ESCOGIENDO UN CASTILLO
Los días siguientes fueron emocionantes en diversos sentidos. En primer lugar, resultaba muy divertido estar de nuevo en casa (no tener clases, no vivir a toque de campana, no tener que hacer deberes por las noches…). Además, era excitante leer los informes de los diversos castillos que estaban en alquiler.
No eran muchos. La señora Arnold examinó los papeles que le enviaban y rápidamente decidió que algunos de ellos no servirían. También le ofrecieron grandes mansiones y la señora Arnold pensó que una de ellas podría utilizarse para la familia de Paul. Los castillos solían estar situados en lugares muy apartados o bien habían permanecido vacíos durante largo tiempo, con sólo un guardián para cuidarlos.
—¡Oh, no, madre! Yo creo que un castillo es preferible —protestó Mike—. Una gran casa sería mucho menos divertida.
—Es que yo no pienso en que sea o no muy divertida para los niños —replicó su madre—. Estoy pensando en las dificultades con que la madre de Paul habrá de enfrentarse si alquilo para ellos un gran castillo vacío, con instalaciones eléctricas y de calefacción muy pasadas de moda.
—Pues Baronia tampoco es un país moderno —dijo Mike—. El castillo de Paul no tiene la serie de comodidades que se encuentran en cualquier buen hotel inglés. Madre, te lo ruego, busca un castillo. Es mucho más emocionante que una casa grande.
—Está bien, repasad eso —respondió ella—. Llevaos los papeles que hemos recibido y miradlos todos juntos. Ninguno de ellos me parece aprovechable. Ya veréis a lo que me refiero cuando leáis los informes.
Mike cogió los papeles. Se sentía emocionado. Sería divertido intentar elegir un castillo. Llamó a los otros cuatro y se llevaron los papeles al jardín para leerlos.
—Leed uno cada uno de vosotros —dispuso Mike—. Los leeremos todos por turno y luego comentaremos lo que pensamos de ellos. A mamá ninguno le parece apropiado.
Con gran solemnidad, se leyeron todo el papeleo.
—«Castillo con cincuenta mil acres» —dijo Jack—. ¡Caramba! ¿Hay alguien que pueda alquilar cincuenta mil acres de tierra? Este castillo no sirve. Sólo tiene once habitaciones amuebladas. No sabemos cuántas habitaciones necesitan tus padres, Paul. Debe de ser enloquecedor ser un rey y una reina y necesitar viviendas tan enormes para vivir.
—Me gusta nuestro castillo en Baronia —contestó Paul—. Sin embargo, preferiría ser un muchacho corriente y vivir como vosotros, Jack.
—No me extraña que nuestra madre haya rechazado todos éstos —comentó Mike dejando los papeles—. No valen nada. O bien los propietarios pretenden seguir viviendo en una de las alas del castillo, o quieren que la familia de Paul lo alquile por un año entero, o bien el castillo está sin amueblar. Resulta más difícil de lo que yo creía alquilar un castillo para un par de meses.
—Aquí hay uno que parece muy emocionante —exclamó Peggy—. No sé por qué lo rechazó mamá. Oíd lo que dice el informe.
Los otros volvieron sus rostros hacia ella. Todos se hallaban tumbados en la hierba y los papeles yacían en desorden a su alrededor. Peggy les explicó lo que había leído en el informe que tenía en la mano.
—Se llama el «Castillo de la Luna» —dijo—. El nombre es bonito, ¿verdad? ¡El «Castillo de la Luna»! Es grande, pero no demasiado. Justo lo que la familia de Paul necesita. No hay en él guardianes, así es que debe de estar bien cuidado. Se puede entrar en él inmediatamente, porque sus propietarios no lo habitan. Está construido en lo alto de una colina: «La vista panorámica es hermosa. Domina una campiña de pantanos, bosques y riachuelos».
—Todo eso suena bien —dijo Mike sentándose—. ¿Dice algo más?
—Que es muy antiguo —prosiguió Peggy—. Aquí dice: «Un castillo lleno de mitos y leyendas». No sé exactamente qué quiere decir todo esto. Y dice también: «Si sus muros pudiesen hablar, relatarían historias de violencia y misterio, de odio y de venganza». Pues menos mal que los muros no pueden hablar, si ésas son las cosas que podrían contar.
—Todo eso parece estupendo —dijo Nora—. No sé por qué mi mamá lo habrá desechado.
—Por allí viene —exclamó Mike, al ver que su madre salía al jardín llevando un cesto y unas tijeras para cortar flores—. ¡Mamá; oye, mamá! ¿Por qué has desechado el «Castillo de la Luna»? ¡A nosotros nos parece algo magnífico!
—¿El «Castillo de la Luna»? Pues porque está muy aislado —respondió la señora Arnold—. No hay cerca de él ninguna ciudad y el único pueblo que se halla un poco próximo es uno que lleva el curioso nombre de Luna. Supongo que ésa será la causa de que el castillo se llame así.
—¿Pero tú crees que importa que esté un poco aislado? —preguntó Peggy.
—Me parece que sí —contestó su madre—. Para sostener una casa grande, con tanta gente como va a traer consigo la familia de Paul, es necesario tener cerca buenas tiendas, al menos relativamente cerca. Sin embargo, las tiendas más cercanas a ese castillo están a unos treinta y cinco kilómetros. Me da la impresión de que ha de ser un lugar triste y solitario. Me ha dado escalofríos.
—¡Pero, madre! Ésta es la clase de castillo que todos deseamos —dijo Nora—. Además, la madre de Paul traerá consigo varios coches, ¿verdad, Paul? Así es que le será fácil ir de compras.
—Bueno, no digo que vaya a traer muchos —replicó Paul riéndose—, pero sí que traerá más de uno.
—Otra cosa en contra es que allí no habrá nadie con quien hacer amistad —continuó la señora Arnold—. Por ejemplo, no hay vecinos. No sé cómo se las arreglarán los pobres guardianes del castillo.
—Probablemente comprarán provisiones para todo un mes, me imagino —dijo Jack. Y volviéndose hacia los demás, añadió—: ¿Os acordáis de cuando estuvimos en la Isla Secreta, donde no había tiendas ni vecinos, excepto conejos y pájaros y todo era solitario y desolado? ¡Pero pasamos unos días maravillosos!
—Sí. Es verdad —asintieron todos.
Mike se volvió hacia su madre:
—Madre, vayamos a ver ese «Castillo de la Luna». ¿Quién sabe cómo es? ¿A ti qué te parece, Paul? ¿Te parece que a tu madre le importará estar tan lejos de todo y vivir rodeada por viejas paredes «que podrían contar cuentos de misterio y de violencia»?
Paul se echó a reír.
—No. Estoy seguro de que a mi madre no le importará. Creo que probablemente los muros de nuestro propio castillo son más antiguos que los del «Castillo de la Luna» y podrían contar historias igualmente apasionantes. Señora Arnold, ¿cree usted que el castillo está demasiado lejos para que vayamos a visitarlo?
Mike consultó los papeles que Peggy sostenía en sus manos.
—Está cerca de la estación de Bolingblow —dijo—. Nunca había oído ese nombre. ¿Dónde se encuentra Bolingblow?
—A unos ciento ochenta kilómetros —respondió la madre—. Cogió los papeles que tenía Peggy y los miró de nuevo. —Claro, yo no sé si el castillo estará amueblado. Es decir, aquí dice «parcialmente amueblado», lo cual puede significar que sólo hay muebles en dos o tres habitaciones y no sabemos siquiera si esos muebles serán aprovechables o no. Es posible que estén completamente carcomidos.
—Madre, te lo ruego, vayamos a verlo —suplicó Mike casi con impaciencia—. Nos ahorraremos muchas cartas si vamos personalmente. Debo confesar que todo esto me gusta. Suena… suena a misterio…, a cosa olvidada. Parece pertenecer al pasado y no a nuestros días. Le…
—Mike se nos vuelve romántico —interrumpió Nora riéndose—. Mike, sin duda esperas que los caballeros del rey Arturo salgan del castillo montados a caballo.
—No seas tonta —replicó Mike—. ¿No podemos ir a verlo? ¿No puedes telefonear y decir que iremos?
—No hay teléfono —respondió su madre—. Ésa es otra de las razones por la cual lo rechacé. La reina de Baronia no esperará encontrarse sin teléfono en el castillo.
—Es verdad —dijo Mike, pensando que su madre tenía razón en eso. Entonces intervino inesperadamente la señorita Dimmity. Se había acercado para oír la conversación.
—Estaba pensando que el «Castillo de la Luna» podía ser muy adecuado para la familia de Paul —dijo—. Excepto porque está a treinta y cinco kilómetros de las tiendas y porque no tiene teléfono, por lo demás parece ideal. La madre de Paul tiene buenos coches para enviar a la compra de provisiones. Yo creo que vale la pena verlo. Debemos darnos prisa en encontrar alguno, porque la familia desea venir inmediatamente.
—Vayamos hoy mismo —propuso Mike—. Lo mejor es hacer las cosas en seguida. Madre, di a Ranni que traiga el coche. Vayamos hoy mismo.
—¡Oh, sí, vayamos! —insistió Paul—. Conozco a mis padres. Sé que cambiarán de opinión respecto a pasar las vacaciones aquí si no saben pronto que se ha encontrado un lugar adecuado.
—¡Oh Dios mío! ¡Cómo me apresuráis! —dijo la señora Arnold riéndose—. Está bien, será mejor que nos decidamos y vayamos a ver ese lugar ahora mismo. Paul, busca a Ranni y díselo. Dentro de un cuarto de hora estaremos a punto. No nos llevaremos nada para comer en el campo, aunque me gustaría hacerlo así. Pero tardaríamos demasiado en prepararlo. Tú, Mike, busca los planos; debemos hallar el mejor camino para ir hasta allí.
Después de esta decisión, todo el mundo se apresuró y todos gritaban y hablaban con excitación. El día era muy caluroso y las niñas se pusieron frescos vestidos limpios de algodón. Los niños se ataviaron con camisas de color y pantalones cortos, excepto Jack, que se consideraba demasiado mayor y llevaba pantalones largos de franela gris.
Dimmy no fue con ellos. Incluso sin ella, el gran coche azul y plateado que pertenecía al príncipe Paul aparecía repleto hasta los topes.
—Os veré esta noche —dijo Dimmy, que salió a despedirles—. Espero que no asustaréis a los guardianes llegando de una manera tan imprevista. Tengo ganas de oír todo lo que me contaréis del castillo a vuestro regreso.
Todos estaban muy emocionados. Paul y Mike se acomodaron delante, junto a Ranni. Detrás iban la señora Arnold, las niñas y Jack. Mike había desplegado el plano y lo estaba estudiando, dispuesto a indicar el camino a Ranni.
Pronto se hallaron en pleno campo, corriendo a gran velocidad, entre campos en donde el trigo amarilleaba. Las amapolas relucían aquí y allá, y en los bordes del camino florecían las azulinas.
—Ahora, tome por ese camino —dijo Mike cuando llegaron a un recodo—. Tenemos que ir hacia el este durante un largo trecho, hasta que lleguemos a un puente. Después hemos de dirigirnos a la ciudad de Sarchester. Y a continuación hacia el norte, hacia Bolingblow. Luego encontraremos sólo carreteras de segundo orden, que están indicadas en el plano. Espero que no sean demasiado malas para este magnífico coche.
—¿Dónde comeremos? —preguntó Peggy.
—Estaba pensando que alguien preguntaría eso antes de que transcurrieran un par de minutos —contestó la señora Arnold—. Comeremos a la una, si es que nos encontramos cerca de una ciudad.
—Seguramente a esa hora ya estaremos en Bolingblow —opinó Mike—. Este coche corre muchísimo. Se traga los kilómetros.
—En Bolingblow podremos informarnos un poco respecto al castillo —dijo la señora Arnold.
—Eso podemos hacer —replicó Peggy. Y comenzó a cantar una canción inventada, que hizo reír a los demás.
Oh «Castillo de la Luna»,
pronto vamos a verte.
Oh «Castillo de la Luna»
ya vamos a conocerte.
Sus compañeros recogieron en seguida la tonadilla de Peggy y el coche siguió avanzando a gran velocidad, mientras todo el mundo cantaba esta tonta canción:
¡Pronto vamos a verte,
oh «Castillo de la Luna»!