CAPÍTULO XII

UN DESCUBRIMIENTO INTERESANTE

Era divertido meterse en la cama en aquella serie de tres habitaciones. Las puertas que las comunicaban se dejaron abiertas, de manera que los gritos pudieran correr fácilmente entre los tres chicos y las dos chicas.

Nadie sentía sueño. Cuando Jack y Mike se hubieron metido en la cama, las dos niñas y Paul fueron a sentarse sobre las camas de la habitación de en medio, para hablar con ellos. Naturalmente no tardó mucho en iniciarse una guerra de almohadas. Con chillidos y escándalo, la lucha llegó a su punto culminante. Incluso una silla salió volando y cayó con estrépito.

—Pronto se va a presentar aquí Dimmy si seguimos haciendo tanto ruido —dijo Mike jadeando—. Eres una bestia, Paul, has cogido mi almohada. ¡Devuélvemela!

—¡Pum! ¡Paf!

Risas y escándalo y pies descalzos correteando por la habitación y alguien acorralado en una esquina. Entonces Nora profirió un grito de angustia.

—¡Paul! ¡Vaya! Tu almohada ha salido por la ventana.

En seguida se detuvo la batalla. Paul parecía muy avergonzado, mientras Mike le reñía.

—¡Paul, eres un idiota! ¿Por qué has hecho eso?

—Se me ha escapado de la mano —explicó Paul, y se dirigió hacia la ventana. Se asomó tan afuera que Jack tuvo que cogerle por los pantalones de su pijama, temiendo que resbalara y siguiera el mismo camino de la almohada—. Ya la veo —dijo—. Está abajo, sobre la hierba. Voy a buscarla.

Corrió hacia la puerta de su habitación y la abrió. En aquel preciso momento, Dimmy avanzaba por el corredor. Le vio y le llamó.

—¡Paul! Deberías estar en la cama desde hace tiempo. ¿Qué estáis haciendo?

—Miraba afuera —respondió Paul—. ¿Vas a meterte en cama ahora, Dimmy?

—Sí. Ahora voy, pero antes de acostarme pasaré por aquí para asegurarme de que todos estáis durmiendo —aseguró Dimmy con firmeza—. Así es que si pensabais jugar al escondite o a atraparos por los pasillos del castillo, ya podéis abandonar la idea. Supongo que estabais haciendo guerra de almohadas o algo por el estilo. Estás rojo y acalorado.

—Hemos luchado un poquito —confirmó Paul sonriendo—. Buenas noches, Dimmy.

Cerró la puerta y se dirigió hacia los demás, que se habían deslizado en la cama en cuanto habían oído la voz de Dimmy.

—Era Dimmy —dijo Paul, sacando la cabeza por la puerta del cuarto de los chicos—. Se va a la cama, pero piensa darse una vuelta por aquí antes de irse a dormir. ¡Sopla! ¿Qué haré con mi almohada? No quisiera bajar ahora y exponerme a que ella me atrape.

—Espera a que se haya marchado y yo te acompañaré —le recomendó—. Está ya muy oscuro. Cogeremos nuestras linternas y nos deslizaremos cuando el peligro haya pasado. Métete en la cama ahora, por favor, porque luego también vendrá Ranni por aquí.

Mike tenía razón. Ranni compareció al cabo de unos cinco minutos y abrió silenciosamente la puerta del cuarto de Paul para asegurarse de que el niño estaba en cama y dormía. No se oía nada. Cuando Ranni encendió su linterna y dirigió la luz hacia la cama de Paul, vio en ella una rizada cabeza. Volvió a salir sin hacer ruido y cerró la puerta. Paul dejó escapar un suspiro de alivio.

Cuando por fin vino Dimmy, las dos niñas dormían profundamente y también Paul. Dimmy dijo un par de palabras a Mike y Jack, les dio las buenas noches y salió.

Mike se sentó en su cama.

—¡Paul! —llamó quedamente—. ¿Estás a punto?

¡No hubo respuesta! Paul estaba muy lejos, perdido en deliciosos sueños de torreones y castillos y pueblos en ruinas. Mike saltó de su cama e iba a despertarle cuando Jack le llamó.

—¡Déjale! Probablemente haría ruido y despertaría a Ranni. Iremos nosotros dos. ¿Tienes la linterna?

Sin molestarse en ponerse los batines, los dos muchachos se calzaron las zapatillas y salieron de la habitación llevando cada uno su linterna. La noche era tan cálida que sentían calor aun yendo en pijama. Se deslizaban a lo largo de los pasillos mal iluminados, encendiendo sólo sus linternas en los trechos más oscuros, que se encontraban entre las lámparas colocadas a largos intervalos.

—Mejor será que salgamos por la puerta de delante —susurró Mike—. Podríamos topar de narices con Brimmy o con una de las Lots si nos dirigiéramos hacia la cocina. Además, tampoco conocemos muy bien las otras salidas.

—¿Recuerdas cómo se abrió la puerta de delante sin que nadie la tocara cuando llegamos esta mañana? —murmuró Jack—. Lo había olvidado hasta este momento.

—Supongo que tuvo que ser una de las Lots —respondió Mike—. ¡Les va muy bien eso de esconderse tan pronto como han abierto la puerta! Ya hemos llegado. ¿Verdad que es enorme?

Corrieron el cerrojo de la gran puerta, esperando que nadie les oyese. Dieron vuelta a la gran llave y tiraron de la empuñadura. La puerta se abrió muy quedamente, girando con suavidad sobre sus goznes.

Los dos niños descendieron por la gran escalinata exterior.

—Hacia la derecha —dijo Jack en voz baja—. Mantengámonos junto a los muros y con seguridad llegaremos al lugar en que ha caído la almohada.

Los muros del castillo no habían sido construidos en línea recta, sino que se arqueaban en raros dibujos, a veces redondeados, a veces cuadrados, como si el constructor hubiese planeado habitaciones de formas extrañas o torreones que no habían llegado a construirse.

—La almohada debe de estar por aquí —musitó Jack. Iluminó la hierba con el foco de su linterna. Luego miró hacia arriba, para intentar reconocer si estaban bajo las ventanas de sus dormitorios.

De repente, se asió al brazo de Mike y le susurró al oído:

—¡Mike, la torre está aquí delante! Mira, ¿ves tú lo mismo que yo veo?

Mike levantó la cabeza y vio la torre enormemente alta, que se recortaba sobre el oscuro cielo nocturno en que las estrellas lucían, produciendo una luz débil. Profirió una súbita exclamación.

—¡Las ventanas! ¡Están iluminadas! ¡Hay alguien en la torre!

Los dos chicos miraban hacia la elevada torre.

—Tres de las estrechas ventanas están iluminadas —murmuró Jack—. ¡Tres! Hay alguien muy ocupado ahí esta noche.

—Quizás ese individuo, Guy, esté desocupándola —opinó Mike—. Quiero decir que debe de estar llevándose lo que le pertenece.

—Me gustaría saber si se trata o no de ese hombre —dijo Jack mirando hacia lo alto y deseando con toda su alma poder examinar el interior a través de una de aquellas ventanas, aunque sólo fuera durante uno o dos minutos.

—Quedémonos aquí y observemos un rato. Es posible que el que está ahí se acerque a la ventana —propuso Mike. Por lo tanto, se sentaron en la hierba espesa y contemplaron las ventanas de la torre. Una vez vieron que alguien cruzaba ante la ventana, pero no lograron ver si se trataba o no de Guy.

Por fin se cansaron de mirar.

—Busquemos la almohada y vayámonos —dijo Jack levantándose. De pronto tuvo una idea y se cogió al brazo de Mike—. ¡Espera! ¿Qué te parece si nos deslizáramos hasta la pequeña habitación en que se encuentra la puerta de la torre y comprobásemos si ésta se encuentra abierta? Ahora sabemos que hay alguien en la torre.

—¡Sí! ¡Es una idea aplastante! —exclamó Mike muy excitado—. Incluso podemos subir algunos escalones sin hacer ruido y ver qué es lo que ocurre allí. ¡Vayamos ahora mismo!

Se dirigieron de nuevo a la puerta principal. Aún seguía abierta, de lo cual Jack se alegró mucho. No podía dejar de pensar que una puerta, que aparentemente podía abrirse sola, posiblemente también podía cerrarse por sí misma. Pero, de todos modos, allí estaba, entreabierta tal como ellos la habían dejado.

Entraron, cerraron la puerta y corrieron el cerrojo. A continuación avanzaron entre las armaduras y, por fin, alcanzaron la pequeña habitación de la puerta de la torre. Hubieron de descender por el pasaje de las tapicerías para llegar hasta ella. El pasillo estaba iluminado por una linterna que colgaba de un clavo en la pared. Su luz era muy pobre y solo alcanzaba a producir temblorosas sombras. Nada más.

De todas formas, los chicos llevaban sus linternas y no se preocupaban por la poca luz que allí había. Dirigieron su luz hacia el lugar en que debería estar la puerta. El cofre seguía fuera de su lugar, tal como ellos lo habían dejado. La puerta alta y estrecha se divisaba claramente en mitad del muro.

Mike se dirigió de puntillas hacia ella y cogió la empuñadura. La movió con cuidado. Luego refunfuñó:

—¡De nada sirve! Sigue cerrada. ¡Sopla! Esta noche no hay aventura.

—Hemos sido unos tontos al esperar que estuviera abierta —dijo Jack—. Guy, ese individuo, no quiere correr el riesgo de ser descubierto en la torre. Estoy seguro de ello. ¡Se pondría furioso si supiera que hemos rondado por fuera y hemos visto las ventanas iluminadas!

—Bien, pues de nada nos vale permanecer aquí esperando —repuso Mike—. ¡Sopla, qué tipo! ¡Me gustaría más poder explorar esta torre que cualquier otra cosa en el mundo! ¿Por qué lo lleva tan secretamente? ¿Es que tiene algo aquí que no quiere que nadie vea? ¿Y por qué se encierra?

—Supongo que porque sabe que a estas horas ya debería haber abandonado el castillo —respondió Jack—. Pongamos alguna cosa contra la puerta, de manera que cuando la abra tenga que mover el obstáculo.

—¿Y de qué nos va a servir eso? —preguntó Mike.

—¡Para que sepa que rondamos por aquí! —sonrió Jack—. Así sabrá que sospechamos de él, sabrá que pensamos que hay alguien en la torre y que nosotros podremos ver si el obstáculo que hemos puesto se ha movido. Con toda seguridad, puede volver a colocarlo si sale por esta puerta, pero, cuando vuelva a entrar, no podrá hacerlo y nosotros lo encontraremos fuera de su sitio y sabremos que ha vuelto a subir a la torre.

—Está bien. Cogeremos una alfombra del interior de uno de los cofres.

En efecto, cogieron una alfombra arrollada a lo largo y la depositaron junto a la puerta.

—El problema es si la puerta se abre hacia adentro, hacia la torre —dijo Jack—, y no hacia afuera, hacia esta habitación. Si es así, la alfombra no nos servirá de nada y podrá pasar por encima sin moverla.

—No, la puerta se abre hacia esta habitación —denegó Mike. Y señaló un semicírculo marcado sobre el suelo de piedra—. Mira cómo ha ido desgastando el suelo cada vez que ha sido abierta.

—Sí, tienes razón —repuso Jack, apretando fuertemente la alfombra contra la puerta. Bostezó—. ¡Vaya, qué sueño tengo! Volvamos a la cama. ¿Tienes la almohada?

—Sí —asintió Mike recogiendo la almohada del suelo—. La almohada de Paul nos ha permitido cerciorarnos de que la torre está ocupada.

Regresaron a sus habitaciones, mirando en todas direcciones por si veían a Ranni, quien, por regla general, se levantaba varias veces durante la noche para asegurarse de que su joven señor estaba sano y salvo. No querían toparse de narices con él.

Las niñas y Paul seguían durmiendo. Mike depositó la almohada de Paul a los pies de la cama de éste y luego él y Jack se metieron entre sus sábanas con gran placer.

—Buenas noches —dijo Jack—. Mañana preguntaremos a Brimmy respecto a la torre y veremos qué dice.

No hubo respuesta. ¡Mike ya estaba dormido!