PEQUEÑAS DIFICULTADES
El primer indicio de que las cosas no iban tan bien apareció al cabo de tres días, cuando la señora Arnold recibió una carta de la madre de Paul.
—¿Hay noticias de mi madre? —preguntó Paul con interés—. ¡Oh, señora Arnold, qué carta tan larga!
—Sí que lo es —contestó la señora Arnold—. Querido, uno de tus hermanos está enfermo. Es Boris. Iba a venir con tu madre al «Castillo de la Luna» dentro de muy pocos días.
—¡Oh! —exclamó Paul, apenado—. ¿Qué le ocurre? No será grave, ¿verdad?
—No, pero temen que sea el sarampión —repuso la señora Arnold—. ¡Qué lástima! Tu madre dice que tu otro hermano no ha tenido el sarampión, así es que habrán de mantenerlo en cuarentena si Boris lo tiene, puesto que han estado juntos anteriormente.
—¡Oh, señora Arnold! ¿Significa eso que mi madre no podrá venir? —preguntó Paul con desaliento—. ¿Qué ocurrirá con el «Castillo de la Luna»? ¿Qué ocurrirá…?
—Mejor será que no nos preocupemos hasta que sepamos con certeza si Boris tiene o no el sarampión —le tranquilizó la señora Arnold—. Tu madre dice que aún no es seguro. Y, en este caso, quizá venga ella con sus otros hijos y deje en Baronia a Boris y a su hermano. No te preocupes.
Pero Paul sí que se preocupaba. ¡Tenían unos planes tan hermosos! ¡Qué pesado era Boris! Siempre cogía enfermedades. Ahora quizá no pudiesen ir al «Castillo de la Luna». ¡Y aquello prometía ser una aventura tan divertida…!
También Mike y los demás se sentían muy desilusionados. Si los reyes no venían a Inglaterra a pasar sus vacaciones, ellos tampoco irían al «Castillo de la Luna».
—La única persona que se alegraría de esto es aquel horrible individuo, Guy —comentó Mike tristemente—. ¡Cómo se alegraría!
Pasaron dos días más.
—¿No hay noticias de mi madre? —preguntaba Paul cada vez que llegaba el correo—. ¿Verdad, señora Arnold, que el castillo estará a nuestra disposición pasado mañana? ¿Qué pasará si mi madre se decide a no venir? ¿Avisará usted a las guardianas o qué hará?
—No pienses tanto en todo eso —le recomendó la señora Arnold—. Tu madre me llamará hoy después de comer. Entonces lo sabremos.
—¡Rrrrring! ¡Rrrrring!
El teléfono sonó después de la comida y los niños se dirigieron corriendo al vestíbulo. La señora Arnold los apartó con firmeza. Ella descolgó el receptor. Una voz llegó a sus oídos.
—Una llamada personal para la señora Arnold desde Baronia.
—Yo soy la señora Arnold —contestó ésta. Luego se oyeron ruidos y voces lejanas entrecruzadas.
Los niños permanecían quietos y casi sin respirar. Intentaban oír lo que decían a la señora Arnold. Ésta escuchaba con atención, asintiendo con la cabeza. De vez en cuando decía:
—Sí, sí, ya veo. Sí, es buena idea. Sí, sí… ¡Oh, no, claro que no! Sí. Estoy de acuerdo.
Los niños, que no podían adivinar de qué se trataba, se sentían locos de impaciencia. Paul estaba junto a la señora Arnold esperando poder oír algo de la larga conversación con su madre. Pero no lo conseguía.
Por fin la señora Arnold se despidió y volvió a colgar el receptor. Paul lanzó un quejido.
—¿Por qué no me ha dejado usted hablar con ella? ¿Por qué no?
—En primer lugar, porque se trataba de una llamada personal para mí y también porque no era tu madre —dijo la señora Arnold, que se echó a reír al ver la expresión de enfado del príncipe—. Escuchadme. Os voy a repetir lo que se me ha dicho. No es tan malo como temíamos. Era la secretaria de tu madre —explicó a Paul—. Boris tiene el sarampión y también Gregor, tu otro hermano, lo tiene desde hace dos días. Pero es muy benigno y pronto podrán levantarse y estarán curados.
—¿Qué va a ocurrir, pues? ¿Va a venir mi madre dejando a mis hermanos? —preguntó Paul.
—No. No quiere dejarlos. Pero está segura de que podrá venir dentro de diez días con ellos. Así es que me propone lo siguiente: puesto que tiene alquilado el castillo a partir de pasado mañana, le parece que sería buena idea que nosotros nos fuéramos allí y nos instaláramos hasta que ellos llegaran.
—¡Oh, qué magnífico! —gritaron Peggy y Nora a la vez.
De pronto, Nora se puso seria.
—Madre —dijo—, ¿qué haréis papá y tú? ¿Os vais a ir pronto los dos para aquellas pruebas? ¿O vas a dejarle marchar solo y te vienes con nosotros?
—Creo que debo ir con papá —contestó su madre—. Yo le doy buena suerte. Pero Dimmy os acompañará, ¿verdad, Dimmy? También Ranni irá con vosotros. Y será por pocos días, aproximadamente una semana. Será agradable para tu madre encontraros allí instalados con Dimmy, que estará preparada para enseñar a las sirvientas las diferentes habitaciones y el lugar destinado a cada cosa.
—Sí. Me agradará poder hacerlo —afirmó Dimmy, que había estado escuchándolo todo con atención—. Yo no he visto ese magnífico castillo y así podré hacerlo. Pero ¿cuándo llegará la servidumbre? Me parece que no voy a ser capaz de dirigir legiones de sirvientes baronianos que hablan un idioma que desconozco. No creo poder hacerlo ni siquiera con la ayuda de Ranni.
—La servidumbre no llegará hasta el día anterior a la venida de la reina —respondió la señora Arnold—. Los niños pueden cuidarse a sí mismos con la ayuda de usted. No tendrá que hacerse cargo de grandes cantidades de comida, porque puede anular el pedido. Le daré unas listas y usted podrá saber todo lo que hay en el castillo. Bien, niños, ¿qué os parece todo esto?
—¡Fantástico! ¡Superior! ¡Aplastante! —contestaron todos inmediatamente. Peggy dio un abrazo a su madre.
—Sin embargo, yo desearía que vosotros también vinieseis —dijo—. Pero vendréis a reuniros con nosotros tan pronto como llegue la reina, ¿verdad? Para entonces, los vuelos de prueba ya estarán realizados.
—Procuraré que así sea —le prometió su madre—. Ahora debemos apresurarnos. Hemos de revisar nuestras ropas y llamar a la agencia, y yo tengo que escribir una carta a las tres guardianas para anunciarles que nuestros planes han cambiado y que, de momento, iréis vosotros solos.
—Ya me cuidaré yo de las ropas —dijo Dimmy—. No será necesario llevarse gran cosa, puesto que hace tanto calor. En cuanto a vosotros, niños, si queréis llevaros libros o algún juego, mejor será que lo preparéis y me lo entreguéis para incluirlo en el equipaje. Y, por favor, Mike, no creas que puedes llevarte tu tren eléctrico con todos sus raíles, ni nada por el estilo.
—¿Cuántos libros podemos llevarnos cada uno? —preguntó Jack. En aquel momento recordó la gran librería del castillo—. ¡Ah! Hemos de tener en cuenta que podremos leer todos los libros que están en la gran librería del castillo. No nos importará que de vez en cuando se presente un día lluvioso.
—Yo pienso llevarme algunos de mis libros —dijo Mike—. Los viejos libros que vimos en aquella librería pueden resultar pesados. Yo me llevaré mis queridos libros de aventuras.
—Estaría bien que se escribiera un libro sobre nuestras aventuras —comentó Nora, mientras subía con Peggy—. Resultaría un libro muy emocionante.
—Y todo el mundo desearía conocernos y compartir nuestras aventuras —corroboró Paul—. Estoy seguro de que muchos niños desearían visitar nuestra Isla Secreta, aquélla a la cual huimos cuando os conocí, ¿os acordáis?
—Venid conmigo, charlatanes —dijo la señorita Dimmy, empujando a los niños escaleras arriba—. Dejad que vea vuestras ropas y que me dé cuenta exacta de cuántas cosas se han de lavar, planchar o remendar. Si es mucho, tendréis que ayudarme, Peggy y Nora.
—Sí que lo haremos —prometieron ambas, que se sentían tan felices porque se iban al «Castillo de la Luna», que ni la idea de zurcir calcetines podía empañar su alegría.
El capitán Arnold se enteró de todo ello cuando llegó a su casa aquella noche.
—Es una suerte que los muchachos tengan tan sólo un sarampión benigno —dijo—. Hubiese sido muy triste tener que anular la visita al «Castillo de la Luna». Los niños lo pasarán muy bien con Dimmy.
Los dos días siguientes fueron muy atareados. La señora Arnold iba de acá para allá, vigilándolo todo. Dimmy lavaba, planchaba y remendaba sin parar. Los muchachos se dedicaron a colocar sus libros y juegos en el fondo de los dos grandes baúles. Peggy y Nora empezaron a cantar de nuevo aquella tonta canción del «Castillo de la Luna».
Oh «Castillo de la Luna»,
pronto vamos a verte.
Oh «Castillo de la Luna»,
ya vamos a conocerte.
Y Mike añadió, después de pensarlo mucho:
Y cuando en la torre estemos,
felices lo pasaremos.
—Tengo ganas de saber si se habrá ido aquel individuo —dijo de repente Jack. Llamó a la señora Arnold—. Señora Arnold, ¿ha escrito usted a las guardianas? ¿Le han contestado?
—Aún no han tenido tiempo de contestar —respondió la señora Arnold—. Sí, ya les he escrito. He escrito a la señora Brimming. ¿Por qué?
—Es que estaba pensando en aquel individuo llamado Guy —dijo Jack—. Espero que se haya ido.
—Claro que se habrá ido —repuso la señora Arnold—. Dije a la agencia que si no se iba no alquilaríamos el castillo. No os preocupéis por él. Tampoco veréis mucho a las viejas, a menos que ayuden a limpiar hasta que lleguen los criados de la reina.
—¿Quién guisará? —preguntó Peggy—. ¿Dimmy? ¿Crees tú que las tres viejas le permitirán usar la cocina?
—No lo sé —dijo la señora Arnold—. Cuando les escribí, les decía que podían elegir lo que prefirieran: o guisar para vosotros y que se les pagara, o permitir a Dimmy que utilizara la cocina. No dudo de que preferirán guisar ellas y ganar así algún dinero extra. Espero que sea así, porque esto simplificaría las cosas para Dimmy.
—Tengo ganas de que sea ya mañana —dijo Nora, que llegaba en aquel momento con los brazos cargados de ropa recién planchada.
—¿No se te ocurre nada más? —preguntó Mike.
—Me parece que ya es la duodécima vez que te oigo decir eso. ¿Qué hora es? Casi la hora de la merienda. A esta hora, mañana ya estaremos en el «Castillo de la Luna».
Por fin, todo estuvo dispuesto y preparado. Las maletas que contenían la ropa se cerraron. Dimmy dio una vuelta para comprobar que todo lo necesario estaba empaquetado y que no había olvidado nada. La señora Arnold y su esposo se irían también al día siguiente. A los niños no se les comunicó la dirección de sus padres, porque las pruebas eran secretas. En realidad, ni el mismo capitán Arnold sabía con seguridad adónde le harían ir.
—Propongo que todos nos acostemos temprano —dijo mientras cenaban—. Quiero estar despejado para mañana, Tú pareces cansada, querida —añadió, dirigiéndose a su esposa—. Y también lo parece Dimmy.
—Nosotros no estamos cansados —dijo Mike—, pero nos iremos pronto a la cama y así el día de mañana llegará con más rapidez. ¿A qué hora vendrá Ranni a recogernos con el coche?
—Hacia las diez y media —contestó su madre—. Podéis volver a comer en aquel hotel de Bolingblow, si os parece bien. Y creo que no es necesario que os diga que debéis ser muy cuidadosos con todos los hermosos muebles que hay en el castillo y…
—Madre, nos comportaremos como si fuéramos príncipes y princesas —repuso Mike riéndose—. Y ahora vayamos todos a la cama. ¡Tres «hurras» para mañana y el «Castillo de la Luna»!