EN MITAD DE LA NOCHE
Cuando llegó la hora de acostarse aquella noche, los cinco niños estaban muy excitados. Nadie conseguía dormir. En cuanto a Paul, se movía y daba vueltas, pensando en qué lugar podía estar la puerta que comunicaba con su habitación, si es que ésta aún existía…
«¡Pero es que seguramente existe todavía! —pensaba—. Sabemos que hay un espacio en la pared, entre esta habitación y el cuarto de baño».
Naturalmente no había podido abstenerse de golpear y sacudir el muro aquí y allá, para ver si en algún lugar sonaba hueco. Y así era, no cabía duda.
Tuvo que meterse en cama antes de haber examinado bastante detenidamente el muro de la derecha, porque sus pinchazos y punzadas recomenzaron de nuevo súbitamente. Mike le oía golpear y gritó desde la habitación contigua:
—¡Paul! No intentes buscar la puerta secreta. Espera a que la busquemos todos juntos.
—¡Está bien! —contestó Paul, que ya se había metido en cama y se frotaba las piernas con todas sus fuerzas. Ranni había vuelto a colocar su cama en su dormitorio, a pesar de que éste hubiese preferido pasar la noche en la habitación de Mike.
—Entraré dos o tres veces, pequeño señor, para ver si está usted bien —dijo Ranni, que se sentía muy preocupado por las piernas de Paul—: No se asuste usted si de noche me ve junto a su cama.
—Quisiera que no se preocupara usted tanto, Ranni —dijo Paul.
Pero de nada le servía decir esto. Paul había sido confiado a la custodia de Ranni y el gran baroniano permanecía junto a él en vigilancia tanto como le era posible. Por fin todo el mundo se durmió, primero las niñas, porque no padecían pinchazos ni punzadas que les molestaran. Paul se agitó y se removió durante algún tiempo y, por último, consiguió también conciliar el sueño.
Unas horas más tarde se despertó de súbito. Se sentó en la cama pensando qué sería lo que le había despertado. En sueños, le había parecido oír un ruido extraño.
Junto a la ventana descubrió una oscura figura. Se acostó de nuevo.
—Se preocupa usted demasiado, Ranni —murmuró—. ¡Y me ha despertado!
Permaneció echado, mirando a Ranni, y sus ojos empezaron a cerrarse de nuevo. Pensaba que quizá Ranni se acercase a él para examinarle las vendas y decidió hacerse el dormido.
No oyó ningún otro ruido durante uno o dos minutos. Abrió los ojos. Ahora ya no se veía a nadie. Acaso Ranni se hubiese ido ya. ¡Menos mal!
Otro ruido le hizo abrir de nuevo los ojos. Debía de ser Ranni, que abandonaba la habitación. Le pareció divisar una sombra que se movía en la parte alta de la pared e intentó despertarse totalmente para verla con mayor claridad. Pero tenía demasiado sueño. Los ruidos, las sombras y Ranni se mezclaron en su cabeza en un sueño loco.
No oyó las voces que cuchicheaban en el dormitorio vecino. Eran las de Mike y Jack, que hablaban entre sí. También ellos se habían despertado súbitamente, aunque no sabían por qué. Mike pensó que había oído un ruido en la habitación y esforzó la vista para descubrir de dónde procedía. El cuarto estaba realmente muy oscuro. Ni el menor indicio de luz se filtraba por la ventana y Mike no veía en el cielo ni el rastro de una estrella.
Jack habló en voz baja:
—¿Estás despierto, Mike? ¿Cómo van tus pinchazos y punzadas?
—No muy bien —respondió Mike—. Estoy muy adormecido y no tengo ganas de salir de mi cama, pero me es imprescindible alcanzar la loción y mojarme de nuevo las vendas.
—Sí, yo también lo necesito —asintió Jack—. ¡Caramba! ¡Qué pinchazos y punzadas! Es muy raro sentir todo esto sólo por haber estado un rato en las minas.
Las camas crujieron cuando los niños se sentaron en ellas. Mike buscó a tientas su linterna, que siempre dejaba junto a la cama. Pero no pudo hallarla.
—Enciende tu linterna —dijo a Jack—. No puedo encontrar la mía.
—Está bien —contestó Jack. Y comenzó a palpar para buscarla. Pero tampoco pudo encontrarla—. ¿Dónde la habré dejado? —refunfuñó—. ¡Oh, cuánto desearía tener a mi alcance un conmutador eléctrico y poder dar la luz! Vivir en un castillo es estupendo, pero echo de menos las cosas vulgares, como la luz eléctrica… ¿Dónde está mi linterna?
—La noche es muy oscura —repuso Mike—. Es asombroso, porque cuando nos acostamos el cielo aparecía salpicado de estrellas. No había luna, pero se veían millones de estrellas. Sin duda se ha nublado.
Jack saltó de la cama, decidido a buscar su linterna.
—Seguramente la habré dejado en el alféizar de la ventana —dijo—. ¡Ooooh, qué pinchazos y punzadas!
Se dirigió hacia la ventana y tanteó el alféizar. ¡Pero no pudo hallarla! Algo espeso, suave y pesado colgaba de ella.
—¡Vaya! —exclamó Jack de repente—. ¿Quién ha corrido las cortinas de nuestra ventana? No es extraño que hubiera tanta oscuridad. Las cortinas han sido corridas y la habitación se ha vuelto negra como un túnel. No me sorprende que hayamos sentido calor en cama.
—¡Yo no las he corrido! —dijo Mike—. Ya sabes que odio dormir con la ventana cerrada o con las cortinas echadas. Supongo que Dimmy habrá entrado y lo habrá hecho.
—Pero ¿por qué? —preguntó Jack—. ¡Siempre se muestra en contra de eso! Voy a descorrerlas de nuevo y así tendremos un poco de aire. Estoy seguro de que la noche es magnífica y llena de estrellas.
—Esto está mejor —comentó Mike levantándose—. Ahora puedo respirar. La habitación ha quedado completamente iluminada. ¡Hay tantas estrellas!
Se inclinó hacia fuera de la ventana, junto a Jack. Era verdaderamente una noche muy hermosa, pero los niños sentían que debían remojar de nuevo sus vendas con la loción, porque sus pinchazos y punzadas les dolían terriblemente. Dieron la vuelta para buscar la botella,
—Podemos ver muy bien a la luz de las estrellas —dijo Jack—. Sin embargo, me gustaría encontrar mi linterna. ¡Sé que la he dejado junto a mi cama!
Encontraron la esponja, la empaparon de loción y se frotaron con ella los vendajes.
—Esto ya ha mejorado —dijo Jack.
Se dirigieron de nuevo a la ventana para echar una última ojeada. Los dos niños vieron a la vez algo que les hizo retener el aliento.
—¡Mira! ¿Qué es aquello? —se asustó Jack.
—Una luz. Una especie de resplandor que centellea sobre el pueblo en ruinas —repuso Mike muy extrañado—. ¡Qué color tiene tan raro! Es del mismo color que aquel montoncito de material que vimos recoger a los hombres después de aquel fuego centelleante.
—Sí —asintió Jack, con los ojos fijos en el halo reluciente que sobresalía de los tejados del pueblo abandonado—. ¡Vaya! ¡Qué extraño es todo esto! ¿Qué estará ocurriendo allí? Estoy seguro de que en esto interviene Guy.
—Quizá se trate de un experimento —aventuró Mike—. Si es así, ésa ha de ser la razón por la cual no desea que la gente alquile este castillo, ni siquiera que vengan a visitarlo. Y ahora que sabe que los baronianos vendrán aquí dentro de pocos días, debe de estar concluyendo a toda prisa lo que esté llevando a cabo, a fin de hacer desaparecer después las huellas. ¡No me admira que esté tan enfadado!
Aquel halo de extraño color empezó a extinguirse, aunque todavía daba gusto contemplarlo. Los niños lo observaron hasta que desapareció por completo.
—¡Qué visión! —dijo Mike mientras se metía de nuevo en cama—. Estoy seguro de que a Guy le enojaría saber que hemos visto esto. Es algo que no puede ocultar, algo que haría que la gente se interesara en ello si lo viera y entonces sus pequeños experimentos, o lo que sean, serían descubiertos.
—¡Caramba, claro está! No querría que lo viésemos —replicó Jack—. Por eso alguien ha corrido las cortinas, para que, si nos despertábamos, no viésemos nada. Y por eso han desaparecido nuestras linternas, para que no pudiésemos encenderlas y darnos cuenta de que las cortinas estaban corridas e impedían el paso de la luz.
—¡Qué idea! —exclamó Mike, sentándose en su cama con indignación—. Se necesita valor para entrar aquí, correr las cortinas y esconder nuestras linternas. ¿Crees tú que habrán hecho lo mismo en la habitación de Paul y en la de las niñas?
—Estoy por afirmar que sí —contestó Jack—. Voy a verlo. —Pronto regresó contando que habían estado en lo cierto. En cada habitación, las cortinas habían sido cuidadosamente corridas—. Yo las he vuelto a apartar —dijo Jack—. ¿Me has oído? ¿Y qué habrán hecho de nuestras preciosas linternas? Si se las han llevado consigo, me sentiré furioso.
—Pero, de todos modos, hemos visto lo que no quería que viésemos —dijo Mike con satisfacción—. ¡Estamos por encima de él! Estoy seguro de que nos teme y lo demuestra intentando impedir que descubramos lo que está haciendo.
—Sabe que le estamos espiando —corroboró Jack, metiéndose en cama y acostándose—. Al encontrar la alfombra que pusimos por delante de la puerta de la torre, para ver si entraba y salía, se habrá dado cuenta de que hemos movido el armario que él había colocado para esconder la puerta de la torre.
—Es curioso que se haya atrevido a venir hasta aquí en medio de la noche y correr las cortinas y quitarnos las linternas —opinó Mike—. Y habrá tenido que pasar por delante de la puerta de Ranni. Éste duerme como un perro guardián, siempre con la oreja alerta.
—Puede haber penetrado por la puerta secreta… la que todavía no hemos encontrado —dijo Jack, incorporándose de nuevo en la cama—. ¡Habrá venido por el pasadizo secreto que conduce a la torre! Así no habrá tenido necesidad de pasar por delante de la puerta de nadie, ni se habrá cruzado con ninguna persona. ¡Estoy seguro de que esto es lo que ha hecho!
—¡Caramba! No lograré volver a dormirme esta noche —aseguró Mike—. ¡Qué lugar tan raro es éste! Se oyen tuangs y dongs, los jarrones se rompen solos, los libros saltan de las estanterías, hay ojos que centellean y puertas secretas y minas raras… ¡Vaya! Hemos tenido muchísimas aventuras, pero ésta sobrepasa a todas las demás.
—Y aún estamos en medio de ella —dijo Jack—. Intentemos ahora dormir, Mike. Mañana hemos de encontrar la puerta secreta en la habitación de Paul. Debe de estar muy bien oculta, estoy seguro. ¡Pero la encontraremos!
Volvieron a echarse a dormir. Sus pinchazos y punzadas se habían calmado de nuevo. Estaban acostados, mirando hacia la ventana sin cortinas. Contemplaban el cielo lleno de estrellas y por momentos sentían una gran excitación.
Por fin, se durmieron. Se despertaron ya bien entrada la mañana. Las niñas rondaban por allí. Peggy oyó que Jack hablaba con Mike y entró.
—¡Hola, dormilones! —dijo—. Vamos a desayunarnos ¿Cómo están vuestras piernas?
—Ahora ya están completamente bien —respondió Jack saltando de su cama y palpándoselas—. ¡Ni un solo pinchazo! ¡Ni una punzada! ¡Ni una agujeta! ¡Esto va bien!
—¿Así que no pensáis pasaros el día en cama? —preguntó Nora, satisfecha.
—¡Oh, no, ni pensarlo! —dijo Mike levantándose de un brinco—. Estamos completamente bien… ¿Ha perdido alguien su linterna?
—Sí —respondieron al unísono Peggy y Nora—. La nuestras han desaparecido. Creímos que os las habíais llevado vosotros.
Paul asomó la cabeza por la puerta entreabierta.
—¿Cómo van vuestras piernas? —preguntó—. Las mías están bien. He oído que alguien hablaba de linternas. La mía ha desaparecido.
—¡Caramba! —exclamó Mike—. Entonces ninguno de nosotros tiene linterna. Está bien, niñas, no os asustéis tanto. Jack y yo os podemos dar algunas noticias. Esta noche ha ocurrido algo mientras vosotras estabais roncando como marmotas. Nos encontramos en medio de una aventura, la más extraña que hayamos tenido nunca. Esperad a que Jack y yo nos vistamos y os lo contaremos todo. Tendremos que hacer planes. ¡Sí, tendremos que planearlo todo bien! ¡Hoy será un día de mucho, de muchísimo trabajo!