EMOCIONANTE LECTURA DE UN MAPA
Los chicos se encontraban ya mucho mejor. Mientras sus vendas estaban húmedas de loción verde, no notaban pinchazos ni punzadas. Sin embargo, en cuanto intentaban levantarse y dar un paseo, aquella molesta comezón volvía a producirse inmediatamente.
Se alegraron de ver a las niñas. Ranni había venido a visitarles y había trasladado la cama de Paul a la habitación de en medio, con Mike y Jack, así es que ahora los tres estaban juntos.
—¡Ah! ¡Habéis traído un libro! —dijo Mike. Y se incorporó para alcanzarlo—. Es una historia del castillo y de sus tierras. ¡Es un buen trabajo, lo habéis hecho muy bien! Esto es lo que queríamos. Habéis sido muy listas al encontrarlo tan de prisa.
—No lo hemos encontrado —repuso Nora—. Ni siquiera lo hemos buscado. El libro ha saltado desde una estantería y ha caído a nuestros pies.
—No seas boba —dijo Mike abriendo el libro—. Estás pensando en los cuentos de la camarera.
—Cierto que son los cuentos de la camarera, pero también son los nuestros —intervino Peggy—. Escúchame, Mike: ¡esto ha ocurrido de verdad!
Ahora las niñas, como es natural, habían captado toda la atención de los tres muchachos. Éstos las escuchaban mientras les contaban aquella extraña historia. A su vez, ellos les relataron a Peggy y a Nora cómo habían encontrado las habitaciones completamente cambiadas, con todo colocado en diferentes lugares.
—No puedo entender lo que ocurre —dijo Mike—. Parece como si quisieran echarnos de aquí. ¡Pero yo no me voy! ¡Me quedo aquí hasta que llegue la familia de Paul! Si las cosas siguen siendo así de raras, entonces tu padre podrá ocuparse de ello, Paul. Sin embargo, por lo que Jack ha oído esta mañana, presiento que los próximos días son importantes para alguien, quizá para Guy o para los dos hombres que hemos visto en las minas. Eso no podemos saberlo.
De nuevo discutieron el asunto: aquellos ruidos de tuang y de dong; la forma en que las habitaciones habían sido puestas patas arriba; aquellos libros saltando de las estanterías; los siseos en la sala de la caja de música… Luego Mike mencionó aquellos relucientes ojos del retrato, porque había olvidado que las niñas no los habían visto. Éstas le escuchaban y creían que aquello no podía ser verdad.
—Debió de ser un efecto de luz —aventuró Peggy.
—No lo era —replicó Paul—. Aquella habitación tiene muy poca luz.
—Bueno, pues yo no lo comprendo —dijo Peggy—. Yo no comprendo nada. Me rindo. Si fuera cierto que el castillo posee un fantasma en propiedad, entonces podría comprender, porque sería posible que no le gustáramos y quisiera que nos fuéramos. ¡Pero yo no creo en fantasmas!
—Ni yo —aseguró Jack. Y lo mismo dijeron los demás, excepto Paul.
Paul había sido educado en la lejana Baronia, que era un país salvaje, con montañas y bosques, en donde las viejas leyendas eran creídas y en donde aún ahora ocurrían cosas raras. Pero allí, en aquel lugar, todo aquello parecía imposible. Sin embargo, ¿qué era lo que estaba ocurriendo?
Entre tanto, Mike hojeaba el libro. Las páginas, llenas de letra menuda y apretada, no resultaban fáciles de leer y Mike intentaba buscar algún plano. Por fin encontró uno muy claramente dibujado. Detrás de él aparecieron otros, algunos de los cuales ocupaban varias hojas que se abrían como los mapas de carreteras. Mike eligió uno y lo extendió sobre su cama. Paul dejó la suya y se trasladó a la de Mike para verlo. Pronto todos los niños estuvieron examinando con interés las diferentes partes de aquel gran plano.
—Esto es el castillo —dijo Mike—. Aquí hay un plano del piso inferior. Busquemos la habitación en forma de ele.
La encontraron por fin y luego localizaron asimismo la biblioteca. Señalaron la sala de la caja de música y la que tenía un reloj como la capilla de una iglesia. Descubrieron las diferentes escaleras. ¡Qué cantidad fabulosa de habitaciones poseía aquel castillo!
A continuación examinaron el plano siguiente, que mostraba el primer piso, en el cual se encontraban sus habitaciones.
—Mirad, aquí están nuestros dormitorios —dijo Mike señalándolos—. Uno, dos, tres, todos comunicados entre sí. Y aquí está la habitación de Ranni. Y ésta debe de ser la de Dimmy. Fijaos, aquí hay marcada una puerta que se abre en la habitación de Paul. ¿Hay en ella alguna puerta? Debería estar en la pared a la derecha de tu cama, Paul. ¿Tú recuerdas que haya una puerta allí? Yo, no.
—Voy a verlo —decidió Paul. Y se levantó de la cama. Avanzó unos pasos, mas pronto regresó hacia atrás—. ¡Oh, mis punzadas y pinchazos! —dijo—. En cuanto empiezo a andar, se ponen peor que nunca. Peggy, ve tú y míralo. Estoy seguro de que no hay ninguna puerta allí. Si existiera, me hubiera dado cuenta.
Peggy y Nora fueron a la habitación de Paul y miraron a la pared de la derecha. No, allí no había ninguna puerta. La habitación tenía las paredes recubiertas de madera, excepto en el lugar en donde se abría la puerta que comunicaba con el corredor y en donde había la que comunicaba con la habitación de en medio.
—No existe la puerta —dijeron al regresar—. O bien es una equivocación del plano o existió esa puerta en otro tiempo y ahora ha sido tapiada y la pared recubierta de madera.
—¿Adónde conducía esta otra puerta? —preguntó Jack con interés—. Dejadme pensar… Si estaba en la pared de la derecha de la habitación de Paul, hubiera comunicado con el cuarto de baño azul, que está al lado, ¿no es cierto? Yo creo que allí no habría un cuarto de baño en otros tiempos. Así es que, probablemente, cuando se construyó el cuarto de baño, la vieja puerta se tapió.
—¿Tú crees que la puerta comunicaba con una habitación que había allí antes de que se construyera el cuarto de baño? —dijo Peggy—. Mirémoslo de nuevo. Está marcada con una T, no sé por qué será.
—Dejadme doblar este plano —dijo Mike con impaciencia—. Aparta la mano, Peggy, voy a extender el otro. Lo extendió y en el acto se oyó una exclamación emocionada.
—¡Es la torre! ¡Un plano de la vieja torre! Lo era. Los niños lo contemplaban con gran interés. La torre había sido representada en forma de diagrama, como si estuviera cortada por la mitad de arriba abajo, y los niños podían ver muy bien cómo estaba construida y podían imaginar cómo era por dentro.
—Aquí, en la parte de abajo, viene señalada la puerta, la que está cerrada —dijo Mike señalándola—. También aparece indicada la escalera de piedra, que es muy grande en verdad, y luego la habitación del primer piso. ¡Fijaos, qué raro! Es completamente redonda. ¿Será muy grande en realidad? Aquí parece muy pequeña. Luego la escalera sigue subiendo y, a partir de la salida de esta habitación, se ensancha y después se vuelve a estrechar cuando llega a la habitación del segundo piso.
—Yo ya imaginaba así la torre por dentro —dijo Paul—. Se parece a una que tenemos en un castillo de Baronia. Mirad, la escalera sigue subiendo hasta la habitación del tercer piso y luego hasta el tejado. ¡Qué hermosa vista se debe divisar desde allí!
—Estas marcas cuadradas en cada habitación deben de representar los hogares —Mike las señaló—. Y esta línea es sin duda la chimenea que conecta todos los hogares y conduce el humo hacia algún lugar del tejado.
Nora colocó el dedo sobre un pequeño dibujo en forma de puerta, que se veía dentro del hogar del segundo piso.
—¿Qué será esto? —preguntó—. No puede ser la puerta que separa la escalera de la habitación, porque ésa viene indicada aquí. Pero parece una puerta. ¿Qué es esta señal que hay encima?
—Parece una letra T —respondió Jack.
Esto hizo que se encendiera una lucecita dentro de la cabeza de Peggy.
—¡Una T! —exclamó—. Bien. La puerta secreta de la habitación de Paul, la que no hemos podido encontrar, también estaba marcada con una T en el lugar en que estaba señalada en el otro plano… Esa T quizá significa torre.
—¿Y por qué había de estar señalada con una T de torre la puerta que conduce a la habitación de Paul? —dijo Mike en son de burla.
—Pues quizás esa puerta en otro tiempo conducía a la torre —repuso Peggy, que pensaba por su cuenta—. Es decir, yo creo que pudo haber un pasadizo que condujera desde estas habitaciones hasta la torre… La torre no está muy lejos de ellas.
Mike la miró. Estaba pensando a toda velocidad.
—Es posible que tenga razón —dijo a los demás—. Esperad, veamos ahora los otros planos.
No encontraron más planos grandes, excepto uno de los desvanes. No resultaba muy interesante. Pero había un curioso plano pequeño, con el título de Todas las comunicaciones, que durante algún tiempo interesó mucho a los chicos.
—Todas las comunicaciones. Esto puede significar: las escaleras, los pasajes, los pasillos, etcétera, que conectan una parte del castillo con la otra —dijo Mike—. Pero parece un mapa loco, si es que significa lo que pensamos. Ni siquiera puedo identificar una de las escaleras, por ejemplo.
—La palabra comunicaciones puede referirse a pasos secretos —dijo de repente Paul—. Todos los viejos castillos tienen pasos secretos y puertas secretas. El nuestro en Baronia los tiene. En otro tiempo se usaban para cosas muy diversas, para ocultarse, para huir, suponían una posibilidad de penetrar en el castillo sin ser visto cuando éste se hallaba rodeado por los enemigos. Probablemente el «Castillo de la Luna» tiene también comunicaciones secretas.
—¡Probablemente tienes razón! —exclamó Mike, que, de repente, se mostró muy excitado. Volvió a inclinarse sobre el plano y luego dibujó con el dedo una línea curva—. Esta línea aparece marcada con una T en un extremo y otra T en el opuesto —dijo—. Quizás indica las dos puertas y el pasaje que conecta la habitación de Paul con la torre. ¡Caramba! ¿No os parece que sería formidable si pudiésemos hallar un paso secreto para entrar en la torre?
Hubo un susurro de emoción y luego Paul se dejó caer sobre la cama.
—¡Hemos de hallarlo! ¡Es necesario! Podríamos llegar sin ser oídos hasta donde estuviera Guy y ver qué es lo que está haciendo. ¡Hemos de hallarlo!
—Bien, pero mirad esto —dijo Jack señalando de nuevo el plano—. Parece como si el pasadizo que conduce desde la puerta secreta de la habitación de Paul hasta esta otra puerta, o abertura de la clase que sea, salga por dentro de la chimenea de una de las habitaciones de la torre. ¿Qué pensáis vosotros?
Todo el mundo estaba deseoso de creer que Jack tenía razón.
—Ya sé cómo lo podríamos hacer para saber si estamos en lo cierto —dijo Mike—. Podríamos medir la anchura de la habitación de Paul y la del cuarto de baño y ver cuánto suman en conjunto y, luego, podríamos medir los muros de ambos por fuera, desde el corredor. Y si esta medida es mayor que la primera, sabremos que incluye un pasadizo secreto entre las dos habitaciones.
—¡Caramba, tu idea es formidable! —se entusiasmó Peggy—. Voy a buscar ahora mismo una cinta métrica en mi cesto de labor.
Pronto encontró una, y ella y Nora midieron la habitación de Paul, de pared a pared. Medía cuatro metros veinte centímetros. Nora sacó la cabeza por la habitación de Mike.
—Exactamente cuatro metros veinte centímetros —anunció—. Ahora vamos a medir el cuarto de baño.
Lo midieron cuidadosamente y regresaron para informar a los chicos.
—Dos metros cuarenta centímetros —dijo Nora—. En conjunto, hacen seis metros sesenta centímetros. Ahora las mediremos por fuera, desde el pasillo, y veremos qué longitud dan por allí.
Cuidadosamente midieron las paredes que se extendían a lo largo del pasillo, por fuera de la habitación de Paul y del cuarto de baño. Lo comprobaron con emoción y luego entraron corriendo en la habitación de los chicos.
—¡Las medidas son diferentes! Por el interior miden seis metros sesenta centímetros, pero por fuera miden siete metros veinte centímetros. ¿Qué os parece esto?
Mike estaba excitado.
—¡Sesenta centímetros de diferencia! Es la medida justa de un paso secreto. Habéis trabajado bien, niñas. Existe un pasadizo que parte de algún sitio de la habitación de Paul, pasa entre su habitación y el cuarto de baño y luego se retuerce entre los muros hacia la torre.
—¿Vamos a ver si encontramos ahora la puerta secreta? —dijo Paul, excitado. Y volvió a saltar de la cama. Pero pronto regresó a ella quejándose. Los chicos se habían olvidado de empapar de nuevo sus vendas y éstas se habían secado. Ahora sus pinchazos y punzadas volvían a hacerse sentir cruelmente. Al pobre Paul se le habían reanudado los suyos al salir de la cama.
—Por esta noche tendremos que abandonar el proyecto de buscar la puerta secreta —dijo Mike lleno de desilusión—. No, Peggy, no iréis a buscar las puertas secretas sin nosotros. No pienses siquiera en ello. Lo haremos mañana. Os doy mi palabra de que será muy divertido.