TODO ES MUY EXTRAÑO
La señorita Edie le condujo a una habitación muy oscura, a causa de que daba hacia la parte trasera del castillo y estaba orientada en dirección a la colina y no hacia el amplio valle.
—¿Quiere usted una luz? —preguntó en tono enfadado—. Si lo desea, la encontrará allí. Al lado hay una caja de cerillas.
—No, muchas gracias —contestó Jack—. ¿Es ésta la cuja de música? ¡Qué enorme y qué hermosa!
Se dirigió hacia una gran caja de madera. Tenía un metro aproximadamente de longitud y unos dos palmos de altura y estaba colocada sobre un pedestal. Ambas cosas, la caja y el pedestal, estaban hechas de madera de nogal y aparecían bellamente trabajadas. A lo largo de la caja había pequeñas figuras de bailarines, lo mismo que en el pedestal. El trabajo había sido llevado a cabo por una mano sabia y amorosa.
—¿Cómo se pone en marcha? —preguntó Jack levantando la tapa y mirando al interior, donde se veían relucientes tiras de metal por debajo de millares de finos dientes.
No hubo respuesta y Jack miró a su alrededor. ¡La señorita Edie se había retirado sin decir palabra! Jack sonrió. ¿Creía ella en realidad que podía asustarle con aquellos antiguos y absurdos cuentos? Hubiese deseado que los otros estuvieran allí para oír todo aquello.
«¿Cómo funcionará esta caja? —pensó inclinándose sobre ella—. ¡Ah!, aquí están las instrucciones clavadas en la tapa. Se le tiene que dar cuerda. ¿Quién la construiría? ¡Debe de ser muy antigua!».
La abrió cuidadosamente y movió la palanca que la hacía funcionar. El rodillo empezó a moverse lentamente y la caja de música emitió un antiguo aire muy alegre.
La música suave y dulce llenó la habitación y Jack la escuchó embelesado. De aquellas tonadas que se sucedían unas a otras, todas diferentes entre sí, se desprendía como un encantamiento. El niño conocía algunas de ellas, pero otras no las había oído jamás.
Un ruido le distrajo. Miró alrededor de la habitación, que era sombría y en la cual parecía no haber penetrado nunca el sol. Vio que era aquella misma habitación en que se encontraba el retrato de un antepasado muy remoto del señor de Luna, colocado sobre el marco de la chimenea. La cara que le miraba era sombría y su mirada parecía prohibirlo todo. Los ojos miraban fijamente a Jack, muy enfadados y feroces.
—Dispénseme si le molesto, señor de Luna —dijo Jack muy cortésmente, dirigiéndose al retrato mientras una nueva tonadilla se iniciaba—. ¡Por favor, no me mire con ese ceño!
A través del son de la música, Jack oyó de nuevo aquel ruido extraño. Parecía provenir del manto de la chimenea. ¿Sería un siseo?
Jack se encaminó hacia el inmenso hogar. Escuchó. Luego dirigió su mirada al gran retrato colgado sobre su cabeza. El señor de Luna miraba a aquel muchacho como si pudiera decirle muchas cosas, echándole en cara que turbase la paz de aquel lugar.
Luego ocurrió una cosa rara. Los ojos del señor de Luna cobraron vida de pronto. Brillaban enfurecidos y aparentaban lanzar miradas de cólera. Entonces de nuevo se oyó el siseo.
Jack se echó hacia atrás. No era un muchacho tímido.
Al contrario, siempre había sido bastante valiente. Pero aquello resultaba muy inesperado y parecía cosa de magia, en aquel lugar tan oscuro y con la vieja caja de música tocando.
Tropezó con una silla y cayó sentado sobre ella. Cuando se levantó, miró de nuevo hacia el retrato. Pero los ojos ya no lucían, a pesar de que el señor de Luna seguía teniendo un aspecto muy desagradable.
Jack alzó la cabeza. Estaba muy sorprendido al sentir tan fuertes los latidos de su corazón. ¿Es que había soñado que aquellos ojos tenían vida? ¿O se trataba de algún juego de la luz sobre el retrato? El siseo también había dejado de oírse. Con el ceño fruncido, Jack se dirigió de nuevo hacia la caja de música. De repente, por encima del hombro, dirigió su mirada hacia el retrato. ¿Estarían de nuevo mirándole aquellos ojos llenos de ira y enfado?
Le estaban mirando, en efecto, mas en ellos ya no había aquella sensación de vida. «¡Lo he soñado! —se dijo Jack a sí mismo—. Si éste es el efecto que este castillo va a producir sobre mí, tendré que cuidarme. ¡Hubiera jurado que los ojos han tenido vida durante un momento!».
La caja de música seguía tocando, pero la música era cada vez más lenta. Cuando se detuvo, Jack volvió a darle cuerda. De súbito, oyó que una voz le llamaba.
—¡Jack! ¡Jack! ¿Dónde estás?
Se sobresaltó, pero luego se rió de sí mismo. ¡Era la voz de Mike! Ya habían regresado de Bolingblow…
Salió corriendo de la habitación y se dirigió al encuentro de sus compañeros.
—¡Aquí está! —gritó la voz de Nora, y corrió a su encuentro—. ¡Jack, hubieras tenido que venir con nosotros! Hemos comido merengues y helados. Te hemos traído un merengue. Aquí lo tienes.
La niña se lo dio. El muchacho entró en la habitación en forma de ele donde se hallaban reunidos los otros. Allí estaba también Dimmy y todos la ayudaban a deshacer los paquetes que habían traído.
—¿Y tú qué has hecho, Jack? —preguntó Dimmy—. ¡Debías de haber venido con nosotros!
—He estado escuchando la caja de música que toca cien aires distintos —dijo Jack—. Está guardada en la sala donde se encuentra el retrato de un antepasado del señor de Luna que tiene unos ojos horribles.
Algo había en su tono de voz que hizo que Mike le mirara.
—¿Ha ocurrido algo interesante? —le preguntó.
Jack respondió que sí con la cabeza, señalando a Dimmy, y Mike comprendió en el acto que Jack tenía algo interesante que contar, pero que no lo haría hasta que se quedasen solos. Por fortuna, Dimmy salió de la habitación con los brazos llenos de paquetes y dejó a los niños a sus anchas.
—¡Jack, tienes algo que contarnos! —le apremió Mike—. ¿Qué es? ¿Has oído algo? ¿Ha ocurrido algo?
—Sí. He oído muchas cosas y ha ocurrido algo —repuso Jack—. ¡Escuchadme!
Y relató a los demás lo que había oído decir a Guy, a su madre y a sus tías. También les contó lo que la señorita Edie le había dicho respecto a la vieja leyenda del espíritu del castillo. Todos se rieron.
—Es curioso que intenten hacernos creer que el tuang y dong se oyen a causa de que el castillo está enfadado porque nosotros estamos aquí —dijo Mike—. ¡Qué idiotez!
—¡Tuang!
Siguió un silencio lleno de espanto. El sonido retumbó por el aire y luego se desvaneció.
—¡Hum! La cosa ha sucedido en el momento más oportuno —dijo Jack al notar que Nora y Paul parecían asustados—. Pues bien, espíritu del castillo, ¿por qué no haces ahora un dong?
—¡Oh, no, Jack! —protestó Nora con ansiedad.
Pero no hubo ningún dong.
—El espíritu del castillo se ha vuelto un poco sordo —dijo Jack bromeando—. No ha escuchado mi ruego.
—¡Tuang!
Todos brincaron de nuevo. Jack corrió alrededor de la habitación, examinando atentamente todos los instrumentos de música. En ninguno encontró una cuerda que todavía vibrara y que pudiese indicar que alguien la había tocado.
Jack se reunió de nuevo con los demás. De repente, recordó los ojos centelleantes del retrato. De nuevo miró a Nora y a Paul. Los dos parecían estar algo asustados, así es que Jack decidió no decir nada del retrato delante de ellos. Se lo diría a Mike, y quizá también a Peggy, cuando se hallara a solas con ellos.
—¿Dónde está la caja de música? —preguntó Nora—. Vayamos a oírla.
Pero era demasiado tarde para hacer esto, porque en aquel momento aparecieron las dos señoritas Lots con la comida del mediodía. Acto seguido se presentó asimismo Dimmy.
—¡Oh, muchas gracias! —dijo—. Pongan ustedes aquí las bandejas y nosotros prepararemos la mesa como de costumbre. ¡Qué comida tan magnífica!
Los merengues y los helados no parecían haber estropeado el buen apetito de todos ellos. Los niños examinaron con placer las bandejas y levantaron las tapaderas que recubrían los diversos manjares.
—Jamón frío, lengua, tomates… fijaos, muchos tomates. Huevos duros en la ensalada, patatas con piel y un enorme pastel recubierto de cerezas.
—No toquéis más las tapaderas —ordenó Dimmy—. Vosotras, niñas, venid a ayudarme. Vamos a poner la mesa. Vosotros, Mike y Paul, traeréis las bandejas cuando hayamos extendido el mantel.
Pronto pudieron sentarse a la mesa y comenzaron a comer con apetito. Dimmy siempre quedaba maravillada al ver lo que los cinco niños eran capaces de engullir. Al parecer, se creían en la obligación de no dejar ni una miga.
—Si alguien quiere bizcochos o fruta, los encontraréis en el armario lateral —dijo Dimmy al acabar la comida.
Sólo Mike era aún capaz de comer algo y se dirigió a buscar una ciruela. Mientras la cogía, uno de aquellos ruidos que ya empezaban a serles familiares sonó en alguna parte detrás de él.
—¡Dong!
—Ya tienes el dong que querías —gritó Mike a Jack, mirando rápidamente hacia todos los instrumentos que colgaban de la pared. Cogió la ciruela y regresó junto a los demás. Nadie dijo nada del ruido, ni siquiera Dimmy, y la animada conversación prosiguió como de costumbre.
—¡Crash!
Esto les hizo saltar a todos.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Dimmy—. Ha sonado al otro lado de la habitación, donde están los instrumentos.
Se dirigieron allí en grupo para examinarlos. Un gran jarrón azul yacía en el suelo, hecho trizas.
—¡Mirad eso! —exclamó Dimmy excitada—. Se ha caído de la estantería. Pero ¿cómo ha podido ocurrir eso? ¡Qué lástima!
—Es buena cosa que estés aquí con nosotros, Dimmy —dijo Mike—. Podías haber pensado que uno de nosotros lo había roto. Tendremos que decírselo a la señora Brimming. No sé qué pudo hacer caer así este jarrón. Sin duda estaba colocado demasiado próximo al borde.
Jack recordaba todo lo que la señorita Edie Lots le había dicho y se sentía un poco intranquilo. Regresaron al rincón de la ventana donde habían comido. Las niñas empezaron a recoger la mesa y colocaron los platos sucios y las fuentes vacías en las bandejas para que cuando vinieran las guardianas se las llevaran.
Al poco rato apareció la señorita Edie Lots, seguida por la señora Brimming. Miraron con gran susto el jarrón roto. Los fragmentos yacían aún sobre la alfombra, porque no tenían escoba para recogerlos.
—No sé cómo ha podido ocurrir esto —dijo Dimmy— pero hemos oído un ruido raro y, cuando nos hemos acercado a esta parte de la habitación, hemos encontrado el jarrón roto. Debió de haber quedado demasiado cerca del borde de la estantería y ha resbalado.
—Estaba muy bien colocado en el interior de la estantería —repuso la señorita Edie—. Yo misma he limpiado el polvo de la habitación esta mañana.
—Pues lo siento mucho, pero ninguno de nosotros tiene nada que ver con esto —afirmó Dimmy—. No imagino cómo ha podido ocurrir.
—¡Esto no es más que el principio! —exclamó Edie Lots en un tono de voz tan raro que hizo que todo el mundo la mirara con sorpresa.
—¿El principio de qué? —preguntó Dimmy.
—De toda clase de cosas —respondió Edie—. Mejor será que se vayan ustedes antes de que suceda lo peor. La vieja leyenda vuelve a resultar cierta. Pregúntenle a él lo que yo le he dicho. —Y con la cabeza señaló hacia Jack—. Ya le he dicho que esto es sólo el principio. Ustedes no tenían que haber venido a este castillo. ¡Ahora pasarán cosas malas!
—Por favor, no sea usted tan tonta —le dijo Dimmy con frialdad—. No sé de qué está usted hablando. ¡Recojan las bandejas y márchense!