El pastor Russ Eddy estaba dentro de la caravana, frente a la pantalla de veinte pulgadas de su iMac, donde acababa de finalizar la transmisión en directo por internet de América: mesa redonda. Se consumía por dentro, sentía fuego en su cerebro y en su alma. Las palabras del reverendo Spates aún resonaban en su mente. Era él, Russell Eddy, el «cristiano devoto que está allí mismo», la persona que había puesto en evidencia al proyecto Isabella. «Pastor, como yo», había dicho el reverendo Spates a millones de espectadores. Era Eddy quien había obtenido la información decisiva corriendo un gran peligro, guiado por la mano invisible del Señor. No era una época normal. No cabía duda de que se avecinaba la justa ira del Señor, con todo su inmenso poder. Ni siquiera las piedras protegerían a los científicos paganos de la venganza de Dios Todopoderoso.
Frente al azul inmóvil de la pantalla, se sintió avasallado por la gloria del Señor. Ya empezaba a perfilarse el magno plan, el que le reservaba Dios. Todo había empezado con la muerte del indio, abatido por la mano divina, señal directamente dirigida a Eddy de su furia inminente. Se aproximaba el fin. «Porque ha llegado el gran día de su cólera y ¿quién podrá resistirla?».
Sus pensamientos regresaron despacio a la caravana. Qué calma había en aquel triste dormitorio… Como si no hubiera ocurrido nada. Y sin embargo el mundo había cambiado. Ya podía entrever los planes de Dios para Eddy. Pero ¿cuál sería el siguiente paso? ¿Qué quería Dios que hiciera?
Una señal. Necesitaba una señal. Cogió fuertemente la Biblia, con manos que temblaban de emoción. Dios le mostraría qué hacer.
Apoyó el lomo sobre la mesa, dejando que el libro se abriese al azar. Las páginas, mil veces leídas, fueron pasando casi hasta el final. Se abrieron en el Apocalipsis y la vista de Eddy se posó al azar en una frase: «Le fue dada una boca que profería grandezas y blasfemias…».
Fue como si el escalofrío le contrajese toda la columna vertebral. Aquel pasaje era una de las referencias al Anticristo más claras, menos ambiguas, que había en toda la Biblia.
La confirmación.