CAPÍTULO XVI

EN EL FONDO DE LAS MINAS

Los tres niños se pusieron de acuerdo en ir por un túnel bastante ancho. Descendieron por él. El techo era bajo y Jack, que era el más alto, tenía que agacharse para andar. Al cabo de un rato, llegaron a una habitación que parecía una bodega, de la cual salían dos nuevos túneles.

—Mirad —dijo Jack recogiendo un cuchillo curvo—. Esto debe de haber pertenecido a alguno de los trabajadores, lo mismo que esta palangana rota.

Los tres enfocaron sus linternas. El techo de la bodega se hallaba sostenido por grandes puntales de madera, pero uno de ellos había cedido y uno de los lados de la bodega aparecía hundido.

—¡Espero que esos soportes aguanten el techo hasta que nosotros hayamos salido! —exclamó Mike dirigiendo hacia ellos la luz de su linterna—. Deben de ser ya muy viejos. Mirad, aquí hay una vieja máquina, que sin duda usaban los mineros. Está desgastada y cayéndose a pedazos.

Entraron en el túnel de la derecha y siguieron por él.

—Podríamos pasarnos muchas horas explorando estas minas abandonadas —dijo Jack—. Parece que existen muchísimos túneles. ¡Hola! ¿Qué es eso?

Habían llegado a lo que aparentaba ser un tosco muro que bloqueaba el túnel. Lo alumbraron con sus linternas.

—No es una pared —dijo Mike—. Es un desprendimiento del techo. ¡Caramba! No podemos proseguir por este lado.

Jack dio algunos puntapiés a un montón de cascotes, que cayeron alrededor de él. Otros fragmentos cayeron del techo y los cascotes y las piedras rodaron alrededor de los pies de los niños.

—En medio de este montón de escombros hay un agujero —dijo Jack—. Enfocaré hacia allí mi linterna y veremos si hay algo digno de ver.

Estaba a punto de hacer lo que acababa de decir cuando Mike lanzó una exclamación.

—¡Jack! No enfoques hacia allí tu linterna. Hay una luz al otro lado de este muro de escombros. Mira, se puede ver a través del agujero. ¿Qué será?

Jack se quedó muy sorprendido. Sí, era cierto. Por el hueco que se había formado en medio de aquellos escombros se veía una tenue luz. Aplicó un ojo al agujero con gran excitación.

Vio una luz extraña. Al otro lado del muro de escombros se divisaba una caverna espaciosa, de la cual partía otro túnel. Jack podía ver la abertura de éste, oscura y sombría.

En el suelo de la caverna había encendida una hoguera. Ardía lentamente y con luz muy brillante, y de su corazón, que era intensamente rojo, surgían brillantes llamitas verdes. Jack no alcanzaba a distinguir qué era lo que ardía. En realidad, parecía que allí no hubiese nada.

El fuego producía ruido, como si pequeños petardos estallaran en él continuamente. Después de cada pequeña explosión, un tinte rojizo se apoderaba de las llamitas verdes y éstas dejaban escapar unos círculos rojos y verdosos, que se alejaban flotando por el aire como si fueran anillos de humo.

Jack, pasmado, no podía dejar de mirar. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Qué era aquel fuego tan extraño y por qué estaba ardiendo allí, en aquellas minas abandonadas? ¿Es que había alguien en ellas?

—Deja que yo lo vea —pidió Mike con impaciencia.

Y apartó a Jack de un empujón. A su vez, aplicó el ojo al agujero y lanzó un grito de asombro.

—¡Caramba! ¿Qué será eso? ¡Un fuego, un fuego verde que está ardiendo sin que nadie lo cuide!

Paul le hizo retirarse con excitación.

—Ahora me toca a mí —dijo. Y se quedó callado por el asombro cuando miró por el agujero y vio las extrañas llamas y oyó el cric-cric-crac de las constantes explosiones.

Jack le apartó de nuevo al cabo de un par de minutos.

—Ahora vuelve a tocarme a mí —dijo. Miró por el agujero con gran seriedad. Los otros, que se apoyaban en él, notaron que de repente se ponía rígido y retenía el aliento.

—¿Qué es? ¿Qué ocurre? —susurraron Mike y Paul, intentando que Jack abandonase su puesto para poder mirar ellos. Pero Jack se resistía y siguió mirando.

De repente, se retiró apresuradamente y, en el mismo instante, los otros oyeron un profundo y estridente ruido, que provenía del otro lado del muro de escombros. Un curioso hormigueo les corrió por los brazos y piernas y empezaron a rascarse frenéticamente.

—¿Qué has visto? ¡Dínoslo! —dijo Mike, frotándose las piernas, en las que sentía clavársele como agujas y pinchos desde arriba hasta abajo.

—He visto una figura —dijo Jack rascándose también las piernas—. ¡Caramba! ¿Por qué sentimos de pronto hormigueo y pinchazos? He visto una figura muy extraña, con una capucha que le cubría la cara, de manera que no se le podía ver. Llevaba unos vestidos muy anchos y muy grandes, como un buzo o algo por el estilo. Tiró algo al fuego, que ha sido lo que ha producido aquel gran ruido, y las llamas se han vuelto de un intenso color rojo. ¡No podía mirarlas!

Mike volvió a mirar. ¡Qué amarga desilusión! ¡El fuego había desaparecido! No se veía ni una pequeña llama, aunque aquel extraño ruido se dejaba oír todavía. Entonces, en el túnel que se abría más cerca, iluminado por un extraño reflejo, vio dos figuras. No una, como había visto Jack, sino dos.

Avanzaban lentamente, llevando lo que parecía una pequeña escoba. Uno de ellos barrió el lugar en que había estado el fuego y apareció un montoncito de material, que relucía y centelleaba con su propia luz. ¿De qué color era?

¡Mike no lo sabía! No estaba seguro de haber visto nunca un color semejante. ¿Era verde, rojo o azul? No, no era de ninguno de aquellos colores.

Los hombres barrieron aquel montoncito y lo convirtieron en una estrecha barra, formada por un metal reluciente, el cual soltaba una gran cantidad de polvo reluciente, que desaparecía en cuanto se tocaba de nuevo. Luego, uno de ellos colocó un capazo sobre la barra y ambos desaparecieron por el túnel.

Mike explicó todo esto a sus dos compañeros. Se sentaron en el túnel llenos de temor y de asombro. ¿Qué significaba lo que habían visto? ¿Qué estaba ocurriendo en aquellas minas abandonadas?

—Quisiera poder librarme de estas agujas y pinchos que siento en los brazos y piernas —dijo Jack, frotándose de nuevo con todo vigor—. En cuanto dejo de frotarme, lo noto mucho más.

—Lo mismo me ocurre a mí —dijo Mike—. Jack, ¿qué piensas de todo esto?

—Nada —respondió Jack—. Estoy completamente atontado. Éstas son tan sólo unas minas de estaño… De estaño, es decir, un material no muy valioso. Y, sin embargo, hemos visto cómo se desarrollaba este raro asunto: un extraño fuego de llamas verdes, que lanzaba petardos y que soltaba anillos de curiosos colores. Y de pronto, sin que podamos ver ninguna razón para que ocurra, el fuego se extingue y lo que queda allí es recogido por un par de hombres ataviados con los más raros vestidos que haya visto en mi vida.

—¿Crees tú que aquel tipo, Guy, tiene algo que ver con todo esto? —preguntó Paul, después de una pausa.

—Es posible que algo tenga que ver —replicó Jack—. Pero ¿cómo llegan los hombres a esta cueva? No por el camino que hemos venido nosotros, porque en ese caso hubiesen tenido que quitar primero esta pared de escombros. Me gustaría encontrar el camino para llegar hasta allí. Entonces quizá podríamos ocultarnos y ver todo lo que sucede. Y podríamos averiguar también quiénes son esos hombres y adonde llevan el material que recogen.

—Pues yo no me siento inclinado a correr por todos estos túneles tan enredados y perdernos aquí para siempre —dijo Mike—. ¿No nos sería posible hacernos con un plano de estas minas? Si lo encontrásemos podríamos trazarnos un camino hasta la cueva que acabamos de ver.

—Sí. Es una buena idea —asintió Jack—. Lo haremos así. Y creo que sé dónde encontraremos un plano. ¡En la biblioteca del castillo! Probablemente estas tierras pertenecen también al señor de Luna y es muy posible que encontremos algún libro que se refiera a ellas. Estoy seguro de que sacó mucho dinero del estaño o, por lo menos, alguno de sus antepasados sí lo obtuvo. Pienso que estas minas se agotaron mucho antes de que las heredara el actual propietario del castillo.

Mike miró su reloj para ver qué hora era.

—¿No son más que las tres y media? —exclamó extrañado—. ¡Oh, se me ha parado!

Con gran sorpresa comprobaron que los relojes de los tres se habían detenido.

—Regresemos —resolvió Jack—. Las niñas deben de sentirse preocupadas. Supongo que ha sido aquel fuego tan raro el que ha hecho parar nuestros relojes y nos ha causado la picazón y los pinchazos que nos molestan.

Uno por uno miraron una vez más por el agujero y luego, puesto que ahora ya no se veía nada, exceptuando un débil resplandor en el suelo de la caverna, regresaron hacia el pozo por el cual habían entrado.

Nora y Peggy estaban inclinadas en el borde. Empezaban a preocuparse. En cuanto llegaron al pie del pozo, oyeron que Nora gritaba.

—¡Mike! ¡Jack!

—¡Ya vamos! —gritaron los tres chicos. A continuación, oyeron la voz profunda de Ranni que retumbaba por el pozo.

—Se hace tarde, daos prisa.

Subieron y se sintieron felices por encontrarse de nuevo en pleno sol. Sin embargo, ¡cómo se agudizaban los pinchazos cuando el sol tocaba en sus brazos y piernas! Los tres chicos se frotaban y se rascaban a toda velocidad, lo cual extrañó mucho a las niñas.

—Habéis permanecido abajo demasiado tiempo y un pozo así puede ser peligroso —dijo Ranni dirigiéndose a Paul—. Ahora mismo iba a descender para buscarle, príncipe. He dejado el coche en la encrucijada.

—Se nos han parado los relojes —repuso Paul. Y se volvió hacia las niñas—. ¿Se han parado también los vuestros? —preguntó.

—No —contestó Nora mirando su reloj y luego el de Peggy—. ¿Qué habéis visto allí abajo? ¿Algo emocionante?

—¡Caramba, sí! —respondió Jack—. Ya os lo contaremos cuando estemos en el coche.

Cuando los chicos les relataron su aventura, las niñas los escucharon con gran admiración. Ranni, que estaba al volante, se enteró de todo y se sintió horrorizado.

Detuvo el coche y se volvió hacia los niños, que iban detrás.

—No volveréis a venir por aquí —dijo con gran seriedad—. Si lo que contáis es cierto, este lugar no es para vosotros. No quiero que mi joven dueño se vea envuelto en tales peligros.

—No son peligros —protestó Jack—. No hemos estado en peligro, Ranni. ¡En ningún peligro!

A Ranni le parecía todo lo contrario.

—Algo ocurre aquí —dijo—. Algo misterioso. No es cosa de niños mezclarse en ello. Jack, debes prometerme no descender nunca más por estos pozos y no llevarte contigo a Paul.

—¡Vaya! —exclamó Jack en tono de protesta—. No puedo prometerte eso, Ranni. Hemos de descubrir lo que significa todo esto.

—Pues tienes que prometérmelo —insistió Ranni sin conmoverse—. Si no lo haces, se lo diré a la señorita Dimmity y os llevaremos de nuevo a casa.

—¡Es usted muy mezquino, Ranni! —se lamentó Jack. Pero conocía a Ranni desde hacía tiempo. No le quedaba más remedio que formular su promesa—. Está bien. No volveremos a descender otra vez por esos pozos bestiales —terminó entristecido.

—Ni volveréis a ese pueblo en ruinas —insistió Ranni, que no quería que hubiera el menor equívoco.

—Está bien, está bien —repitió Jack—. Cualquiera creería que tenemos seis años y necesitamos que se nos vigile de cerca. Sigamos, regresemos a casa.

Ranni puso de nuevo el coche en marcha, satisfecho ya. Jack trazó unos cuantos planes, de los cuales comunicó algo a los demás en voz baja.

—Aunque hayamos prometido a Ranni que no iríamos al pueblo, eso no significa que no podamos aclarar algo más sobre las minas en algún viejo mapa. Después de la merienda, iremos a la biblioteca del castillo.

—¡Y los libros saltarán sobre nosotros desde las estanterías! —dijo Nora soltando una carcajada—. ¡Eso fue lo que dijo aquella camarera!

—Bien. Todo contribuirá a añadir emoción al asunto —repuso Jack—. Propongo que no digamos nada de lo que hemos visto en la mina cuando nos reunamos con Dimmy.

Cabe en lo posible que se empeñara en que regresáramos a casa. No se puede saber lo que decidiría si pensara que hay alguna cosa con la cual no podemos transigir.

—¡Oh, mis pinchazos y punzadas! —murmuró Mike—. ¿Cuánto tiempo durarán? ¡Los míos están peor que nunca!

—¡Ya hemos llegado! —dijo Nora cuando el coche penetró por la verja—. ¡Os envidio, chicos, a pesar de vuestros pinchazos y punzadas! ¡Habéis tenido una hermosa aventura y nosotras no!