Ford observó la silueta esmirriada del pastor, que daba zancadas por el aparcamiento hacia una camioneta destartalada. Si un hombre así tenía seguidores, podía hacer mucho daño al proyecto Isabella. Lamentó que Hazelius le hubiera provocado. Tenía la corazonada de que el asunto traería cola, mucha cola.
Cuando se volvió, Hazelius estaba mirando su reloj, como si no hubiera pasado nada.
—Llevamos retraso —dijo el científico con energía, descolgando del gancho su bata blanca de laboratorio—. Vamos. —Posó en Ford su mirada—. Me temo que las siguientes doce horas tendrás que pasarlas solo.
—La. verdad es que me gustaría ver una prueba —dijo Ford.
Hazelius se puso la chaqueta y cogió el maletín.
—Lo siento mucho, Wyman, pero no puede ser. Cuando estamos en el Bunker, con el Isabella en marcha, todo el mundo tiene asignada una función, y no queda sitio. No puede haber nadie de más. Espero que lo entiendas.
—Yo también lo siento, Gregory, porque tengo la sensación de que para hacer mi trabajo tengo que estar presente en una prueba.
—Bien, de acuerdo, pero lamento que no pueda ser esta prueba en concreto. Estamos teniendo muchos problemas, todos sufrimos estrés, y mientras no hayamos resuelto las cuestiones técnicas no podrá haber personas ajenas en el Puente.
—Lo siento, pero tengo que insistir —dijo Ford tranquilamente.
Hazelius se quedó callado. Se hizo un silencio incómodo.
—¿Por qué necesitas ver una prueba para hacer tu trabajo?
—Me han contratado para asegurar a los habitantes de la zona que el Isabella no es peligroso, y no pienso asegurar nada a nadie hasta estarlo yo mismo.
—Ah, ¿acaso dudas de la seguridad del Isabella?
—Prefiero no atenerme solo a las palabras.
Hazelius sacudió despacio la cabeza.
—Tengo que poder decir a los navajos que formo parte del proyecto en todos los aspectos y que no se me esconde nada.
—Como principal responsable de inteligencia —intervino de pronto Wardlaw—, quiero informar al señor Ford de que, por cuestiones de seguridad, no le está permitido acceder al Bunker. No hay más que decir.
Ford se volvió hacia él.
—Dudo que le convenga tomar ese camino, señor Wardlaw. Hazelius sacudió la cabeza.
—Wyman, entiendo lo que dices, de verdad; el problema es que…
—Si tienes miedo de que descubra lo del malware del sistema, no te preocupes, ya lo sabe —le interrumpió Kate Mercer.
Todos se la quedaron mirando. El grupo se quedó en silencio, atónito.
—Se lo he contado todo —dijo Mercer—. Me pareció que tenía que saberlo.
—¡Fantástico! —exclamó Corcoran, mirando al techo. Kate se volvió hacia ella.
—Es miembro del equipo. Tiene derecho a saberlo. Respondo de él al cien por cien. No revelará nuestro secreto.
Corcoran se ruborizó.
—Creo que todos podemos leer entre líneas.
—No es lo que piensas —replicó Mercer con frialdad.
—¿Y qué pienso? —preguntó Corcoran sonriendo.
Hazelius carraspeó.
—Bueno, bueno. —Se volvió hacia Ford y le puso una mano en el hombro, con cierto afecto—. Así que Kate te lo ha contado todo.
—Sí.
Asintió.
—Está bien. —Parecía estar pensando. Se volvió y sonrió a Kate—. Respeto tu decisión, y te haré caso. —Miró otra vez a Ford—. Ya sé que eres un hombre de honor. Bienvenido al grupo, esta vez de verdad. Ahora ya conoces nuestro pequeño secreto.
La mirada de sus ojos azules era tan penetrante que desconcertaba.
Ford intentó no sonrojarse. Al mirar a Kate, le sorprendió su expresión. ¿De qué era? ¿De esperanza? ¿De expectación? No parecía enfadada por su insistencia.
—Ya hablaremos más tarde de todo esto, Wyman. —Hazelius deslizó la mano del hombro de Ford y se volvió hacia Wardlaw—. Tony, parece que al final el señor Ford participará en la siguiente prueba.
El responsable de seguridad no contestó. Seguía imperturbable, inexpresivo, mirando hacia delante.
—¿Tony?
—Sí —fue la respuesta, forzada—. Lo entiendo.
Ford miró expresamente a Wardlaw al pasar a su lado. Wardlaw le devolvió la mirada con ojos fríos y vacíos.