UN EMOCIONANTE FINAL
A la mañana siguiente, Mike y Jack dormían aún profundamente mientras sus compañeros estaban completamente despiertos. Paul decidió despertarlos. Entró corriendo a la habitación de los muchachos.
—Pero ¿qué es lo que ocurrió la noche pasada? ¡Encontrasteis la entrada secreta y no me despertasteis! ¡Todavía permanece abierta en mi habitación! ¡Sois unos frescos!
Las niñas se reunieron con él muy emocionadas al oír tales noticias. Mike y Jack se despertaron bruscamente. Jack recordó inmediatamente los acontecimientos de la noche anterior y se sentó de un brinco sobre la cama de Mike.
—¡Caramba, Mike, cuánto deseo saber cómo están nuestros prisioneros!
Mike sonrió. De repente lo recordó todo. ¡Cielo santo! ¡Qué nochecita! Paul y las niñas empezaron a aullar, reclamando todas las novedades respecto a la puerta secreta y a lo que habían hecho los chicos después de haberla encontrado. Querían saber todo lo que había ocurrido.
Cuando los muchachos se lo contaron, no podían creer lo que oían. Mientras escuchaban, sus ojos casi se les salían de las órbitas. ¡Tantísimos hombres! ¡Y todos viviendo en la torre! ¡Y Guy habiendo descubierto aquel precioso material, fuera lo que fuera, y reclutando hombres para trabajar en las minas y manteniéndolo todo en gran secreto!
—¿Y dices que está encerrado en el dormitorio de la torre? —gritó Nora con emoción—. ¿Cómo se te ocurrió? ¡Y tantos hombres encerrados bajo tierra! ¡Vayamos rápidamente en busca de Dimmy y de Ranni!
Dimmy se quedó muy sorprendida al ver que sobre ella se lanzaban cinco excitadas criaturas. Ella les estaba esperando pacíficamente para tomar el desayuno.
—¡Dimmy! ¡Dimmy! ¡Escucha lo que Jack y Mike han descubierto! —gritó Nora.
—Yo voy a buscar a Ranni —dijo Paul—. Tiene que oírlo también.
Salió corriendo y regresó al cabo de un momento acompañado por el gran baroniano, que parecía asustado por esta urgente llamada.
El desayuno se olvidó. Los niños contaban su historia. Dimmy les escuchaba, muda de sorpresa. También Ranni prestaba atención y movía la cabeza de vez en cuando. Por fin, soltó una carcajada cuando oyó que Guy había quedado encerrado en el dormitorio de la torre.
Se rió todavía más cuando se enteró de que los dos chicos habían colocado un pesado cofre sobre la entrada del pasaje subterráneo que conducía a las minas. De pronto, quedó muy serio.
—No debí reírme —dijo en tono de disculpa, dirigiéndose a Dimmy, que permanecía muy seria y estaba pensando esto mismo—. Hemos corrido un peligro, un gran peligro. Ahora me doy cuenta. Ahora veo claras muchas cosas que antes me intrigaban.
—También yo —repuso Dimmy con seriedad—. Aunque parece que estos chiquillos lo hayan arreglado todo muy bien sin nuestra ayuda… Sin embargo, yo creo que ahora hemos de avisar a la policía.
—Sí —asintió Ranni—. Es un asunto grave. Hemos de advertir de ello al señor de Luna. Habrá de regresar volando de América o de donde se halle.
—Será mejor que llame a la señorita Brimming y a las Lots —decidió Dimmy—. Estoy segura de que estaban enteradas de todo esto.
Lo estaban en efecto. Eran unas mujeres asustadas las que se presentaron ante Dimmy y Ranni para contestar a sus preguntas.
La señora Brimming lloraba amargamente. No podía dejar de hacerlo. Sus larguiruchas hermanas se sentían también asustadas. No obstante, Edie Lots mostraba un aspecto desafiador.
—No acuse usted a mi hermana —dijo—. Ella nunca quiso que su hijo hiciera esto, pero yo le insté para que lo ayudara. ¡Es un hombre inteligente! Debería ser uno de los científicos más importantes del mundo. Eso es lo que debería ser…
—Pues no lo será —replicó Dimmy—. Ha actuado muy mal. Las minas no son propiedad suya y él no tenía derecho a hacer venir aquí a tantos hombres y hacerlos vivir en la torre. ¿Qué dirá el señor de Luna cuando se entere de todo esto?
La señora Brimming sollozó aún más fuertemente. Los niños se entristecieron por ella. Pero Edie Lots habló con voz dura:
—El señor de Luna nunca viene por aquí. No usa para nada su castillo, ni sus minas. ¿Por qué no había de aprovecharlos mi sobrino?
—Lo que usted dice son locuras —rechazó Dimmy—. ¿No se da cuenta de que todos ustedes se han metido en un lío muy serio?
—Yo supongo que todos aquellos raros acontecimientos eran causados por ustedes tres —intervino Jack—. Los libros que brincaban, los ruidos de tuang y dong y todo lo demás. Ustedes deseaban hacernos huir asustados.
—Sí —respondió Edie Lots, aún en tono desafiador—.
Pero yo sola lo llevaba a cabo. Mis hermanas se habían negado. Mi sobrino los inventó. Ya les digo que es un genio. Él me enseñó a hacerlos funcionar. La puerta de delante que se abre sola se consigue por medio de un cable. Y los libros que saltan… pues bien, existe un pequeño pasadizo detrás de las estanterías y Guy hizo algunos pequeños agujeros en la pared a la altura de una de las estanterías, de manera que, cuando yo me introducía en el pasadizo, podía empujar un libro con mi dedo y hacerlo saltar de la estantería.
—¡Pues es una cosa muy tonta! —exclamó Jack—. No hemos buscado los agujeros de detrás de las estanterías. ¿Y cómo se producían los ruidos de tuang y dong? ¿Cómo los producían los instrumentos colgados en la pared?
—No eran aquellos instrumentos —respondió Edie Lots, que parecía muy satisfecha—. En el interior de las chimeneas hay un dispositivo mecánico. Cuando se dispara, hace aquellos ruidos a intervalos regulares.
—¡Caramba! Por eso no podíamos nunca descubrir de qué instrumento provenía —dijo Mike—. ¿Y cómo conseguían aquellos relucientes ojos del retrato del señor de Luna?
—Los ojos en la tela del cuadro se rascaron hasta dejar la trama muy delgada y luego se pintaron de nuevo. En el centro de cada uno se le hizo un agujero —explicó Edie Lots—. Y hay una luz detrás de cada ojo, que puede encenderse desde el exterior de la habitación. Yo esperaba fuera cuando ustedes estaban dentro y encendía y apagaba la luz. Y el siseo era producido por un fuelle, que se hacía funcionar al mismo tiempo. Todas estas cosas se le ocurrieron a mi sobrino.
—¿Y fue usted también quien cambió de sitio los muebles de las habitaciones y rompió los jarrones? —preguntó Dimmy, interviniendo de repente en esta extraordinaria conversación.
—Yo me encargué de todo —exclamó Edie con orgullo—. Y también hice balancear los cuadros. Guy los había preparado.
Su larguirucha hermana mantenía la cabeza baja y la señora Brimming seguía sollozando con gran desolación. Pero Edie se sentía orgullosa y feliz. Ella era la que había ayudado a su amado sobrino y esto era lo único que importaba.
—¡Oh, qué decepcionante! ¡Todo tiene una explicación sencilla! —dijo Peggy—. Sin embargo, yo creo que muchas personas se hubiesen asustado de veras.
—Sí, algunas personas se asustaban de veras —repuso Edie.
Los niños pensaron en el hombre que había entrado en la biblioteca para consultar los antiguos libros. ¡Qué dichosas se sentirían las hermanas cuando éste fue contando por todas partes que en el castillo ocurrían cosas raras!
Nadie deseaba desayunarse. Dimmy despidió a las tres guardianas y empezó a verter el té en las tazas. Ranni se sentó con ellos y su brazo rodeaba la espalda de Paul. Parecía pensar que Paul había escapado a grandes peligros y que ahora debía ser vigilado a cada minuto.
Todos siguieron hablando con gran seriedad durante algún tiempo.
—Creo que debería usted coger el coche e ir a informar a la policía, Ranni —dijo Dimmy—. No creo que esto importe en cuanto a la venida de su majestad, la reina de Baronia, pero pienso que debemos dejar solucionado este asunto antes de que ella llegue.
—Sí. Guy habrá de salir del dormitorio de la torre, por ejemplo —dijo Nora.
Ranni se levantó para salir. Los niños comieron muy poco. Estaban demasiado excitados y demasiado deseosos de hablar. Esperaban con afán que llegara Ranni con la policía y se sintieron muy nerviosos cuando oyeron el ruido del motor y el claxon que tocaba Ranni para advertirles de su llegada.
Después, todo sucedió muy rápidamente. Ranni había relatado ya a la policía la mayor parte de aquella extraña historia. Enviaron a dos hombres a buscar al furioso Guy, que permanecía aún en el dormitorio de la torre. Con facilidad pudieron abrir la puerta de la torre y subieron por la escalera de piedra, llevando en su mano la llave del dormitorio que Jack les había entregado. Muy pronto un Guy extraordinariamente desgreñado era introducido en el coche de la policía. Era un Guy enfurecido, asustado y sorprendido.
Su madre, que continuaba sollozando, y sus dos tías no pudieron hablarle. De momento, no se tomó ninguna medida contra ellas. El señor de Luna decidiría lo que se debía hacer cuando regresara de América, al día siguiente. Regresaba por avión, muy extrañado por todo lo que la policía le había contado por cablegrama. En cuanto a los mineros que estaban bajo tierra, pronto se vieron rodeados por una formidable red de policía. Jack y Mike obtuvieron permiso para descender por el pasadizo secreto hacia las minas, con la condición de que se mantendrían detrás de la policía y junto a Ranni. Éste no permitió que Paul les acompañara y ello fue causa de que el muchacho se mostrase muy ofendido.
El pesado cofre fue apartado de su lugar sobre la losa que cerraba la entrada al pasadizo secreto. Mike se dirigió al cofre detrás del cual había visto manipular al hombre. Encontró una palanca de hierro que sobresalía un poco de la pared. La movió y, lentamente, la piedra del centro de la habitación se deslizó hacia abajo y dejó ver la abertura que constituía la entrada del pasadizo secreto.
Todos se introdujeron por ella. El pasadizo subterráneo resultó ser un lugar bastante desagradable. Casi siempre era demasiado estrecho y de techo bajo y rezumaba humedad. Descendía por debajo de la colina, dando rodeos. Ranni pensó que se trataba del lecho de algún riachuelo subterráneo, que se había ido desecando y había dejado aquella especie de túnel.
Por fin, llegaron a las minas. A partir de ese momento, el pasadizo se tornó seco y su techo se elevó. Pronto se hallaron en un pequeño túnel, cercano al lugar en el cual los chicos habían visto aquel magnífico fuego. Estaba justo enfrente de aquella pared de escombros tras la cual habían contemplado aquella extraordinaria visión.
Todos los hombres estaban reunidos en la bodega principal, asustados y ansiosos. Habían regresado a la entrada del pasadizo y habían apartado la piedra que la cerraba, a fin de salir y dirigirse de nuevo a la torre. Pero, naturalmente, habían encontrado la salida bloqueada por aquel pesado cofre y no se habían atrevido a intentar moverlo. En realidad, no se les ocurría lo que aquello podía ser. Habían cerrado de nuevo la losa y se habían retirado a las minas.
Cuando vieron los uniformes de la policía, un murmullo se elevó de entre los mineros. Éstos tenían un aspecto muy extraño, con sus ropas y sus capuchas. Ranni se asustó al verlos.
Los hombres habían temido que aquello sucediera desde que vieron que la salida había sido bloqueada. Todos pensaban que Guy había intervenido en aquello y estaban dispuestos a confesarlo todo e incluso a entregarlo. Hasta después de haberlo contado todo, no se enteraron de que Guy también había sido encarcelado y de que había permanecido encerrado toda la noche en el dormitorio de la torre.
—Si los hombres lo hubiesen sabido, hubiesen podido huir por aquel lado —dijo Jack, señalando el muro de escombros que se alzaba al otro lado de la caverna—. Les hubiese bastado con derribar los escombros y escapar por el pozo. ¡Nosotros lo sabíamos, pero ellos no!
—Nunca se imagina uno lo que los niños son capaces de llegar a saber —comentó un policía muy alto, que lucía una amplia sonrisa—. Pero ahora quedaos atrás con vuestro amigo «Barbarroja». No necesitamos vuestra ayuda en primera línea.
Se llevaron a todos los prisioneros en los coches de policía. Ranni y Dimmy suspiraron con alivio. Les aterraba pensar en la gran cantidad de secretos que encerraba el «Castillo de la Luna».
—Me parece que podríamos coger el coche e ir a comer a Bolingblow —dijo Dimmy con gran alivio—. Estoy segura de que la señora Brimming y sus hermanas no se encuentran en condiciones de preparar una comida hoy.
—Sí, vayamos —asintió en seguida Nora—. Podremos decirle a la camarerita que tenía razón. En el «Castillo de la Luna» pasaban cosas raras y se oían extraños ruidos. ¡Vayamos allí!
—No le dirás nada —le prohibió Dimmy—. Eso no le importa en absoluto. No queremos que las noticias corran por todo el pueblo, exageradas y desfiguradas. ¡Nunca acabaríamos de oírlas!
—Dimmy, ven a ver la torre —rogó Jack.
—No, gracias —respondió Dimmy con firmeza—. Hoy no me siento con fuerzas para enfrentarme con esa horrible torre, por más que me gustaría ver el paisaje que se divisa desde lo alto.
—¿Vendrá mi madre, a pesar de toda esta historia? —preguntó Paul con angustia—. No le habrás dicho que no venga, ¿verdad, Dimmy?
—No, al contrario —contestó Dimmy—. He recibido carta suya esta mañana. Me había olvidado de contároslo a causa de tantos acontecimientos. Dice que, puesto que tus hermanos ya están bien, llegarán mañana. ¿Qué os parece?
—¡Aplastante! —exclamó Mike en seguida—. Temía aburrirme ahora que ya se había acabado esta aventura si ellos tardaban mucho en llegar. Pero ya veo que no tendremos que esperar mucho. ¡No podía solucionarse mejor!
—Lo cierto es que hemos aclarado todos los misterios en el momento oportuno —añadió Jack—. ¿No te parece que somos muy listos, Dimmy?
Dimmy no quería confesar que lo eran. Se rió y enmarañó el pelo a Jack.
—¡Tuang!
—¡Oh Dios mío! No me digáis que esos horribles tuangs y dongs van a continuar —gritó Dimmy—. ¡No puedo soportarlo!
—¡Dong!
Los niños se retorcían de risa. Jack se dirigió hacia la parte trasera de la habitación en forma de ele y miró al interior de la chimenea, iluminándolo con su linterna.
Tanteó con la mano y la sacó sosteniendo en ella un extraño aparatito de metal, semejante a una maquinaria de reloj y compuesto de pequeños martillos.
—Aquí lo tienes —dijo dejándolo sobre la mesa—. Éste es el tuang y el dong en persona. ¡Uno de los grandes misterios del «Castillo de la Luna»!
—¡Viva el «Castillo de la Luna»! —gritó Nora—. ¡Y hurra por sus secretos, incluso los tuangs y los dongs!
El aparato del tuang-dong hizo un sonido raro. La cuerda de su aparato de relojería pareció soltarse. Lentamente, uno de sus pequeños martillos se levantó y golpeó el metal de debajo.
—¡Dong!
—¡Ya se ha acabado! —dijo Jack—. Se ha terminado, igual que esta aventura. ¡Mientras ha durado, ha sido divertidísima!
FIN