CAPÍTULO X

RAROS ACONTECIMIENTOS

La señora Brimming sirvió una merienda deliciosa. Los niños se alegraron mucho por ello y lo manifestaron a grandes voces, hasta tal punto que la misma señora Brimming no pudo por menos de sonreír.

—Muchas gracias, Brimmy —dijo de repente Nora. Dimmy la miró severamente y los demás dirigieron sus ojos hacia la señora Brimming, temiendo que ésta protestara de inmediato.

Pero con gran sorpresa de todos no pareció molestarse por esto. Al contrario, volvió a sonreír.

—Es gracioso que me llamen así —dijo—. No me han llamado así desde que era niñera del más pequeño de los señores de Luna, hace de esto muchos años. En aquel tiempo todos me llamaban Brimmy.

Luego se escurrió fuera de la habitación como una gallina asustada. Evidentemente, se sentía tan sorprendida ella misma como los niños por haber hecho un tan largo discurso.

—¡Qué atrevimiento llamarle Brimmy cuando sólo la has visto un par de veces! —dijo Mike a Nora—. Pero la has tocado en su punto flaco, ¿no te parece, Dimmy?

—Brimmy y Dimmy —exclamó Nora soltando la carcajada—. Podría hacerse un hermoso pareado con Dimmy y Brimmy.

—Prefiero que no lo hagas —repuso Dimmy sirviendo el té en las tazas—. Yo estoy acostumbrada a tus tonterías, pero la señora Brimming no. Estoy segura de que no le gustaría oíros cantar una ridícula canción con respectó a ella.

—Está bien —dijo Nora—. Tampoco hay ninguna rima adecuada para Brimmy ni para Dimmy. ¡Este pastel de chocolate es aplastante! Es delicioso y además muy grande. Suficientemente grande para que todos podamos repetir.

—No es imprescindible que terminéis este enorme pastel hoy mismo —dijo Dimmy—. Estoy segura de que la señora Brimming pretende que dure toda la semana.

—Antes de que termine la semana, Brimmy tendrá ocasión de cambiar cien veces de opinión respecto a nosotros —aseguró Mike—. ¿De dónde han salido estas galletas? No están hechas en casa.

—Las encontré entre los paquetes que han llegado —contestó Dimmy—. He dicho a la señora Brimming que podía abrir lo que le pareciera conveniente para nosotros, pero ella ya había preparado este exquisito pastel de chocolate.

—Empiezo a pensar que no es mala persona —dijo Jack—. ¿Qué opinas tú, Paul?

Paul consideraba que toda persona capaz de hacer un pastel de chocolate tan bueno como el que estaba comiendo tenía por fuerza que ser buena. Dimmy se rió. Escuchaba el alegre parloteo de los cinco niños, les servía más té, les cortaba porciones de pastel, les ofrecía bocadillos y pensaba que eran unos chiquillos hermosos y agradables.

—¿Qué pensáis hacer después de la merienda? —preguntó.

—Vamos a visitar la torre —contestó rápidamente Mike—. Ahora ya ha de estar abierta la puerta. ¿Quieres venir con nosotros, Dimmy?

—Me parece que no —dijo Dimmy—. Voy a ver si las camas están ya hechas y si las habitaciones han sido bien ventiladas. La señora Brimming no sabía qué habitaciones escogeríamos y he visto que tenía montones de sábanas preparadas cerca del fuego para que se airearan, probablemente para nosotros. Quiero cuidarme de todo esto y me parece que ella me ayudará. Podéis ir a explorar la torre si así lo deseáis.

—Está bien. Dejaremos a Brimmy y a Dimmy charlando juntas y cuidándose de sábanas y fundas de almohadas —dijo Mike levantándose—. ¿Ha terminado todo el mundo? ¡Ah!, perdón, Dimmy, no me había dado cuenta de que aún quedaba té en tu taza. —Y volvió a sentarse.

—No es necesario que me esperéis —afirmó Dimmy—. Me gusta tomarme tranquilamente una taza más cuando todos os hayáis marchado. Ya podéis iros y haced lo que queráis.

—Dimmy está contenta por poder terminar su té en paz —dijo Nora acariciando cariñosamente el cuello de Dimmy al pasar por detrás de su silla—. Ha tenido que cuidarse de nosotros durante toda la merienda. Si necesitas que te ayudemos a hacer las camas, llámanos, Dimmy. Vendremos en seguida.

Salieron en tropel de la habitación. Dimmy se recostó tranquilamente en su silla y sorbió otra taza de té. Habían merendado en aquel curioso cuarto en forma de ele, tal como lo habían planeado, y la mesa había sido puesta frente a las ventanas en la parte más corta de la ele. Dimmy contemplaba el paisaje por la ventana.

La habitación estaba en silencio. Dimmy no oía las voces de los niños. Sólo se escuchaba el chocar de su cucharilla contra las paredes de la taza de té.

¡Tuang!

Dimmy dio un brinco. El ruido había sido súbito e inesperado y por un instante Dimmy no pudo comprender de qué se trataba.

¡Tuang! —se repitió el sonido. ¿Qué podía ser aquello? Dimmy recordó de repente los viejos instrumentos de música colgados en la pared, al otro lado de la habitación, en la parte larga de la ele. Sonrió.

«¡Qué tontos son estos niños! —pensó—. Uno de ellos ha vuelto sobre sus pasos y, sin hacer ruido, ha querido gastarme una broma para asustarme. Debe de ser Mike. Habrá vuelto sin hacer ruido y ha tocado las cuerdas de algún instrumento. ¡Niño tonto!».

Volvió a beber su té, esperando oír risas.

¡Tuang! ¡Tuang!

—¡Ya os oigo! —gritó Dimmy alegremente—. Ya podéis tocar todo lo que queráis. ¡No me importa!

¡Dong!

—¡Idos a jugar de una vez! —gritó de nuevo Dimmy—. ¡Sois unos niños tontos!

¡Dong!

Dimmy no podía imaginar a qué instrumento correspondía aquel ruido. Era un sonido raro, pero también era verdad que los instrumentos musicales colgados de la pared cercana tenían un aspecto muy extraño. Parecían antiguos, la mayor parte de ellos procedían del extranjero y todos eran muy poco corrientes. Quizás el dong fuera producido por aquel instrumento que recordaba un tambor, pero que llevaba encima recias cuerdas entrecruzadas. Bien. De todas formas, no pensaba levantarse para averiguar de dónde venía.

¡Dong!

—¡Basta ya! —exclamó Dimmy—. ¡No abuséis de las bromas!

Prestó atención, pensando que escucharía risas o el son de pasos que huían. Pero no oyó nada. Tomó lentamente su té. Ya no se percibieron más tuangs, ni más dongs, y Dimmy estaba segura de que el niño bromista que hacía sonar los instrumentos se había ido ya.

Una vez que hubo acabado, fue a ver qué ocurría con las camas y muy pronto estuvo enfrascada con la señora Brimming en una conversación respecto a sábanas y almohadas. Estaba convencida de que los niños se hallaban explorando la torre.

Sin embargo, no acertaba. Los niños se sentían muy enfadados porque la puerta de la torre seguía cerrada.

Habían ido por el pasillo recubierto de tapices hasta la habitación cuadrada donde se encontraban alineados los cofres. Mike se dirigió al tapiz que colgaba delante de la puerta de la torre, ocultándola a la vista.

Lo apartó hacia un lado, esperando encontrar la puerta. En el acto lanzó un grito de espanto y se volvió hacia sus cuatro compañeros con los ojos aterrorizados.

—¡Se ha ido! —exclamó—. ¡Aquí no hay puerta!

Los cinco niños dieron apresuradamente la vuelta a la habitación. No encontraron ninguna puerta, es decir, el resto del muro estaba ocupado por los cofres. No obstante, a unos pasos del tapiz colgado había un baúl muy alto, mucho más alto que los demás.

—Estoy seguro de que está detrás de este cofre —dijo Jack, y se dirigió hacia allí—. Ya me parecía a mí que la tapicería ocupaba un lugar distinto cuando la he visto. ¡Ayudadme! Apartaremos este cofre.

Intentaron empujarlo. Pero era terriblemente pesado y tuvieron que emplear los cinco todas sus fuerzas para conseguir moverlo. A nadie se le ocurrió vaciarlo para manejarlo con mayor facilidad.

Cuando lo hubieron apartado, encontraron detrás de él la puerta, pero seguía cerrada.

—¡Esto es cosa de aquel individuo, de Guy! —dijo con enfado Jack, tirando de la anilla de la empuñadura—. ¿En qué estará pensando? Es curioso que se imagine que puede esconder la puerta sencillamente poniendo delante el cofre y colgando el tapiz en otra parte. Debe de estar loco. Pero ¿con qué finalidad hará esto?

—Su finalidad es la de que no quiere que nadie entre en la torre, porque debe guardar en ella algún secreto —opinó Mike. Todos los demás se mostraron de acuerdo. Nora levantó la anilla y se inclinó para mirar por el ojo de la cerradura.

—Detrás de la puerta veo escalones de piedra —anunció—. ¡Cómo se atreve ese hombre a hacer semejante cosa! ¿Qué dirá tu madre cuando descubra lo que ese hombre está haciendo?

—Quizá cuando venga tu familia, la puerta esté ya abierta —dijo Jack—. Es posible que el señor Guy no haya tenido tiempo de retirar sus cosas de la torre y piensa poder impedir que entremos en ella con trucos como éste.

—Sí. Eso debe de ser —asintió Paul—. Sin duda se ha creado una especie de hogar en esta torre y lo considera como suyo. Por eso no le gusta que nosotros entremos. Estoy seguro de que ha de tener aquí sus propios muebles.

—Si un día encontramos la llave en la cerradura y la torre vacía, entonces comprenderemos que lo hemos adivinado —dijo Jack.

—Probablemente esperará una noche oscura para mudarse…

—Esto me enfurece —exclamó Peggy sacudiendo con fuerza la anilla, como si creyera que su mal genio podría conseguir que la puerta se abriera. Luego aplicó su boca al agujero de la cerradura y gritó—: ¡Guy! ¡Sabemos que está usted ahí! ¡Baje usted en seguida y abra la puerta!

Jack la apartó.

—No seas tonta, Peggy —dijo—. No te gustaría nada si de repente le vieras descender corriendo por las escaleras, abrir la puerta enfurecido y mirarte con sus terribles ojos.

Peggy miró a la puerta con espanto.

—¡No se oyen pasos! —dijo al fin, riéndose—. No creo que pudiera oír mis gritos. No creo que pudieran atravesar esta recia puerta y subir por los escalones de piedra.

Mike miraba el interior del gran cofre que habían apartado de la puerta.

—Me gustaría saber qué es lo que le hace tan pesado —dijo—. Casi no podíamos apartarlo. Fijaos, hay alfombras, telas y… ¿qué es lo que hay aquí en el fondo, envuelto en unas cortinas azules?

Todos se inclinaron sobre Mike, que estaba arrodillado, tratando de averiguar lo que había en el fondo. Palpaba la tela que envolvía algunos objetos grandes y tan pesados que apenas podía moverlos.

Los niños no consiguieron levantarlos. Sentían mucha curiosidad por saber qué serían aquellas cosas tan pesadas. Jack sacó su cortaplumas y rasgó la tela que las cubría. A continuación separó los bordes del corte y lanzó un silbido.

—¡Son rocas! Piedras tan grandes que pueden llamarse pequeñas rocas. ¡Qué mal rato habrá pasado Guy para traer hasta aquí todo este peso! Me maravilla que este cofre no se haya roto. Pero es de madera antigua y recia.

—No es raro que casi no pudiésemos moverlo —exclamó Paul—. ¿Qué vamos a hacer ahora?

—Dejar el cofre fuera de su sitio, para que el señor Guy Brimming pueda darse cuenta de que hemos descubierto su truco, que por cierto es muy tonto —resolvió Jack—. Probablemente no pensó en que seríamos cinco para moverlo. ¡Vaya! De todas formas, hemos de conseguir entrar en esta torre y esto me parece que no nos va a resultar fácil.