DE REGRESO DE LA ESCUELA
En una soleada tarde de julio, dos niñas se hallaban de pie junto a la verja del jardín de su casa.
—El coche ya debería estar aquí —dijo Nora—. Espero que no haya sufrido un pinchazo u otra cosa por el estilo. Tengo ganas de ver a Mike. Y también a Jack, claro está.
—También yo —respondió Peggy, su hermana—. ¿Vendrá con ellos Paul? ¿Pasará con nosotros sus vacaciones o regresará a Baronia? Me gustaría saberlo.
Paul era el pequeño príncipe de Baronia y el gran amigo de Nora, Peggy, Mike y Jack. Iba al mismo colegio que los chicos y había disfrutado con ellos de un gran número de aventuras.
—Espero que por lo menos pase con nosotros unos días —dijo Nora, mientras se balanceaba asida a la reja—. Siempre suele hacerlo, ¿verdad? Después, seguramente tendrá que regresar a Baronia, para ver a sus padres y a todos sus hermanos y hermanas.
—¡Qué cosa más tonta es ésa de que nuestro colegio de las vacaciones dos días antes que el de los chicos! —exclamó Peggy—. ¡Y lo que aún es peor, también empezamos las clases dos días antes que ellos!
—¡Un coche…! ¡Y en él vienen los chicos! —gritó de repente Nora—. Vienen en el coche de Paul…, en el azul y plateado. ¿Lo conducirá Ranni?
Ranni era el ayo de Paul, y había sido destinado a velar por el niño desde el momento que nació. Quería muchísimo al pequeño príncipe y había compartido con él muchas aventuras. Y ahora aquí venía, conduciendo el gran coche azul y plateado de Baronia y trayendo en él a los tres niños.
Las niñas abrieron de par en par las verjas tan pronto como el coche se acercó. Y una vez que éste hubo entrado, comenzaron a gritar:
—¡Mike! ¡Jack! ¡Paul! ¡Viva! ¡Bienvenidos!
El coche se detuvo con un chirrido de frenos y Ranni, que estaba al volante, les sonrió a través de su barba, roja como el fuego. Tres cabezas se asomaron a la ventana más próxima.
—¡Hola, niñas! Subid. Ya imaginábamos que nos estaríais esperando —gritó Mike.
La portezuela se abrió de par en par y las niñas se deslizaron en el interior del coche, junto a los muchachos, que les hacían sitio.
Nora dio un abrazo a Mike. Era su gemelo y los dos se querían mucho. Además se parecían extraordinariamente, exceptuando que Nora era algo más baja que Mike. Ambos tenían el pelo negro y rizado y ojos vivos y alegres. La rubia Peggy era un año mayor, pero Mike estaba tan alto como ella.
—¡Hola! —dijo Jack, dando una amistosa palmada a cada una de las niñas—. ¿Qué es esto de empezar las vacaciones antes que nosotros?
Jack no era su hermano. No tenía padres y los Arnold lo habían adoptado y lo trataban como si fuera el hermano mayor de Mike, Nora y Peggy. Creía que el mundo era suyo y sonreía con aire feliz. Sus azules ojos relucían en su cara morena.
El príncipe Paul nunca daba a las niñas amistosas palmadas como lo hacían los otros muchachos. La educación de Baronia no permitía tales franquezas. Se inclinó cortésmente ante cada una de las niñas y sonrió alegremente. Sin embargo, ellas, que no poseían la refinada educación de Baronia, se arrojaron sobre él como si fueran dos cachorrillos.
—¿Tienes aún tantas cosquillas? ¡Oh, sí, las tienes! ¿Paul, te quedas con nosotros para pasar todas las vacaciones, o solamente estarás unos días? ¿Qué es lo que piensas hacer?
—No me hagáis más cosquillas —protestó Paul intentando apartarlas—. Ranni, Ranni, por favor, para el coche y ayúdame a quitármelas de encima.
El coche llegó frente a la puerta principal y Ranni descendió de él sonriente. Abrió el portaequipajes y sacó de él las maletas de los escolares.
Se abrió la puerta de la casa y apareció sonriente la señora Arnold.
—¡Bienvenidos, muchachos! —dijo.
Mike corrió a abrazar a su madre.
—¡Estamos en casa! —gritó—. ¡En nuestra querida casa!
Jack besó a la señora Arnold y Paul, tal como acostumbraba, se inclinó para besarle la mano con una profunda reverencia. Los otros solían burlarse antes de las corteses maneras de Paul, pero ahora estaban ya tan habituados a ellas que casi ni se daban cuenta.
—Entrad —dijo la señora Arnold—. Mejor será que dejemos pasar delante a Ranni. Va cargado con el equipaje. ¡Oh, Ranni! ¿Cómo puede usted llevar a la vez esas dos pesadas maletas?
Ranni sonrió. Era alto y muy fuerte. Las dos maletas le parecían muy poca cosa. Subió las escaleras transportándolas con gran facilidad.
—¡Oh, madre! ¡Qué olor más agradable! —exclamó Mike husmeando—. Huele a pan tostado con mantequilla y a bollos calientes.
—Lo has adivinado —respondió su madre—. Sin duda has olvidado que me habías pedido eso para la primera merienda de las vacaciones… aunque no entiendo cómo se te ocurrió pedir semejantes cosas para una tarde de julio tan calurosa.
Jack se asomó por la puerta entreabierta del comedor. El té ya estaba servido.
—¡Qué sorpresa! —exclamó—. ¡Pasteles de bizcocho con nata y empanadas de chocolate! ¿Cuándo merendamos?
—Cuando os hayáis lavado las manos —replicó la señora Arnold—. Voy a decir que traigan las tostadas y los bollos, así es que no tardéis.
No tardaron. Los cinco subieron las escaleras de tres en tres, riendo y gritando y sintiéndose muy felices por estar de nuevo juntos. El príncipe Paul estaba también muy alegre. Quería mucho a esta familia inglesa, tan acogedora y generosa.
Cuando volvieron a bajar, alguien más se encontraba con la señora Arnold. Los tres chicos sonrieron a la mujercita de ojos grises que estaba sentada al lado de ella.
—¡Pero si es Dimmy! —exclamaron, y se dirigieron a saludarla. Paul, como de costumbre, se inclinó profundamente y luego, de un modo inesperado, le dio un abrazo.
El verdadero nombre de Dimmy era señorita Dimmity. Venía con mucha frecuencia para ayudar a la señora Arnold, sobre todo cuando los niños estaban en casa. Todos la querían y le gastaban bromas. Aunque parecía tan amable y tímida, sin embargo era muy capaz de actuar con firmeza, cosa que había demostrado en varias ocasiones.
—¡Mi buena Dimmy! —dijo Mike, que demostraba tener la intención de levantarla en sus brazos. Ella le apartó.
—No, no, Mike. Ya sé que eres casi tan alto como yo ahora, pero no quiero que me manejes como si fuera un saco de patatas. Sentaos antes de que las tostadas se enfríen.
Durante un rato reinó el silencio, mientras los niños se servían generosamente de los buenos manjares que había en la mesa. Por fin Paul lanzó un profundo suspiro.
—A esto le llamo yo verdadera comida… Es casi tan buena como la de Baronia. ¡Oh, señora Arnold, en el colegio casi me muero de hambre!
—¡No lo creas! —le desmintió Jack—. Deberías ver los enormes paquetes que recibe de Baronia cada semana.
—Puedo imaginármelos —repuso la señora Arnold—. La madre de Paul me manda uno a mí de vez en cuando y viene atiborrado de las cosas más deliciosas. Esta mañana he recibido carta de tu madre, la Reina, Paul. Te manda un abrazo y dice que desea verte pronto.
—¡Ah! ¿Se marchará Paul a Baronia muy pronto? —preguntó Nora con voz triste—. Peggy y yo no lo hemos visto durante varios meses. ¿No podría quedarse con nosotros una temporada?
—Tengo una sorpresa para vosotros —dijo la madre, mirándolos a todos con cara sonriente—. El padre y la madre de Paul dicen que les gustaría venir aquí a pasar un mes o dos, a fin de conocernos mejor a todos. Quieren traer consigo a los dos hermanos de Paul, para que viajen un poco por Inglaterra antes de ingresar en el colegio.
—¡Oh, madre! ¡Esto es magnífico! —gritó Peggy—. Pero no habrá lugar aquí para el rey, la reina y los criados, porque con toda seguridad traerán con ellos a su séquito, ¿no te parece, Paul? Nunca deben viajar sin ir acompañados de criados, sirvientas y otras personas. No creo que todos puedan venir aquí.
—¡Claro que no, hija mía! —exclamó su madre—. No seas tonta. Aquí hay apenas lugar suficiente para acomodaros a los cinco durante las vacaciones. No, el padre de Paul desea que le busquemos alguna casa espaciosa, en la cual pueda habitar con su esposa, dos de sus hijos y unas veinte personas de servicio.
—¡Vaya! —comentó Mike—. Lo que necesita es un castillo.
—Eso es exactamente lo que pide —confirmó la señora Arnold, ofreciéndoles una fuente llena de bollos mantecosos y azucarados.
—¡Caramba! ¿Eso piden? —dijo Nora—. Paul, ¿sabías tú algo de eso?
Paul denegó con la cabeza. Tenía la boca demasiado llena para poder hablar. Sus ojos relucían. Intentó tragar rápidamente el contenido de su boca, tan rápidamente que rompió a toser.
Todos comenzaron a golpearle en la espalda, intentando ayudarle. La cara de Paul se volvió escarlata.
—Dejadle —ordenó la señora Arnold—. Con eso no le ayudáis. Bebe un poco de té, Paul.
—¡Un castillo! ¡Vaya, qué divertido! Llamaremos a las agencias de alquileres y diremos: «Por favor, mándeme referencias sobre una docena de castillos, más o menos», bromeó Mike.
—Madre, ¿sabes ya a qué castillo irán? —preguntó Nora—. ¿Hay alguno por aquí cerca? ¿Podemos verlo?
—¡Qué idiota eres! Bien sabes que no hay ningún castillo por aquí —dijo Mike.
—Deja que mamá conteste a mis preguntas —protestó Nora—. ¿Sabes a qué castillo irán, madre?
—Queridos niños, ya os he dicho que he recibido la carta esta mañana —contestó la señora Arnold—. A la madre de Paul se le acaba de ocurrir la idea. Me ruega que indague si puedo encontrar algo y que, si me es posible, vaya yo personalmente a visitar los castillos que me ofrezcan y escoja el que me parezca aprovechable… aunque, en realidad, yo no tengo ni idea de cuándo un castillo es aprovechable o no.
—Supongo que querrán solamente alquilarlo, no comprarlo —intervino Mike—. Mejor será que te lleves contigo a Paul y que le hagas visitar todos los viejos castillos que se encuentren por aquí cerca. Él debe saber lo que su madre desea. ¿Quiere alguien este último bollo? Si alguien lo quiere, que lo diga inmediatamente.
Nadie dijo nada y Mike se lo comió. Todos empezaron a hablar excitados sobre las noticias que la señora Arnold acababa de darles. Paul, que ya se había repuesto, hablaba más alto que nadie. Estaba muy emocionado.
—Todos podréis venir a vivir conmigo —anunció muy satisfecho—. Compartiremos ese castillo. Conoceréis a mis dos hermanos y…
—Tu madre quizá no nos quiera —le interrumpió Mike.
—Seguramente que no os querrá por mucho tiempo —dijo la señora Arnold sonriendo—. ¡Sois una pandilla demasiado ruidosa! En su carta dice que espera que todos nosotros pasemos una temporada con ellos, así que será muy divertido.
—¡Ojalá encontremos un castillo que esté muy bien! —exclamó Nora.
—¿Qué entiendes por eso de «que esté muy bien»? —preguntó Mike.
—No creerás que vamos a buscarlo entre los que estén medio en ruinas, ¿verdad? Madre, ¿has oído hablar de alguno?
—Ya os he dicho que he recibido la carta hoy mismo —les recordó la madre—. Acabad de merendar de una vez. La semana que viene nos dedicaremos a visitar todos los castillos que podamos localizar.
—Le llamaremos «la caza del castillo». ¡Esto me va a gustar! —comentó Jack—. ¿Qué clase de castillo elegiremos? Uno que sea muy emocionante… ¡Al menos eso espero!