68

Ken Dolby vio cómo aumentaba vertiginosamente el suministro eléctrico por la pantalla plana. Después, el gráfico cayó en picado y empezó a saltar como un loco.

¡Isabella!

Volvió a introducir los códigos de desconexión. Como respuesta, la pantalla le espetó: «OPERACIÓN INCORRECTA».

—¡Mierda!

Una sirena se disparó como el grito de un alma en pena que atravesara el Puente, y en el techo se encendió una luz roja.

—¡Sobrecarga de emergencia! —gritó St. Vincent a pleno pulmón.

Un golpe sordo sacudió toda la sala. La pantalla del visualizador estalló en pedazos de cristal que cayeron al suelo como si granizara.

—¡Isabella! —exclamó Dolby, aferrándose con ambas manos al terminal.

«No te rindas, Isabella

St. Vincent luchaba contra su tablero de control, aporreando interruptores.

—¡Ya no hay corriente en el Uno! ¿Qué puede haber sido? ¡Es imposible!

—¡El haz! —exclamó Kate, cogiendo un terminal—. ¡Se está descolimando! Hay… ¡un desvío! A Hazelius se le escapó un grito.

—¡Chen! ¡El último mensaje! ¡No lo he leído entero! ¿Y tú?

—¡No lo encuentro! —dijo Chen—. Puede que lo haya perdido, junto con todo el resto.

—¡Pasa la información a papel! —rugió Hazelius.

Dolby hizo un gran esfuerzo para aislarse del caos que le rodeaba. El Isabella no estaba respondiendo a ningún input del teclado. Algo había sucedido. Debían de haberse estropeado los p5. Se volvió hacia Edelstein.

—Enciende el ordenador principal. Prescinde de los procesos de inicio y las secuencias de prueba. Enciéndelo de una maldita vez.

Un arco eléctrico cruzó los restos destrozados de la pantalla. En lo más hondo de la cueva se oyó una explosión que lo hizo temblar todo, seguida de otra. El ruido del Isabella empezó a distorsionarse, en una espiral de zumbidos y palpitaciones.

—Estamos creando un agujero negro en miniatura —dijo Kate en voz baja.

—¡Esto es increíble! —exclamó Wardlaw—. ¿Sabéis por qué os habéis quedado sin corriente en el Uno? Pues porque los desgraciados de allá fuera han cortado el cable a balazos. La puerta del Isabella está llena de gente. Dios mío… Las cámaras de seguridad están fallando. Pasan todas por el ascensor.

Se oyó un siseo de nieve informática. De golpe se apagó toda una hilera de pantallas.

—Oh, no…

Más silbidos y chasquidos, hasta que falló todo el panel de seguridad. Las luces de advertencia parpadearon unos instantes antes de apagarse. El Isabella gemía con notas trémulas.

—¿Lo estás imprimiendo? —gritó Hazelius a Chen.

—Ya lo tengo. ¡Ahora estoy buscando una impresora que funcione!

Chen aporreaba el teclado, sudando a mares.

—Dios mío… Que no se te escape, Rae.

—¡Ya lo tengo! —dijo ella con todas sus fuerzas—. ¡Ya imprime!

Saltó de la silla y corrió hacia una bandeja de impresión para coger el papel a medida que salía y arrancarlo. Hazelius se lo quitó, lo dobló y se lo metió en el bolsillo trasero.

—Y ahora, largo de aquí.

Otra explosión sorda que sacudió la sala hizo caer a Dolby. Las luces parpadearon. Brotaron arcos eléctricos en las consolas. El Isabella profería gemidos guturales, como si agonizase. Dolby se levantó del suelo y volvió junto a su máquina.

Ford le asió del brazo.

—¡Ken! ¡Tenemos que irnos!

Dolby se soltó e hizo otro intento con la clave.

«OPERACIÓN INCORRECTA».

El ordenador principal activó las rutinas de inicio.

—¡Alan! —chilló Dolby—. ¡Te he dicho que apagues los p5!

—¡Déjalo, Ken, nos vamos! —repitió Ford.

«No te me vayas, Isabella

Dolby siguió trabajando. Tenía que establecer contacto con el Isabella, fuera como fuese. Tenía que apagarlo de manera segura. El imán defectuoso estaba perdiendo cohesión. Dentro del tubo, los dos haces se estaban saliendo de sus trayectorias. Si tocaban el borde, o se rozaban entre sí…

—¡Dolby! —Hazelius le cogió del hombro—. ¡No puedes salvarlo! ¡Tenemos que irnos!

—¡Déjame! —Dolby quiso darle un puñetazo, pero falló. Cuando volvió a girarse hacia la pantalla, le puso furioso lo que vio—. ¡Alan, maldita sea, aún están funcionando los p5! ¡Te he dicho que los apagaras!

No hubo respuesta. Miró a su alrededor, buscando a Edelstein entre el humo. Se frotó los ojos llorosos y tosió. Había humo por todas partes. El Puente estaba vacío. Se habían ido todos.

Podía salvar el Isabella. Estaba seguro. Y en caso de que no pudiera… ¿qué sentido tenía la vida?

«Estoy aquí, Isabella. Tú quédate conmigo un poco más».

Lo había hecho. Russell Eddy había matado. Dios le había dado las fuerzas necesarias. Había empezado la batalla.

Matar al pecador había sido como enchufar a la multitud a la corriente eléctrica. Se oyó un rumor de entusiasmo. Eddy, lleno de energía, se acercó decidido a la gran puerta de titanio y se plantó delante. Después se volvió y levantó la pistola.

—¡«Se concedió al Anticristo infundir el aliento a la imagen de la Bestia»! ¿Quién se enfrentará conmigo al Anticristo?

Otro rugido delirante. Sintió una inyección de fuerza.

—¡Es el Impío!

Otro rugido.

—¡El Malvado!

Puro descontrol.

—¡Le destruiremos en el nombre de Dios y de su único hijo, Jesucristo!

La multitud se arrojó hacia la puerta como un solo hombre, pero el titanio no cedía.

—¡Apartaos todos! —exclamó Eddy—. ¡Vamos a cruzar esta puerta!

Apuntó con la pistola, pero alguien le cogió la mano.

—Pastor, con el revólver no funcionará. —Apareció un hombre con ropa de camuflaje y un rifle de asalto AR-15 a su espalda—. ¿Ve aquello? —Señalaba tres aparatos cónicos montados en trípodes, que apuntaban hacia la puerta—. Es un equipo de demolición de paredes preparado para disparar. Los soldados querían abrir un boquete en la puerta. También querían entrar en el Isabella.

—¿Cómo lo sabes?

—Mike Frost, ex Grupo 5 de las Fuerzas Especiales.

Frost le dio la mano, y casi se la rompió.

—Llévanos al otro lado, Mike.

Rodeó con cuidado el dispositivo, examinando los conos de metal.

—Ya está cargado con C-4. ¡Qué suerte que no hayan recibido ninguna bala perdida! Están todos conectados con estos cables. Aquí tiene los detonadores.

Levantó un cilindro pequeño, con un cable. Había tres. Los metió cuidadosamente en el C-4 y lo comprimió a su alrededor.

—Dígale a todo el mundo que se aparte. Que se pongan en aquel lado, de espaldas.

Eddy se apresuró a llevarse a su rebaño lejos del dispositivo. Frost estiró al máximo los cables, quitó la tapa del interruptor del detonador y puso un dedo encima.

—Tápense los oídos.