PLANES
Cuando los cinco niños regresaron a casa, encontraron allí al capitán Arnold. Había estado haciendo un viaje aéreo y se alegró mucho de verlos. Primero cogió en sus brazos a Peggy y a Nora y luego a todos los demás.
Los niños se arremolinaron a su alrededor, contentos de tenerle en casa.
—¿Dónde estabais? —les preguntó—. He llegado a casa deseoso de encontrar una esposa amante y cinco niños atolondrados para recibirme y sólo he encontrado a Dimmy.
—He hecho todo cuanto pude para recibirle bien —dijo Dimmy a la señora Arnold—. Pero no se asusten, hace tan solo diez minutos que ha llegado. No ha esperado mucho tiempo.
Eran las ocho en punto y todos sentían gran apetito.
—Te lo contaremos todo cuando nos hayamos lavado y estemos sentados a la mesa para cenar —decidió la señora Arnold—. ¡Hemos pasado un día emocionante!
Así, pues, contaron al capitán Arnold su visita al «Castillo de la Luna», explicándole que era magnífico, grandioso y solitario y que estaba muy bien cuidado por aquellas tres hermanas. Le relataron también todo lo referente al enojado hijo.
—¡Claro! Seguramente pretendía descorazonar a unos posibles inquilinos —opinó el capitán Arnold—. Seguramente le complace pensar que él es el rey de aquel castillo. Probablemente invita allí a sus amigos y los deslumbra. Si yo fuera el señor de Luna, procuraría enterarme de por qué el castillo no ha sido alquilado hasta ahora y cuántos amigos de ese hijo han pasado temporadas en él. Parece un mal sujeto.
—Pero se puso rápidamente en su lugar tan pronto como Ranni apareció —dijo Mike sonriendo maliciosamente—. Apenas dijo nada más.
—El lugar es muy hermoso —aseguró la señora Arnold—. Mañana, lo primero que haré será llamar a la agencia y decirle que se ponga en contacto con el padre de Paul. El lugar está preparado para ser habitado inmediatamente. Yo puedo encargar las provisiones y todas las cosas que sean necesarias. Cuando estuve en Bolingblow me informé acerca de las tiendas que allí había.
—¿Cree usted que podremos instalarnos allí la semana que viene? —preguntó Paul, esperanzado.
—Me parece que sí será posible —contestó la señora Arnold—. Me imagino que tu familia lo aceptará inmediatamente. ¡Ojalá que el verano sea bueno! El paisaje que rodea al castillo es muy hermoso. Es la auténtica campiña inglesa. A tu madre le gustará.
—¿Iremos a vivir con vosotros en cuanto llegue tu familia? —preguntó Nora con entusiasmo, dirigiéndose a Paul.
—No, no —contestó su madre, adelantándose a Paul—. Claro que no. Al principio, sólo Paul irá a reunirse con ellos. Debemos dejarles tiempo para que se instalen cómodamente, pero más tarde sí que iremos a reunirnos con ellos.
—Paul podrá subir a la torre antes que nosotros —dijo Peggy con envidia—. Paul, escríbenos y cuéntanos lo que ocurra. Sobre todo, cuéntanos qué hay de la torre, si se ha encontrado la llave y si aquel horrible individuo, Guy, se ha marchado y…
—Claro que se habrá marchado —la interrumpió su madre—. No me gustaría que se quedara merodeando por allí. A mí me pareció que estaba loco. También las cuidadoras deberán permanecer en su sitio y no entrometerse con la servidumbre de la reina. Creo que se mostrarán discretas, sobre todo si ese hombre no anda por allí. Me dio la impresión de que las tenía dominadas.
—Yo lo exploraré todo y luego, cuando vosotros vengáis, os guiaré por todas partes —prometió Paul.
A Dimmy le interesó mucho todo aquello. Ella no iría al castillo con todos los demás, pero Paul dijo que debería ir también a pasar un día. Paul quería mucho a Dimmy. Se volvió hacia el capitán Arnold porque, de repente, se le había ocurrido una idea.
—Señor, ¿podrá usted venir también? ¿Tendrá usted unos días de vacaciones?
—Espero que sí —contestó el capitán Arnold alargando la mano hacia una fuente de crema—. Sin embargo, no estoy seguro de ello. Es posible que tenga que marcharme para resolver un asunto muy interesante.
—¿Qué clase de asunto? —preguntaron todos. Pero él denegó con la cabeza.
—No os lo voy a decir hasta que lo sepa con certeza —dijo—. No obstante, espero no tener que marcharme hasta que regresemos del «Castillo de la Luna».
Nora bostezó ruidosamente, cubriéndose la boca con la mano.
—Oh, perdón, perdonadme todos. Pero me siento tan soñolienta… Tengo tanto sueño que no me siento capaz de tomar una segunda ración de crema. Y eso que lo siento de veras.
—No lo sientas —dijo Paul—. Eso significa que me la comeré yo.
Mike y Paul rebañaron la última ración de crema y empezaron a alborotar.
—Ya sabía yo que iba a ocurrir esto —dijo Dimmy—. ¡No importa! Me gusta ver que las fuentes vuelven vacías a la cocina. Así resultan mucho más fáciles de fregar. ¡Vaya! También Peggy y Paul están bostezando.
—¡Todos a la cama! —resolvió la señora Arnold—. Tengo ganas de estar un ratito tranquila a solas con mi esposo. ¡Hace mucho tiempo que no lo he visto!
Los cinco niños subieron a acostarse. Ahora bostezaban ya todos. Mike quería hablar del «Castillo de la Luna», pero, como Jack y Paul quedaron profundamente dormidos en cuanto sus cabezas tocaron la almohada, no le quedó más remedio que permanecer despierto, pensando en todo aquello.
¡El «Castillo de la Luna»! Es raro que exista un castillo así, tan antiguo, tan bien conservado y que contenga cosas tan raras. Recordaba el reloj en forma de iglesia y el ángel que aparecía en su puerta. Procuraría no olvidarse de buscar aquella caja de música que tocaba cien tonadas diferentes. Y quizás encontrase oportunidad de probarse una de aquellas armaduras. Y… y…
Pero Mike se había dormido ya tan profundamente como los demás. La señora Arnold se sentó y se puso a hablar tranquilamente con su marido, al que hacía tiempo que no veía. Él era uno de los mejores pilotos del mundo. ¿Cuántas veces habría volado alrededor de la tierra? ¡Había perdido la cuenta! También la señora Arnold era un buen piloto y había tomado parte en muchas pruebas aéreas al lado de su esposo. Sabía casi tanto de aeroplanos como él.
—¿Qué es ese nuevo asunto del cual has hablado? —preguntó—. ¿Es algo importante? ¿Puedes contármelo?
—Sí. Te lo contaré —respondió su marido—. Se trata de pilotar un nuevo aparato. Es bastante extraño, pero hermosísimo. ¡Una maravilla! Puede elevarse con gran rapidez por el aire y asciende a una gran altura con una facilidad admirable.
—¡Qué sorprendente! —exclamó la señora Arnold—. ¿Vas a ser tú el piloto de pruebas? ¿Crees que podrá realizarse? ¿Lo conoces ya?
—No lo conozco —dijo su esposo—. En realidad, se trata de una prueba. La considero una prueba excepcional, puedes estar segura de ello. Alcanza una velocidad enorme. Yo deberé llevar un traje especial y un aparato raro sobre mi cabeza a causa de la gran velocidad, superior a la del sonido. ¡Es fantástico!
—Iré a verte despegar —decidió la señora Arnold—. Siempre te he traído suerte. La única vez que no pude ir tuviste un accidente. Debo ir y verte despegar esta vez, que será tan especial e importante, querido.
—Sí. Vendrás conmigo —dijo el capitán Arnold vaciando su pipa—. Sólo espero que esto no ocurra en la época en que deseáis ir al «Castillo de la Luna» con la reina y su familia. ¡Lo pasaréis tan bien!
—De todos modos, si el tiempo coincide, yo me iré contigo, querido. Los niños pueden ir al castillo con Dimmy —dijo la esposa—. Yo iré contigo y te traeré suerte cuando vueles en ese nuevo avión.
Se fueron a la cama y pronto en la casa todo el mundo estuvo dormido. ¿Cuántos de ellos soñarían con el «Castillo de la Luna» aquella noche? Los cinco niños soñaron con él.
Por la mañana, también fue el primer pensamiento de todos ellos. Después del desayuno atosigaron a la señora Arnold para que llamara a la agencia inmediatamente. Ella protestó.
—Primero he de llamar a la madre de Paul. Me costará un poco conseguir una línea libre para hablar con Baronia.
Pero, finalmente, se pudieron realizar todas las llamadas. La reina se mostró perfectamente de acuerdo. Habló también con Paul y el niño se emocionó al oír la voz de su madre, que le llegaba claramente a través del cable telefónico.
—¡Querido Paul! —dijo su madre en el idioma de Baronia—. Pronto te veré. Tus hermanos están muy contentos de ir a Inglaterra, que es un país tan hermoso. La señora Arnold lo arreglará todo tan rápidamente como le sea posible.
Los de la agencia se alegraron cuando se enteraron de que al fin iban a alquilar el «Castillo de la Luna».
—Esto ocurre por primera vez desde hace muchos años —dijeron a la señora Arnold—. Nos ha sido muy difícil alquilarlo. Hemos enviado allí a algunos presuntos inquilinos para que lo visitaran, pero regresaban contando historias raras: o bien no habían podido penetrar en él o las cosas se les hacían muy arduas. Ignoramos qué es lo que ocurría. Deseamos que la reina de Baronia se encuentre a gusto allí. Nos alegramos de oír que el lugar está bien cuidado. Quizá tengamos mejor suerte con él de ahora en adelante.
La señora Arnold pensó que sin duda el señor Guy Brimming había sido el que había hecho difíciles las cosas. No dijo nada, pero decidió poner a raya a aquel individuo desagradable si no se iba y permanecía alejado.
—Parece que no hay necesidad de hablar con el señor de Luna —comunicó a los niños—. Según dicen los de la agencia, pueden decidir por sí mismos si los inquilinos son aceptables y cuándo pueden instalarse allí. Así es que he decidido alquilar el castillo para tu madre de hoy en ocho días.
—¡Oh, muy bien! —dijo Paul, satisfecho—. Solamente hemos de esperar siete días. Yo creo que mi madre mandará recado a aquellas señoras para que le tengan comprado todo lo que ella desea, alimentos y otras cosas… ¿O será usted, señora Arnold, la que se cuide de todo eso?
—Yo lo haré —respondió la señora Arnold—. ¡Qué susto se llevarán las tres viejas cuando, día tras día, empiecen a llegar camiones llenos de alimentos y otras cosas! No sabrán dónde ponerlo.
—¿Cuesta mucho dinero alquilar un castillo? —preguntó Mike, pensando que a él también le gustaría alquilar uno cuando fuera mayor.
—¡Ya lo creo! —aseguró su madre—. ¿Es que piensas alquilar uno, querido? Pues ya puedes ahorrar unos cuantos miles.
—¡Oh Dios mío! —dijo Mike abandonando ya sus sueños de alquilar castillos—. Madre, tú irás con nosotros, ¿verdad? Te he oído decirle a Dimmy esta mañana que quizá no podrías acompañarnos.
—Es posible que tu padre desee que yo vaya con él cuando se haga cargo de su nuevo trabajo —dijo su madre—. Pero después iría a reunirme con vosotros. Y, de todos modos, Dimmy puede acompañaros si las fechas coincidieran. ¡Os lo prometo!
Aquella misma noche, el capitán Arnold llegó a su casa con las noticias que todos esperaban.
—¡Todo va bien! —dijo—. Debo irme la próxima semana y, como mi ocupación seguramente durará sólo una semana, vuestra madre y yo estaremos en casa cuando, dentro de quince días, debamos reunirnos en el «Castillo de la Luna» con los padres de Paul. Podremos ir, probablemente, el mismo día en que se nos invite.
—¡Oh, eso va bien! —dijo Mike—. Paul tendrá que marcharse la semana próxima, cuando llegue su familia, y nosotros podremos ir todos juntos una semana más tarde, cuando ya se hayan instalado.
—Será mejor que disfrutéis de esta semana en que vais a estar aquí reunidos —intervino Dimmy—. La semana próxima estaréis solos conmigo.
—¿No podemos ir también nosotros a ver las nuevas pruebas, papaíto? —preguntó Peggy—. ¿Por qué no podemos?
—Pues porque son ultrasecretas —contestó su padre—. No se permiten espectadores. Pero alegraos. Todos nuestros planes van viento en popa estas vacaciones. ¡Todo irá bien! Estoy seguro de ello.
Pero no estaba en lo cierto… Algo iría mal antes de que acabara la semana.