10

LA TERNURA

Lola y yo quedamos en mi casa a la hora de comer. Nerea vendría a tomar café y después nos iríamos al hospital a ver a Carmen y a su niño. Cuando entró, calzando bailarinas, me quedé mirándola extrañada. No era algo que soliera hacer a menudo y menos cuando venía del trabajo. Ella siguió mi mirada hasta sus pies y después lanzó una especie de carcajada.

—Ayer casi me convierto en geisha por culpa de los Christian Louboutin. Dolor hasta en el alma. Cuando me los quité, en vez de pies tenía pimientos morrones.

—¿Te los pusiste para ir a trabajar?

Vaciló.

—Es que… —Se toqueteó el pelo, que le había vuelto a crecer, y confesó—. Tengo un jefe guapo no, lo siguiente. Creo que todos los calendarios de bomberos del mundo están hechos con su cuerpo. Podría morir aplastada entre sus abdominales.

—¿Se los has visto? —Fruncí el ceño, sorprendida.

—¡No! ¡¡Pero me los he imaginado mucho!!

Me eché a reír.

—Será porque Rai tiene un cuerpecito poco agradecido, ¿no?

Lola lo pensó. Madre. Tenía una mente muy enferma. Con lo bueno que estaba Rai…

—No, no, vamos a ver, que mi niño es la cosa más bonita del mundo —aclaró—. Pero es que este hombre…, este hombre es sucio como lo que más. Es más sucio que…, que…, que… un bukake. Y tiene que tenerla del tamaño de un bisonte.

—O de dos. —Me reí mientras sacaba del horno la pizza congelada.

—Joder, Valeria, tus dotes culinarias terminarán seduciéndome.

Le enseñé el dedo corazón y le pedí que nos pusiera una copa a las dos.

—¿Qué comprasteis ayer? —me preguntó mientras servía el vino.

—Al final tuve que ir sola. Nerea tenía mil cosas, para variar. Le compré algo útil. Llamé a Borja y le pregunté qué no tenían y me dio un par de pistas. Le hemos comprado una sillita para el coche. Pesa mucho, así que tenemos que ir a recogerla entre las tres después de comer. Y vale como si estuviera chapada en oro. Avisada quedas.

—¿Una sillita para el coche? ¿Qué no entendiste de «algo bonito para Carmen»?

—Lola, acaban de tener un bebé. Todo son gastos.

—¡Por eso! ¡Acaba de sacar un ser humano por el chichi! ¡Habrá que darle un capricho, ¿no?! —Hizo una pausa y sonrió—. Menos mal que yo le he comprado un camisón precioso.

Las dos sonreímos y empezamos a comer.

—Oye, Lola… —dije cabizbaja—. Tú… ¿alguna vez has tenido que fingir…?

—¿Un orgasmo? —me interrumpió—. No. Claro que no. Soy implacable. Si no haces que me corra, a la puta calle. La vida ya es suficientemente jodida como para que encima te dejen sin postre. —Esta Lola…—. ¿Tú sí? —preguntó picoteando de la ensalada que había preparado.

—Con Adrián nunca fingí si no llegaba. Más que nada porque si no me corría era más porque él terminaba en tiempo récord. Habría sido ridículo que lo fingiera.

—¿Pero? —lo dijo entornando, suspicaz, los ojos.

—El otro día… con Víctor…

—¡¡¡¡¡¡Con Víctor!!!!!! —gritó—. ¿¿¿¿¿Qué?????

—¡No! ¡No, no, joder! ¡Con Bruno! ¡Quería decir con Bruno! Ha sido…, ha sido un despiste tonto.

Lola se echó a reír a carcajadas. Maldito subconsciente. No, con Víctor claro que no había fingido nunca. Con Víctor a nadie le hacía falta fingir.

—Quería decir con Bruno.

—Ay, por Dios, qué risa. —Se descojonó en mi cara—. Con Víctor, dice. Lo tenéis completamente superado los dos, ¿eh? Mira, mira, mira cómo me lo creo.

Obvié todo aquel festival del humor y seguí hablando.

—Me dijo «te quiero». Bruno me dijo que me quería y después me lo hizo con amor. Y yo… no me corrí.

—Porque tú no le quieres —contestó con la boca llena de pizza.

Arqueé las cejas.

—¿Cómo?

—Que tú follarás de vicio con Bruno, pero si te lo hace en plan moñas, como si te tocara el dedo del pie. Con él es sexo. No es nada más.

—¿Desde cuándo Lola habla de algo más en el sexo?

—Desde que lo tengo.

Aquella respuesta me noqueó y parpadeé.

—¿Qué tal te sentó lo de la hija? —preguntó después de tragar lo que estaba masticando.

—Mal —admití—. Me sentí obligada a meterme en la boca del lobo. La niña es un encanto, pero no tenía ganas de convertir esto en…

—En una relación.

—Es una relación —aclaré.

—Bueno, es un sucedáneo de relación.

—Lola…, yo podría pasar la vida con él. ¿Sabes? —Quise ser tajante porque lo creía a pies juntillas y necesitaba que ella supiera que no mentía.

—Ya lo sé —contestó acercándose la copa y dando un sorbo—. Y sé que podrías ser feliz con él. Bruno es un buen tío y solo hay que ver cómo te mira para saber que para él es de verdad. Pero… ¿quieres que sea sincera?

—Claro.

—Serías feliz. Incluso puede que te animaras a tener una de esas relaciones serias de la hostia. Y hasta a ser madre. Él te haría sentir segura y te reconfortaría. Pero… eso para ti es media vida.

—¿Por qué? Yo quiero ser madre algún día. Y quiero sentirme cómoda, segura y…

—Sería media vida porque Bruno no es ÉL.

Me quedé mirándola.

—Estás muy equivocada, Lola —sentencié—. Alguien del que no me fío no puede hacerme feliz. Ni una pizca. Víctor es buenísimo en la cama. Para de contar.

Lola me miró con el ceño fruncido y después negó.

—Víctor es lo más grande. Lo más grande.

Hubo un silencio tenso. Es normal que ella quisiera convencerme de que aquella era realmente la opción correcta, pero yo estaba segura de que no lo era. Y no iba a vender lo que estaba sintiendo con Bruno por andar como geisha por arrozal detrás de Víctor. Simple y llanamente creía que, a pesar de la atracción, no estábamos hechos el uno para el otro.

Miré el reloj.

—Nerea debe de estar al caer —le dije a Lola—. Igual a ella se le ocurre cómo solucionar lo de la recogida de la sillita de bebé.

—Espera…

Alcanzó su bolso, rebuscó dentro y sacó el teléfono móvil. Buscó un contacto y marcó. Después esperó, masticando, hasta que le contestaron.

—Hola, fiera. Necesito que me hagas un favor enorme. Tengo que recoger una chufa enorme de bebé en… ¿Dónde? —me preguntó a mí.

—En El Corte Inglés de Nuevos Ministerios.

—En El Corte Inglés de Nuevos Ministerios. —Hizo una pausa mientras escuchaba y me preguntaba qué hora era—. ¿Las cuatro? Bien. ¿Pasas a las cuatro y media? Podrías acompañarnos también.

Hizo otra pausa y se metió casi una porción entera de pizza en la boca. No sé cómo no se ahogó.

—Fale —farfulló, masticando—. Llama y bajamos. ¡Ah! En casa de Val. —Otra pausa para reírse a carcajadas. Temí morir sepultada por algún trozo de pizza sin masticar—. Adiós.

Solucionado.

—Lola…, nunca vayas a comer pizza con ese jefe tuyo… —dije horrorizada.

—Come rápido. Víctor pasa a recogernos en media hora.

¿Había dicho Víctor?

Valiente hija de la gran puta.

Cuando bajamos, Nerea, Lola y yo encontramos a Víctor apoyado en su coche, mirando hacia otro lado. Lola le silbó y él se volvió hacia ella, recibiéndola en sus brazos cuando se le tiró encima. A Nerea le dio dos besos educados y cuando me tocó el turno a mí, me dio uno en la cara. Un beso de los de Víctor, con ese toqueteo tan sutil incluido mientras con la yema del dedo pulgar me acariciaba la otra mejilla.

Aparcamos en un vado en la calle Orense y Nerea y yo quisimos bajar a por la sillita mientras Lola y él se quedaban charlando en el coche, pero Víctor llamó la atención sobre la evidencia.

—Bien, ¿cuál de las dos ha hecho pesas últimamente?

—Val…, ¿no la has pagado tú? Tendréis que ir vosotros dos —apuntó Lola.

Rebufé. Lola parecía una niña que intenta que sus padres vuelvan a salir juntos después de un divorcio.

Víctor y yo corrimos todo lo que pudimos y, una vez cargados con la silla, volvimos al coche. Con las prisas y el coche mal aparcado, casi no tuvimos tiempo de hablar de nada que no fuera la típica cortesía del momento. Ese «Bueno…, ¿qué tal?».

Él dejó el bulto en el maletero y después se sentó en el asiento del conductor, junto a mí. Arrancó el coche, salió pitando y yo, a su lado, le recordé que se pusiera el cinturón.

—Gracias, nena —contestó dándome una palmadita en el muslo.

Y sus dedos apretaron ligeramente mi carne, produciendo un calor inhumano un poco más arriba.

«Es solo sexo. Es solo sexo», me dije.

Tardamos un poco en aparcar, a pesar de que el hospital estaba en las afueras. Agradecí que no hubiera demasiado tráfico en esa dirección y que Víctor estuviera conduciendo al límite de la velocidad, porque Lola llevaba todo el viaje cantando a voz en grito cada canción que sonaba en la radio. Y cuando la apagamos, decidió seguir haciéndolo.

En la habitación 317 estaba Carmen con su bebé.

Nada más poner un pie dentro, lo primero que hicimos fue echarnos a reír al ver a Borja sosteniendo un espejo a la altura de la cara de Carmen mientras ella terminaba de ponerse rímel y su madre le peinaba una coleta y le ponía agua de lavanda por toda la cabeza, para repeinársela. Después las risas se apagaron y nos echamos a llorar como tres tontas cuando el padre de Carmen dejó al pequeñísimo Gonzalo en los brazos de su mamá para ser presentado en sociedad, con su body azul bebé, sus manoplitas y su gorrito. Hasta Lola lloró, aunque siga negándolo con su típico: «Me había entrado rímel en el ojo».

Víctor entró muy discreto, dejó la silla de bebé en un rincón le dio un abrazo afectuoso a Borja y un beso a Carmen.

—Muchas gracias por las flores y la cesta, Víctor —escuché decir a Carmen—. Es preciosa. Las dos cosas lo son.

—No hay de qué. Y enhorabuena otra vez.

Miré a Lola alucinada y esta se encogió de hombros. Víctor se había preocupado de felicitar a Carmen y a Borja por su cuenta sin que ninguna lo supiera. Bruno no me había dado ni recuerdos para ellos cuando hablamos por teléfono. Y tampoco es que debiera. No tenía relación con ellos.

—Bueno, Lola, me voy. ¿Os recojo a alguna hora? —dijo Víctor.

—Si vienes en una hora a recogernos hasta te la como —le soltó ella con su habitual desvergüenza.

Los padres de Carmen salieron de la habitación tratando de que su risa pasara desapercibida.

—No te vayas, hombre —le pidió Borja a Víctor—. Quédate un rato.

—Es precioso —le dijo este a Carmen, mirando a su bebé.

—¿Quieres cogerlo?

—Después de ellas. Mira qué carita ponen…

Y aunque hablaba en plural, solo me miraba a mí.

Todas tuvimos oportunidad de coger a Gonzalo en brazos un ratito. Incluso Lola, que decía que le dan asquito los bebés que aún no sujetan la cabeza. Quiso que le hiciéramos una foto en la que pareciera que lo amamantaba. Víctor y Borja, sentados en el sillón de la habitación, se reían con sordina, por no darle muchas alas.

Cuando ya nos dolían los brazos de sujetarlo y hacerle arrumacos, le tocó el turno a Víctor, que no necesitó que nadie le explicara cómo había que cogerlo.

—¡Mira qué gracia tiene mi niño para coger larvas humanas! —Se rio Lola.

—Si vuelves a llamarlo larva, aparto las sábanas y te obligo a mirar por donde ha salido —gruñó Carmen.

—Ay, por Dios… —Borja se tapó la cara.

—Oye, Víctor…, y tú, con tanta maña…, ¿no será que tienes una llamada de la selva y quieres llenar el mundo con tu progenie? —dijo Lola antes de acercarse a Gonzalo para hacerle un arrumaco.

—¿Yo? —Negó con una sonrisa—. Para eso lo primero es encontrar a una mujer dispuesta y me parece a mí que está difícil.

Víctor levantó la mirada hasta mí, que estaba al otro lado de la cama de Carmen, y se humedeció los labios. Nerea interrumpió la tensión hablando nerviosamente, como en una vomitona verbal:

—Sí, seguro que es superdifícil encontrar a alguien que quiera ser madre contigo. ¿Quién querría acostarse con Víctor? No puedo imaginar por qué una mujer iba a encontrarte atractivo…

Tras unos segundos para reponernos de la sorpresa de escuchar a Nerea en esa tesitura, todas estallamos en carcajadas y ella se puso roja.

—Mira, creo que tienes una voluntaria —le dijo Borja a Víctor dándole un suave codazo.

—No quería decir que… —empezó a decir ella.

—¿Escucháis eso? ¡Alguien aplaude sin las manos! —contestó Lola.

—¡Cállate! —lloriqueó Nerea.

—No te preocupes. Ya las conozco bien. No las tomo en serio —dijo Víctor, tratando de tranquilizarla.

—Cuidadín, Víctor, no vaya a ser que te marches a casa con unas bragas en el bolsillo —susurró Carmen con la boquita pequeña.

—¡Carmen! —se quejó Nerea.

Nos fuimos una hora después, cuando una enfermera entró para llevarle una bandeja con la cena a Carmen, que nos suplicó que le subiéramos un bocadillo de tortilla de patata. No sé qué les pasa a todas las parturientas que conozco, que todas me hacen una petición similar.

Víctor dejó primero a Nerea, que casi ni se despidió de lo avergonzada que estaba por haber hecho un comentario como el de una mujer dispuesta a acostarse con él. Después nosotras bromeamos sobre el tema, hasta que Lola saltó preguntándole a Víctor si quería hijos.

—Claro que quiero hijos. Me encantan los niños.

—Y te saldrán muy guapos —dijo ella mirando por la ventanilla—. Si lo dejo con Rai y me da por querer procrear, me pido tu semen. Pero te lo sacas antes. Ya no me imagino con tu rabo dentro.

Miré de soslayo a Víctor, que puso los ojos en blanco.

—¿Cuántos quieres tener? —le pregunté.

—Tres. —Sonrió—. ¿Y tú?

—Siempre quise al menos dos. Pero a estas alturas no sé si tengo el gen de madre.

—Claro que lo tienes —apuntó con ternura—. Como yo. Lo tenemos escondido, pero lo tenemos. ¿O no serías capaz de dejarlo todo por alguien a quien quieras?

Nos mantuvimos la mirada durante un momento de tensión. Vi a Lola reírse en silencio en el asiento de atrás.

—Sí —sentencié—. Yo sí sería capaz.

Y remarqué la primera persona del singular.

Cuando llegamos a mi casa Lola aún seguía en su coche, emperrada en que fuéramos los tres a tomar una copa. Pero yo no tenía ganas. Prefería darme una ducha, ponerme un pijama antimorbo y escribir. Ella insistió mucho. Él no lo hizo. Solamente bajó frente a mi portal para despedirse mientras Lola, dentro del coche, cantaba una canción terrible.

—Muchas gracias por todo. Lola no debió pedírtelo. —Me reí—. Párale los pies o pronto te encontrarás con cofia limpiándole la casa.

—Deberías haberme llamado tú —respondió con franqueza—. Te lo dije, Val, espero que puedas pedirme este tipo de cosas sin problemas. Si no… ¿qué sentido tiene?

No supe a qué se refería, pero prefería subir a casa sin averiguarlo.

—Venga, dame un beso.

Me acerqué, esperando el típico beso de Víctor. Beso en la mejilla, caricia en el pelo, en el cuello y en la parte baja de la espalda, mientras la otra mano agarraba la cintura o la cara. Pero él se inclinó sobre mí y me besó en la frente.

—Lo dije de verdad —musitó en un susurro para que Lola no pudiera escucharnos.

—¿El qué?

—Que te necesito.

No dijimos nada más. Levanté la mirada hacia la suya pero mis ojos chocaron con sus labios a medio camino. Tan cerca de mí. Las palmas de mis manos se abrieron sobre su pecho y mis dedos se agarraron a su camisa.

—¿Me necesitas tú? —mendigó en un murmullo.

—Yo no puedo necesitarte.

Sin nada más que añadir, di media vuelta y me fui a casa. Una vez allí actué como si no hubiera pasado nada: me puse el pijama y llamé a Bruno.

Lo que estaba haciendo Víctor conmigo no era justo y yo tenía que esforzarme por lograr que no me afectara. Al menos eso era lo que pensaba entonces.

Bruno me contó que había pasado toda la mañana escribiendo y que acababa de llegar de la radio donde colaboraba. Después hablamos de mi visita al hospital y de lo bonito que era el bebé de Carmen, y yo me olvidé de comentarle que Víctor había estado por allí.

—Bruno —le dije de pronto, casi interrumpiéndome a mí misma—. Tú… ¿quieres más hijos?

—¿Cómo? —Las palabras fueron acompañadas por una risa.

—Me refiero a…, no ahora, claro, pero… ¿tú quieres tener más hijos el día de mañana?

—Claro que sí. Es una experiencia preciosa. Me encantaría vivirla otra vez, pero con alguien con quien funcione. Y me gustaría darle hermanos a Aitana. Sé que Amaia no va a tener más hijos, pero yo quiero que mi hija sepa lo que es tener hermanos.

Sonreí. Tenía ese tipo de voz que te reconforta. Y si Bruno quería tener más hijos, yo también podría vivir algo tan tierno con él.

—¿Y tú? ¿Quieres ser mamá? ¿Es que ver a Carmen con su hijo te ha despertado el instinto?

Me eché a reír.

—Aún no. Pero algún día… supongo que sí querré.

—Pues me encantará estar allí para hacerlo contigo.

Después tuvimos sexo telefónico, sucio, soez y brutal, tras el que me dormí sin acordarme de por qué puñetas había subido yo a casa con mal cuerpo.