CAPÍTULO XXI

UNA EXTRAÑA EXCURSIÓN NOCTURNA

Los niños en aquel momento no podían detenerse a buscar la puerta, porque ya había pasado la hora de la comida. Seguramente pronto comparecería Dimmy a buscarles y estaría muy enfadada. Muy excitados entraron corriendo en el cuarto de baño, se lavaron las manos y apresuradamente se cepillaron el pelo.

Bajaron las escaleras y encontraron a Dimmy en el momento en que se disponía a ir a buscarles. Parecía muy disgustada. Peggy la cogió por la cintura y le dio un rápido abrazo. Esto impidió a Dimmy iniciar la riña. No pudo menos de reírse, puesto que Peggy la hizo caer.

—Eres demasiado violenta —dijo—. Por favor, poned en seguida la mesa. Hace diez minutos que la comida está esperando.

Los niños estaban deseando hablar de la puerta secreta y todavía más iniciar su búsqueda y encontrarla, pero, naturalmente, no querían mencionarla delante de Dimmy. Si lo hacían, tendrían que responder a tantas y tantas preguntas… Era su secreto y lo guardaron durante toda la comida.

—He dicho a Ranni que estuviera aquí con el coche a las dos —dijo de repente Dimmy. Fue como si les hubiera lanzado una bomba—. La señora Brimming me ha indicado una magnífica piscina, que se encuentra a unos diez kilómetros de aquí. Hace tanto calor hoy, que he pensado que a todos os complacería tomar un baño. Nos llevaremos la merienda y también la cena.

Fue una sorpresa para Dimmy que nadie se mostrara complacido. Ella no ignoraba la tremenda impaciencia que los niños sentían por volver a emprender la búsqueda de la puerta secreta, ahora que creían haberla localizado. Dimmy les fue mirando uno por uno, asombrada ante la falta de alegría que manifestaban.

—¿Es que no deseáis ir? —preguntó—. ¡Qué niños más raros sois! Yo creí que os gustaría mucho. Supongo que habéis hecho otros planes. Pero no importa, vuestros planes pueden esperar hasta mañana. Ahora ya he encargado que prepararan la merienda y la cena para llevarnos. Después de comer, apresuraos a recoger vuestros trajes de baño, porque no deseo hacer esperar a Ranni.

Jack se dio cuenta de que Dimmy estaba desilusionada porque ellos no se habían alegrado. Él tenía muy buen corazón. Por lo tanto, fingió que la idea le encantaba e instigó a los demás por debajo de la mesa para que hicieran lo mismo.

Todos representaron su papel con valentía y pronto Dimmy llegó a pensar que se había equivocado… ¡En realidad, los niños deseaban ir! Lo cierto era que, cuando subieron a buscar sus trajes de baño, empezaron a sentirse más contentos por el nuevo e inesperado plan. Un baño resultaría muy agradable en aquel día tan cálido y también una merienda y una cena en el campo les iría muy bien.

—La puerta secreta no se escapará —dijo Jack—. Seguirá en su sitio cuando regresemos esta noche. La encontraremos fácilmente ahora que sabemos que está situada en los paneles, pero más alto de lo que buscábamos. Nunca lo hubiera creído. Divirtámonos esta tarde y esperemos que nuestra búsqueda sea fructífera esta noche.

Así, pues, todos se fueron alegremente y pasaron un rato magnífico, bañándose en un estanque tan azul como un nomeolvides y secándose luego, tendidos bajo el sol caliente y metiéndose una y otra vez en el agua.

La merienda fue más apetitosa de lo que podían imaginar e incluso Dimmy se quedó maravillada al ver todo lo que la señora Brimming había preparado para la cena. Todo el mundo disfrutó muchísimo. Cuando regresaron a casa, se sentían muy cansados. Habían nadado tanto, que sus brazos y piernas les dolían.

—Debéis iros inmediatamente a la cama —ordenó Dimmy, viendo que los cinco bostezaban—. Habéis tenido un día muy bueno y yo también y todos estamos más morenos que nunca.

Dieron las buenas noches a Dimmy y subieron. El entusiasmo que sentían por hallar la puerta secreta se había debilitado bastante desde la mañana. En realidad, solamente Jack y Mike parecían dispuestos a entregarse a la investigación.

—Nosotras nos vamos a la cama —anunció Peggy—. Nora y yo apenas si nos tenemos en pie. ¿Os importará buscar, la puerta a Mike y a ti solos, Jack? Estoy segura de que Paul tampoco deseará subirse con vosotros a las sillas y andar golpeando la pared por encima de su cabeza. Casi no puede mantenerse despierto.

—Idos a la cama y que también se vaya Paul. Mike y yo os avisaremos en cuanto descubramos la puerta —dijo Jack—. Por suerte, nos han devuelto las linternas. Ahora podremos ver lo que hacemos.

Las niñas se metieron en la cama, lo mismo que Paul, a pesar de que éste sentía que su obligación era ir a ayudar a los dos chicos. Estaba acostado y miraba cómo los otros acercaban las sillas a la pared. No obstante, de un modo súbito se quedó profundamente dormido.

—¡Sopla! —exclamó Jack mirándole—. Hubiera querido preguntarle si había una silla junto a la pared cuando se ha despertado esta mañana, porque me parece que, sea quien fuera el que se marchó por esta puerta tan elevada, necesitaría haberse subido a una silla para llegar hasta ella.

—Sí, tienes razón —asintió Mike—. Recuerdo haber visto una, Jack. ¡Estaba por aquí cerca! Pongamos una por aquí y subamos a ella. Así podremos ver si hay algo raro en los paneles más altos.

Colocaron una de las sillas de Paul en el lugar en que Mike había indicado y Jack se subió a ella. Tanteó los paneles por allí. La suerte le acompañó en seguida.

—¡He encontrado algo! —dijo en voz baja y entrecortada por la emoción—. ¡Un resorte! Lo estoy apretando. ¡Todo el gran panel se está moviendo!

Mike enfocó su linterna desde abajo. Su corazón latía fuertemente. Sí, un gran panel se había deslizado hacia un lado, produciendo un fuerte ruido, y en la pared se vela una oscura abertura. ¡Ya habían encontrado la puerta secreta! ¡Qué bien escondida estaba! ¿Quién hubiera podido pensar en buscar una entrada junto al techo?

—¡Mike! Comprueba si las niñas están despiertas —dijo Jack—. Si es así, se lo diremos. Pero no despiertes a Paul. Está profundamente dormido. Para despertarle tendríamos que gritar tan fuerte que todo el mundo nos oiría.

Mike fue a la habitación de las niñas con su linterna y regresó inmediatamente.

—También están profundamente dormidas —comentó—. He sacudido a Nora, pero ni siquiera se ha movido. Mejor será que lo exploremos solos, Jack. Probablemente será mejor que si fuéramos todos.

—De acuerdo —accedió Jack—. Creo que es preferible que pongamos dos de nuestras maletas sobre la silla y luego nos subamos encima. En caso contrario, no veo la manera de llegar hasta esta abertura.

Mike fue en busca de las dos maletas, que colocó sobre la silla. Entonces ya les fue fácil llegar hasta la abertura. Jack pasó primero. Hizo bastante ruido, pero Paul ni se movió.

—Por el otro lado hay peldaños —dijo Jack, tanteando con el pie—. ¡Esto va bien! Dame mi linterna, Mike. La he dejado abajo.

Mike se la entregó y Jack iluminó el pasadizo.

—Sí, es un pasadizo —dijo—. Tendrá unos tres metros y medio de anchura. Voy a bajar los peldaños. Tú intenta seguirme.

Mike se encaramó por aquella extraña puerta y siguió a Jack, bajando los peldaños y llegando al pasadizo. Los peldaños parecían pertenecer a una escalera de mano, apoyada contra la pared, pero fue sencillo descender por ellos.

Ahora los dos chicos permanecían en pie el uno detrás del otro, en el interior del pasaje. Ambos no cabían en sí de gozo. ¡Habían hallado el camino! Pero ¿adónde conducía? ¿Desembocaría en la chimenea de la torre? Y si así era, ¿qué encontrarían allí? ¿Les llevaría al interior de una habitación? ¿Con quién tropezarían en la habitación?

Avanzaron lentamente por el pasadizo. Hacía mucho calor y el aire estaba enrarecido. Al principio se avanzaba en línea recta, pero pronto torcía en seco hacia la derecha.

—Me parece que estamos caminando por detrás de las paredes de algunas de las habitaciones que hay en este piso —dijo Jack—. ¡Hola! Ahora descendemos. Hay una pendiente.

Bajaron y luego volvieron a subir por una cuesta muy empinada. El pasadizo torcía a uno y otro lado, tal como lo habían visto en el plano. Y luego se detenía súbitamente.

Se acababa frente a una pared de piedra. Junto a la pared se habían colocado algunas anillas de hierro, que evidentemente servían para subir.

—Subamos por aquí —dijo Jack en voz baja, enfocando su linterna hacia arriba.

Subieron un poco y luego Jack se paró.

—No puedo seguir adelante. Hay un tejado de piedra. Pero aquí veo una reja, o algo por el estilo, junto a las anillas de hierro. Tiene como una empuñadura. La moveré. ¡Espero que no haga demasiado ruido!

Con suavidad tiró hacia sí de la empuñadura. Ésta no dejó escapar ni el más leve sonido y Jack adivinó que estaba bien engrasada. No cabía duda de que aquél era el camino que empleaba el visitante nocturno siempre que deseaba ir a visitar la serie de las tres habitaciones, o cualquier otra de las estancias de aquel piso, sin que le vieran.

Jack miró por la abertura que había dejado la reja al abrirse. No veía nada. Reinaba una profunda oscuridad. ¿Estaría mirando hacia el interior del hogar de la chimenea que había en la habitación de la torre, el que había sido marcado con una T en el plano? ¡Seguramente! Escuchó con atención. No podía oír el más leve ruido, ni veía ningún rastro de luz.

—Voy a subir por la abertura —susurró a Mike, que estaba debajo de él—. Quédate aquí hasta que oigas un ligero silbido. Entonces, sígueme.

Jack se subió a la abertura y tanteó para encontrar por dónde debía descender. Sus pies toparon por fin con unos peldaños de piedra. Bajó por ellos con precaución, sin atreverse aún a encender su linterna. Adelantó las manos y tocó la fría piedra frente a él, detrás de él y a los lados. Decidió encender y apagar velozmente su linterna.

Cuando lo hizo, pudo darse cuenta inmediatamente de que estaba en medio del hogar de una chimenea. Sus pies reposaban sobre la piedra vacía en que se suele encender el fuego. Sólo tenía que inclinarse y caminar hacia delante para entrar en una de las habitaciones de la torre.

Se inclinó. En la habitación, la oscuridad era intensa, pero, al cabo de un momento, Jack pudo distinguir una estrecha faja de cielo estrellado. Supo entonces que estaba mirando por una de las estrechas ventanas de la torre y que, a través de ésta, veía las relucientes estrellas.

Lanzó un leve silbido y oyó el ruido que hacía Mike al subir a su vez. Percibió cómo se encaramaba por la reja y cómo bajaba los peldaños de piedra. Pronto los dos niños estuvieron de pie en medio de la oscura habitación. Jack encendió su linterna. La habitación era una salita y estaba amueblada muy confortablemente. En ella no había nadie.

—¡Cuántos sillones! —susurró Jack—. Guy parece sentir la necesidad de estar cómodo. ¿Qué hacemos ahora?

—Buscar la escalera de piedra de la torre y subir por ella —le contestó Mike en voz baja—. Arriba hay más habitaciones. Lo sabemos por el plano. Sígueme. La escalera estará sin duda al otro lado de esa puerta.

Procurando no hacer ruido, se dirigieron a la puerta y la abrieron. Fuera había una luz tenue que, evidentemente, servía para iluminar la escalera. Jack abrió la portezuela de la linterna en la cual lucía la luz y sopló la vela.

—No correremos tanto riesgo de ser sorprendidos si subimos a oscuras. Ten cuidado. No sabemos con qué tendremos que enfrentarnos —susurró.

Las suelas de goma de sus zapatos no hacían ruido al posarse sobre los peldaños de piedra. La escalera daba vueltas y más vueltas por el interior de la pared de la torre. Al fin llegaron a una puerta que estaba un poco entreabierta. La habitación a la que daba paso se hallaba a oscuras.

Jack escuchó, pero no oyó nada. Empujó la puerta y miró al interior. Estaba seguro de que allí no había nadie. Encendió rápidamente su linterna y quedó muy asombrado.

—¡Un dormitorio! —murmuró a Mike—. Mira, hay camas, ¡muchísimas camas! ¿Quién vivirá aquí? ¡Vaya! No se trata solamente de Guy, sino de un montón de gente. ¿Qué estarán haciendo en esta torre?

—Hay otra habitación más arriba —musitó Mike, cuyo corazón latía como si fuera una máquina—. Quizás allí ocurra algo.

Dejaron aquel dormitorio y subieron por las escaleras. Antes de llegar a la puerta siguiente, oyeron voces fuertes.

Se detuvieron inmediatamente y se apretaron el uno contra el otro, casi sin respirar. Parecía que en la habitación más alta de la torre se hubiera entablado una pelea.

Se oían voces de enfado, pronunciadas en un lenguaje extranjero. Luego se oyó como si algo se cayera. ¿Sería una mesa?

—¿Quiénes serán? —susurró Jack—. Parece como si fuesen muchos. Propongo que nos quedemos aquí y escuchemos, ¿vale?