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Ford llegó al Puente a las ocho. Al entrar, vio a Kate sentada ante los controles, y sus miradas se encontraron; miradas elocuentes, sin mediar palabra. El resto de los científicos estaban inclinados sobre sus respectivos terminales, mientras Hazelius dirigía la función desde el centro, en su silla giratoria de capitán. La máquina zumbaba, pero el visualizador permanecía negro.

Por lo demás, la reacción a su llegada fueron algunos saludos con la cabeza y algunos «hola» distraídos. Wardlaw le miró de arriba abajo antes de concentrarse de nuevo en el tablero de seguridad.

Hazelius le hizo señas de que se acercase.

—¿Cómo marcha lo de ahí arriba? —preguntó.

—No creo que tengamos problemas.

—Me alegro. Llegas justo a tiempo para ver cómo establecemos contacto en CCero. ¿Cómo vamos, Ken?

—Estables a noventa por ciento —dijo Dolby.

—¿Y el imán?

—De momento bien.

—Pues ya estamos listos —dijo Hazelius—. Rae, ponte en el panel de control de los detectores y haz el seguimiento de la bomba lógica en cuanto se active. Julie, ayúdala.

Se volvió.

—¿Alan?

Edelstein levantó despacio la cabeza de su terminal.

—Controla a la vez los servidores de refuerzo y el ordenador principal. Al primer indicio de inestabilidad, pasa el control del Isabella a los tres p5 595. No esperes a que se cuelgue del todo.

Edelstein asintió con la cabeza y tecleó con firmeza.

—Melissa, tú controla el agujero en el espacio-tiempo. Si ves algo que indique un problema, sea lo que sea (una resonancia imprevista, partículas superpesadas o estables desconocidas, sobre todo singularidades estables), da la alarma.

Un pulgar señaló hacia arriba.

—¿Harlan? Lo mantendremos todo el tiempo necesario al cien por cien. Dependerá de ti que no haya altibajos en el suministro eléctrico. También tendrás que vigilar la red general, por si hay problemas con terceros.

—De acuerdo.

—Tony, aunque usemos los tres servidores como refuerzo, los sistemas de seguridad seguirán funcionando. No olvides que arriba hay una manifestación, y que podrían hacer alguna tontería como subirse a la cerca.

—Entendido.

Hazelius miró a su alrededor.

—¿George?

—¿Qué? —dijo Innes.

—Tú normalmente no tienes mucho que hacer durante las pruebas, pero esta es diferente. Quiero que te coloques cerca del visualizador, para leer el output de la bomba lógica y analizarlo psicológicamente. Este malware lo ha escrito un ser humano, por lo que es posible que contenga pistas sobre su creador. Busca pistas, ideas, peculiaridades psicológicas… cualquier cosa que pueda ayudarnos a identificar al culpable, o a localizar esta bomba lógica.

—Buenísima idea, Gregory. Cuenta conmigo.

—¿Kate? A ti te quiero en el teclado de control, introduciendo las preguntas.

—Es que…

Kate vaciló.

Hazelius arqueó una ceja.

—¿Qué?

—Que preferiría no hacerlo, Gregory.

Dos ojos azules e intensos escrutaron a Kate, antes de dirigirse hacia Ford.

—Tú no tienes nada que hacer. ¿Quieres ser tú quien pregunte?

—Con mucho gusto.

—Da igual lo que preguntes. La cuestión es lograr que el malware siga hablando. Rae necesitará un output constante para localizarlo. No te enredes con preguntas largas o complicadas. Que sean breves. Kate, si Wyman duda o se le acaban las preguntas, prepárate para intervenir. No podemos malgastar ni un segundo.

Ford se acercó al puesto de Kate, que se levantó y le ofreció el asiento. Ford le puso una mano en el hombro y se agachó como si examinase la pantalla.

—Hola —susurró, cogiéndole una mano y apretándola.

—Hola.

Después de un titubeo, Kate dijo en voz baja:

—Wyman, prométeme que pase lo que pase aquí, sea lo que sea, empezaremos otra vez. Tú y yo. Prométeme que… lo de la mesa no ha sido un espejismo.

Se había ruborizado, por lo que se agachó para disimularlo, dejando caer el pelo negro como una cortina.

Ford le apretó la mano.

—Te lo prometo.

Hazelius ya había acabado de pulir los detalles con determinados miembros del equipo. Volvió al centro del Puente y observó a todo el grupo con sus ojos azules y brillantes.

—Ya lo he dicho, pero lo repito: estamos zarpando hacia lo desconocido. No quiero engañaros. Lo que estamos a punto de hacer es peligroso. No hay alternativa. Estamos entre la espada y la pared. Vamos a encontrar la bomba lógica y la destruiremos. Esta misma noche.

En el largo silencio que siguió, el canto de la máquina subía y bajaba.

—Estaremos unas horas sin contacto con el exterior —dijo Hazelius. Su intensa mirada recorrió la sala—. ¿Alguna pregunta?

—Hum… Sí —contestó Julie Thibodeaux.

Le brillaba la cara de sudor, y sus ojeras parecían casi traslúcidas. Su pelo, largo y enredado, se movía con ella.

Hazelius la miró.

—¿Qué ocurre?

—Es que… —Julie titubeó.

Hazelius esperó, enarcando las cejas. De repente Thibodeaux apartó la silla y se levantó, tropezando por culpa de las ruedas, que se trabaron con la alfombra.

—Esto es una locura —dijo en voz alta—. Tenemos un imán demasiado caliente, un ordenador inestable, malware… ¿Y ahora inyectaremos varios cientos de megavatios de potencia a la máquina? ¡Podría explotar toda la montaña! Conmigo no cuentes.

La mirada de Hazelius se desvió brevemente hacia Wardlaw antes de volver a Thibodeaux.

—Lo siento, Julie, pero es demasiado tarde.

—¿Cómo que es demasiado tarde? —gritó ella—. Me voy.

—Las puertas del Bunker se han cerrado a cal y canto. Ya sabes cómo funciona esto.

—No es cierto. Ford acaba de entrar.

—Estaba previamente acordado. Ahora ya no puede salir nadie hasta el amanecer, ni siquiera yo. Son las pautas de seguridad.

—¡Tonterías! ¿Y si hubiera un incendio o un accidente?

Julie seguía de pie, desafiante y temblorosa.

—El único que tiene los códigos para abrir la puerta antes del amanecer es Tony. Como responsable de seguridad, es quien decide. ¿Tony?

—No puede salir nadie —dijo Wardlaw, impasible.

—Me niego a aceptar esa respuesta —dijo ella, con una voz aguda a causa del pánico.

—Me temo que no hay más remedio —dijo Hazelius.

—¡Maldita sea, Tony, quiero salir ahora mismo!

La voz de Thibodeaux estaba al borde del grito.

—Lo siento —dijo Wardlaw.

Julie se le echó encima con su metro sesenta de estatura. Wardlaw la esperó, y cuando ella levantó los puños, se los cogió con gran precisión.

—¡Suéltame, desgraciado!

Julie se retorcía inútilmente.

—Tranquila.

—¡No quiero morir por una máquina!

Se derrumbó sobre Wardlaw, sollozando.

Ford no daba crédito a lo que veía.

—Si quiere irse, dejad que se vaya.

Wardlaw le miró con hostilidad.

—Va contra el protocolo.

—No es ningún riesgo para la seguridad. ¡Mírala! ¡Está histérica!

—Para algo están las reglas —dijo Wardlaw—. No se puede salir del Isabella durante una prueba si no es por una emergencia que ponga en peligro vidas humanas.

Ford se volvió hacia Hazelius.

—Esto no está bien. —Miró a su alrededor—. Supongo que estaréis de acuerdo… —Pero lo que vio no fue acuerdo, sino incertidumbre. Y miedo—. ¡No podéis retenerla contra su voluntad!

Hasta entonces no se había dado cuenta del ascendiente que ejercía Hazelius sobre todos ellos.

—¿Kate? —Se volvió a mirarla—. Tú sabes que está mal.

—Las reglas las firmamos todos, Wyman, incluida ella.

Hazelius se acercó a Thibodeaux y le hizo un gesto con la cabeza a Wardlaw, que la dejó en brazos del físico. Julie intentó soltarse, pero él la retuvo con una suavidad no exenta de firmeza. El llanto fue disminuyendo. Hazelius la acunaba con dulzura, casi con amor. Ella se dejó caer sobre su pecho, llorando en voz baja como una niña pequeña. Hazelius le acarició la nuca y le enjugó las lágrimas con el pulgar, sin dejar de murmurarle palabras al oído. Al cabo de unos minutos, Julie se tranquilizó.

—Lo siento —susurró.

Hazelius le dio unas palmaditas, le alisó el pelo y pasó sensualmente sus manos por la espalda carnosa.

—Te necesitamos, Julie. Yo también. Sin ti no podemos hacerlo. Ya lo sabes.

Ella asintió con la cabeza y aspiró ruidosamente por la nariz.

—He perdido el control. Lo siento. No volverá a ocurrir.

Hazelius la sostuvo hasta que se calmó del todo. Después la soltó, y ella retrocedió mirando el suelo.

—Quédate aquí conmigo, Julie. No te pasará nada. Te lo prometo.

Volvió a asentir.

Ford la contemplaba, atónito, hasta que se dio cuenta de que Hazelius le miraba con tristeza y bondad.

—¿Ya está todo en orden, Wyman?

Sostuvo la mirada de sus ojos azules sin decir nada.