LA MOJIGATA DEL NUEVO SIGLO
Jorge miraba a Nerea. Ella lo notaba a pesar de no levantar la vista de sus cosas. Carolina y él hablaban de una fiesta a la que iban a ir. Sí, eran amigos. Si no hubiera sido por la insistencia de Carolina, Nerea no habría contratado a un chico como él para cubrir ciertos eventos, a pesar de que el resultado de su trabajo en la fiesta de cumpleaños de Lola había sido muy bueno. Era guapo, eso tenía que admitirlo, pero esas pintas que llevaba… Lo imaginó con un pantalón chino y un polo negro y sonrió para sí.
Miró a través de su pelo, como quien no quiere la cosa, y él le sonrió. «¡Mierda!», pensó. Pero él siguió con la charla como si nada. Nerea recogió una carpeta y se puso en pie.
—Carol, me voy. Tengo una migraña horrible. ¿Puedes cerrar tú?
—¿Llamo a alguien para cancelar la cita?
—No, no, hoy no esperamos a nadie.
—Ok.
Jorge y ella se miraron.
—Me voy a casa. Directa. —Al decir esto se aseguró de que Jorge se daba por aludido.
—No te preocupes, yo me encargo —contestó de nuevo Carolina.
—Pon la alarma.
Pasó rozándolo.
Jorge no esperó a entrar. En el mismo recibidor la apretó entre su cuerpo y la pared, sobándole los pechos por encima de la blusa.
—Espera, espera…, vamos a la cama —dijo ella.
—¿Por qué? —la provocó él.
—Porque estas cosas… —Gimió al sentir la mano de él entre sus piernas, por debajo de la falda—. Estas cosas se hacen en la cama.
—¿Nunca lo has hecho fuera del dormitorio, Nerea?
—No —contestó ella extrañada por la pregunta.
Él se separó de ella y la miró con incredulidad.
—¿Qué? ¿Siempre follas en una cama?
—Yo no follo, eso lo primero.
—Pues conmigo ¿qué haces? ¿Calceta?
—No me líes.
—Hoy no estás borracha. No tendrás excusa. —Le lamió el cuello.
—Vamos a la cama, por Dios, Jorge.
Jorge metió la mano entre sus piernas otra vez y tiró de su ropa interior hacia abajo hasta quitarle las braguitas. Sacó la cartera, cogió un preservativo y se bajó la bragueta. Nerea, por supuesto, por muy caliente que estuviera en aquel momento, giró la cara, contrariada por aquel gesto de falta de pudor. No tardó en sentir la embestida de Jorge empotrándola más contra la mesita del recibidor. Gimió y notó cómo los dedos de él la cogían de la barbilla, para que lo mirara.
—Mírame —dijo entre jadeos y empujones.
—No.
—Mírame y dime cuánto te gusto.
Nerea le miró a los ojos, pero sin decir nada, solo gimiendo.
Jorge salió del baño con una sonrisa descarada. Nerea estaba sentada en el sillón mirándolo algo sonrojada.
—¿Qué pasa?
—Nada —contestó ella.
—Me voy.
—Bien.
—¿Quieres que me quede?
—No. —Negó con la cabeza.
—¿Seguro?
—Sí.
Jorge se encogió de hombros y cogió su bolsa de mano y la chaqueta.
—Jorge.
—Dime.
—Espero que comprendas que yo no soy de esta clase de chicas y que esto se termina aquí.
—¿De qué clase de chicas hablas? —Se apoyó en una pared, despreocupado, revolviendo su pelo castaño oscuro.
—De esas que se acuestan con alguien a la ligera.
—Entonces ahora tendremos que casarnos, ¿no?
—Eres imbécil —dijo ella con resquemor.
—Nerea, Nerea…, ¿de qué máquina del tiempo habrás salido tú?
Y así, sin más, se marchó riéndose y moviendo la cabeza.