Cuando Ford y Kate llegaron a la cima de la mesa, el sol estaba tan bajo que parecía temblar en el horizonte. Mientras cruzaban en silencio las extensiones de hierba de San Nicolás en flor, Ford hizo el enésimo esfuerzo de formular lo que quería decir. Si no se decidía, llegarían al Isabella y habría perdido la oportunidad de hablar.
—Kate… —dijo montando a su lado.
Ella se volvió.
—Te he pedido que me acompañaras por otra razón aparte de ir a ver a Begay.
Ella le miró con unos ojos que delataban la sospecha, mientras el sol hacía brillar su pelo como oro negro.
—¿Por qué intuyo que no me gustará?
—Estoy aquí en parte como antropólogo, y en parte por otra razón.
—Debería habérmelo imaginado. Y dime, ¿cuál es la misión, señor agente secreto?
—Me… me han enviado a investigar el proyecto Isabella.
—En otras palabras, que eres un espía.
Ford respiró hondo.
—Sí.
—¿Lo sabe Hazelius?
—No lo sabe nadie.
—Ya… Y has estado simpático conmigo porque yo era un atajo hacia la información que necesitabas.
—Kate…
—¡Calla, calla o lo empeorarás! Te contrataron porque estaban al corriente de nuestra relación y tenían la esperanza de que reavivaras las brasas y me sonsacaras la información.
Como siempre, Kate lo adivinaba todo antes de que Ford pudiera terminar.
—Kate, cuando accedí a este encargo no me di cuenta…
—¿De qué? ¿De que yo fuera tan imbécil?
—No me di cuenta… de que habría complicaciones.
Kate tiró de las riendas y le miró fijamente.
—¿Complicaciones? ¿Qué quieres decir?
A Ford le ardía la cara. ¿Por qué de repente la vida era tan incomprensible? ¿Qué podía contestar?
Kate se echó el pelo hacia atrás, y se frotó ásperamente una mejilla con el guante.
—Aún estás en la CIA, ¿verdad?
—No, me fui hace tres años, cuando mi mujer… mi mujer… Fue incapaz de decirlo.
—Sí, sí, claro… Y bien, ¿les has contado nuestro secreto?
—No.
—Mentira. Pues claro que se lo has contado. Y yo que confiaba en ti… Llegué a sincerarme. Ahora estamos todos jodidos.
—No se lo he contado.
—Me gustaría creerte.
Kate espoleó al caballo, que se alejó al trote.
—Kate, por favor, escucha…
También Ballew salió al trote. Ford saltaba en la silla, aferrándose a ella con una mano.
Kate espoleó otra vez a su caballo, que salió a medio galope.
—Déjame en paz.
Ballew hizo lo mismo sin que se lo pidieran. Ford se agarró a la silla, dando brincos como una muñeca de trapo.
—Kate, por favor… No vayas tan deprisa, tenemos que hablar…
Kate se fue al galope, seguida por un Ballew desbocado. Los dos caballos corrían por la mesa, amartillando el suelo con sus cascos. Ford se sujetó con todas sus fuerzas, aterrorizado.
—¡Kate! —gritó.
Perdió una rienda. Justo cuando se inclinaba para recuperarla, Ballew la pisó y frenó de golpe. Ford salió disparado de la silla y aterrizó en una alfombra de hierba de San Nicolás.
Cuando recuperó la conciencia, miraba el cielo sin saber dónde estaba.
El rostro de Kate invadió su campo visual. Ya no llevaba el sombrero. Estaba despeinada, con cara de angustia y de preocupación.
—¡Wyman! ¡Dios mío! ¿Estás bien?
Ford tosió, a medida que volvía el aire a sus pulmones. Intentó sentarse.
—No, no, túmbate.
Al echarse otra vez, notó el sombrero de Kate debajo de su cabeza y comprendió que se lo había puesto ella a modo de almohada. Esperó a que su vista se despejara; empezó a recuperar la memoria.
—Dios mío, Wyman… Por un momento creía que habías muerto.
Ford no lograba concentrarse. Respiró un par de veces, llenando sus pulmones.
Kate se había quitado el guante. Le acarició la cara con una mano fresca.
—¿Te has roto algo? ¿Te duele? ¡Estás sangrando!
Se quitó el pañuelo de la cabeza y se lo pasó por la frente.
A Ford se le empezó a despejar la cabeza.
—Deja que me siente.
—No, no, quédate quieto. —Kate apretó el pañuelo—. Te has dado un golpe en la cabeza. Podrías tener una conmoción.
—No creo. —Ford gimió—. ¡Qué estúpido debo de parecerte por caer del caballo como un saco de patatas!
—Bueno, supongo que no sabes montar. Ha sido culpa mía. He hecho mal yéndome así. Pero, a veces me pones tan furiosa…
Se le empezó a pasar el dolor de cabeza.
—No le he contado a nadie tu secreto. Ni se lo contaré.
Kate le miró.
—¿Por qué? ¿No te contrataron para eso?
—A la mierda el contrato.
Le limpió el corte con el pañuelo.
—Tienes que descansar un poco más.
Ford se quedó quieto.
—¿No debería volver a montar?
—Ballew ya se ha ido al establo. No te avergüences, todo el mundo se cae alguna vez.
La mano de Kate seguía en la mejilla de Ford; al cabo de un momento, él se incorporó despacio.
—Lo siento.
Kate tardó un poco en hablar.
—Has dicho algo de tu mujer. No sabía que estuvieras casado.
—Ya no.
—Debe de ser duro estar casada con alguien de la CIA.
La respuesta fue rápida.
—No se trata de eso. Es que murió.
Kate se tapó la boca.
—Oh… Lo siento. Qué tontería he dicho…
—No pasa nada. Éramos compañeros en la CIA. La mataron en Camboya. Una bomba en el coche.
—Dios mío, Wyman. Cuánto lo siento…
Ford no había creído que fuera capaz de contárselo, pero las palabras salían con extrema facilidad.
—Entonces dejé la CIA y fui a un monasterio. Buscaba algo. Yo creía que era Dios, pero no lo encontré. No tenía madera de monje. Así que volví a irme, y como tenía que ganarme la vida, me hice investigador privado; luego me encargaron este trabajo. Que no debería haber aceptado. Final de la historia.
—¿Para quién trabajas? ¿Para Lockwood?
Asintió con la cabeza.
—Sabe que escondéis algo, y me ha pedido que averigüe qué es. Dice que pronto darán carpetazo al proyecto Isabella.
—Madre mía…
Kate volvió a apoyar su mano fresca en la cara de Ford.
—Siento haberte mentido. De haber sabido en qué me metía, nunca habría aceptado el trabajo. No contaba con…
—¿Qué?
Ford no contestó.
—¿No contabas con qué?
Kate se inclinó hacia él, haciendo que su sombra le cubriese la cara y que su olor llegara a su nariz.
—Con volver a enamorarme de ti —confesó Ford. Lejos, en el crepúsculo, ululó un buho.
—¿Lo dices en serio? —preguntó ella después de un rato.
Él asintió con la cabeza.
Kate acercó despacio su cara a la de él. No le dio un beso. Solo le miró. Estupefacta.
—Cuando salíamos juntos nunca me lo dijiste.
—¿Ah, no?
Sacudió la cabeza.
—La palabra «enamorarse» no estaba en tu vocabulario. ¿Por qué crees que rompimos?
Ford parpadeó. ¿Fue por eso?
—¿Y lo de que entrase en la CIA?
—Podría haberlo aceptado.
—¿Quieres… volver a intentarlo? —preguntó.
Kate le miró, bañada en luz dorada. Nunca había estado tan guapa.
—Sí.
Le besó despacio, suave y deliciosamente. Ford se incorporó para devolverle el beso, pero ella le puso dulcemente una mano en el pecho.
—Casi es de noche. Aún nos falta mucho para llegar, y…
—¿Y qué?
Siguió mirándole con una sonrisa.
—Nada, nada —dijo, a la vez que se agachaba para darle otro beso, y luego otro, y apoyaba en él sus blandos pechos.
Movió la mano hacia la camisa de Ford y empezó a desabrochársela, un botón tras otro. Después se la abrió y empezó a desabrocharle el cinturón; los besos se volvían más profundos y suaves, como si sus bocas se estuvieran fundiendo. Mientras, las sombras del anochecer se alargaban por el suelo del desierto.