Ford notó que le caían gotas de sudor por el cuero cabelludo. En el Puente hacía cada vez más calor, aunque el aire acondicionado estaba al máximo. El Isabella zumbaba y cantaba, haciendo vibrar las paredes. Miró a Kate, pero estaba totalmente absorta en la pantalla del visualizador.
«Cuando el universo llegue a un estadio de máxima entropía, que es la muerte del universo por enfriamiento, el cálculo universal se detendrá, y yo moriré».
—¿Es inevitable o existe alguna manera de impedirlo? —preguntó Hazelius.
«Esa es precisamente la cuestión que debéis determinar».
—¿Y esa es la finalidad última de la existencia? —preguntó Ford—. ¿Evitar esa misteriosa muerte por enfriamiento? Suena a novela de ciencia ficción.
«Sortear la muerte por enfriamiento solo es un paso en el camino».
—¿El camino hacia dónde? —preguntó Hazelius. «Proporcionará al universo la plenitud temporal que necesita para pensarse hasta alcanzar el estado final».
—¿De qué estado final se trata?
«No lo sé. Pero no se parecerá a nada de los que podáis imaginar, ni tan siquiera yo».
—Has dicho «plenitud temporal» —dijo Edelstein—. ¿Eso cuánto es, exactamente?
«Será un número de años igual al factorial de diez elevado al factorial de diez, elevado a su vez al factorial de diez, y este número, a su vez, al factorial de diez; todo ello repetido 1083 veces, antes de elevar el resultado 1047 veces a su propio factorial. Usando vuestra notación matemática, este número (el primer número de Dios) es:
»Es el tiempo en años que tardará el universo en pensarse hasta alcanzar el estado final, en llegar a la respuesta definitiva».
—¡Es un número absurdamente alto!
«Solo es una gota en el gran mar del infinito».
—¿Qué papel desempeñan la moral y la ética en este universo feliz del que hablas? —preguntó Ford—. ¿O la salvación y el perdón de los pecados?
«Lo repito una vez más: la separación es algo ilusorio. Los seres humanos son como las células de un cuerpo. Las células mueren, pero el cuerpo sigue viviendo. El odio, la crueldad, la guerra y el genocidio tienen más que ver con enfermedades del sistema inmunitario que con lo que llamáis “maldad”. Esta visión que os ofrezco, en la que todo está conectado, brinda un gran campo de acción moral en el que el altruismo, la compasión y la responsabilidad mutua desempeñan un papel fundamental. Vuestro destino es un solo destino. Los seres humanos sobrevivirán juntos o morirán juntos. Nadie se salva, porque nadie se pierde. Nadie es perdonado, porque nadie es acusado».
—¿Y la promesa que nos hace Dios de un mundo mejor?
«Vuestros conceptos del paraíso son de una obtusidad notable».
—¡Perdona, pero la salvación no tiene nada de obtusa!
«La visión de plenitud espiritual que os brindo es inconmensurablemente mayor que cualquier paraíso soñado desde la Tierra».
—¿Y el alma? ¿Niegas la existencia del alma inmortal?
—¡Wyman, por favor! —exclamó Hazelius—. ¡Nos estás haciendo perder el tiempo a todos con estas preguntas teológicas tan ridículas!
—Perdona, pero a mí me parecen preguntas cruciales —intervino Kate—. Son las que hará la gente, y más vale que las contestemos.
«¿Nos?». Ford se preguntó a quiénes se refería Kate.
«La información nunca se pierde. Tras la muerte del cuerpo, la información creada por aquella vida cambia de forma y estructura, pero nunca se pierde. La muerte es una transición de información. No la temáis».
—¿Perdemos nuestra individualidad con la muerte? —preguntó Ford.
«No os lamentéis por esa pérdida. De ese poderoso sentimiento de individualidad, tan necesario para la evolución, se desprenden muchas de las características, buenas y malas, que rodean cualquier vida humana: el miedo, el dolor, el sufrimiento y la soledad, pero también el amor, la felicidad y la compasión. Por eso tenéis que escapar de vuestra existencia bioquímica. Cuando os liberéis de la tiranía de la carne, os quedaréis con lo bueno (el amor, la felicidad, la compasión y el altruismo) y os desprenderéis de lo malo».
—No me seduce particularmente la idea de que las pequeñas fluctuaciones cuánticas que ha generado mi vida nos confieran una especie de inmortalidad —dijo sarcásticamente Ford.
«Esta visión de la vida debería serte de gran consuelo. En el universo, la información no puede morir. Nunca se olvida nada; ni un paso, ni un recuerdo, ni una pena de tu vida. Como individuo, te perderás en la vorágine del tiempo y se dispersarán tus moléculas, pero quién fuiste, qué hiciste y cómo viviste son cosas que se insertarán para siempre en el cálculo universal».
—Perdona, pero hablar de la existencia como «cálculo» me sigue pareciendo tan mecánico, tan desalmado…
«Si lo prefieres, llámalo soñar, anhelar, pensar. Todo lo que ves forma parte de un cálculo inimaginablemente grande y hermoso, desde un bebé que balbucea sus primeras palabras hasta una estrella absorbida por un agujero negro. Nuestro universo es un cálculo maravilloso que empezó por un solo axioma de gran simplicidad, y que lleva trece mil millones de años funcionando. ¡Apenas hemos empezado la aventura! Cuando encontréis el modo de cambiar vuestro proceso de pensamiento, limitado por la carne, por otros sistemas cuánticos naturales, empezaréis a controlar el cálculo. Empezaréis a entender su belleza y perfección».
—Si todo es cálculo, ¿de qué sirve la inteligencia? ¿Y la mente?
«La inteligencia está en todas partes, hasta en procesos inertes. Una tormenta eléctrica es un proceso muchísimo más inteligente que un cerebro humano. A su manera es inteligente».
—Una tormenta eléctrica no tiene conciencia. Un cerebro humano tiene conciencia de sí. Esta es la diferencia, y no es baladí.
«¿No os he dicho que la conciencia de uno mismo es una ilusión, una herramienta de la evolución? La diferencia no llega ni tan siquiera a ser baladí».
—Un fenómeno meteorológico no es creativo. No hace elecciones. No puede pensar. Solo es un despliegue mecánico de fuerzas.
«¿Y cómo sabes que vosotros no sois despliegues mecánicos de fuerzas? Al igual que el cerebro, un fenómeno meteorológico tiene propiedades químicas, eléctricas y mecánicas complejas. Piensa y es creativo; lo que ocurre es que sus pensamientos son distintos de los vuestros. Un ser humano crea complejidad escribiendo una novela en la superficie de una hoja de papel; una perturbación la crea escribiendo olas en la superficie de un mar. ¿Cuál es la diferencia entre la información contenida en las palabras de una novela y la información contenida en las olas del mar? Si escuchas, las olas hablarán, y yo os digo que un día escribiréis vuestros pensamientos en la superficie del mar».
—Muy bien, ¿y qué calcula el universo? —preguntó Innes con enojo—. ¿Qué gran problema es el que intenta resolver?
«El misterio más profundo y maravilloso de todos».
—Alarmas de perímetro —informó Wardlaw—. Hay un intruso.
Hazelius se volvió.
—No me digas que ha vuelto el predicador.
—No, no… ¡Dios mío! Es mejor que vengas a verlo.
Ford y los demás siguieron a Hazelius al puesto de seguridad, y se quedaron mirando la pared de pantallas por encima del hombro de Wardlaw.
—¿Y ahora qué ocurre? —preguntó Hazelius. Wardlaw pulsó diversos botones.
—No debería haber estado atento a lo que decía esa cosa estrambótica de la pantalla. Esperad, estoy rebobinando. Empieza aquí. Un helicóptero… Un Black Hawk UH-60A militar aterrizando en el aeródromo.
La estupefacción era general. Ford vio que del helicóptero salía un grupo de hombres con monos oscuros y armas de fuego.
—Se ve cómo entran a la fuerza en los hangares —añadió Wardlaw—, y se llevan nuestros Humvees. Los cargan… Rompen el acceso a la zona de seguridad… Es lo que ha disparado la alarma. A partir de aquí ya es en tiempo real.
Ford vio que los soldados, o lo que fueran, saltaban de los Humvees y se dispersaban con las armas a punto.
—¿Qué ocurre? ¿Qué rayos están haciendo? —exclamó Hazelius con gran inquietud.
—Establecer el habitual perímetro de asalto.
—¿Asalto? ¿A qué?
—A nosotros.