.
Lola (¡¡Lola!!) se puso roja como un tomate y asintió.
—Sí. Era importante volver a por ella.
—Claro —le dijo él—. Oye…, estaba pensando comer algo rápido en el bar de abajo. ¿Por qué no me acompañas?
—He quedado con ellos —se disculpó.
—Pero lo entenderán si les dices que te invité a comer para hablar de la campaña de…
—Quique —lo interrumpió con brío, recuperando la actitud «Lola»—, si les digo eso pasaré a ser la nueva chupaculos oficial. Todos me odiarán y dirán que asciendo a golpe de mamada. Y te diré algo sobre Lola: si dicen algo de mí prefiero que sea algo cierto que yo misma he dado alas para creer. —Tras decirlo se dio cuenta de que igual sonaba un poco a insinuación subida de tono, así que siguió hablando—. Y paso de estas cosas. No quiero problemas en el trabajo.
La cara de su jefe pasó de la estupefacción a la admiración en segundos.
—Me gustan las mujeres capaces de llamar a las cosas por su nombre, Lola.
—Me alegro.
Recuperó sus pastillas, las metió en el bolso y caminó hacia los ascensores, dándole la espalda.
—Lola… —dijo él, llamando su atención.
—Dime. —Se apoyó en unos archivadores para hablar.
—¿Estás a punto de ponerme una denuncia por acoso?
Ella lanzó una carcajada entre sus labios sexis, pintados de rojo.
—Yo no pongo denuncias por acoso. O me acuesto contigo o te doy una paliza a la salida.
—¿Te puedo invitar a una copa sin que te pongas violenta?
—¿Qué te habré dado para que estés tan deseoso? —Arqueó una ceja, bromeando.
—No es lo que me has dado, cielo…, es lo que imagino que me podrías dar.
—Ojalá tuviera una grabadora. Iba a pasármelo pipa mandándole la grabación al director de Recursos Humanos.
—Amenazas, ¿eh? —Sonrió él—. ¿Y por qué me da la sensación de que te gusta tenerme detrás?
—Pues no tengo ni idea… —Se encogió de hombros—. Supongo que porque soy de ese tipo de mujeres a las que les gusta que alguien se percate de que se les marca la ropa interior en la falda.
Dio media vuelta y fue hacia el pasillo vacío otra vez, pero Quique la siguió, la adelantó y le cerró el paso.
—De eso ya me di cuenta el primer día.
—¿Observador entonces?
—Mira, Lola. Podemos seguir coqueteando así o hablar claro, y creo que a los dos nos gusta más la segunda opción, así que te lo diré sin rodeos. —Tiró de ella y la acercó—. Somos iguales. No esperamos nada de nadie que no seamos nosotros mismos.
—Me estás tocando… —Sonrió Lola con placer al notar cómo la tela del pantalón de él se tensaba en la parte delantera.
—Quedemos una noche, follemos y ya está. Una vez lo hagamos, creo que podremos trabajar más tranquilos.
Lola se apoyó en su pecho y, acariciándole los botones de la camisa, le dijo en un susurro:
—Mejor sigue pajeándote en tu despacho pensando en bajarme las bragas.
—Entonces tú también tendrás que seguir pensando en mi enorme polla dentro de ti cuando folles con el tío con el que sales.
—Cuando me lo hago con él estoy tan llena que no me cabe ni siquiera pensar. Ahora, si me disculpa, señor Jara.
—Adiós, señorita Castaño.
Y por el camino Lola se echó una reprimenda. Había creado dos monstruos.