Finalmente los Valar decidieron emplear la fuerza contra Melkor y, tras un prolongado asedio, lograron derribar los muros de Utumno. Llevaron a Melkor, cargado de cadenas, hasta Valinor, donde, tras un juicio, se le encerró en las estancias de Mandos, de donde no había forma de escapar. Sin embargo, transcurridas tres edades, Melkor, lleno de propósitos engañosos, suplicó perdón y lo obtuvo. Entonces, en su rabia y su odio, comenzó a maquinar su venganza con la ayuda de sus malvados servidores, especialmente su lugarteniente, Sauron el Abominable.
Los Valar abandonaron la Tierra Media rumbo a Aman, situada más allá del Mar de Belegaer, en el oeste, donde fundaron su propio reino. Éste se convirtió en el Reino Bendecido de Valimar, iluminado por la luz de los Dos Árboles, Telperion y Laurelin. A continuación, convocaron a los Elfos (a quienes, al contrario que a los Hombres, Ilúvatar había concedido el don de la inmortalidad) para que cruzaran la Tierra Media hasta el mar, desde donde embarcarían hacia las Tierras Imperecederas del oeste. Algunos Elfos realizaron la travesía, otros se negaron y algunos más, distraídos por la longitud del viaje, se demoraron junto a las Grandes Aguas o vagaron bajo la luz de las estrellas de Varda por entre los bosques y las montañas de la Tierra Media.
Los tres reyes de los Elfos que acudieron a Aman eran Ingwë, Rey de los Vanyar, Olwë, Rey de los Teleri y Finwë, Rey de los Noldor. El hijo mayor de Finwë, Fëanor, era el más grande de los Elfos en las artes y el saber y fueron sus manos las que crearon tres magníficas joyas, los Silmarils, en las que capturó la luz de los Dos Árboles de Valinor. Pero el envidioso Melkor, ayudado por la monstruosa araña llamada Ungoliant (antecesora de la Ella-Laraña de El Señor de los Anillos), destruyó los Dos Árboles, asesinó a Finwë y robó los Silmarils.
En contra del consejo de los Valar, Fëanor congregó una gran hueste de Elfos y partió en pos de Melkor, a quien rebautizó como Morgoth, Enemigo Oscuro del Mundo.
El viaje de regreso a la Tierra Media estuvo sembrado de males y fue el principio de una larga lista de crueles separaciones, traiciones y asesinatos entre parientes; actos de impiedad y codicia que enfrentaron a los Elfos entre sí y sirvieron a los sombríos designios de Morgoth.
A su llegada a Beleriand, los Elfos se encontraron, además de con aquellos hermanos suyos que no habían viajado hasta Aman, con los Seguidores, la raza de los Hombres (quienes, al igual que ellos, habían despertado en las tierras orientales) y a los Enanos, creados en su forma por Aulë, uno de los Valar, pero dotados de vida por el propio Ilúvatar. Concertaron alianzas con los Hombres y se sirvieron de las habilidades de los Enanos para levantar y decorar suntuosos salones subterráneos, así como para crear joyas exquisitas y armas de gran poder.
Las Guerras de Beleriand, en las que los Elfos y sus aliados se enfrentaron a las fuerzas de Morgoth, se relatan en El Silmarillion, junto a los cuentos de Beren y Lúthien (quienes penetraron en la fortaleza de Morgoth y le arrebataron uno de los Silmarils) y del desventurado Túrin Turambar (ruina de Glaurung, el terrible dragón que servía a Morgoth). Al igual que ocurre con las historias narradas en El hobbit y El Señor de los Anillos, los sucesos que se cuentan en El Silmarillion están estrechamente relacionados, y determinados a su vez por ellos, con la geografía física del mundo en el que tuvieron lugar.
Estaban las montañas: largas e ininterrumpidas cadenas de roca. Algunas, como los acantilados de paredes verticales de Crissaegrim, eran inaccesibles para todas las criaturas salvo las águilas de Manwë; otras, como las Montañas Azules (Ered Luin), se podían escalar, aunque no sin esfuerzo. Fue en esta cordillera donde los Hijos de Ilúvatar pusieron el pie en Beleriand por primera vez, al mismo tiempo que, en sus estribaciones orientales, los Enanos edificaban maravillosas ciudadelas.
Aunque algunas de las cimas más altas de la Tierra Media ofrecían protección, como las Montañas Circundantes que ocultaban la ciudad élfica de Gondolin a los ojos inquisitivos de Morgoth, otras prometían peligros y amenazas hasta en sus mismos nombres: las tres atronadoras torres que eructaban humo y vapores malsanos, conocidas como las Montañas de la Tiranía (Thangorodrim), levantadas por Morgoth sobre el portón de la interminable mazmorra de Angband como desafiante símbolo de su autoridad. O las Montañas del Terror (Ered Gorgoroth) bajo las cuales, en umbrías gargantas y collados, acechaban la araña Ungoliant y su prole, tejiendo sus redes de pesadilla entre las sombras.
También había grandes colinas, sembradas de campamentos y miradores, lugares de refugio y escondite, centinelas solitarios que se alzaban en medio de amplias llanuras azotadas por los vientos o levantaban la cabeza por encima de los densos doseles de los bosques.
Los bosques de Beleriand, al igual que los descritos en las demás crónicas de la Tierra Media, podían ser lugares de profundo misterio, revestidos de poder y grandes encantamientos. Fue en un claro del Bosque de Nan Elmoth donde Thingol el Elfo (a la sazón llamado Elwë) oyó el canto de Melian, de la raza de los Valar y quedó embargado de maravilla y amor. Thingol desposó a Melian y fundó su reino en el Bosque de Doriath, gobernado desde las Mil Cavernas de Menegroth. Melian levantó un invisible muro de sombra y confusión alrededor de estos bosques para protegerlo. Fue en el Bosque de Neldoreth, sito en Doriath, donde un Hombre, Beren, vio por primera vez a Lúthien, hija de Melian y Thingol, y quedó cautivado por su belleza y su canto mientras ella bailaba a la luz de la luna junto a las aguas del Río Esgalduin.
Había muchos más ríos en Beleriand, así como vastos lagos, traicioneros pantanos, lagunas, arroyos y torrenciales riachuelos. Fue en la ribera del estuario de Drengist donde los Elfos de Fëanor, recién retornados a la Tierra Media, comenzaron a explorarla. Fue a la orilla del Río Ascar, en el lejano este, donde los Enanos construyeron el camino por el que atravesaban las Montañas Azules para penetrar en las tierras occidentales. Y fue junto al rocoso lecho del Río Seco donde apareció el pasadizo secreto hasta la llanura escondida en la que Turgon levantaría la poderosa ciudad de las murallas blancas, Gondolin.
Muchos actos desesperados tuvieron lugar a la orilla de los ríos de Beleriand. En una profunda garganta del Río Teiglin, Túrin encontró y dio muerte al dragón Glaurung. Túrin resultó herido en la lucha y su hermana-esposa Nienor, al descubrir el cuerpo, lo creyó muerto y se arrojó a las tumultuosas aguas del Teiglin. Fue también a este funesto lugar donde el desesperado Túrin regresaría más adelante para quitarse la vida.
El mayor de todos sus ríos era el Sirion, que, desde las montañas del norte, atravesaba bosques y ciénagas, descendía en poderosas cascadas, se perdía bajo tierra y volvía a emerger, con un bramido de espuma y agua, a las Puertas del Sirion.
En su curso septentrional, el río se bifurcaba alrededor de la Isla de Tol Sirion, donde Finrod Felagund levantó la Torre de la Guardia, Minas Tirith (un nombre atribuido también, en una época posterior, a la ciudad de Gondor). Conquistada por Sauron, la isla pasó a llamarse Isla de los Licántropos, y fue allí donde Lúthien y Huan, el sabueso de Valinor, lucharon para liberar a Beren de las mazmorras del malvado lugarteniente de Morgoth.
Al norte y al este de aquellas montañas, bosques y ríos se extendían tierras profanadas por Morgoth: la desolada llanura de Anfauglith, el Polvo Asfixiante, y las agostadas colinas de Taur-nu-Fuin, donde los árboles eran negros y siniestros y clavaban sus nudosas raíces en la tierra como si fueran garras; yermos devastados que prefiguraban el Mordor de Sauron que conoceremos en El Señor de los Anillos.
Y más allá de las tierras de Beleriand se encontraba el Mar Occidental y el viaje a través de las aguas hasta las regiones que no aparecen en este mapa: Eressëa, Alqualondë, Tirion de las Muchas Torres e, incluso más allá de ellos, Valimar la Dorada, adonde, en los más negros días de la guerra contra Morgoth, arribó Eärendil el Marinero para suplicar perdón a los Valar como emisario de Elfos y Hombres.
Los Valar enviaron a Eärendil a navegar por los mares del firmamento con el Silmaril de Lúthien prendido a la frente como una estrella, y le concedieron la ayuda que les había pedido. Así comenzó la Guerra de la Cólera, en la que la mayoría de las tierras que aparecen en este mapa desaparecieron bajo el océano y los Elfos de las leyendas y las canciones dejaron de hollar Beleriand para siempre.
En uno de los primeros capítulos de El Señor de los Anillos, Frodo tararea una vieja canción de viaje que le había enseñado su tío Bilbo. Una de sus estrofas reza:
Aun detrás del recodo quizá todavía esperen
un camino nuevo o una puerta secreta,
y aunque hoy pasemos de largo
y tomemos los senderos ocultos que corren
hacia la luna o hacia el sol
quizá mañana aquí volvamos.
Son palabras que reflejan el sentido de aventura, con sus placeres y amenazas, sus repentinas emociones y sus inesperados peligros, que se encuentra en los libros de Tolkien y que lo impulsó siempre a seguir explorando, y después cartografiando, los mundos que le había descubierto su imaginación.