DE NUEVO TUANG-DONG
Los cinco niños decidieron no mover el cofre, dejándolo apartado de la puerta de la torre. Así era seguro que Guy Brimming se daría cuenta de que habían intentado explorarla y que habían descubierto que la puerta había sido ocultada por aquel cofre. ¿Qué harían luego? Ya lo verían.
Resolvieron regresar a la habitación en forma de ele para contarle lo ocurrido a Dimmy. Pero no la encontraron allí y hubieron de ir a buscarla a los dormitorios en el piso de arriba, puesto que ella había dicho que se cuidaría de que se hicieran las camas. Allí la encontraron, tal como esperaban, cuando estaba concluyendo de arreglar la habitación de Paul. Se encontraba sola.
—¡Oh, Dimmy! ¿Has hecho las camas tú sola? —preguntó Nora—. ¡Lo siento! Pensé que nos llamarías a Peggy y a mí, si no venía nadie a ayudarte.
—Está bien así, querida. La señora Brimming y una de las hermanas Lots han subido para ayudarme —respondió Dimmy—. No sé cuál de las hermanas era, puesto que las dos Lots son parecidísimas. Se han ido ahora mismo.
—No hemos podido entrar en la torre, Dimmy —dijo Peggy con gran seriedad.
—La puerta seguía cerrada —añadió Mike.
—Y alguien había intentado ocultarla poniendo delante un cofre —dijo Paul—. ¿Qué te parece?
Dimmy se rió de la solemnidad con que hablaban.
—La verdad es que no pienso absolutamente nada. Supongo que en la torre guardarán cosas que necesitan ser limpiadas y ordenadas. Quizá se hayan almacenado allí toda clase de trastos viejos. No dudo de que, para el momento en que llegue la familia de Paul, la torre estará ya abierta y a punto para ser utilizada.
—Me parece que te equivocas, Dimmy —rechazó Jack—. Creo que hay algún misterio en todo esto. Estoy seguro de que es algo que tiene que ver con Guy, con ese extraño individuo.
—¡Cuántas tonterías pensáis! —exclamó Dimmy—. Se lo preguntaré a la señora Brimming y veréis como nos dará de ello alguna explicación sencilla. Es posible que se haya perdido la llave, tal como dijeron al principio.
—Bien, pero ¿por qué estaba escondida la puerta ahora? —preguntó Jack con insistencia—. ¿Y por qué el cofre que la ocultaba había sido cargado con piedras, de manera que fuera casi imposible moverlo?
—¡Piedras! ¡Vaya tontería! —dijo Dimmy—. Bromeáis. Y puesto que hablamos de bromas, ¡tuang!, ¡dong!
Hizo fuertes sonidos con su boca, imitando los que había oído. Los niños la miraron maravillados. Ella se echó a reír.
—Sí, sí. ¡Ya podéis poner cara de inocencia! —dijo—. Ya conozco yo vuestras caras de inocencia. ¡Aaaah! ¡Qué gracioso era! ¿Verdad? ¡Tuang! ¡Dong!
Los niños pusieron expresión de espanto ante este discurso. Primero miraron a Dimmy y después se miraron unos a otros.
—¿Qué quiere decir todo esto, Dimmy? —preguntó por fin Nora—. No sabemos en absoluto a qué te refieres.
Dimmy pareció preocupada.
—Pues, como muy bien sabéis, uno de vosotros, o quizá dos o tres juntos, no lo sé cierto, regresó al saloncito sin hacer ruido e hizo sonar fuertemente uno o dos de los instrumentos de música colgados de la pared. No podéis negarlo. Ha sido una broma graciosa, os lo concedo, y la primera vez el ruido me hizo dar un salto. Pero ahora no finjáis no estar enterados.
—Ninguno de nosotros regresó para gastarte una broma —aseguró Jack, muy extrañado. Y miró a los demás—. Ninguno de nosotros lo hemos hecho, ¿verdad? Todos fuimos juntos hacia la torre y hemos estado allí hasta ahora. Nada sabemos de esos extraños ruidos de que nos hablas.
Dimmy no podía creerlo.
—¡Vaya! ¡Es posible que los instrumentos toquen solos alguna tonada! —dijo—. De todas formas, me gustaría saber quién de vosotros ha sido, puesto que ahora habéis decidido que la broma se había acabado.
Los cinco niños dejaron a Dimmy y descendieron al saloncito en que habían merendado. Se sentían muy intrigados.
—¿De qué estaría hablando Dimmy? —dijo Mike—. ¡Tuang! ¡Dong! Pensé que estaba un poco trastornada cuando de repente se puso a hacer esos sonidos. Nosotros no sabemos nada de ellos.
—Quizá los viejos instrumentos sean parecidos a los balancines —aventuró Peggy—. Es posible que sus cuerdas se aflojen o algo por el estilo y hagan extraños ruidos,
—Hasta ahora nunca había oído decir una cosa semejante —dijo Mike—. Vayamos a verlo.
Se detuvieron frente al muro y examinaron los exóticos instrumentos. Algunos parecían grandes guitarras, otros banjos y también tam-tams y pequeños tambores. Se había reunido allí muchas clases de instrumentos raros, la mayor parte de los cuales los niños no habían visto nunca. Jack tocó una de las cuerdas y ésta dejó escapar un suave sonido. ¡Tuang! Pronto todos se encontraron pulsando las diversas cuerdas y golpeando los tambores y tam-tams, de forma que pronto la habitación se llenó de sonidos discordes.
Al cabo de un rato, se cansaron de aquel juego.
—Creo que Dimmy se debió de quedar dormida, o algo por el estilo, cuando nosotros nos fuimos —dijo Jack—. Los instrumentos no tocan solos. Vayamos a jugar. ¿Qué os parece si jugamos a las cartas?
Todo el mundo se mostró de acuerdo. Cogieron la baraja de la estantería en que habían colocado sus libros y juguetes.
Mientras estaban empeñados en la primera partida, entró Dimmy.
—¡Qué pacífico espectáculo! —dijo—. Tengo que coser algunas cosas, así es que no me pidáis que juegue. Además, no me gustan esa clase de juegos.
Cogió unos calcetines que iba a zurcir y se sentó junto a ellos frente a la ventana. Los niños jugaban en la mesa en que habían merendado. Dimmy miraba por la ventana, maravillándose ante el hermoso paisaje que desde allí se divisaba. El cielo era muy azul. El horizonte también aparecía teñido de azul. El sol descendía lentamente y todo estaba bañado en su luz dorada.
Jack empezó a dar otra mano.
—Esperad un momento antes de empezar otra partida —dijo Dimmy—. Mirad por la ventana. ¿Habéis visto alguna vez algo tan hermoso?
Los chiquillos miraron por la ventana y Nora empezó a componer unos versos en su mente. Era un momento de paz.
—¡Tuang!
Todos dieron un brinco y Dimmy dejó caer las tijeras que tenía en la mano.
—¡Vaya! —exclamó en voz baja—. Ése es el ruido que he oído antes. Así, pues, ¿no habíais sido vosotros?
—No. Ya te hemos dicho que no —respondió Nora—. Y, de todos modos, ahora estamos todos aquí. Ninguno de nosotros se ha movido hacia la otra parte de la habitación, donde están las guitarras y los otros instrumentos.
No ocurrió nada más. Jack se levantó y fue hacia la parte alargada de la habitación en forma de ele, allí donde los instrumentos musicales colgaban de la pared. No había nadie. La puerta estaba abierta y él la cerró.
—No hay nadie —dijo, y volvió a sentarse—. Alguien ha debido de entrar sin hacer ruido y ha tocado una de las guitarras. Me gustaría saber quién ha sido el bromista.
Empezó de nuevo a repartir las cartas.
—¡Tuang!
Todos se sobresaltaron nuevamente. El son era muy fuerte. Jack y Mike se lanzaron corriendo hacia la parte más larga de la habitación. ¡La puerta continuaba cerrada!
—Alguien puede haber entrado sin hacer ruido, haber tocado las cuerdas de algún instrumento y haber huido rápidamente —insistió Jack—. Fijaos, en la puerta hay una llave. Cerraremos la puerta con llave y así derrotaremos al bromista.
Dio la vuelta a la llave. Dimmy parecía asustada. Ella había creído firmemente que alguno de los niños le había gastado aquella broma, pero ahora podía darse cuenta de que le habían dicho la verdad. Alguien más estaba produciendo aquel sonido.
—¡Dong!
Jack dejó caer sus cartas.
—¡Esto es una estupidez! —exclamó—. ¡Yo mismo he cerrado la puerta con llave!
Mike desapareció hacia la otra parte de la habitación.
—¡Sigue cerrada, Jack! —gritó—. ¡Bien cerrada! No han podido abrirla.
Examinó atentamente los instrumentos colgados en la pared, pensando cuál de ellos pudo haber producido aquel sonido. Buscaba una cuerda que aún vibrara, pero no descubrió ninguna. Regresó junto a los demás, tan asustado como ellos.
—¡Dong!
—¡Sopla! —dijo Jack—. ¿Quién hará eso?
—No creo que lo haga nadie —respondió Dimmy, recogiendo sus tijeras, que se le habían vuelto a caer—. Supongo que uno o dos de estos instrumentos lo producen por sí solos. Acaso haga demasiado calor y esto les haga dilatarse o algo semejante.
—Parece que no se pueda pensar otra cosa —dijo Peggy—. Exceptuando…
—¿Exceptuando qué? —preguntó Jack cuando Peggy se detuvo.
—Exceptuando que… que hemos oído decir que aquí ocurren cosas raras —concluyó Peggy—. ¿Recordáis lo que nos contó la camarera del hotel? Ruidos raros… ocurren cosas raras.
—¡No digas eso! —protestó Nora—. Yo no lo creo. No quiero creerlo.
—¿Y no recordáis que dijo que los libros saltaban solos de las estanterías? —añadió Peggy—. ¡Oh Dios mío!, espero que las cosas no se pondrán a saltar.
—Bueno, niños, escuchadme —dijo Dimmy con voz repentinamente muy resuelta—. Esta conversación es ridícula y loca. No quiero oír hablar más de eso. ¡Qué tontería creer las historias fantásticas de aquella camarerita! ¡Que los libros saltan! ¡Eso son bobadas!
—Está bien, pero lo cierto es que nosotros hemos oído ruidos raros —insistió Peggy.
—En efecto, los hemos oído. Pero hemos decidido que se debía al calor que dilataba las cuerdas de algunos instrumentos y que por eso se producían estos sones —dijo Dimmy.
—¡Dong!
—Sí, como ése —prosiguió Dimmy con firmeza cuando aquel curioso ruido se dejó oír de nuevo, procedente del otro lado de la habitación—. Aquí no hay nadie. La puerta está cerrada y, si los instrumentos se dilatan y producen ruidos porque hace calor, ¿qué importa eso?
—¡Tuang!
—Tienes razón, Dimmy —dijo Nora—. Si sólo se trata de ruidos como ése, no voy a tener miedo. Sigamos jugando.
Jack empezó de nuevo a repartir las cartas y los demás las recogieron, escuchando atentamente por si oían otro tuang o dong.
¡No se oyó ninguno más! Empezaron a olvidar todo aquello y se pusieron a jugar, armando mucho ruido. Dimmy los observaba y se alegró al ver que ya no sentían miedo. Pero ella sí que lo sentía.
¿Tendría ella razón al afirmar que aquellos ruidos eran naturales? Claro que sí. Miraba por la ventana. El sol se iba hundiendo lentamente.
—¡Bang! ¡Bang!
Todos dieron un brinco y la mayor parte de las cartas se cayeron al suelo. Dimmy se puso en pie. Pero ¿qué era aquello?
Desde el otro lado de la puerta se oyó una voz plañidera y asustada:
—Señorita Dimmy, les traemos la cena y no podemos abrir la puerta.
«¡Vaya! Era tan sólo Brimmy que había dado con los nudillos en la puerta», pensó Jack con gran alivio. Y corrió a abrirla. Brimmy esperaba con una gran bandeja en la mano. Detrás de ella estaban sus dos hermanas, con aspecto solemne y cargadas también con bandejas.
Nadie habló de por qué la puerta había sido cerrada. Todo ello les pareció de repente una tontería. A la vista de la apetitosa cena, los seis olvidaron por completo los tuangs y los dongs y, agradecidos, cogieron las bandejas y las depositaron sobre la mesa.
—¡Ajá! —exclamó Jack—. Una comida digna de un rey y seguramente también aprovechable para un príncipe. Dimmy, ¿estamos todos a punto? A la una, a las dos, a las tres: ¡al ataque!