INSTALADOS EN EL CASTILLO
Ranni siguió a los niños con el equipaje. Dimmy se apresuró también a seguirlos antes de que los niños eligieran para ellos habitaciones que no les fueran convenientes. Se extasiaba mientras iba subiendo por la gran escalinata. Aquél era un lugar maravilloso.
«¡Qué alfombras! ¡Qué tapices! ¡Qué pinturas maravillosas!», pensaba, y de vez en cuando se inclinaba por encima de la baranda para mirar hacia el amplio vestíbulo. La puerta principal permanecía aún abierta y el sol entraba y relucía sobre las brillantes armaduras, montadas sobre pedestales.
«¡No se ve ni una mota de polvo! —se maravilló Dimmy—. Estas guardianas pueden ser raras, pero saben cuidar de las cosas».
Ranni había dejado el equipaje en el amplio rellano y ahora se cruzó con Dimmy porque bajaba a recoger lo restante. Se detuvo junto a ella.
—Me gustaría tener una habitación pequeña y no alejada de la de mi joven señor, el príncipe —dijo cortésmente—. O bien una que se comunicara con la de él, si esto fuera posible.
—De acuerdo, Ranni. Procuraré que así sea —respondió Dimmy, pensando una vez más que Ranni era muy fiel a Paul. Era para él un criado, un amigo, un guardián. Ranni… ¡Ranni lo era todo!
Dimmy se apresuró hacia donde oía voces y risas. ¿Dónde estaban los niños?
Estaban en un enorme dormitorio que dominaba una gran extensión de paisaje. Nora se volvió hacia Dimmy con los ojos brillantes.
—¡Dimmy! ¿Podremos quedarnos en esta habitación Peggy y yo? ¡Es un lugar maravilloso! ¡Mira qué vista!
—Ni pensarlo —contestó Dimmy, asustada por las dimensiones de la habitación—. Éste debe de ser uno de los dormitorios mayores. Será seguramente el de la madre de Paul.
—¡Oh, no, Dimmy! Hay otros mucho mayores que éste —protestó Nora—. ¡Ven a verlos!
Dimmy siguió a Nora habitación tras habitación. Se sentía anonadada. Todas ellas tenían hermoso mobiliario y todas estaban muy bien cuidadas. Desde las ventanas, la vista era maravillosa.
Por fin llegaron a una serie de habitaciones más pequeñas, que se comunicaban entre sí. Sin embargo, cada una de ellas tenía además su puerta directa al vestíbulo. Había tres series del mismo estilo, dos de ellas con habitaciones dobles y una con una sola habitación.
—Esto va a ser estupendo para vosotros, los cinco niños —dijo en seguida Dimmy—. No protestes, Nora. La habitación que tú querías era demasiado grande. Déjame que te diga que probablemente tendréis que cuidaros vosotros mismos de tenerlas impecablemente limpias y cuidadas, si las guardianas no han de ayudar a la limpieza de la casa, y será mucho mejor que ocupéis estas habitaciones pequeñas. Os resultarán más fáciles de limpiar.
—¡Oh! —exclamó Nora con desencanto—. Quizá tengas razón, Dimmy. Será agradable tener tres habitaciones juntas, como lo están éstas. —Se dirigió a la puerta y gritó—: ¡Peggy! ¡Mike! Venid aquí. Hay tres habitaciones juntas.
Sus compañeros vinieron corriendo. A Jack le pareció todo muy bien.
—Sí, Mike y yo podemos instalarnos en la de en medio, vosotras dos, niñas, en la que está a la izquierda, y Paul en la que está a la derecha, la que es una habitación sola. ¡No podría resultar mejor! —Se dirigió a la ventana y miró al exterior—. Nunca en mi vida había contemplado un paisaje tan hermoso —dijo—. ¡Nunca! ¿Creéis que aquello será parte del pueblo en ruinas que puede verse desde aquí? Me parece que se ven los caballetes de los tejados y un par de chimeneas.
Todos se reunieron en torno a la ventana.
—¡Sí! —asintió Mike—. Deben de serlo. ¡Mirad! Se puede ver un poco del camino, aproximadamente por donde se encuentra la encrucijada que se dirige al pueblo. Algún día iremos y lo exploraremos.
Dimmy había continuado la inspección. Buscaba un dormitorio para sí misma y otro para Ranni. Encontró uno pequeño para Ranni, no muy lejos, en el mismo pasillo, pero éste miraba a la colina que se alzaba en la parte trasera del castillo y que era bastante oscuro, porque los muros quedaban bastante cercanos a la ladera. La colina se levantaba por detrás del castillo como un acantilado.
Sólo la alta torre sobrepasaba la cima de la colina. Dimmy pensó que desde allí la vista debía de ser magnífica. Ella buscaba una habitación que le permitiera contemplar el paisaje.
Encontró por fin una pequeña estancia al extremo del pasillo. No había cama en ella. Parecía ser una especie de cuarto de estar. Pensó que pondría allí una cama de otra habitación y que utilizaría aquélla porque tenía una vista maravillosa y esto le satisfacía más que tener una gran habitación.
Regresó en busca de los niños. Éstos habían llamado a Ranni para que les subiera los equipajes. Dimmy sonrió a aquel gran individuo barbudo.
—He encontrado un cuarto para usted, Ranni —dijo—. Está muy cerca, aunque no tiene buena vista.
Pero Ranni, que se había criado en un país montañoso y lleno de frondosos valles, no tenía ningún interés especial por las buenas vistas. En Baronia podía verlas a montones. Se mostró satisfecho con su pequeño dormitorio, porque estaba tan cercano al de Paul.
—Aquí no hay lavabos con agua corriente —dijo Nora, mirando los grandes palanganeros—. ¿Hemos de usar estos grandes jarros? ¡Yo no podré casi levantar el mío!
—Utilizad los cuartos de baño —dijo Mike—. Ya he encontrado siete en este piso. Hay uno frente a nuestra habitación. Tiene ducha y todo lo demás.
—Dimmy, ¿no te parece divertido? —preguntó Nora—. ¿Has encontrado una habitación para ti… una que sea agradable? Oh, Dimmy, ¿no te parece maravilloso vivir así en un castillo? Tardaré años en saber orientarme por dentro de él.
Dimmy tenía la misma sensación. No obstante, aprendieron con gran rapidez dónde estaban sus habitaciones y el camino más corto hacia ellas y hacia todas partes. Había dos escalinatas principales y dos o tres secundarias.
—Podremos divertirnos mucho persiguiéndonos por aquí y jugando al escondite —dijo Mike—. Hay muchas escaleras por donde huir. Creo, Paul, que ha sido una excelente idea permitirnos venir aquí a nosotros solos antes de que llegara tu familia… No podremos divertirnos tanto cuando ellos estén aquí, porque todas las habitaciones estarán ocupadas y a la gente no le gustará vernos correr de aquí para allá.
—No, no les gustará —asintió Paul, pensando en cuán diferentemente debería comportarse cuando llegara su familia con toda la servidumbre—. Será mejor que nos divirtamos lo más posible en esta semana.
Dimmy descendió para ver a las tres guardianas. Tocó la campanilla desde donde pensó que era el cuarto de estar, pero nadie acudió. Así, pues, buscó el camino de la cocina.
En la grandiosa cocina había dos hogares, uno con el fuego encendido y el otro vacío. Junto a las paredes se encontraban los grandes fogones. Descubrió seis o siete fregaderos. Dimmy se detuvo en la puerta. ¡Cielo santo, qué lugar! Sentadas junto a la ventana abierta, al otro extremo, estaban las tres hermanas. Dimmy conocía ya a la que se llamaba Edie Lots. Se dirigió hacia ellas.
Cuando ella se acercó, las tres mujeres se pusieron de pie. Parecían estar nerviosas.
—Por favor, siéntense ustedes —dijo Dimmy, pensando que se trataba de un trío muy raro—. Me sentaré con ustedes y nos pondremos de acuerdo sobre la mejor forma de llevar las cosas hasta que venga su majestad, la reina de Baronia. Llegará la semana próxima.
Las tres se sentaron. Ninguna de ellas dijo nada. Dimmy les hablaba con amabilidad y, por fin, consiguió que la señora Brimming abriera la boca. Ésta propuso que entre las tres se cuidarían de los niños, de Dimmy y de Ranni y de la limpieza del castillo, hasta que llegaran los criados de Baronia.
—Cuando eso ocurra, todo andará de cualquier manera, creo yo —concluyó la señora Brimming con pesar—. Mi hijo ha dicho que sería así. ¡Con estos criados extranjeros!
—No creo que deban ustedes pensar así —dijo Dimmy—. Pronto se darán cuenta de que los baronianos se sentirán orgullosos de este lugar y lo cuidarán muy bien. Además, ustedes no deben meterse en eso. Pueden estar seguras de que la reina se preocupará de que todo esté en orden. Por lo tanto, anímense. Es natural que el señor de Luna intente sacar algún dinero de este hermoso castillo, que ha permanecido vacío durante tantos años.
—Mi hijo dice que el señor de Luna no lo alquilaría a extranjeros si tuviera conocimiento de ello —protestó la señora Brimming—. Dice que la agencia lo ha alquilado sin consultar al señor de Luna. Dice…
Dimmy se sintió pronto tan molesta respecto al entrometido hijo de la señora Brimming como se había sentido la señora Arnold.
—Me parece que su hijo no debe preocuparse por esto —dijo. Entonces recordó que una de las condiciones que la señora Arnold había impuesto era que este entrometido personaje (Guy o como se llamara) se marchara durante aquel tiempo—. Supongo que su hijo se habrá marchado de aquí tan pronto como el castillo ha sido alquilado.
—Claro que no está aquí —respondió la señorita Edie Lots en voz muy alta. Miró a Dimmy. Por un momento pareció estar a punto de decir muchas cosas más, pero la señora Brimming denegó con la cabeza y la otra se calló.
Después de esto, Dimmy se marchó. «Creo que las tres adoran a ese Guy, —pensaba mientras se dirigía a buscar a los niños para ayudarles a deshacer el equipaje—. Menos mal que se ha ido. Por lo menos, en la cocina no estaba. Pero ¿cuál será el camino hacia nuestras habitaciones? ¡Cielo santo, se tiene que andar kilómetros para encontrarlas!».
Los niños habían empezado ya a deshacer su equipaje. No querían que Dimmy les ayudara.
—No, Dimmy, ya tienes bastante trabajo con lo tuyo —dijo Nora—. Siempre olvidas que en la escuela hemos de deshacer nosotros mismos nuestro equipaje. Por lo tanto, podemos muy bien hacerlo ahora.
—¿Cuándo y dónde merendaremos? —gritó Mike—. Ya tengo hambre.
—He pedido la merienda para las cuatro y media —respondió Dimmy—. La tomaremos en la habitación más pequeña del piso de abajo, la que está a la derecha del vestíbulo. Aquel cuarto que tiene extraños instrumentos de música colgados de las paredes.
—¡Ah, sí! Lo conozco —dijo Peggy—. Es un cuarto que tiene una forma rara, tiene la forma de una ele.
—Es cierto, tiene la forma de la letra ele —corroboró Jack—. Y en la parte de abajo de la ele hay un lado ocupado todo por ventanas. Propongo que coloquemos una mesa allí y que comamos mirando por la ventana. Desde allí veremos una gran extensión de paisaje.
Deshicieron el equipaje y dispusieron sus cosas en los grandes cajones. La mitad de ellos quedaron vacíos, porque sus ropas ocupaban muy poco lugar.
—Los cajones de estos grandes armarios son tan enormes que casi podríamos meternos en uno de ellos —dijo Paul entrando en la habitación de las niñas, que se hallaba situada después de la suya y la de los niños—. ¿Habéis acabado ya? Yo tenía mucho más equipaje y he terminado antes que vosotras.
—Hubiéramos acabado antes si lo hubiéramos tirado todo de cualquier manera en los cajones, como lo has hecho tú —replicó Peggy—. No te pongas sobre mis jerseys, Paul. Hay mucha alfombra y no hay ninguna necesidad de pisar mi ropa.
—No seas tan quisquillosa —dijo Paul—. ¿A qué hora merendamos? A mí me gustaría hacerlo ahora mismo.
Pero tuvo que esperar hasta las cuatro y media, igual que los demás. ¿Qué harían después? Mike ya tenía una idea.
—¡La torre! Veremos si ya está abierta. Debería estarlo.