CAPÍTULO XX

¿DÓNDE ESTÁ LA PUERTA SECRETA?

Dimmy se alegró cuando se enteró de que a los muchachos ya no les molestaban las piernas y los brazos. Y así se lo comunicó a Brimmy cuando ésta y Edie Lots vinieron para recoger las bandejas de los desayunos.

—La loción que nos dio va muy bien —dijo—. Nunca había oído que nadie tuviera una loción para los pinchazos y punzadas. ¿Cómo se enteró usted de su eficacia? ¿Sufren también ustedes de pinchazos y punzadas?

—Yo no, pero mi hijo sí —respondió Brimmy.

Mike hizo inmediatamente un guiño a Jack y en voz baja le dijo:

—Estoy seguro de que sí —sonrió—. ¡Apuesto a que los tiene cada vez que desciende a las minas!

—Es una lástima que esté lloviendo —siguió diciendo Brimmy—. Esto hará que los niños no puedan salir.

—Tenemos mucho que hacer —replicó en seguida Jack. Y miró significativamente a sus compañeros.

Todos se echaron a reír. Sabían lo que significaba la mirada de Jack: que se entretendrían en buscar la puerta secreta en la habitación de Paul. Ahora las niñas y Paul ya tenían noticia de los acontecimientos de la noche anterior y todo el mundo estaba muy intrigado.

—¿Adónde pensáis ir a jugar? —preguntó Dimmy a los niños después del desayuno—. Podéis quedaros aquí si os apetece, ahora que ya han retirado el servicio del desayuno.

—Pues… hemos pensado que preferiríamos ir arriba, a nuestras habitaciones, y buscar algo que hemos perdido —contestó Jack—. Así es que te dejaremos coser aquí tranquilamente. Además, arriba tenemos un par de juegos y no es necesario que te estorbemos con nuestros gritos.

—No me estorbáis —aseguró Dimmy— aunque si preferís subir a vuestras habitaciones, podéis hacerlo. Sin embargo, habréis de esperar a que estén barridas y ordenadas. Y, además, tenéis que devolver a la biblioteca los libros que cogisteis anoche.

—¡Ah, sí! Voy a buscarlos —dijo Jack—. Vosotros cuatro id a esperarme a la biblioteca.

Se fue corriendo y los otros se dirigieron a la biblioteca.

—Supongo que hoy también veremos saltar algún libro —dijo Nora, mirando hacia los estantes—. ¡Libros, estamos aquí!

Pero con gran decepción por su parte, nada ocurrió. Los libros que se habían caído el día anterior habían sido recogidos y vueltos a colocar en su sitio. Sólo se veía un hueco en las estanterías y era el que correspondía al lugar que había ocupado la historia del «Castillo de la Luna».

Pronto se presentó Jack con el gran libro. Cerró la puerta y miró por toda la habitación.

—¿No ha habido sesión de circo todavía? —preguntó.

Las niñas movieron negativamente la cabeza.

—No. ¡Qué aburrimiento! —respondió Nora—. ¡Estos libros se comportan como libros!

Alguien golpeó en la puerta,

—¡Entren! —invitó Jack.

La puerta se abrió y Edie Lots miró hacia el interior.

—Me pareció haberles oído —dijo—. Por favor, no tiren ustedes los libros como hicieron ayer. Algunos se deterioran fácilmente.

—Nosotros no los tiramos. ¡Usted bien sabe que no lo hicimos! —protestó Nora—. Le contamos lo que había ocurrido y usted salió corriendo, como si estuviera muy asustada.

Edie no contestó. Se dio cuenta de que Jack llevaba en la mano aquel gran libro.

—¿Ha venido usted a devolver esto? —preguntó—. Voy a buscar la escalera. Ese libro pertenece a aquella estantería de allí arriba.

Salió y al cabo de un par de minutos regresó con la escalera. La apoyó contra los estantes y volvió a salir.

—Es mezquina —comentó Mike—. No me gusta. Ninguno de ellos me gusta. ¿Alguien quiere echar una última ojeada a este libro antes de que lo coloque en su sitio?

—No hablemos tan alto —recomendó Peggy de repente—. Presiento que Edie está escuchando detrás de la puerta. A mí me gustaría darle un vistazo más al libro y ver exactamente dónde está situado el pasadizo secreto que conduce a la torre.

Su voz se hizo tan tenue al pronunciar estas últimas palabras, que nadie que estuviese a la escucha podía haberlas percibido.

Todos volvieron a repasar aquellos planos.

—Es una lástima que no señale también las minas —dijo Jack—. Me gustaría encontrar un libro que tratara de las minas.

¡Crash!

Los niños dieron un brinco. Un libro yacía junto a ellos, semiabierto.

—¡Bienvenido, querido libro! —exclamó Jack—. ¿Por casualidad eres un libro que trate de las minas?

Lo recogió. Pero no se trataba de las minas. Su título era Rolando, duque de Barlingford. Historia de sus caballos.

—Lo siento, duque Rolando —dijo Jack—. Pero tus caballos no me interesan. De todas formas, te agradezco que te hayas lanzado así sobre mi cabeza.

—Mira, Jack —susurró Mike. Y Jack se volvió rápidamente. Vio que Mike y los otros estaban mirando una pintura que había sobre el marco de la chimenea. Se balanceaba suavemente de un lado a otro. Era un cuadro tenebroso, que representaba montañas y colinas y que no tenía ningún interés, exceptuando el hecho de que se balancease de un lado a otro como si fuera un péndulo.

Jack se dirigió hacia él y lo sujetó con la mano. Inmediatamente se detuvo el movimiento.

—Eso no me gusta —dijo Nora—. ¡Es peor que los libros que saltan!

¡Pum! ¡Crash!

Los niños se volvieron en redondo. En el suelo yacían dos libros más y Jack vio que un tercero se estaba tambaleando ya en su estantería. Al cabo de un momento, éste cayó también.

Cogió la escalera, la colocó bajo la estantería de donde habían caído los libros y se subió a ella. No vio nada que pudiese motivar la caída de los libros.

—Todos los libros han salido del mismo lado de la biblioteca y del mismo estante —observó Paul—. Es raro, ¿no os parece? ¡Caramba! ¡Ya vuelve a moverse el cuadro! Era verdad. Se movía de nuevo, aunque más lentamente que antes. Jack se detuvo en lo alto de la escalera y se quedó mirándolo. ¿Para qué servirían todos aquellos hechos tan tontos?

—Alcánzame los libros —dijo a Mike—. Los colocaré de nuevo en su sitio.

Al depositar el último en su lugar correspondiente, descendió de la escalera, si bien esperaba que otros se caerían muy pronto.

—Salgamos de aquí —dijo Nora—. A mí no me gustan estas cosas que ocurren.

—Ven, iremos arriba. Ahora nuestras habitaciones ya estarán limpias —dijo Mike. Por lo tanto, abandonaron la biblioteca y subieron a sus habitaciones. La señora Brimming salía de ellas con un plumero, un cepillo y un cubo.

—Ya están dispuestas —les anunció—. Ahora voy a arreglar la de la señorita Dimmity.

Los cinco niños entraron en sus habitaciones. Jack cerró las tres puertas que comunicaban con el exterior.

—Si vamos a buscar una puerta secreta, no nos conviene que nadie comparezca justo en el momento en que la hayamos encontrado —dijo.

Todos se sentían emocionados. Entraron en la habitación de Paul y examinaron el muro derecho. Estaba recubierto de paneles desde el suelo hasta el techo. A primera vista, parecía imposible que allí hubiese una puerta.

—Me maravilla que no oyeras a aquel individuo penetrar en tu habitación a través de la puerta secreta la noche pasada —dijo Jack a Paul.

—La verdad es que oí un par de ruidos —confesó Paul—. Pero creí que se trataba de Ranni que entraba y salía de la habitación. Se detuvo ahí, junto a la ventana. Vi su silueta.

Jack permaneció un momento pensativo.

—Sin embargo, el hombre que entró por la puerta secreta corrió las cortinas, como bien sabes. Así es que no hubieses podido ver a Ranni junto a la ventana si las cortinas hubiesen estado ya corridas. El hombre, pues, debió de entrar cuando Ranni ya había salido.

—O quizá Paul vio al hombre junto a la ventana antes de que corriese las cortinas —aventuró Nora. Jack asintió.

—Sí, eso es también posible. Ahora venid, busquemos esa puerta. No abandonaremos nuestra tarea hasta que hayamos dado con ella.

Cada uno de ellos se colocó frente a una sección del muro de la derecha y empezó a rebuscar cuidadosamente por los paneles. Los empujaban, los golpeaban, los sacudían. Se apoyaban contra ellos e intentaban hacerlos correr.

—¡Vaya! Parece que no tenemos éxito —dijo Jack al cabo de un rato—. He examinado mi porción de pared hasta una altura de casi dos metros y no encuentro nada más que un panel ordinario. No hay secretos por ninguna parte. Cambiemos de sitio e intentemos cada uno en el lugar del vecino.

Así lo hicieron. Intercambiaron sus lugares respectivos y recomenzaron de nuevo la búsqueda. No dejaban de golpear, mover y empujar. Cada pequeño fragmento de madera era examinado y los crujidos se escuchaban con gran atención.

En medio de aquella fiesta, alguien intentó abrir la puerta de la habitación de los chicos y, al ver que no cedía, la golpeó fuertemente. Los cinco niños, que estaban muy absortos en su búsqueda, se sobresaltaron.

Pero era tan sólo Dimmy, que traía bizcochos y ciruelas para ellos. Se mostraba enfadada porque habían cerrado la puerta. Peggy corrió a abrirla.

—¿Por qué cerráis la puerta? —preguntó Dimmy.

—Para que Brimmy y las Lots no vengan por aquí —respondió Jack en tono veraz—. Siempre andan rondando a nuestro alrededor. ¡Oh, gracias, Dimmy, eres un hacha! Chocolate, galletas y ciruelas. ¡Cómo me apetecen!

Dimmy se fue y los niños descansaron de su trabajo para comerse los bizcochos y las ciruelas, sentados sobre la cama de Mike.

—Nos hemos pasado más de una hora buscando la maldita puerta —dijo Jack—. ¡Y, sin embargo, sabemos que ha de estar aquí! Es casi seguro que nuestro visitante nocturno tuvo que llegar por el pasaje de la torre. ¿Por qué no logramos entonces encontrarla?

—Lo probaremos otra vez —resolvió Mike. Le disgustaba mucho renunciar a sus propósitos—. Venid. Estoy seguro de que ésta vez lo encontraremos.

Pero no lo encontraron. Por fin, tuvieron que abandonar la búsqueda.

—No queda ni un milímetro de panel que no hayamos examinado detenidamente —dijo Jack lanzando un gruñido—. Nos ha derrotado. Tengo la sensación de que no podre volver a mirar este panel cara a cara. ¡Estoy harto!

Todos lo estaban.

—Vayamos a dar una vuelta —propuso Nora—. Ya no llueve y ha salido el sol. Espero que a nadie se le ocurra venir mientras estemos fuera para desordenar de nuevo nuestras cosas. ¡Es un truco tan tonto…!

—Cerraremos las puertas —dijo Jack—. y nos llevaremos las llaves.

Así, pues, cuando abandonaron sus habitaciones, cerraron las tres puertas que daban al pasillo. En cambio, dejaron abiertas de par en par las que comunicaban una habitación con otra. Salieron a la luz del sol y se pasearon alrededor del enorme castillo, explorándolo a conciencia.

—Es casi la hora de comer —dijo Nora por fin—. Debemos entrar. Caramba, estoy muy desaliñada. Subamos arriba directamente para lavarnos. Dimmy se sobresaltaría si nos viese así.

Subieron por las escaleras y se dirigieron a sus habitaciones. Jack sacó la llave de su bolsillo. Abrió la puerta de la habitación de las niñas y todos entraron.

—Todo está en su sitio —exclamó Jack, satisfecho—. Esta vez no se han producido cambios. Sea quien sea el bromista, tanto si es hombre como mujer, no habrá podido entrar porque las puertas estaban cerradas. ¡Eso está bien!

—¡Mirad! Aquí está mi linterna… —gritó de repente Nora, señalando la mesilla que había junto a su cama—. Y también está la de Peggy.

—¡Y la mía! —dijo Mike, que había corrido hacia la habitación de en medio—. Y también la de Jack. Sin embargo…, todas las puertas estaban cerradas.

—Sí que lo estaban —asintió Jack—. Así es que el que trajo las linternas ha venido por el pasadizo secreto… por el que no podemos hallar. No hay otra manera de entrar. ¡Ha de estar aquí! ¡No cabe duda! ¡Han venido por él! Pero ¿por qué no somos capaces de hallarlo? Paul, ¿no se te ocurre algo que pueda ayudarnos? Tú eres el único que oyó un ruido y vio a un hombre. Concéntrate. Dinos todo lo que oíste o viste.

—Ya os lo he dicho todo —se lamentó Paul. No obstante, se concentró e intentó recordar los últimos detalles—. Sólo recuerdo el último ruido. Creí que lo hacía Ranni al salir de la habitación… Y una especie de sombra en lo alto de la pared y…

—¡Una sombra! ¡En lo alto de la pared! ¡Ya lo tengo, ya lo tengo! —gritó Jack con los ojos relucientes—. La entrada ha de estar en lo alto, claro está, más arriba de lo que hemos mirado… Esa sombra pertenecía sin duda alguna al visitante misterioso, que se marchaba por la puerta… por una puerta que está situada en lo alto del muro. ¡Ahora sí que la encontraremos!