LAS GRANDES EXPERIENCIAS DE NUESTRO PARTIDO COMO DIRIGENTE DE LA LUCHA ARMADA Y DE LA ORGANIZACIÓN DE LAS FUERZAS ARMADAS REVOLUCIONARIAS [11]

Nuestro partido surgió cuando el movimiento revolucionario vietnamita estaba en pleno auge. Desde el comienzo dirigió a los campesinos, les impulsó a alzarse y a instaurar el poder de los soviets. Así, pues, tuvo conciencia rápidamente de los problemas que plantean el poder revolucionario y la lucha armada. Como enseña el marxismo-leninismo, para todas las revoluciones, cualesquiera que sean, ha sido siempre primordial el problema del poder y del camino de la instauración del poder revolucionario. «La única vía de liberación» es «la lucha armada de masas».[12]

En 1930-31 el movimiento revolucionario fue reprimido. Al frente de las masas en la lucha política, ilegal o semilegal, nuestro partido se dedica activamente a restablecer las bases revolucionarias y a impulsar el movimiento. En 1939, con el estallido de la segunda gran guerra,[13] se producen cambios en la situación exterior e interior y se plantea de nuevo el problema de la preparación de la insurrección armada para la liberación nacional. Desde entonces nuestro partido trabajó preparando al pueblo para la insurrección. La insurrección triunfó en agosto de 1945; seguidamente, durante nueve años, dirigió la larga guerra de resistencia del pueblo y lo condujo a la victoria.

De treinta años de lucha revolucionaria, nuestro partido ha pasado quince en la ilegalidad, antes de instaurar el poder revolucionario en todo el país y llegar así a ser un partido en el poder. Desde que toma en sus manos la dirección del Estado, en los años de la lucha armada y después del restablecimiento de la paz, la construcción de las fuerzas armadas revolucionarias ha sido siempre una de sus tareas primordiales, pues constituye la pieza esencial del Estado revolucionario.

Examinando el camino recorrido, resalta claramente que la lucha armada ha ocupado un lugar muy importante en el movimiento revolucionario de nuestro pueblo, bajo la dirección del partido. Este, en el curso de numerosos años de una lucha armada extremadamente dura y heroica, ha acumulado experiencias inestimables y de gran importancia tanto para el fortalecimiento de la organización de las fuerzas armadas revolucionarias y la consolidación de la defensa nacional en el norte, como para la continuación de la revolución nacional democrática en el conjunto del país.

La lucha armada revolucionaria, para cualquier país, está sometida a leyes fundamentales generales. Pero tiene también, en cada país, particularidades y leyes propias.

Rusia era una potencia imperialista en la que la economía capitalista había alcanzado ya cierto grado de desarrollo. La Revolución de Octubre fue una insurrección de la clase obrera y de los trabajadores de las ciudades que derribó el capitalismo e instauró el poder soviético de los obreros y campesinos. La guerra revolucionaria que siguió fue a la vez una guerra civil llevada a cabo por los trabajadores de la Unión Soviética contra los guardias blancos de la burguesía y de los terratenientes y una guerra por la defensa de la patria frente a la intervención de una coalición de catorce países capitalistas. Más tarde, la Gran Guerra Patria de la Unión Soviética fue una guerra revolucionaria llevada a cabo contra las fuerzas del fascismo por el pueblo trabajador de un país socialista ya poderoso, pero cercado por países capitalistas.

La China de ayer era un país semicolonial y semifeudal inmensamente grande, superando extraordinariamente a todos los países del mundo desde el punto de vista demográfico, pero de una economía agrícola muy atrasada. Durante un largo periodo, la lucha armada fue allí una guerra civil vigorosa que enfrentaba al pueblo con los medios feudales y burgueses importadores ligados al imperialismo, y durante la resistencia, una enérgica guerra revolucionaria contra los agresores imperialistas. Esta lucha armada se planteaba la realización de los objetivos políticos de la revolución nacional democrática y debía abrir a la Revolución China el acceso al socialismo.

Vietnam de ayer era un país colonial y semifeudal, pequeño y poco poblado, de economía agrícola en extremo atrasada. La lucha armada adoptó respectivamente las formas de la insurrección y de la guerra de resistencia, realizadas por todo un pueblo contra el imperialismo y los elementos feudales reaccionarios a fin de alcanzar los objetivos políticos de la revolución nacional democrática como en China —la independencia de la nación, la entrega de la tierra a los que la trabajan— y preparar las condiciones para el paso de la revolución vietnamita a la etapa del socialismo.

Como se ve, nuestra lucha armada revolucionaria refleja las leyes de la lucha armada revolucionaria en general, aunque con particularidades y leyes propias. El éxito de nuestro partido en la dirección de esta lucha armada revolucionaria y en la creación de las fuerzas armadas revolucionarias es un éxito del marxismo-leninismo. Es la aplicación certera y creadora de los principios marxistas leninistas a las guerras revolucionarias y a las fuerzas armadas revolucionarias en las condiciones concretas de un país colonial y semifeudal, pequeño y débil, que ha tenido que luchar contra un enemigo poderoso durante un tiempo bastante largo y bajo el cerco del imperialismo.

I. NUESTRO PARTIDO DIRIGIÓ CON ÉXITO LA PREPARACIÓN DE LA INSURRECCIÓN ARMADA Y LA INSURRECCIÓN GENERAL DE AGOSTO DE 1945

En 1939, inmediatamente después de estallar la segunda gran guerra en Europa, el Comité Central del partido comprendió que se iniciaba un nuevo ciclo de guerras y revoluciones y «que la coyuntura indochina indicaba ya la hora de la liberación nacional». En 1940 y a comienzos de 1941, se produjeron levantamientos sucesivos en Bac Son, Nam Ky y Do Luong. Aunque ahogados en sangre por el enemigo, fueron «el disparo que señaló el inicio de la insurrección general en todo el país, el primer paso en la lucha armada de las naciones indochinas».[14]

En efecto, en aquellos días, bajo el doble dominio de los imperialistas franceses y japoneses, nuestro pueblo vivía en la miseria; el movimiento revolucionario estaba sometido a una feroz represión. Nuestro partido siguió haciendo una propaganda intensa entre el pueblo, concentrando las fuerzas patrióticas en el Frente Vietminh estableciendo bases guerrilleras, organizando fuerzas armadas revolucionarias y preparando la insurrección armada.

Agosto de 1945 marcó los grandes éxitos del Ejército Rojo soviético y de las fuerzas aliadas. Los japoneses capitularon. La insurrección hervía en todo el país. En ciudades y campos millones de hombres se levantaron, y se sucedieron las manifestaciones y demostraciones de fuerza. Fue la insurrección general, el triunfo de la Revolución de Agosto. El dos de septiembre, a nombre del gobierno provisional, el presidente Ho Chi Minh proclamó la independencia de Vietnam ante la nación y el mundo entero. Así fue fundada la República Democrática de Vietnam, primera democracia popular del sudeste asiático.

La insurrección general de agosto obtuvo una brillante victoria: la lucha del pueblo vietnamita contra franceses y japoneses durante la segunda Guerra Mundial derrocó la dominación casi secular del imperialismo, una monarquía varias veces milenaria, e instauró la República Democrática. La insurrección general de agosto abrió una era nueva en la historia de la nación vietnamita, la era del pueblo dueño de su destino.

La preparación del levantamiento durante los años de la guerra mundial y la insurrección general de agosto han proporcionado ricas enseñanzas. En su libro La Revolución de Agosto, el camarada Truong Chinh ha analizado las cualidades y debilidades de esta revolución y ha sacado las conclusiones convenientes. En el presente artículo partiremos de todo el proceso de preparación de la insurrección armada hasta la victoria de agosto, para extraer de ella las enseñanzas esenciales, que son al mismo tiempo una brillante demostración de los éxitos obtenidos por nuestro partido.

El éxito de la insurrección general de agosto se debe en primer lugar a una dirección estratégica justa del Comité Central del partido en el problema de la liberación nacional, que fue la tarea central del partido y del pueblo y que se realizó uniendo a todas las fuerzas patrióticas.

La sociedad vietnamita de tiempos anteriores, colonial y semifeudal, se caracterizaba por dos contradicciones fundamentales, una entre el imperialismo y la nación entera, otra entre los terratenientes feudales y el pueblo, esencialmente las masas campesinas; de esas dos contradicciones, la primera tenía que ser considerada como la esencial La revolución vietnamita era, pues, una revolución nacional democrática popular que tenía dos tareas fundamentales: una antimperialista, otra antifeudal; de esas dos tareas, la primera, la que tendía al derrocamiento del imperialismo y al logro de la liberación nacional, tenía que ser considerada como la esencial Desde 1930, al destacar las dos contradicciones de nuestra sociedad, nuestro partido había definido claramente las dos tareas de nuestra revolución y le había dado así impulso en profundidad y en amplitud. Pero hubo que esperar hasta 1939-41 para que la lucha contra el imperialismo y por la liberación nacional fuera concebida claramente como una tarea primordial. Partiendo de una justa apreciación de los grandes acontecimientos que se produjeron internacional y nacionalmente, el partido hizo de la liberación nacional una tarea urgentísima para todo el pueblo.

El VI Pleno del Comité Central, celebrado a fines de 1939, precisaba: «La situación ha evolucionado. El imperialismo francés es un delincuente que pretende desatar una guerra imperialista mundial. La dominación que pesa sobre las colonias como Indochina —abiertamente un régimen fascista militar— y el intento de los colonialistas de pactar con los japoneses han colocado a los pueblos indochinos ante un problema de vida o muerte. Para su salvación los pueblos de Indochina no tienen otro camino que la lucha por el derrocamiento de los imperialistas franceses, contra toda agresión extranjera, venga de los blancos o de los amarillos, a fin de conseguir la liberación y la independencia».

El VIII Pleno ampliado del Comité Central, celebrado en 1941, precisando la nueva orientación de la dirección revolucionaria del partido, definía el programa concreto de la revolución de liberación nacional. «En la situación actual —subrayaba—, la consigna del partido es, en primer lugar, liberar a toda costa a los pueblos indochinos del yugo francojaponés. Para realizar estas tareas es necesario ante todo concentrar en un frente unido a todas las fuerzas de Indochina, a todos los patriotas, y darlo todo en la lucha por el derecho a la independencia y la libertad de la nación, por la derrota de los ocupantes franceses y japoneses. Unir a todas las fuerzas de todas las clases, de todos los partidos y agrupaciones revolucionarias que trabajen por la salvación de la patria, de todas las creencias religiosas, de todas las nacionalidades que luchan contra los japoneses, ése es el trabajo esencial de nuestro partido».

El Comité Central definía, por otra parte, una nueva política del partido: suspender provisionalmente la consigna de la revolución agraria y sustituirla por la reducción de las tasas de arriendo y de préstamos, la confiscación de las tierras pertenecientes a los imperialistas y a los traidores y su distribución a los campesinos; al mismo tiempo, decidir la fundación del Vietminh (Liga de la Independencia de Vietnam) y de las organizaciones de salvación nacional.

Vista desde el ángulo de la tarea de liberación nacional en la que había puesto el acento, la resolución del VIII Pleno era una decisión extremadamente lúcida y justa que respondía perfectamente a la situación de entonces y a las aspiraciones fundamentales y profundas de cada clase o capa patriótica. He ahí por qué en poco tiempo el Frente Vietminh reunió importantes fuerzas populares y se convirtió en la más poderosa organización política de las amplias masas revolucionarias; su programa era acogido calurosamente en todos los medios sociales, su prestigio ganaba a todo el país. La resolución del VIII Pleno fue un programa concreto que desempeñó un papel decisivo en el triunfo de la Revolución de Agosto.

Es necesaria una nota complementaria: en esta época, desde el punto de vista estratégico, la clase de los terratenientes feudales no se consideraba claramente como objetivo de la revolución; desde el punto de vista teórico, la tarea de la liberación nacional estaba en cierta medida separada de la revolución democrática burguesa; en lo inmediato se sobrestimaba a la clase terrateniente, sin subrayar suficientemente el papel de la alianza de los obreros y los campesinos como base del Frente Nacional Unido. Esas insuficiencias debían gravitar más tarde sobre el estado ideológico y sobre el trabajo del partido; concretamente condujeron a cierta subestimación de la tarea antifeudal durante los primeros años del poder popular y la guerra de resistencia.

2. El éxito de la insurrección general de agosto se debe al hecho de que el Comité Central, mientras adoptaba una orientación nueva respecto a la tarea revolucionaria, supo dar a tiempo una nueva orientación sobre las formas de lucha y plantear el problema de la preparación de la insurrección armada.

El paso de la lucha política a la lucha armada constituye un gran cambio que exige una enorme preparación. Si la insurrección es un arte, un punto esencial del contenido de este arte es dirigir el paso a nuevas formas de lucha adaptadas a la situación política de cada periodo, y mantener una relación exacta entre la lucha política y la lucha armada en cada periodo. Al comienzo, la acción política es siempre el elemento esencial y la lucha armada queda en un segundo plano; esas dos formas evolucionan progresivamente para llegar a ser igualmente importantes y desembocar al fin en una etapa en que la forma armada ocupa el primer lugar; pero aun entonces es necesario saber precisar el momento en que la preponderancia de la lucha armada no es más que parcial y aquel en que se impone a todo. Las formas de la lucha dominan sobre las del trabajo y la organización. En las condiciones de la lucha decisiva y encarnizada que proseguíamos, una desviación en la dirección de nuestra acción y de las organizaciones, o dicho de otro modo, una falta de firmeza o de prudencia y una falsa evaluación de las condiciones subjetivas y de la correlación de fuerzas entre la revolución y la contrarrevolución debían inevitablemente llevar a dificultades y fracasos. La justeza de la dirección en la preparación de la insurrección armada debía garantizar a las fuerzas revolucionarias la posibilidad de desarrollarse de manera segura y de acuerdo con las circunstancias, hasta que madurasen las condiciones de la insurrección.

El VIII Pleno del Comité Central precisaba:

Para preparar las fuerzas necesarias para una insurrección, nuestro partido debe:

1. Ampliar y consolidar las organizaciones de salvación nacional.

2. Multiplicar nuestras organizaciones en los centros urbanos, las plantaciones, las minas, las concesiones.

3. Multiplicar nuestras organizaciones en las provincias en que el movimiento es todavía débil y en las provincias de nacionalidades minoritarias.

4. Adiestrar y educar a los miembros del partido para que estén animados de un espíritu de sacrificio sin igual.

5. Adiestrar y entusiasmar a los miembros del partido para que sean suficientemente capaces, experimentados y estén en condiciones de asumir tareas de mando y hacer frente a los acontecimientos.

6. Crear grupos de guerrilleros y organizar a los militares.

Tratando de la insurrección, Lenin señalaba que «la insurrección debe apoyarse en el impulso revolucionario de las masas» y no «en un complot». Y no porque se trate de la insurrección armada y de los preparativos de insurrección debe omitirse el movimiento político de las masas; al contrario, sin un profundo movimiento político de las masas revolucionarias no se podría lograr una insurrección victoriosa. Por ello, para preparar bien la insurrección armada, el trabajo primordial y más importante era el de la propaganda entre las masas, la organización de éstas, «la ampliación y consolidación de las organizaciones de salvación nacional». Sólo partiendo de sólidas organizaciones políticas era posible edificar sólidas organizaciones paramilitares, marchar hacia la creación de pequeños grupos de guerrilleros estrechamente ligados a las masas revolucionarias y capaces por ello de operar y desarrollarse.

Durante los primeros años, cuando el movimiento político del pueblo no era potente y las fuerzas enemigas eran aún estables, la preparación de la insurrección armada debía centrarse imperiosamente en el trabajo político entre las masas. Orientar y organizar a éstas en todo el país, principalmente en las regiones neurálgicas, constituía un trabajo de importancia decisiva. Rápidamente el Comité Central del partido había hecho de la región montañosa del Viet Bac una base de la lucha armada, tomando como puntos centrales las regiones de Bac Son-Vu Nhai y Cao Bang. En las condiciones de la época, una base de la lucha armada debía ser clandestina y estar situada en localidades en que el movimiento revolucionario fuera sólido y las organizaciones de masas poderosas; donde la creación de las organizaciones de autodefensa y organizaciones de choque se hiciese a partir de las organizaciones políticas de masas para llegar a grupos armados o secciones armadas, entera o parcialmente liberadas de las tareas de la producción en la región, y hasta, según las posibilidades, de organizaciones guerrilleras más importantes. Las diversas formas: el «pequeño grupo» de cuadros clandestinos, el «pequeño grupo» clandestino militarizado, el «pequeño grupo» de choque armado, el grupo y la sección armados locales hacían poco a poco su aparición. La mejor orientación era la siguiente: hacer la propaganda armada, dar más atención a la acción política Que a la acción militar y a la propaganda que al combate; servirse de las secciones armadas para proteger, consolidar y desarrollar las bases políticas; marchar así hacia cierta consolidación y cierto desarrollo de las fuerzas semiarmadas y armadas. Las organizaciones semiarmadas y armadas debían obligatoriamente maniobrar en un secreto absoluto, tener centros de gravedad en su acción de propaganda o en la eliminación de los traidores y, en la acción militar, aplicar la consigna de «actuar por sorpresa, con rapidez, retirarse sin dejar huella, llegar sin dejarse ver», y cuidar las posibilidades de lucha legal de las amplias masas. El problema de la instauración del poder revolucionario no estaba planteado todavía. Había regiones en que la población se adhería en su totalidad a las organizaciones de salvación nacional; la sección comunal del Vietminh gozaba automáticamente a los ojos de las masas, de la autoridad de un organismo clandestino del poder popular revolucionario. Aún aquí no derribábamos el poder del enemigo; buscábamos solamente ligarlo y utilizarlo. En ese espíritu dirigía el Comité Central del partido las organizaciones del Ejército de Salvación Nacional en Bac Con-Vu Nhai. En ese espíritu recomendaba el presidente Ho Chi Minh el principio de la propaganda armada a las organizaciones armadas de Cao Bang-Bac Can, principalmente cuando dio la orden de fundar la sección de propaganda del Ejército de Liberación. La experiencia ha demostrado que durante la primera fase de la preparación de la insurrección armada, toda debilidad en la aplicación de la línea antes citada conducía generalmente al movimiento revolucionario a dificultades y le hacía sufrir pérdidas de las que la misma preparación de la insurrección armada se resentía.

El golpe de fuerza japonés del nueve de marzo de 1945 introdujo grandes cambios. Los franceses fueron derrocados. Convertidos en enemigos principales y únicos del pueblo vietnamita, los fascistas japoneses, aun antes de que hubieran tenido tiempo de fortalecer su dominación en Indochina, sufrían derrota tras derrota en todos los frentes. El Comité Central del partido analizó inmediatamente la crisis política abierta por el golpe de Estado de los fascistas japoneses; dio directivas para «desencadenar un poderoso movimiento de lucha antijaponesa por la salvación nacional como premisa para la insurrección general», y con objeto de acelerar los preparativos a fin de «mantenerse dispuestos para pasar a la insurrección general cuando las condiciones estuvieran suficientemente maduras». Preconizó también «el desencadenamiento de la guerra de guerrillas para la conquista de las bases de operaciones», la unificación de todas las fuerzas armadas, la organización del poder revolucionario en forma abierta en las regiones en que operaban nuestros guerrilleros, y en forma clandestina allí donde nuestras bases de masas eran relativamente fuertes.

Desde Cao Bang-Bac Can a Thai Nguyen-Tuyen Quang, y en otras localidades de la región media, las unidades del Ejército de Liberación y del Ejército de Salvación Nacional atacaban diversos distritos e instauraban allí el poder revolucionario. Las acciones de masas para apoderarse de depósitos de arroz gubernamentales, para entregarlos a la población se multiplicaban y adquirían una amplitud sin precedente; los grupos de choque del Vietminh operaban en el corazón mismo de las ciudades. Las organizaciones de autodefensa, las organizaciones de choque, los comités populares y los comités de liberación surgían por todas partes, cada día más numerosos. En la provincia de Quang Ngai, el destacamento guerrillero de Ba To hizo su aparición. Había un clima preinsurreccional.

En abril de 1945 la conferencia militar de Bac Bo decidió la fusión de las fuerzas armadas revolucionarias en una organización única, el Ejército de Liberación, y la creación de zonas de guerra y del comité militar revolucionario para el norte. En junio del mismo año fue creada la zona libre y los Diez Puntos del Vietminh aplicados en las seis provincias de la zona. El prestigio del Vietminh creció rápidamente. La influencia de la zona libre y del Ejército de Liberación se extendió enseguida, estimuló al pueblo y le impulsó a acelerar los preparativos para el momento oportuno, lo que impulsó a las capas sociales todavía vacilantes a ponerse del lado de la revolución y provocó el desaliento y la división en las filas del enemigo.

Prácticamente, a partir de mayo de 1945 la preparación de la insurrección armada entraba en una fase nueva caracterizada por un auge de la lucha antijaponesa en todo el país, el desencadenamiento de la lucha guerrillera localizada, la creación del poder revolucionario en diversas regiones y la creación de una base para la lucha antijaponesa. Con su dirección, el partido hizo dar al movimiento revolucionario un salto a la vez audaz y seguro.

3. El éxito de la insurrección de agosto se debe al hecho de que el Comité Central de nuestro partido definió con justeza las condiciones en que la insurrección podía estallar y triunfar, lo que permitió movilizar a todo el partido y a todo el pueblo y elevar al máximo la decisión, el coraje, el dinamismo y las facultades creadoras de las masas.

Al hablar de la insurrección, Stalin consideró la elección del momento como una de las condiciones esenciales que aseguran el éxito: «Elegir bien el momento del golpe decisivo, el momento de comenzar la insurrección, basándose para ello en el hecho de que la crisis ha llegado a su punto culminante, de que la vanguardia está dispuesta a luchar hasta el fin, de que la reserva está dispuesta a sostener a la vanguardia y de que el desconcierto en las filas del adversario ha alcanzado ya su grado máximo».

Las lecciones que nuestro partido sacó, a costa de numerosos sacrificios, de los levantamientos del Nghe An-Ha Tinh, de la insurrección del Nam Ky, destacaron la importancia decisiva de la selección del momento para una insurrección. Por ello, después de 1941, el VIII Pleno del Comité Central definió en qué condiciones podíamos dirigir al pueblo y llevarle a la insurrección:

La Revolución Indochina deberá culminar en una insurrección armada; para prepararla, hay que realizar los esfuerzos sobre la base de que se den las siguientes condiciones:

—que el Frente de Salvación Nacional se unifique, en escala nacional;

—que el pueblo, no pudiendo vivir más bajo el dominio francojaponés, esté dispuesto a lanzarse a la insurrección a costa de cualquier sacrificio;

—que las pandillas dominantes de Indochina sufran una crisis económica, política y militar;

—que se den condiciones objetivas favorables a la insurrección, tales como la victoria de los chinos sobre los japoneses, la revolución en Francia o en el Japón, la victoria del campo democrático en el Pacífico y en la Unión Soviética, el desarrollo del movimiento revolucionario en las colonias francesas y japonesas y sobre todo la entrada de las tropas chinas o anglosajonas en Indochina…

En su directiva de mayo de 1944, Preparemos la insurrección, el Consejo Nacional del Vietminh indicó claramente en qué momento sería necesario levantar al pueblo:

En el momento en que:

1. El desorden y la división en las filas del enemigo alcancen su máximo;

2. Las agrupaciones por la salvación nacional y los militantes revolucionarios estén determinados a levantarse contra el enemigo;

3. Las amplias masas populares hayan manifestado calurosamente su aprobación a la insurrección y estén resueltas a sostener a la vanguardia.

Si escogemos certeramente el momento para desatar la insurrección, nuestra Revolución de Liberación Nacional vencerá. Tenemos que permanecer constantemente lúcidos, saber tomar el pulso del movimiento y estudiar de cerca el comportamiento de las masas, tener una idea justa de la coyuntura mundial y de la situación en cada momento dado a fin de escoger el momento oportuno y guiar a tiempo a las masas hacia la rebelión.

Después de la derrota de los franceses por los japoneses, en una directiva histórica del 12 de marzo de 1945, el Comité Central del partido estimó con perspicacia que se habían creado nuevas condiciones favorables, pero que, sin embargo, «las condiciones para la insurrección no estaban todavía maduras». Precisó, por otra parte, que el momento en que las fuerzas japonesas desguarnecieran su retaguardia para reagruparse y hacer frente al desembarco aliado sería en extremo favorable para lanzarse a la insurrección. La directiva añadía: «Si estallase la revolución en Japón y se instaurase el poder revolucionario del pueblo japonés, o si los fascistas japoneses sufrieran una derrota semejante a la de Francia en 1940 y el cuerpo expedicionario japonés se desmoralizase, nuestra insurrección general podría estallar y triunfar aunque no se produjese el desembarco aliado». El movimiento revolucionario crecía como una marea. La situación mundial evolucionaba rápidamente. El 8 de agosto de 1945, el Ejército Rojo soviético atacó el nordeste de China; el más fuerte ejército japonés, el de Kuan Tung, se desmoronó en pocos días. Acorralados en una situación cada vez más crítica, los japoneses se dispusieron a capitular sin condiciones. En ese momento la Conferencia Nacional del partido, reunida en Tan Trao, decidía, conjuntamente con el Comité Nacional del Vietminh, dar la orden de insurrección general para instaurar el poder popular en todo el país; se creó el Comité Nacional de la Insurrección. Inmediatamente después el Congreso Nacional de los Representantes del Pueblo, reunido en Tan Trao, eligió al Comité de Liberación del Pueblo Vietnamita, es decir, el gobierno provisional, dirigido por el presidente Ho Chi Minh.

Se conoció entonces la noticia de la rendición de los japoneses. Siguiendo las directivas del Comité Central, en numerosas localidades la organización del partido y el escalón correspondiente del Vietminh, sin esperar la orden de insurrección, que no había llegado todavía, y aprovechando el momento —las tropas japonesas estaban en plena crisis, sus títeres en un profundo desorden y la milicia en un estado avanzado de desmoralización— lanzaron a las masas populares a la conquista del poder. El 11 de agosto, levantamiento popular en Ha Tinh; el 12, orden de insurrección en la zona libre, ataques a varios puestos enemigos por el Ejército de Liberación, que marchó unos días más tarde sobre Thai Nguyen, liberándolo; el 13, levantamiento en Quang Ngai. El 19, triunfo de la insurrección en Hanoi, la capital, seguido de las insurrecciones victoriosas de Hue, el 23, y Saigón, el 25. El 29 el primer regimiento del Ejército de Liberación de Vietnam hizo su entrada en Hanoi. En todo el país, en el campo y las ciudades, decenas de millones de personas se alzaron unánimemente para arrancar el poder de las manos de los japoneses y los títeres a su servicio, rompiendo el yugo de los imperialistas y los feudales. Por haber sabido apoyarse en las poderosas fuerzas políticas del pueblo, secundadas por las fuerzas armadas y semiar-madas, y neutralizar a las tropas japonesas ya en plena descomposición, la insurrección general pudo reducir al mínimo la efusión de sangre y asegurar el triunfo rápido en el norte y en el sur del país. Frente al empuje popular, el rey Bao Dai abdicó, y el gobierno de Tran Trong Kim capituló. El 2 de septiembre el gobierno provisional se presentó a la nación. En la plaza de Ba Dinh, desde entonces histórica, el presidente Ho Chi Minh leyó la Declaración de Independencia, y nació la República Democrática de Vietnam.

Por la justa elección del momento, nuestro partido condujo a la victoria la insurrección general de agosto. Si se hubiera producido antes se habría expuesto indiscutiblemente a numerosas dificultades. Si hubiese tenido lugar más tarde, habría corrido un gran peligro: las tropas de Chiang Kai-shek y las fuerzas británicas estarían ya en el país. Nuestro partido dirigió al pueblo en su levantamiento y en la conquista del poder en el preciso momento en que los japoneses acababan de capitular y antes de la entrada de las tropas aliadas en Indochina.

El partido y las causas subjetivas condujeron la insurrección general de agosto a la victoria. Evidentemente, la insurrección debe también su éxito a causas objetivas en extremo importantes. Hay que destacar la coyuntura creada por la victoria del Ejército Rojo soviético y de las fuerzas aliadas sobre el fascismo germanoitaliano, situación particularmente favorable a la causa de la liberación nacional de los pueblos oprimidos del mundo entero. En nuestro país, durante las jornadas de la insurrección de agosto, el enemigo de la revolución se encontraba en plena crisis. Después de la ocupación de Francia por los nazis, el poder y la autoridad de los colonialistas franceses en Vietnam se había debilitado visiblemente. Más tarde, vivas contradicciones habían surgido entre los conquistadores; el enemigo que ocupaba nuestro país desde hacía muchos años había sido derrocado por los fascistas japoneses, y el poder feudal, puesto a su servicio, también se había desintegrado. En cuanto a los japoneses, que fueron nuestro enemigo principal a partir del 9 de marzo, se encontraban ya en una situación más que precaria a consecuencia de una serie de derrotas, y el gobierno títere projaponés no tenía la solidez ni la fuerza necesarias para hacer frente a un movimiento revolucionario cada día más poderoso. Después de la gran victoria del Ejército Rojo soviético y la capitulación de los japoneses, las tropas japonesas estacionadas en Indochina llegaron al colmo del desorden, disipado su sueño de dominación en nuestro país. En esta coyuntura, las masas revolucionarias supieron neutralizarlas, y por ello la insurrección general no tropezó con una resistencia encarnizada y pudo triunfar rápidamente. El factor objetivo extraordinariamente importante que acabamos de señalar prueba que las fuerzas del socialismo, de la democracia y de la paz, y principalmente los éxitos del Ejército Rojo soviético, han influido profundamente sobre nuestra revolución y la han ayudado mucho, que la Revolución Vietnamita es parte integrante de la revolución socialista en el mundo, que estamos en la época de la revolución socialista y de la revolución de liberación nacional, del debilitamiento y la disgregación del imperialismo colonialista. Sin embargo, pese a toda su trascendencia, ese factor objetivo no minimiza las altas cualidades dirigentes de nuestro partido, ni su importancia en el triunfo de la insurrección general de agosto. Para apreciar mejor el papel decisivo de una dirección justa, basta comparar la situación en Vietnam con la de ciertos países del sudeste asiático en la misma época, durante las jornadas de agosto, en que, a pesar de las mismas condiciones objetivas, la revolución no sólo no triunfó, sino que tropezó con dificultades.

Verdaderamente, la insurrección general de agosto ha sido para nuestro pueblo y nuestro partido un brillante éxito. Es el levantamiento victorioso del pueblo de un país colonial y semifeudal que, bajo la dirección del partido comunista, ha desarrollado una larga lucha política para pasar después a una lucha armada localizada durante el periodo preinsurreccional y ha sabido, escogiendo finalmente el momento oportuno, a favor de una crisis en extremo profunda en las filas del enemigo, apoyándose principalmente en las fuerzas políticas de las masas, secundadas por las fuerzas revolucionarias armadas y semiarmadas, alzarse valientemente en ciudades y campos, destruir la dominación de los imperialistas y los feudales e instaurar el poder democrático popular. El éxito de la insurrección general de agosto muestra que, en condiciones históricas dadas, el movimiento de liberación nacional de los pueblos oprimidos puede, por la vía de la insurrección, obtener el triunfo.

Esta es la primera vez que bajo la dirección del partido comunista, el pueblo de un país colonial pequeño y débil se alza heroicamente para liberarse por sí mismo del dominio de los imperialistas y sus agentes.

II. NUESTRO PARTIDO DIRIGIÓ CON ÉXITO LA GUERRA DE RESISTENCIA CONTRA EL IMPERIALISMO FRANCÉS Y LA INTERVENCIÓN NORTEAMERICANA

Poco tiempo después del triunfo de la Revolución de Agosto y la fundación de la República Democrática de Vietnam, el 23 de septiembre de 1945, los colonialistas franceses, apoyados por las tropas británicas, iniciaron las hostilidades en Saigón, intentando reocupar nuestro país. Nuestros compatriotas del Nam Bo se alzaron, decididos a resistir. El 19 de diciembre de 1945 la resistencia se extendió a todo el país. Nuestro pueblo emprendía una larga guerra de liberación, contra los imperialistas franceses y los intervencionistas norteamericanos, que terminaría nueve años más tarde por su gran victoria en el frente de Dien Bien Fu, mientras en la Conferencia de Ginebra se restablecía la paz sobre la base del respeto de la soberanía, de la independencia, de la unidad y de la integridad territorial de nuestro país, Camboya y Laos. El norte de nuestro país estaba completamente liberado.

En esos nueve años de resistencia victoriosa bajo la dirección de nuestro partido, el pueblo vietnamita, desde los primeros combates del Nam Bo a la victoria de Dien Bien Fu, derrotó al ejército de una potencia imperialista. Intentaremos en este artículo recoger cierto número de experiencias esenciales extraídas del trabajo de dirección de nuestro partido en la guerra revolucionaria.

1. En primer lugar, la resistencia de nuestro pueblo debe su éxito a que nuestro partido ha acordado una política justa: unir a todo el pueblo para continuar incansablemente la resistencia.

Así como en los primeros días de la segunda Guerra Mundial, cuando preconizaba muy justamente la preparación de la insurrección para lograr la liberación nacional, así en 1945-46, inmediatamente después de la instauración de la república democrática, nuestro partido definió la política siguiente: hacer todo lo posible para unir al pueblo, alzarse resueltamente y resistir la agresión para defender las conquistas de la Revolución de Agosto y la independencia nacional que se había reconquistado.

Desde el mismo día del triunfo de la revolución, nuestro partido preveía ya el peligro de una agresión por parte de los colonialistas franceses; por ello, en la Declaración de Independencia y en el Juramento de la Independencia llamaba al pueblo a redoblar la vigilancia y a mantenerse dispuesto a combatir para defender la patria.

Se conocen los hechos: los primeros disparos de los franceses sonaron en Saigón en un momento en que el poder popular no estaba todavía consolidado y en que teníamos dificultades considerables en todos los terrenos. Jamás habíamos tenido tantas tropas extranjeras en nuestro suelo: las tropas japonesas que, pese a su rendición, conservaban aún todo su armamento; en el norte, las tropas de Chiang Kai-shek, que ayudaban todo lo que podían al Kuomintang vietnamita a derrocar nuestro poder; en el sur, a partir del paralelo 16, las tropas británicas, que respaldaban seriamente a los franceses para extender la guerra de agresión.

Nuestro partido llevó resueltamente al pueblo del Nam Bo al combate. A fin de concentrar todas las fuerzas y enfrentarlas al enemigo esencial, preconizó, en el plano interior, la línea siguiente: más aliados, menos enemigos; ampliar el Frente Nacional Unido, fundar la Unión Nacional Vietnamita (en abreviatura Lien Viet); unir todas las fuerzas que pudiesen ser unidas, neutralizar todas las fuerzas que pudiesen ser neutralizadas, dividir todas las fuerzas que pudiesen ser divididas; al mismo tiempo hacer todo lo posible para consolidar el poder, desarrollar y reforzar el potencial militar, organizar las elecciones generales, elegir la Asamblea Constituyente, formar un gobierno de coalición para la resistencia. En el plano exterior, el partido preconizó la línea siguiente: aplicar por todos los medios una política amistosa hacia las tropas de Chiang Kai-shek, evitar en la medida de lo posible todo conflicto con ellas. En cuanto a los agresores franceses, el enemigo esencial, preconizó la política siguiente: de una parte, impulsar al ejército y al pueblo del Nam Bo a una resistencia feroz a las tropas agresoras; en el resto del país, orientar al pueblo a sostener sin reservas el Nam Bo, a enviar refuerzos al sur y prepararse activamente para la guerra de resistencia en caso de generalización de las hostilidades; por otra parte, no dejar pasar ninguna ocasión para aprovecharse de los antagonismos entre Chiang Kai-shek y Francia, emprender negociaciones con el gobierno francés para ganar tiempo y salvaguardar la paz.

El resultado positivo de esta línea política y de esta táctica justa fue la firma de la convención preliminar del 6 de marzo de 1946 entre nuestro gobierno y Francia. Por nuestra parte, aceptamos el estacionamiento de cierto contingente de fuerzas francesas en diversos puntos del Bac Bo para relevar allí a las tropas de Chiang Kai-shek; por su parte, el gobierno francés reconocía a la República Democrática del Vietnam como un Estado libre en el seno de la Unión Francesa, con su asamblea nacional, su ejército, sus finanzas, etc. Podíamos así arrojar fuera de nuestro territorio a los 200 000 hombres del ejército de Chiang Kai-shek. Más tarde, las tropas contrarrevolucionarias del Kuomintang vietnamita, que ocupaban todavía cinco provincias fronterizas en la región media del Bac Bo, fueron igualmente liquidadas. De esta forma, el régimen democrático popular se afirmaba.

Con la convención preliminar cumplíamos la consigna: «la paz para avanzar». Inmediatamente después de su firma, las ilusiones de paz embotaron relativamente la vigilancia frente a las maniobras de los colonialistas. Pero de una manera general la línea política de nuestro partido siguió siendo la misma: de un lado, darlo todo para consolidar la paz; de otro, dedicarse a reforzar nuestro potencial y prepararse a hacer frente a cualquier eventualidad; de un lado, respetar el acuerdo firmado; de otro, combatir resueltamente para defenderse en caso de que el enemigo torpedease la convención. Los propósitos del adversario se percibían cada vez más claramente. Cuantas más concesiones hacíamos, más exigían los colonialistas. Destrozaban la convención, continuaban realizando operaciones de limpieza en las regiones ocupadas del sur, cometían provocaciones y avanzaban paso a paso en diversas regiones, y hasta en Haifong y Hanoi. Se dedicaban con todas sus fuerzas a reconquistar nuestro país. Por ello, cuando no hubo ya ninguna posibilidad de mantener la paz, el partido llamó al pueblo a emprender la guerra de resistencia.

La realidad había mostrado al pueblo que nuestro partido y nuestro gobierno habían perseverado en su política de paz y que los franceses querían a toda costa reconquistar Vietnam; nuestro pueblo no tenía ya otro camino que un levantamiento en masa, con las armas en la mano, para defender a la patria. La realidad había mostrado al pueblo francés y a los pueblos del mundo amantes de la paz que nosotros aspirábamos a la paz y que los colonialistas querían a todo trance provocar la guerra; por ello, nuestra resistencia contaba cada vez más con la aprobación y el apoyo del propio pueblo francés y del mundo entero.

Nuestro partido actuó justamente al decidir lanzarse a la guerra de resistencia: respondía a las exigencias de las masas populares profundamente indignadas contra la agresión de los colonialistas. Por ello el ejército y el pueblo respondieron al llamamiento de resistencia del presidente Ho Chi Minh sin retroceder ante los sacrificios ni ante las privaciones, decididos a continuar la resistencia hasta el aniquilamiento de los agresores.

2. Durante toda la resistencia nuestro partido aplicó la línea de la revolución nacional democrática, lo que le permitió realizar una guerra popular y vencer.

La resistencia de nuestro pueblo era precisamente la continuación de la revolución nacional democrática bajo la forma de una lucha armada. Por consiguiente, aplicar bien la línea de la revolución nacional democrática en la dirección de la resistencia era cuestión clave y decisiva.

Como hemos dicho anteriormente, Vietnam era un país colonial y semifeudal. Desde la Revolución de Agosto nuestra sociedad se había modificado profundamente. Aunque habían sido derrocados la dominación imperialista y el poder del rey y de los mandarines, agentes de los imperialistas y representantes de la fracción más reaccionaria de la clase de los terratenientes feudales, la clase terrateniente subsistía aún y el problema agrario sólo había sido resuelto parcialmente.

Las fuerzas de los colonialistas franceses volvían al país para hacer una guerra de agresión. La contradicción fundamental entre nuestra nación y el imperialismo reaparecía bajo una forma en extremo aguda. ¿Quién era el agresor? Los imperialistas franceses, sin duda alguna. Al comienzo, dada la participación de elementos progresistas en el gobierno francés, tácticamente teníamos que denunciar como enemigos a los ultracolonialistas franceses. Pero después, y sobre todo desde 1947, en que el gobierno francés llegó a ser claramente reaccionario, el agresor extranjero fue, sin ambigüedad posible, el imperialismo francés. Enemigo de toda nuestra nación, se aprestaba a hacer una guerra contra ella. En esta coyuntura, el factor nacional desempeñaba un papel de primera importancia. Para batir a los franceses era necesario unir a la nación entera, concentrar a todas las clases revolucionarias, a todos los patriotas, consolidar y ampliar el Frente Nacional Unido. Nuestro partido obtuvo un gran éxito con su política de unión nacional. La consigna lanzada por el presidente Ho Chi Minh: «La unión, la gran unión para la victoria, la gran victoria», se convirtió en una realidad sorprendente. El Frente Nacional Unido Antimperialista de Vietnam es un ejemplo típico del más amplio Frente Nacional Unido en un país colonial.

Bajo la dirección del partido comunista, la revolución de liberación nacional jamás se separó de la revolución democrática. La tarea de la lucha antimperialista, aunque era la más apremiante, marchó siempre a la par de la lucha antifeudal. A causa de la atrasada economía agrícola de nuestro país, los campesinos constituían la gran mayoría de la población. Si desde el punto de vista revolucionario la clase obrera era la clase dirigente, el campesinado fuertemente antimperialista y antifeudal era la fuerza principal. Por otra parte, nuestra resistencia debía proseguir, apoyándose en el campo para constituir sus bases, desatar la guerra de guerrillas a fin de aislar al enemigo en los centros urbanos y liberar finalmente las ciudades. La toma en consideración del problema campesino, del problema antifeudal era, por estas razones, de alta significación.

Durante la resistencia, ¿cómo resolvió nuestro partido el problema antifeudal a fin de alzar a las fuerzas campesinas? Durante la Revolución de Agosto, después de haber derribado el poder del rey y de los mandarines, castigamos a ciertos traidores, confiscamos sus tierras para distribuirlas entre los campesinos, y los dominios de los colonialistas fueron objeto de un reparto provisional. Después del regreso de los franceses y de su agresión, se produjo poco a poco una connivencia entre los imperialistas y la fracción más reaccionaria de los terratenientes feudales; la contradicción esencial en aquella sociedad era la que oponía el conjunto de nuestra nación y nuestro pueblo a los imperialistas franceses y sus agentes, los feudales reaccionarios. Lanzamos nuestra consigna primordial: aniquilar a los ultracolonialistas y a los traidores. Por ello, desde los primeros años de la resistencia, cierto número de terratenientes particularmente reaccionarios fueron castigados en el curso de operaciones destinadas a destruir a los colaboradores más importantes y a liquidar a los espías. Sus dominios, así como las tierras abandonadas por los propietarios ausentes, fueron a su vez distribuidos, o provisionalmente entregados a los campesinos. Así, en la práctica, la realización de la tarea antifeudal proseguía continuamente.

Sin embargo, en las ideas y en las medidas tomadas se notaba la influencia de nociones confusas, que se remontaban a 1941, sobre el contenido de la revolución de liberación nacional. Esto llevó, durante los primeros años de la resistencia, a descuidar en cierta medida la tarea antifeudal y conceder a la cuestión campesina una atención que no correspondía a su importancia. Hasta 1949-1950 este problema no fue planteado claramente. En 1952-1953 nuestro partido preconizó la movilización de las masas por la reducción integral de las tasas de arriendo y la realización de la reforma agraria, aplicando la consigna: «La tierra para los que la trabajan». Gracias a esas medidas, la combatividad de millones de campesinos fue poderosamente estimulada y reforzada la alianza de los obreros y los campesinos. El Frente Nacional Unido se fortalecía, se vigorizaban el poder y el ejército y las diversas actividades de la resistencia recibían un nuevo impulso. La reforma agraria, es cierto, estaba plagada de errores, pero éstos, cometidos esencialmente después del restablecimiento de la paz, no tuvieron ningún efecto sobre la resistencia. Conviene añadir que se procedió no solamente a la reforma agraria en el norte, sino también, a partir de 1951, al reparto de tierras a los campesinos en el Nam Bo. La realización de la reforma agraria en el curso de la resistencia misma constituye una política justa del partido, una política de carácter creador.

Cuando las hostilidades se extendieron a todo el país, nuestro partido lanzó la consigna: Hacer una guerra de resistencia popular y total Este es el contenido fundamental de la guerra popular. Este contenido se enriqueció cada vez más y se concretó en la práctica durante los años de resistencia, principalmente después del comienzo de la guerra de guerrillas y a partir del momento en que la cuestión campesina fue colocada en el lugar que le correspondía en el problema nacional.

Como la independencia y la tierra, objetivo político de nuestra resistencia, respondían a las aspiraciones fundamentales y profundas de las masas, todo nuestro pueblo se puso en pie de lucha. El presidente Ho Chi Minh lanzó su célebre llamamiento: «Que todos, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, sin distinción de creencias religiosas, convicciones políticas y nacionalidades, al solo nombre de Vietnam se levanten para combatir a los colonialistas y salvar a la patria. Que los que tengan un fusil lo empuñen, que utilicen la espada los que la posean, que tomen picos o palas los que no tengan armas; que cada uno luche con todas sus fuerzas contra los colonialistas, por la salvación nacional». El pueblo vietnamita respondió al llamamiento del presidente Ho Chi Minh, millones de hombres y mujeres se levantaron y participaron en la resistencia contra el enemigo. Esta guerra popular, considerada desde el punto de vista de las fuerzas participantes, era esencialmente una guerra campesina; desde hacía mucho tiempo los campesinos de nuestro país combatían bajo las banderas de nuestro partido; se habían alzado durante la Revolución de Agosto para la conquista del poder y siguieron desempeñando un papel muy importante durante toda la resistencia.

En efecto, nuestra resistencia era una guerra popular. En el frente, el ejército combatía para aplastar al enemigo; en la retaguardia, el pueblo se esforzaba por aumentar la producción (el campesino en el campo y el obrero en la fábrica de armas) a fin de aprovisionar al ejército y servir al trente. Las fuerzas armadas populares estaban constituidas por el ejército regular y también por las tropas regionales, los guerrilleros y los francotiradores. Bajo la consigna de: «Todo el pueblo en armas», cada habitante se convertía en un combatiente, cada aldea en una fortaleza, cada célula del partido y cada comité de resistencia en un estado mayor. Así ocurrió en la zona liberada y aun en la retaguardia enemiga.

La resistencia de nuestro pueblo se llevaba a cabo en todos los terrenos. No solamente en el aspecto militar, sino también en el político, el económico y el cultural. En el aspecto político, en el interior, era necesario educar y movilizar aún más al pueblo, reforzar constantemente la unión nacional, destruir todos los intentos del enemigo para dividir y engañar; en el exterior era preciso ganar la adhesión y el apoyo de los pueblos progresistas del mundo, y especialmente coordinar estrechamente nuestras actividades con la acción del pueblo francés y los pueblos de las colonias francesas contra la sucia guerra.[15] En el terreno económico debíamos crear a toda costa nuestra economía de resistencia, aumentar la producción, tratar de satisfacer nuestras necesidades por nosotros mismos a fin de proseguir una resistencia prolongada; al mismo tiempo había que sabotear la economía del enemigo, luchar contra sus planes tendientes a acumular todos los recursos humanos y materiales y a mantener la guerra por la guerra. En el aspecto cultural, teníamos que desarrollar la educación, dándole un carácter de masas y elevando el sentido patriótico y el odio al enemigo; al mismo tiempo había que luchar activamente para barrer la influencia de la cultura oscurantista en las regiones liberadas, detener la difusión de la cultura decadente en las regiones ocupadas, destruir los argumentos de la contrapropaganda enemiga, mantener y reforzar la fe en la victoria y la determinación de continuar hasta el fin la resistencia.

Bajo la dirección del partido, el poder popular tenía un papel importante en la movilización de los recursos humanos y materiales para las necesidades de la resistencia. «Todo para el frente, todo para la victoria», fue la consigna de nuestro pueblo. Era la consigna de la guerra popular.

3. Nuestro partido adoptó una linea estratégica justa: una potente y prolongada resistencia, lograr la salvación por nuestros propios esfuerzos; y decidió un plan correcto de operaciones: la guerrilla, pasando progresivamente a la guerra de movimiento.

Al comenzar la resistencia, el partido hizo un análisis penetrante de los puntos fuertes y débiles de las partes beligerantes, de la correlación de fuerzas y de las intenciones estratégicas del adversario, a fin de acordar nuestra linea estratégica.

Respecto al enemigo, era un país imperialista que, aunque debilitado por la segunda Guerra Mundial, aún resultaba poderoso para Vietnam. Disponía además de un ejército profesional muy entrenado, equipado con armamentos modernos, bien aprovisionado y experimentado en las guerras de agresión. Su punto débil era el carácter injusto de la guerra, que provocaba la división en sus filas, la falta de apoyo popular y la repulsa de la opinión mundial. Sus tropas inicialmente eran fuertes, pero con moral muy baja. Los imperialistas franceses tenían, también, sus debilidades y sus dificultades: recursos humanos y materiales limitados, viva oposición de su pueblo a la «sucia guerra», etc.

Por lo que se refiere a nosotros, éramos un país colonial y semifeudal que acababa de recobrar su independencia, y desde todos los puntos de vista, nuestras fuerzas no estaban consolidadas: nuestra economía era agrícola y atrasada, teníamos un ejército de guerrilleros apenas entrenado, mal equipado, que tropezaba con grandes dificultades logísticas, encuadrado por hombres poco experimentados. Nuestra fortaleza se basaba en el carácter justo de la resistencia, que permitía unir a toda la nación, contar con el apoyo del pueblo y del ejército dispuestos a todos los sacrificios y lograr la adhesión y el respaldo de los pueblos del mundo.

Esas eran, las características esenciales del enemigo y las nuestras durante la última guerra de resistencia. De ello se desprende que los puntos fuertes del enemigo eran nuestros puntos débiles, y que igualmente nuestros puntos fuertes eran los débiles del enemigo, pero que mientras los puntos fuertes del enemigo eran temporales, los nuestros eran fundamentales.

De todas estas características se deduce que la estrategia enemiga se orientaba a una acción rápida para una decisión rápida. La prolongación eventual de la guerra le privaría progresivamente de sus puntos fuertes mientras agravaba cada vez más sus debilidades. Esta estrategia estaba en contradicción con el potencial limitado de los franceses, ya seriamente debilitado a consecuencia de la segunda gran guerra. Por ello, en la realización de su plan agresivo, el enemigo estaba obligado a combinar la fórmula de las acciones rápidas para una decisión rápida con incautaciones graduales y a veces hasta emprendiendo negociaciones para ganar el tiempo necesario para fortalecer su potencial. Pese a todas las dificultades y obstáculos creados por sus propias debilidades, tan pronto le era posible reanudaba su plan de acción rápida para una decisión rápida, con la esperanza de poner fin a la guerra pronto y victoriosamente. Desde los primeros días del conflicto los franceses ambicionaban terminar la ocupación y la «pacificación» del Nam Bo en unas semanas. Al no poder aniquilar nuestras fuerzas regulares en las ciudades, y después de la generalización de las hostilidades a todo el país, concentraron sus tropas y lanzaron una gran ofensiva contra el Viet Bac con el objetivo de destruir nuestros organismos de dirección y nuestras fuerzas regulares y lograr una victoria decisiva. Después del fracaso de esta ofensiva, se vieron obligados a prolongar la guerra y pasar a la «pacificación» de su retaguardia sin renunciar, sin embargo, a su plan estratégico de acciones rápidas para una decisión rápida. Mediante múltiples cambios en el alto mando, sobre todo con el envío a Indochina del general Navarre, pretendían asestar golpes decisivos que pusieran rápidamente fin a la guerra de agresión.

Consciente de los puntos fuertes y débiles del enemigo, así como de los propios, nuestro partido, para hacer frente a los propósitos estratégicos del adversario, preconizó como línea estratégica la resistencia prolongada: ante un enemigo temporalmente superior, nuestro pueblo no estaba en condiciones de emprender acciones rápidas para una decisión rápida: necesitaba tiempo para superar sus debilidades y agravar las del enemigo. Para lograr la victoria final necesitábamos tiempo a fin de movilizar, organizar y consolidar las fuerzas de la resistencia, desgastar las del enemigo, modificando poco a poco la correlación de fuerzas hasta lograr nosotros la superioridad, y aprovechándonos al mismo tiempo de los cambios internacionales cada vez más favorables.

La ley que rige una guerra revolucionaria de larga duración precisa tres fases: la defensiva, el equilibrio de fuerzas y la contraofensiva. En su orientación general, nuestra resistencia seguía también esta ley. En los teatros de operaciones los hechos se desarrollaban evidentemente de una manera más viva y más compleja. Con la aplicación de nuestra línea estratégica de «resistencia prolongada», y después de combates de desgaste durante cierto tiempo, nuestras tropas efectuaron el repliegue estratégico de la ciudad hacia el campo a fin de preservar su potencial y defender nuestras bases rurales. Después del fracaso de la ofensiva enemiga contra el Viet Bac, la fase de equilibrio de fuerzas se fue esbozando progresivamente y decidimos lanzarnos ampliamente a la guerra de guerrillas. A partir de 1950 lanzamos sucesivamente varias campañas ofensivas de carácter local para lograr la iniciativa en el teatro de operaciones del norte. La campaña de Dien Bien Fu, desencadenada a comienzos de 1954, fue una ofensiva de envergadura que finalizó con una brillante victoria.

La asimilación de la línea estratégica «para una resistencia prolongada» fue, al mismo tiempo que un gran trabajo de organización en el aspecto militar y económico, un proceso de educación y de lucha ideológica en el seno del partido y entre el pueblo para combatir las tendencias erróneas que se habían manifestado en el curso de los años de la resistencia. Era la tendencia pesimista, derrotista, de que nuestro país, pequeño en extensión y población, económicamente atrasado, con fuerzas armadas poco aguerridas, no podría mantenerse frente al enemigo, y mucho menos realizar una resistencia prolongada. Era la tendencia subjetiva de los partidarios de una decisión rápida, que se había manifestado en los planes de operaciones de muchas regiones en las que, al comienzo de la resistencia, se oponían a la evacuación de tropas que preservarían nuestro potencial, en el proyecto de contraofensiva general formulado en 1950, cuando no se habían creado las condiciones objetivas y subjetivas.

El partido hizo los mayores esfuerzos para corregir estas desviaciones, educar al pueblo sobre las dificultades y sobre los factores favorables y exhortar a la nación a proseguir firmemente la lucha. El libro La resistencia vencerá, del camarada Truong Chinh, contribuyó grandemente a popularizar la política y las medidas del partido relativas a la resistencia. Conviene destacar la enorme importancia de la resolución del I Pleno del Comité Central, celebrado en 1951, que recordaba a todo el partido: «nuestra resistencia es una lucha larga y dura…» «Tenemos que lograr la salvación principalmente por nuestro propio esfuerzo». Las diferentes campañas de educación política en el partido y en el ejército y las de educación y propaganda que se hicieron entre el pueblo sobre las directivas del Comité Central fortalecieron fundamentalmente la decisión de continuar la resistencia hasta el fin, infundieron en el pueblo la fe en la victoria final y permitieron a las masas compenetrarse cada vez más con la línea del partido: Hacer una larga guerra de resistencia, y lograr la salvación por nuestro propio esfuerzo.

Para realizar una resistencia prolongada había que mostrar una firme decisión de lograr la salvación por nuestro propio esfuerzo. Durante los primeros años, cuando nuestro pueblo luchaba en las condiciones de un bloqueo total, ésta era una inevitable necesidad. No teníamos más salida que apoyarnos en nuestras propias fuerzas para hacer frente al enemigo. Con este espíritu —la salvación por el esfuerzo propio—, nuestro ejército trataba de equiparse en el frente con las armas arrancadas al enemigo, limitaba estrictamente el consumo de municiones y mantenía un elevado espíritu de sacrificio, soportando todas las privaciones, superando todas las dificultades, participando hasta el máximo en la producción, satisfaciendo por sí mismo una parte de sus necesidades diarias a fin de aliviar la contribución del pueblo. Por su parte, el pueblo hacía grandes esfuerzos para construir la retaguardia, desarrollar la economía de guerra de resistencia a fin de hacer frente a todas sus necesidades y aprovisionar al frente. Impulsamos la producción desde todos los puntos de vista para suministrar al pueblo los artículos de que tenía necesidad y para luchar contra el bloqueo que el enemigo nos imponía. Se roturaron amplias superficies para el aumento de la producción de víveres, y se montaron múltiples talleres de armamentos para fabricar las armas necesarias. Especialmente nuestros compatriotas y nuestras tropas de la V interzona y del Nam Bo, decididos a aplicar la consigna «la salvación por el propio esfuerzo», se distinguieron por sus grandes esfuerzos en la producción y la investigación de productos sustitutivos, y lograron así mantener su potencial y continuar obstinadamente la resistencia en condiciones extremadamente duras y difíciles.

A partir del momento en que la coyuntura internacional se inclinó a nuestro favor, cuando tropezábamos todavía con numerosas dificultades, se manifestó en el partido y en el pueblo la tendencia a esperar la ayuda exterior y descansar en ésta. Por ello, mientras continuaba la educación para reafirmar la decisión de resistir hasta el fin, nuestro partido velaba y recordaba a todos la consigna «la salvación por el propio esfuerzo», y demostraba que, pese a la importancia de la adhesión y el respaldo internacional, sólo nuestro propio esfuerzo podría asegurar el triunfo de nuestra causa: la liberación nacional.

Para ganar la guerra de resistencia no bastaba una estrategia justa: se necesitaba también una linea de operaciones apropiada, condición imprescindible para la aplicación victoriosa de la línea estratégica. Considerada en su conjunto, nuestra resistencia fue una guerra de guerrillas que se transformó gradualmente en guerra regular, pasando gradualmente de la guerrilla a la guerra de movimiento, combinada parcialmente con la guerra de posiciones. En lo esencial, jamás nos apartamos de esta ley, lo que nos permitió triunfar: esto no significa que tuviésemos esa comprensión desde el principio; llegamos a ella después de un largo proceso de pruebas y de experiencias logradas en la realidad de los combates.

En el curso de la última resistencia, la guerrilla desempeñó un papel estratégico especialmente importante. Es la forma de lucha de las masas populares, del pueblo de un país débil, mal equipado, pero resuelto a alzarse contra un ejército agresivo poseedor de un equipo y una técnica superiores. Es una forma de lucha propia de la guerra revolucionaria que se apoya en la moral y el heroísmo para vencer a las armas modernas: evitar al enemigo cuando es fuerte, atacarle cuando es débil; dispersarse o reagruparse, librar combates de desgaste o de aniquilamiento según los casos; atacar al enemigo en todas partes a fin de que en todas partes se encuentre sumergido en un mar de hombres armados hostiles, minar su moral y desgastar sus fuerzas. Al margen de pequeños grupos encargados de hostigar al enemigo, es necesario reagrupar, en condiciones apropiadas, efectivos más importantes para tener una superioridad operacional en un punto dado y durante un tiempo dado con el fin de aniquilar al adversario. Como la acumulación de ráfagas de viento forma la tempestad, la acumulación de triunfos obtenidos en pequeños combates desgasta gradualmente las fuerzas vivas del enemigo mientras alimenta gradualmente nuestro potencial. Es necesario plantearse el aniquilamiento de las fuerzas vivas del enemigo como objetivo principal del combate, y jamás, para la defensa o la ocupación de un territorio, desgastar las nuestras. Todo ello creará las condiciones que deben permitir finalmente aniquilar totalmente al enemigo y liberar el territorio.

Sin ninguna duda, la guerrilla es una forma de combate apropiada a las características de nuestra resistencia. Durante los primeros tiempos, no había prácticamente ni podía haber guerra regular; no hubo más que guerra de guerrillas. Cuando se desencadenaron las hostilidades en el Nam Bo, preconizamos la guerrilla, y ésta hizo efectivamente su aparición. Pero cuando las hostilidades se extendieron a todo el país, no estaba claramente indicado en nuestra política que la guerrilla debería ser nuestra principal forma de combate. A comienzos del otoño-invierno de 1947, el Comité Central decidió lanzar ampliamente la guerra de guerrillas en todas las regiones ocupadas temporalmente por el enemigo. Una parte del ejército regular dispersado en compañías autónomas penetró profundamente en la retaguardia enemiga para hacer la propaganda entre el pueblo, proteger las bases y desarrollar la guerra de guerrillas. Nuestro gran éxito, la gran lección que nos ha dado la experiencia de dirección de la guerra de guerrillas, ha sido la creación de compañías autónomas combinando su acción con la de los batallones móviles. Habiéndose desarrollado ampliamente las guerrillas, numerosas regiones situadas en la retaguardia enemiga se convirtieron en nuestra primera línea.

Para hacer frente a la guerra de guerrillas que se extendía incesantemente, el enemigo intensificaba las operaciones de limpieza y empleaba efectivos cada vez más importantes. Pretendía aniquilar nuestras formaciones de guerrilleros, destruir nuestras bases políticas, devastar nuestras cosechas, saquear los bienes de la población con la esperanza de quebrar nuestro potencial de resistencia y «pacificar» su propia retaguardia. Por eso la limpieza y la contralimpieza vinieron a ser la forma esencial de la guerra de guerrillas en la retaguardia enemiga. En el curso de las contralimpiezas, nuestro pueblo dio pruebas de un alto espíritu de sacrificio: combatió con heroísmo y creó formas de lucha de una diversidad infinita. A fin de mantener y desarrollar la guerra de guerrillas en la retaguardia enemiga, nuestro partido combinaba hábilmente, en su trabajo de dirección, la lucha política y la lucha económica con la lucha armada. Explotaba al máximo las ocasiones favorables para lanzar a las masas a la lucha armada, aumentar nuestras fuerzas, aniquilar y desgastar las del enemigo, transformar las regiones temporalmente ocupadas en regiones guerrilleras o las regiones guerrilleras en bases de guerrillas. En las situaciones difíciles, con habilidad, sabía replegarse a tiempo para preservar las fuerzas y proteger las bases.

Desde el punto de vista estratégico, aunque la guerrilla impone numerosas dificultades al adversario y le inflige serias pérdidas, sólo puede desgastarle. Para poder aniquilar importantes fuerzas vivas enemigas y liberar el territorio, debe transformarse progresivamente en guerra de movimiento. Dado que nuestra resistencia era una guerra revolucionaria de larga duración, la guerrilla no sólo podía, sino que debía necesariamente pasar a la guerra de movimiento. Al hacer la guerra de guerrillas, nuestras tropas se forjaban poco a poco, pasaban de combates con pequeñas unidades a combates con unidades mayores, de combates en pequeñas formaciones a combates en formaciones más grandes. Progresivamente la guerrilla se transformaba en guerra de movimiento, forma de combate en que los principios de la guerra regular comenzaban ya a hacer su aparición y ocupaban un lugar cada vez mayor, pero que llevaba todavía el sello de la guerrilla. La guerra de movimiento es una forma de combatir las tropas regulares: concentrar efectivos relativamente importantes, operar en un teatro bastante extenso, atacar al enemigo allí donde esté en cierta medida al descubierto, para aniquilar sus fuerzas vivas, avanzar profundamente en la retaguardia enemiga, replegarse rápidamente, ajustarse rigurosamente a la consigna «Dinamismo, iniciativa, movilidad, decisión rápida ante situaciones nuevas». Al ritmo del desarrollo de la resistencia, la guerra de movimiento ocupaba un lugar estratégico cada vez más importante. Tenía que aniquilar destacamentos cada vez mayores del adversario a fin de aumentar nuestras fuerzas, mientras la guerrilla debía desgastar y deshacer completamente las reservas enemigas. He ahí por qué la guerra de movimiento debía marchar paralelamente con los combates de aniquilamiento. Porque sólo la destrucción de las fuerzas vivas del enemigo permitía quebrar sus grandes ofensivas, proteger nuestras bases y retaguardia, logrando la iniciativa en operaciones para aniquilar destacamentos cada vez mayores de las fuerzas enemigas y finalmente la totalidad de sus tropas, consiguiendo así la liberación del país.

Para aplicar la línea táctica que consistía en desarrollar la lucha guerrillera y transformarla progresivamente en guerra de movimiento, desde el mismo inicio de las hostilidades una parte de nuestras unidades guerrilleras, al margen de los destacamentos dispersados y que operaban aisladamente, combatía en formaciones reagrupadas; eran los primeros elementos de la guerra de movimiento. En 1947, al decidir la creación de compañías autónomas y batallones móviles, empezamos a lanzamos a operaciones que exigían una concentración de tropas más importante, a la guerra de movimiento. En 1948 nuestras tropas efectuaron emboscadas, rápidas incursiones, relativamente importantes, con uno o varios batallones. En 1949 emprendimos pequeñas campañas no solamente en Bac Bo, sino también en otros teatros de operaciones. A partir de 1950 nuestro ejército aumentó cada vez más la envergadura de las acciones, por lo que la guerra de movimiento desempeñó un papel esencial en el teatro del Bac Bo, mientras que la guerra de posiciones fortificadas ocupaba un lugar cada vez más importante, como lo demostró con extraordinaria brillantez la batalla de Dien Bien Fu.

Frecuentemente decimos: la guerra de guerrillas debe crecer y extenderse. Pero es una ley que para mantenerse y desarrollarse debe imprescindiblemente desembocar en la guerra de movimiento. Es claro que, en las condiciones concretas de nuestra resistencia, sin guerrillas no habría podido haber guerra de movimiento; pero si la lucha guerrillera no se hubiera desarrollado y transformado en guerra de movimiento no solamente no hubiéramos podido cumplir la tarea estratégica de aniquilar las fuerzas vitales del enemigo sino que las propias guerrillas no hubieran podido mantenerse y desarrollarse. Hablar de la necesidad de desarrollar la lucha guerrillera y transformarla en guerra de movimiento no significa de ninguna manera eliminar la guerrilla; significa que en el corazón mismo de una guerra de guerrilla ampliamente desarrollada, crecían progresivamente tropas regulares capaces de asumir las tareas de la guerra de movimiento, tropas en torno a las cuales era todavía indispensable mantener formaciones guerrilleras y la lucha de guerrillas.

A partir del momento en que la guerra de movimiento aparecía en una zona guerrillera, era importantísimo combinar estrecha y certeramente esas dos formas de combate; sólo así era posible hacer avanzar la resistencia, desgastar y aniquilar en masa al enemigo, y obtener triunfos cada día mayores. Esa es otra ley para la dirección de la guerra. De un lado es necesario desarrollar la lucha guerrillera para explotar al máximo las condiciones favorables creadas por la guerra de movimiento y, combinadamente, desgastar y aniquilar al mayor número de fuerzas enemigas e impulsar, a favor del éxito logrado, la evolución de la guerra de movimiento. De otro lado, es necesario desarrollar la guerra de movimiento a fin de aniquilar el mayor número de fuerzas vitales enemigas creando nuevas condiciones favorables para un poderoso desarrollo de la lucha guerrillera. En el proceso del desarrollo de la guerra de movimiento, a causa del dispositivo del enemigo y del nuestro en el teatro de operaciones, hacían poco a poco su aparición elementos de la guerra de posiciones fortificadas. Convertida en parte integrante de la guerra de movimiento, la guerra de posiciones fortificadas se desarrollaba continuamente y ocupaba un lugar cada vez más importante.

Es fundamental en la dirección de la guerra establecer una relación certera entre las diversas formas de combate. Al comienzo hay que conceder gran atención a la guerrilla y a su desarrollo. En un nuevo periodo, habiendo surgido ja guerra de movimiento, es preciso coordinar las dos formas de combate, reservando a la guerrilla el lugar esencial y a la guerra de movimiento un segundo plano, pero cada vez más importante. Cuando se pasa a un nuevo grado más elevado, la guerra de movimiento ocupa un lugar esencial, primero en un teatro de operaciones dado —es la aparición de la contraofensiva localizada—, después en una zona más amplia; en ese momento, comparada con la guerra de movimiento, la lucha guerrillera, aunque desarrollándose cada vez más vigorosamente, ha perdido el lugar esencial que ocupaba inicialmente en el conjunto del país para ocupar solamente un lugar secundario (pero importante), primero en un teatro de operaciones dado, después en una zona cada vez más grande.

En la práctica de la guerra de liberación, hubo teatros de operaciones que tropezaron con múltiples dificultades por no haber hecho evolucionar enérgicamente la guerrilla hacia la guerra de movimiento; hubo otros que, por haber querido impulsar prematuramente la guerra de movimiento, obstaculizaron la guerrilla y con ello crearon dificultades a la guerra de movimiento, error frecuentemente observado cuando se lanzó la consigna de contraofensiva general, rápidamente corregido. De una manera general, como resultado de las continuas pruebas que la templaban, nuestra dirección conjugó, en lo esencial, las dos formas de combate antes citadas, y por ello obtuvimos la victoria. La campaña de Hoa Binh fue un ejemplo típico de esta coordinación entre la guerrilla y la guerra de movimiento en el teatro de operaciones del Bac Bo. La campaña de Dien Bien Fu y las lanzadas en el invierno y la primavera de 1953-54 fueren otro ejemplo triunfal en la coordinación entre la guerra de movimiento y la guerrilla, entre las maniobras en el teatro de operaciones «del frente» y la guerra llevada a cabo en la retaguardia enemiga, entre el frente principal y los frentes de coordinación en el conjunto del país.

Con la puesta en marcha de la guerrilla y de la guerra de movimiento, y a causa de las características de las fuerzas en presencia en cuanto al dispositivo, el terreno, etc., se habían formado zonas liberadas y zonas controladas (por el enemigo) que se entrecruzaban, se cortaban y envolvían; en el mismo interior de las zonas bajo control enemigo había también zonas de guerrilla y bases guerrilleras, lo que creaba también en ellas los mismos fenómenos de sobreposición, corte y envolvimiento mutuo. El proceso del desarrollo de la guerra conducía a la ampliación cada vez mayor de nuestras zonas liberadas y nuestras zonas guerrilleras, y paralelamente a la continua reducción de la zona temporalmente ocupada por el enemigo, lo que llevaba a la liberación paulatina de vastas regiones y, en fin, a la liberación completa de todo el norte del país.

La estrategia de guerra prolongada, la línea de operaciones que preconizaba el paso gradual de la guerra de guerrillas a la guerra regular, el empleo de la guerrilla y de la guerra de movimiento con elementos de la guerra de posiciones, son otras tantas lecciones positivas obtenidas con nuestra experiencia de la guerra de liberación nacional. Se trata de la estrategia, de la táctica de la guerra popular.

En el proceso de una guerra de liberación nacional, la creación de bases para una resistencia prolongada es un problema estratégico de importancia y también una gran lección positiva obtenida por nuestro partido. En primer lugar hay que estudiar a fondo este problema y sintetizar sus ricas experiencias.

La resistencia victoriosa logró la liberación completa del norte del país; por primera vez en nuestra historia moderna, después de casi cien años, sobre la mitad de nuestro país no queda ni la sombra del enemigo imperialista ni la del soldado colonial. La resistencia victoriosa ha creado las condiciones para realizar a fondo y acabar la reforma agraria, la primera después de miles de años de apropiación feudal de la tierra; en la mitad del país el régimen explotador de los terratenientes ha sido abolido para siempre. La resistencia victoriosa ha creado las condiciones para que la revolución pase, en el norte completamente liberado, a una etapa superior, al socialismo.

La resistencia de nuestro pueblo, que continuó la obra de la Revolución de Agosto, llevando en alto la bandera de la lucha contra el colonialismo, por la liberación nacional, probó de manera elocuente que: en la coyuntura actual del mundo, una nación, aunque sea pequeña y débil que se alce unánimemente bajo la dirección de la clase obrera para luchar resueltamente por su independencia y la democracia, tiene la posibilidad moral y material de vencer a todos los agresores, no importa quiénes sean. En condiciones históricas determinadas, esta lucha por la liberación nacional puede pasar por una lucha armada de larga duración —la resistencia prolongada— para alcanzar el triunfo.

Por su éxito, la resistencia de nuestro pueblo ha asestado un golpe irremediable al sistema colonial en plena desintegración, contribuido al fracaso de las maniobras belicistas del imperialismo y a la lucha común de los pueblos del mundo por la paz, la democracia y el socialismo.

Si se consideran en su conjunto los factores del éxito, hay que destacar que la resistencia de nuestro pueblo debe su victoria:

1. A la dirección del partido de la clase obrera.

2. A que el partido ha tenido en cuenta primordialmente el problema campesino y organizado un amplio Frente Nacional Unido basado en la indestructible alianza de los obreros y los campesinos.

3. A la existencia de un heroico Ejército Popular.

4. A la existencia de un poder auténticamente popular.

5. A la solidaridad y al apoyo de los pueblos de los países hermanos y de los pueblos amantes de la paz de todo el mundo, entre ellos los pueblos de Francia y de las colonias francesas. En este artículo hemos tratado, no de analizar las causas del éxito en su conjunto, sino de estudiar solamente el problema de la dirección del partido a fin de extraer las grandes lecciones en ese terreno.

III NUESTRO PARTIDO DIRIGIÓ TRIUNFALMENTE LA ORGANIZACIÓN DE LAS FUERZAS ARMADAS REVOLUCIONARIAS

En la lucha por la liberación nacional, por el derrocamiento del imperialismo y sus lacayos, nuestro pueblo y en primer lugar las masas obreras y campesinas, bajo la dirección de nuestro partido, tomaron las armas y organizaron sus fuerzas armadas. Lenin decía: «una clase oprimida que no aspirase a aprender el manejo de las armas, a tener armas, esa clase oprimida sólo merecería que se la tratara como a los esclavos».[16] El pueblo vietnamita ha aprendido a manejar las armas, ha organizado sus fuerzas armadas y por ello ha triunfado en la mitad del país la causa de su liberación nacional. Después de la instauración del poder popular, fue mucho más apremiante la organización de las fuerzas armadas del pueblo; durante la resistencia era una tarea primordial; después de conquistada la paz sigue siendo especialmente importante.

Las fuerzas armadas revolucionarias de nuestro pueblo surgieron en el seno del movimiento revolucionario de toda la nación, en especial de sus masas obreras y campesinas. Desde sus primeras resoluciones, nuestro partido concedía especial importancia a la creación de los grupos de autodefensa de los obreros y los campesinos, al problema de la fundación de un ejército obrero y campesino. Durante el movimiento de los soviets de Nghe An-ha Tinh, aparecieron formaciones rojas de autodefensa que constituyeron el embrión de las fuerzas armadas revolucionarias del pueblo dirigidas por nuestro partido.

Al estallar la segunda Guerra Mundial, la preparación de la insurrección armada fue para la revolución una tarea apremiante; reaparecieron y se desarrollaron las formaciones de autodefensa y de choque, primero en las regiones montañosas del Viet Bac, donde la revolución tenía sus bases, después en numerosas y amplias regiones a través de todo el país. Varias organizaciones militares, elementos precursores del Ejército Popular, fueron surgiendo sucesivamente: el Ejército de Salvación Nacional, la sección de propaganda del Ejército de Liberación de Vietnam, el destacamento de guerrilleros de Ba To. Estos ejércitos minúsculos combatían con un heroísmo sin igual y se sostenían y desarrollaban en condiciones extremadamente difíciles, frente a un enemigo cien y hasta mil veces más poderoso. Con el auge del movimiento antijaponés en 1945, se desencadenó la guerra de guerrillas, el poder revolucionario fue instaurado en la zona liberada y los diferentes ejércitos revolucionarios se edificaron para formar el Ejército de Liberación de Vietnam. Este, en el curso de la insurrección general de agosto, participó en la conquista del poder junto a los destacamentos de autodefensa y a todo el pueblo. Durante las jornadas de agosto, y después del triunfo de la revolución, el ejército engrosó sus filas rápidamente y se convirtió en el ejército del Estado republicano democrático, es decir, en el actual Ejército Popular. Todos esos años pueden ser considerados como el periodo de formación de nuestro ejército.

Durante los nueve años de la resistencia, el Ejército Popular combatió sin interrupción a los imperialistas franceses y a los intervencionistas norteamericanos. Esos nueve años de valientes combates y gloriosas victorias son el periodo de entrenamiento y crecimiento de nuestro ejército. Constantemente mayor y más potente, el Ejército Popular fue de triunfo en triunfo y finalizó la resistencia con la extraordinaria victoria de Dien Bien Fu, contribuyendo a restablecer la paz en Indochina y a liberar la mitad del país.

En el curso de los cinco últimos años, por primera vez en su historia, nuestro ejército ha entrado en el periodo de organización en época de paz. Está en condiciones de proseguir con vigor su organización en todos los aspectos para convertirse en un poderoso ejército popular, un ejército regular y moderno, capaz de defender con éxito la transformación y construcción socialistas en el norte y de apoyar la lucha por la reunificación pacífica del país.

El Ejército Popular de Vietnam es un ejército revolucionario surgido del movimiento revolucionario del pueblo de un país colonial que se puso en pie para liberarse.

Los éxitos del Ejército Popular son éxitos de nuestro pueblo, de nuestro partido. A todo lo largo del proceso de organización y crecimiento de nuestro ejército, el partido ha señalado constantemente la naturaleza y las tareas de ese ejército, ha definido sus principios organizativos en el doble aspecto político y militar, lo que ha permitido a nuestras fuerzas, partiendo de la nada, crecer, afirmarse, obtener gloriosas victorias y realizar sus tareas revolucionarias en las diferentes etapas históricas.

1. Nuestro ejército ha obtenido éxitos y se ha engrandecido porque es un ejército del pueblo dirigido por el partido.

¿Por qué razones nuestro ejército, pese a su creación bastante reciente, ha escrito gloriosas páginas históricas, realizado brillantes hechos de armas y contribuido en alto grado al éxito de la obra revolucionaria de nuestro pueblo? Porque es un ejército del pueblo dirigido por nuestro partido.

Nuestro ejército ha nacido y crecido en la lucha revolucionaria de toda la nación. Es el instrumento del partido y del Estado revolucionario para llevar a cabo la lucha revolucionaria, la lucha de clases. Cuenta en sus filas elementos selectos de las clases revolucionarias, de los pueblos de las diferentes nacionalidades que viven en el territorio de Vietnam, ante todo y esencialmente los mejores elementos de la clase obrera y de los campesinos decididos conscientemente a luchar hasta el fin por los intereses de la nación, del pueblo trabajador, de las masas obreras y campesinas.

Por ello es un ejército popular, el ejército del pueblo trabajador, en su esencia el ejército de los obreros y los campesinos, dirigido por el partido de la clase obrera. Es la fuerza armada del Estado democrático popular que, en su esencia, era ayer la dictadura de los obreros y los campesinos y hoy es la dictadura del proletariado. Ahí radica el problema de la esencia revolucionaria, del carácter de clase de nuestro ejército. Eso le diferencia radicalmente del ejército enemigo. Es éste el problema fundamental, el problema número uno del que no hay que apartarse en ninguna etapa de la organización de nuestro ejército.

Por su naturaleza de clase, desde su creación, nuestro ejército ha estado siempre profundamente entregado a la causa revolucionaria del partido y del pueblo. Esas tareas revolucionarias son también sus objetivos de lucha. Decidir una linea revolucionaria justa, decidir tareas revolucionarias justas, es una cuestión de importancia decisiva para la dirección de la organización de las fuerzas armadas. En el curso de la etapa precedente, nuestro pueblo realizó la revolución nacional democrática en todo el país para derribar al imperialismo, derrocar a la clase de los terratenientes feudales, reconquistar la independencia nacional, dar la tierra a los campesinos y crear las condiciones para impulsar nuestra revolución por la etapa socialista. Durante los duros años de la lucha armada, el Ejército Popular combatió con heroísmo para aniquilar al ejército de agresión del imperialismo y liquidar a los traidores a su servido. Sin embargo, durante los primeros años de la resistencia, aunque la tarea antimperialista era enunciada en términos claros, la antifeudal no estaba todavía definida de acuerdo con su importancia. Por ello, mientras se asistía a un magnífico despertar del sentimiento y de la conciencia nacionales, la conciencia de clase era relativamente débil, y de ahí cierta confusión en la diferenciación entre el enemigo de clase y nosotros. A partir del momento en que el partido dedicó más atención a la tarea antifeudal, y sobre todo después del inicio del movimiento de masas para reducir las tasas de arriendo y por la reforma agraria, las amplias masas campesinas de nuestra retaguardia se alzaron y el propio ejército —un ejército con gran mayoría campesina y profundamente ligado a los problemas agrarios— tuvo una idea más completa de sus objetivos de lucha —no sólo reconquistar la independencia del país, sino también dar la tierra a los campesinos—, lo que llevó a una acentuación visible de la conciencia de clase y a un fortalecimiento de la moral de las tropas.

Desde que la lucha revolucionaria de nuestro pueblo pasó a una etapa nueva, las tareas del pueblo entero son las siguientes: luchar por la reunificación del país; continuar la realización de la revolución nacional democrática a fin de terminarla en todo el país; la construcción del norte en marcha hacia el socialismo; crear un Vietnam pacífico, reunificado, independiente, democrático y próspero. Partiendo de ello, nuestro partido ha señalado al Ejército Popular su tarea política: proteger la construcción del socialismo en el norte, servir de apoyo a la lucha por la reunificación pacífica del país, estar dispuesto a destruir todo intento agresivo del imperialismo, esencialmente del imperialismo norteamericano y sus agentes. Habiendo sido definidas justamente la tarea revolucionaria general y la tarea política del ejército, la educación política, principalmente las recientes campañas de estudios políticos, han tenido una orientación exacta y concreta; esto ha producido una elevación de la conciencia socialista y de los sentimientos patrióticos en todos los cuadros y combatientes, y un nuevo ascenso revolucionario en el Ejército Popular, que se expresa certeramente en el movimiento de emulación «A pasos rápidos superemos las normas del programa de instrucción para una máxima contribución al socialismo». En el momento en que se desarrolla el combate entre las dos vías, el ejército comprende mejor sus obligaciones en cuanto al mantenimiento del orden social en el norte, así como con respecto a la defensa de la seguridad del territorio.

Nuestro ejército cuenta en sus filas excelentes cuadros y soldados revolucionarios conscientes y experimentados; tiene un buen temple revolucionario. Sin embargo, de ninguna manera significa esto que no sea necesario mantener y reforzar su carácter de clase. Al contrario, en su dirección el partido debe tomar muy en cuenta el mantenimiento y el fortalecimiento de la esencia revolucionaria, del carácter de clase del ejército. Sólo por la definición y la asimilación de la tarea revolucionaria del partido en el ejército, el incesante fortalecimiento de la dirección del partido y el reforzamiento del trabajo político es posible realizar este trabajo y asegurar así al ejército las condiciones para realizar su tarea revolucionaria.

Después del restablecimiento de la paz, nuestro partido ha acordado la línea siguiente: organizar un poderoso Ejército Popular, transformándolo gradualmente en un ejército regular y moderno. El problema del mantenimiento de la naturaleza revolucionaria del ejército sigue siendo una exigencia fundamental de primera importancia. Solamente sobre la base del mantenimiento y fortalecimiento de la naturaleza revolucionaria del ejército, del re forzamiento de su conciencia socialista y de su patriotismo, puede realizarse con éxito la transformación del ejército en un ejército regular y moderno. Nuestro ejército seguirá siendo a lo largo de esta transformación y para siempre un ejército del pueblo. Debe convertirse en un ejército moderno revolucionario.

La dirección del partido es la clave que garantiza al ejército las condiciones que le permitirán mantener su carácter de clase. Debe realizarse en el terreno político: llevar la línea y la política del partido al ejército a fin de hacer de éste el instrumento fiel del partido en la realización de las tareas revolucionarias. Debe realizarse en el plano ideológico: inculcar al ejército la ideología de la clase obrera, el marxismo-leninismo, que debe ser la guía de nuestro ejército en todas sus acciones y su único pensamiento director. Debe realizarse también en el aspecto organizativo: introducir el concepto de clase del partido tanto en la organización del partido como en el trabajo de cuadros en el ejército. Unicamente así podrá conservar éste su carácter auténticamente popular, mantenerse dispuesto a cumplir sus tareas revolucionarias en todas las circunstancias y por ello engrandecerse cada día más, y marchar siempre hacia nuevas victorias.

2. Nuestro partido ha definido con justeza los principios fundamentales de la organización política del ejército.

El primer principio fundamental en la organización de nuestro ejército es la necesidad imperiosa de colocar al ejército bajo la dirección del partido, y de fortalecer sin cesar la dirección del partido. El partido es el fundador, el organizador y el educador del ejército. Sólo su dirección exclusiva puede permitir al ejército mantener su conciencia de clase, orientarse políticamente y cumplir sus tareas revolucionarias. Para realizar y fortalecer esta dirección, es necesario prestar la mayor atención al trabajo de organización del partido, al trabajo político, mantener firmemente el sistema de los comités del partido y el de los comisarios políticos en el ejército, Porque haciendo de sus sólidas organizaciones la pieza fundamental y el núcleo dirigente del ejército, el partido llega, por mediación de sus organizaciones —que van de los diferentes comités ejecutivos a la célula— a dirigir la aplicación de su línea y de su política. Conviene destacar el importante papel de la célula de base: la compañía no es fuerte si la célula no es fuerte, porque el sistema de dirección por el comité del partido y de responsabilidad de los jefes de unidad en el aspecto ejecutivo, combinado con el sistema de comisarios políticos, garantiza la aplicación del principio de la dirección colectiva y, además, aprovecha la sabiduría de las masas, fortalece más la unidad y la cohesión, coordina los diferentes aspectos del trabajo en el ejército, realizando la unidad de pensamiento y de acción y acrecentando la potencia combativa de las tropas. Conviene destacar la constante coordinación de la responsabilidad de los jefes en la ejecución de las directrices del comité del partido, de acuerdo con los principios de la dirección colectiva y la responsabilidad individual. Porque el trabajo político es el trabajo del partido, y su trabajo de masas en el ejército es el alma, la vida del ejército; preside la construcción del partido, dirige su educación en la ideología marxista-leninista, en la línea y las tareas políticas y militares del partido en el ejército, garantiza las buenas relaciones entre los cuadros y los combatientes, entre el ejército y el pueblo, entre el ejército y el Estado, entre nuestro ejército y los ejércitos y los pueblos de los países hermanos, con el objetivo de que el ejército tenga una gran potencia combativa y la capacidad para vencer a todos los enemigos.

Desde la fundación de nuestro ejército, en sus primeros grupos y secciones ya estaban creados los «pequeños núcleos» y las células del partido. Existía ya el comisario político de sección; desde su aparición, nuestros primeros regimientos tuvieron los suyos. Desde el inicio de nuestro ejército se había integrado el sistema del comité del partido, que asumía la dirección, y de los jefes, responsables ejecutivos. El trabajo político estaba todavía en sus comienzos y ya los cuadros tenían en sus manos los folletos La guía del comisario político y El trabajo político en el ejército. Después de la Revolución de Agosto, esta tradición respecto del sistema de la dirección del partido y del trabajo político se mantuvo en lo esencial; sin embargo, durante los primeros años hubo cierta tendencia a no conceder toda su importancia al papel del trabajo político; el propio trabajo político no había logrado todavía desempeñar su papel principal: la educación política y la dirección ideológica; el trabajo de agitación del partido en el ejército no siempre estaba estrechamente coordinado con el trabajo del partido. Después de su II Congreso Nacional, el partido reforzó su dirección respecto del ejército como en otras ramas de actividad. Con las campañas de estudio político en el partido y en el ejército, con el propósito de lograr una asimilación mejor de la línea de resistencia prolongada y de la necesidad de obtener la salvación por el esfuerzo propio, y posteriormente de la política de movilización de las masas para la reducción de las tasas de arriendo y por la reforma agraria, el contenido del trabajo político en el ejército se enriqueció y concretó, su importancia y su potencia fueron acrecentadas considerablemente. Fue igualmente consolidado el sistema de dirección del partido. El trabajo político demostró su gran eficacia en la elevación del nivel ideológico, la educación y la consolidación de la conciencia de clase en los cuadros y los combatientes; se reveló de gran eficacia, pleno de vida y combatividad, con un acentuado carácter de masas, tanto en nuestras grandes campañas militares como en el amplio movimiento guerrillero que se desarrolló en todos los teatros de operaciones.

Después del restablecimiento de la paz, en la nueva etapa revolucionaria, la dirección del partido y el trabajo de consolidación y desarrollo de la organización del partido se han efectuado con paso seguro; con la organización de asambleas del partido en los diferentes escalones, se ha logrado la democracia interna de éste, y ha sido realzado el papel de la célula. Como hemos dicho anteriormente, las diversas campañas de estudio político dedicadas respectivamente a «la distinción entre lo verdadero y lo falso, al fortalecimiento de la unión, al fortalecimiento de la decisión de lucha», «a la elevación de la conciencia socialista», y principalmente la campaña de estudio político del año último para difundir amplia y profundamente las resoluciones del Comité Central sobre las tareas de la revolución, sobre la línea de la guerra popular y el Ejército Popular, han logrado importantes resultados y contribuido a fortalecer la esencia revolucionaria de nuestro ejército. Nos ha preocupado también la enseñanza de la teoría marxista-leninista. Al entrar en la nueva etapa, frente a la necesidad imperiosa de hacer de nuestro ejército un ejército regular y moderno, se manifestó, en actividades determinadas y en grados determinados, cierta tendencia a descuidar el trabajo político. Cuando se hizo necesario reforzar la centralización y la unificación, aunque la dirección no estuviese aún plenamente centralizada y unificada, se desarrolló la tendencia a subestimar el papel de la célula y de la dirección colectiva del comité del partido. Cuando se trató de fortalecer la base material y técnica del ejército, de asimilar la técnica, pues el nivel técnico de nuestro ejército era todavía bajo y debiera elevarse continuamente, hubo tendencias a rebajar el papel de la política, a separar la política de la técnica, cayendo en la concepción burguesa del ejército y de la técnica apolíticos. En el curso de la última campaña de estudio político, esas diversas desviaciones han sido corregidas en lo esencial. En lo sucesivo debemos continuar reforzando más la educación política y la dirección ideológica en el ejército, inculcando y alimentando la conciencia socialista y el patriotismo, luchando firmemente contra toda manifestación de la ideología burguesa y otras ideologías no proletarias, combatiendo el individualismo, el «liberalismo». Solamente así mantendremos y elevaremos sin cesar la unidad y la combatividad de nuestro ejército.

Como nuestro ejército se compone de combatientes que han decidido libremente luchar por la causa revolucionaria del pueblo, nuestros cuadros y nuestros soldados están unidos en cuanto a los objetivos de lucha y a los intereses de clase. Necesitamos velar por el fortalecimiento de la unidad y la cohesión en el interior de nuestro ejército. Las relaciones entre cuadros y combatientes, entre superiores e inferiores, entre tal o cual parte del ejército son relaciones de solidaridad entre camaradas, basadas en la igualdad política y en la fraternidad de clase. Han sido forjadas desde la fundación de nuestro ejército. Años de peligrosos combates llenos de pruebas y privaciones han unido en una misma fraternidad de armas a nuestros cuadros y nuestros combatientes, que han compartido las mismas alegrías y las mismas penas y se sienten ligados en la vida y en la muerte. Paralelamente a la elevación de la conciencia de clase, la unidad entre cuadros y combatientes se ha reforzado de día en día. Esa conciencia de clase ha unido a todos los miembros del ejército y ha hecho de éste un bloque que nadie podrá quebrar.

Hasta el presente, de una manera general, la unidad interna ha sido siempre una de nuestras mayores preocupaciones. Ha llegado a ser una tradición de nuestras tropas. Sin embargo, al comienzo de la nueva etapa de organización de nuestro ejército, en cierto número de servicios y unidades se manifestaron síntomas de un insuficiente interés por este problema. El fortalecimiento de la administración de nuestro ejército según los principios que se aplican en un ejército regular y la promulgación de diversos reglamentos han demostrado ser muy necesarios; pero en la práctica, al lado de cláusulas justas, las hubo complicadas e inútiles sobre algunos criterios y métodos, lo que creó cierto distanciamiento entre cuadros y combatientes, entre superiores e inferiores, y se resintieron las relaciones fraternales en nuestras filas. Esta tendencia errónea ha sido enmendada a tiempo.

Siendo nuestro ejército un ejército revolucionario popular que combate bajo la dirección del partido, sus intereses están en perfecta armonía con los del pueblo. Tenemos que velar por reforzar la unidad y la cohesión entre el ejército y el pueblo. El ejército y el pueblo tienen un mismo corazón, el pueblo es al ejército lo que el agua a los peces. Nuestro ejército no sirve otros intereses que los del pueblo trabajador, de las masas obreras y campesinas. Esta armonía entre el pueblo y el ejército, desde la fundación de éste, ha sido destacada claramente en el Juramento de Honor (en diez puntos) y en las Doce recomendaciones sobre la disciplina, en el título de las relaciones con la población. Durante los años de la resistencia, nuestro ejército no solamente combatió con abnegación por salvaguardar la independencia de la patria, por defender la vida y los bienes del pueblo, cuyos intereses jamás perjudicó, sino que por añadidura hizo los mayores esfuerzos para ayudar a la población en todas sus actividades. El ejército y el pueblo han combatido codo con codo durante la resistencia, a costa de mil sacrificios, para aplastar al enemigo de la nación y defender la independencia del país. Durante la reforma agraria han luchado ardientemente para derribar a la clase de los terratenientes y arrancarles las tierras en favor de los campesinos. Precisamente por eso los sentimientos de solidaridad entre el ejército y el pueblo eran indestructibles, por eso el pueblo no ha escatimado su confianza, su afecto y su apoyo al ejército, al que ha cuidado siempre como los padres cuidan a sus hijos. Desde el logro de la paz, esta tradición de perfecta armonía se ha elevado al más alto grado. Después de tantos años de combates contra enemigos feroces, para librar al pueblo, hoy nuestro ejército, siempre infatigable, vela día y noche, con las armas en la mano, por las realizaciones pacíficas del pueblo; ha fortalecido el trabajo de propaganda y educación dentro de sus filas y no ha escatimado su ayuda cuando el pueblo la ha necesitado. Ha contribuido activamente a impulsar las cooperativas en el campo, igual que ayer la reforma agraria. Con su contribución a la lucha contra el hambre, la sequía, las inundaciones y los tifones, a la puesta en marcha de talleres y fábricas, se ha mostrado fiel servidor del pueblo, exactamente como el presidente Ho Chi Minh lo ha dicho y repetido muchas veces. Estos últimos años, respondiendo al llamamiento del partido, decenas de millares de cuadros y combatientes se han trasladado con entusiasmo a las tierras que había que roturar y han creado granjas militares en las regiones apartadas, próximas a la frontera, a fin de impulsar vigorosamente la construcción socialista de la patria. Nuestro ejército, surgido del pueblo laborioso, en sus relaciones con él debe mantenerse firmemente en las posiciones de clase y esforzarse por acentuar la solidaridad popular, y en primer lugar con las masas obreras y campesinas. Se considera al ejército como una parte de la clase obrera, lo que da una significación política mayor a las buenas relaciones entre él y el pueblo, entre él y las masas campesinas. Son otros tantos hechos que reflejan las magníficas características políticas de nuestros cuadros y combatientes y que demuestran que el Ejército Popular de Vietnam no es solamente un ejército de combatientes, sino también un ejército de trabajadores. Actualmente en Vietnam del Norte, no es únicamente el defensor del régimen socialista; participa asimismo en la construcción del socialismo. Es una tradición que tenemos que mantener y elevar cada vez más.

Nuestro partido vela sin cesar por las relaciones solidarias entre nuestro ejército, nuestro pueblo y los ejércitos y los pueblos de los países hermanos; entre nuestro ejército, nuestro pueblo y los pueblos amantes de la paz en el mundo. Ha inculcado a nuestro ejército no sólo el verdadero patriotismo, sino también, y profundamente, el internacionalismo proletario. Las unidades que constituyeron los primeros embriones de nuestras fuerzas combatían ya bajo la consigna: por la liberación nacional, por la defensa de la Unión Soviética. Debe rendirse homenaje a las unidades de voluntarios vietnamitas que, manteniendo muy alto el espíritu del internacionalismo y despreciando innumerables peligros y dificultades, han combatido codo con codo con los pueblos de los países amigos contra los agresores colonialistas franceses durante los años de la resistencia. Numerosos camaradas nuestros dieron su vida por la causa de la independencia y la paz de los pueblos de Indochina y el fortalecimiento de su amistad. Nuestro ejército vela especialmente por la consolidación y el desarrollo de sus sentimientos fraternales con los pueblos y los ejércitos de los países del campo socialista en la lucha común por la paz y el socialismo, contra el enemigo común, el imperialismo belicista. Nuestros cuadros y nuestros combatientes dan gran importancia a la asimilación de las preciosas experiencias de los ejércitos de los países hermanos, en primer lugar del ejército soviético y el Ejército Popular de Liberación chino. Los éxitos logrados por nuestro ejército son justamente los triunfos de la aplicación de las teorías militares del marxismo-leninismo y la aplicación creadora, en las condiciones concretas de nuestro país, de las experiencias de vanguardia de los países hermanos sobre la organización de las fuerzas armadas y los métodos de combate. Nuestro ejército tiene un alto concepto de la solidaridad entre nuestro pueblo y el pueblo de Francia, entre nuestro pueblo y los pueblos de las colonias francesas. Y es precisamente así porque en el combate ha sabido hacer una distinción entre los colonialistas agresores franceses y los hijos del pueblo obrero de Francia y de los países coloniales, convertidos, a pesar suyo, en mercenarios, como consecuencia de la propaganda mentirosa y de las medidas coactivas.

Porque supo diferenciar a los generales colonialistas de los hombres de tropa y oficiales subalternos, la guerra injusta que hacía el enemigo y la guerra justa de nuestro pueblo, nuestro ejército aplicó el principio: desintegrar las filas enemigas. El partido le hizo comprender la necesidad de prestar especial atención a la propaganda entre el enemigo, para orientar a los militares del campo adversario, mostrarles que combatían, no por sus propios intereses, sino por los de los colonialistas a los que servían como carne de cañón, darles una idea exacta de nuestra política de clemencia con respecto a los prisioneros de guerra, e impulsarles con ello a pasarse a nuestras filas y volver sus fusiles contra el enemigo. Durante la guerra de resistencia, por haber realizado una eficaz propaganda entre el Cuerpo Expedicionario Francés y los vietnamitas que servían en sus filas, y por nuestra correcta política respecto de los prisioneros de guerra y los fugitivos; por haber combinado acertadamente la acción militar con la ofensiva política, nuestro ejército y nuestro pueblo lograron la adhesión de decenas de miles de militares del otro campo y provocaron el desaliento en sus filas, lo que constituyó una importante contribución al triunfo militar.

En la dirección de la organización del ejército, nuestro partido ha observado siempre el principio del centralismo democrático. También se ha preocupado por dar al ejército una democracia interna efectiva, pero asegurándole una disciplina de las más severas, aunque libremente aceptada.

Contrariamente a cualquier ejército de las clases explotadoras, el nuestro ha practicado desde su fundación el régimen de la democracia interna. Las relaciones internas entre los cuadros y los combatientes, así como las relaciones entre el ejército y el pueblo son siempre de perfecta armonía. Como consecuencia de las necesidades del trabajo revolucionario, hay en nuestro ejército grados y funciones diferentes, una distinción entre superiores e inferiores, pero esta distinción no ha perjudicado ni puede perjudicar jamás las relaciones de igualdad política entre los hombres. Precisamente por ello es necesario y posible practicar la democracia en el interior del ejército. Y esto es al mismo tiempo aplicar la línea de masas del partido.

Durante los años de la resistencia, el sistema llamado «de las tres grandes democracias» se estableció y tuvo felices resultados. Democracia política: en las unidades de base, celebrar regularmente conferencias democráticas, asambleas de militares, a fin de permitir a los combatientes y los cuadros dar sus opiniones sobre todos los problemas referentes al combate, al trabajo y la instrucción, a los estudios y la vida de la unidad; en nuestro ejército los cuadros tienen derecho a criticar a los combatientes, pero éstos tienen también derecho a criticar a los cuadros. Democracia militar: en el combate y en la instrucción —en la medida en que las condiciones lo permitan—, celebrar conferencias democráticas para comunicar a todos el plan de operaciones, facilitar las iniciativas y buscar conjuntamente los medios de aliviar las dificultades a fin de realizar con éxito la tarea asignada. Democracia económica: combatientes y cuadros tienen igualmente el derecho de intervenir en la administración, en el mejoramiento de la vida material en el marco del sistema llamado de «finanzas abiertas». Gracias a la práctica de una amplia democracia, hemos logrado exaltar el dinamismo y las facultades creadoras de las masas de cuadros y combatientes, recoger la sabiduría de éstos y resolver así problemas extremadamente difíciles y complejos, y hemos logrado al mismo tiempo reforzar la solidaridad en nuestras filas y elevar su potencia combativa.

Sobre la base de la adopción del régimen de democracia, nuestro ejército aplica además una disciplina libremente aceptada de las más severas. Una disciplina libremente aceptada quiere decir que se basa en la conciencia política de los cuadros y los combatientes, que se mantiene esencialmente por métodos de educación permanente y de incesante persuasión, gracias a lo cual todos los hombres la respetan y se ayudan mutuamente para observarla. Una disciplina severa quiere decir que todos los miembros del ejército, sin excepción, cuadros y combatientes, superiores e inferiores, están obligados a aceptarla estrictamente y que nadie puede infringirla.

Nuestro ejército es una organización armada que tiene como misión el combate; para garantizar su unidad de voluntad y de acción, indispensable para la conservación de sus fuerzas y el aniquilamiento del enemigo, tiene que estar centralizado en el más alto grado y apoyarse en una disciplina severa. Por eso, precisamente, la obediencia absoluta a las órdenes y el mantenimiento riguroso de la disciplina han sido, desde los primeros días, inscritas en términos claros en el Juramento de Honor en diez puntos. A ello se debe que en más de una batalla, en condiciones extremadamente duras, todas las tareas asignadas por el partido hayan sido cumplidas, todas las órdenes de combate estrictamente ejecutadas y todas las instrucciones relativas a la relación con las masas escrupulosamente respetadas. Hoy, cuando nuestras fuerzas pasan a la etapa de su transformación en ejército regular y moderno, las exigencias en cuanto a la disciplina y la centralización son más imperiosas que nunca.

La realización de la democracia interna y el fortalecimiento de la disciplina aceptada libremente constituyen todo un proceso de lucha contra las desviaciones que se manifiestan a través de dos tendencias diametralmente opuestas. La primera, acentuar exageradamente la disciplina en detrimento de la democracia. Cuando el ejército estaba todavía en sus comienzos, cierto número de cuadros, inbuidos de las maneras militaristas del antiguo ejército, pretendían dirigir las tropas sobre la base exclusiva de órdenes y sanciones. En la nueva etapa de organización de nuestro ejército, cuando ha sido activamente planteado el problema de la formación de un ejército regular y se han puesto en vigor los reglamentos, en cierto número de unidades y en grados determinados ha surgido una tendencia a poner el acento en la centralización y la unificación en perjuicio de la ampliación de la democracia y de la línea de masas, resaltando demasiado las sanciones y las órdenes administrativas y prestando poca atención a la educación y al trabajo de persuasión. La segunda tendencia, la del «dispersionismo», no tomaba en consideración el fortalecimiento de la disciplina. Durante la resistencia existía la tendencia a no presentar informes y a no pedir orientaciones, bajo el pretexto de las dificultades de la guerra de guerrillas, y a considerar a la ligera la coordinación de las operaciones. Había casos de indisciplina en la ejecución de las órdenes de combate, de infracción de las instrucciones que debían seguirse en los campos de operaciones, así como en la relación con las masas, etc. En la nueva etapa de la organización del ejército, era la tendencia a desdeñar la centralización y la unificación, la inclinación a la dispersión y a la libertad de movimientos, la incorrecta aplicación de los métodos y reglamentos puestos en vigor para hacer de nuestro ejército un ejército regular.

Estas dos tendencias erróneas son expresiones de ideologías no proletarias. La primera está influida por la ideología burguesa en la dirección del ejército; la segunda, por la ideología campesina y pequeño burguesa que tiende a la disgregación, es decir, la ideología de las capas de donde ha salido la mayoría de los cuadros y combatientes de nuestro ejército. Por eso el problema fundamental para la práctica correcta del régimen democrático, para el fortalecimiento de la disciplina aceptada libremente y severa, consiste en perseverar sin tregua en la educación del ejército en la ideología proletaria, para eliminar toda ideología no proletaria subsistente en nuestras tropas.

Es necesario, para establecer una democracia efectiva, realzar la disciplina y fortalecer la centralización y la unificación, fortalecer la vida de las organizaciones del partido en el ejército. La democracia interna y la disciplina de hierro de nuestro partido son los fundamentos de la democracia dirigida y de la disciplina estricta de nuestro ejército.

3. Al definir los principios fundamentales de la organización política del ejército, nuestro partido ha resuelto con éxito los diversos problemas de organización, equipo, aprovisionamiento, entrenamiento, reglamentos, etc., para transformar progresivamente un ejército de origen guerrillero en un ejército regular y moderno en las condiciones concretas de Vietnam.

A diferencia de los ejércitos de numerosos países, el nuestro no estaba constituido al principo más que por pequeñas formaciones de guerrilleros nacidas en el proceso de la lucha revolucionaria de un país colonial y semifeudal, que se alzaba desarmado contra el imperialismo y sus lacayos. En el curso de una lucha larga y dura, se ha engrandecido poco a poco en el combate y ha triunfado gloriosamente, liberando a la mitad del país. Esas pequeñas formaciones de guerrilleros de los primeros días se han convertido hoy en un gran ejército popular y llegarán a ser un ejército regular y moderno en las condiciones de un país que ha liberado la mitad de su territorio y en el que se está construyendo el socialismo. En el proceso de la organización del ejército, ante el retraso económico del país y los incesantes combates que tenían que librar nuestras tropas, nuestro partido encontró dificultades muy grandes.

Lo primero que hubo que resolver fue el problema de la organización de las tropas. Como el ejército fue creado para vencer al enemigo, su organización debía responder a las necesidades reales del combate y adaptarse a la línea estratégica y a la línea táctica de cada etapa de la guerra. Por otra parte, tuvo que adaptarse a las posibilidades de equipo y de aprovisionamiento en las condiciones de la economía nacional y en la situación concreta del teatro de operaciones del país.

Durante la resistencia, en vista de las considerables dificultades materiales del comienzo, faltando las armas y las municiones, la organización de nuestras tropas variaba de una región a otra. Paralelamente al desarrollo progresivo de la guerrilla en guerra de movimiento, el mejoramiento continuo del equipo y del aprovisionamiento, reagrupamos paso a paso las pequeñas unidades para constituir otras grandes, hasta llegar a regimientos y divisiones. En las unidades regulares, la organización se unificaba gradualmente. Los regimientos y divisiones al principio no comprendían más que infantería, pasando progresivamente a tener otras armas: de acompañamiento, de ingenieros, de artillería ligera, etc. A fin de facilitar los desplazamientos exigidos por la guerrilla y la guerra de movimiento, preconizamos después una mayor agilidad y perfeccionamiento, reduciendo a lo estrictamente necesario los organismos del mando y reforzando los elementos combatientes en las unidades.

En la nueva etapa de organización de nuestro ejército, a fin de adaptamos a las exigencias de la guerra moderna partiendo de una superación y fortalecimiento del equipo, hemos mejorado la organización de nuestras tropas, y nuestras fuerzas, al principio exclusivamente compuestas por infantería, han podido ser dotadas de diversas armas. Nos ha parecido necesario prestar la mayor atención a la infantería, pero reforzando al máximo las amias técnicas y logrando un desarrollo equilibrado de las diversas armas, al mismo tiempo que fortaleciendo los organismos del mando en los diversos escalones para elevar la potencia combativa de nuestro ejército para la coordinación de las operaciones. Es necesario también estudiar el perfeccionamiento de la organización de nuestro ejército a la luz de la experiencia de la instrucción y las maniobras, a fin de hacer su organización cada vez más apta.

Como nuestro ejército es un ejército revolucionario dirigido por el partido, su organización debe inspirarse en los principios de organización y en el sistema de dirección del partido en el ejército. Y precisamente por ello, paralelamente al sistema de los mandos militares, hemos instituido el de los comisarios políticos, aplicando el principio que considera tanto al mando como al comisario político jefes de la unidad. Al crecer el ejército, paralelamente a la organización y perfeccionamiento de los servicios de estado mayor y logística, nos hemos preocupado de reorganizar y mejorar las direcciones políticas en los diferentes escalones a fin de mantener firme y fortalecer el trabajo del partido y el trabajo político.

Para organizar el ejército era necesario resolver el problema del equipo. Porque el equipo es la base material de la potencia combativa. Sin armas no se podrían organizar las tropas ni emprender la lucha armada. Durante el primer periodo de la creación de nuestras fuerzas militares, dado el retraso económico de nuestro país, la casi inexistencia de bases industriales y la limitación de la retaguardia a la región montañosa y al campo, tropezamos con numerosas dificultades con respecto al equipo. El partido dio la orientación de aprovisionarse en el frente, quitarle las armas al enemigo y atacarle con ellas. Logramos un magnífico triunfo en la ejecución de esta directiva. Nuestras tropas regulares y nuestras formaciones guerrilleras en gran parte se equiparon con el botín de guerra. El Cuerpo Expedicionario Francés de hecho se convirtió en una empresa de transporte especializada en el suministro de armas norteamericanas a nuestras tropas. Por otro lado, el partido orientaba a los obreros a aplicar la consigna «La salvación por el esfuerzo propio» y tratamos de fabricar nosotros mismos una parte de las armas y las municiones necesarias. En las condiciones extremadamente duras de absoluta escasez, nuestros obreros de los talleres de armamentos superaban las mil y una dificultades materiales y técnicas para transformar la chatarra en armas y equipar a nuestras tropas.

En estas condiciones, el partido ensenaba al ejército a utilizar plenamente la esencia de un ejército revolucionario, a superar su debilidad material, aprovechando su superioridad política, lo que le permitía vencer a un enemigo armado con un material mucho más potente. Superar a las armas modernas con el heroísmo es una tradición forjada en nuestro ejército. Sin embargo, por la debilidad del equipo, nuestras tropas y nuestro pueblo tuvieron que combatir en condiciones extremadamente duras y soportar grandes sacrificios durante la última guerra de resistencia. Y consideramos la inferioridad en armamentos como una debilidad que había que superar a toda costa.

Hoy nuestro ejército ha entrado en una nueva etapa de su organización. Gradualmente tiene que llegar a ser un ejército revolucionario moderno capaz de derrotar cualquier intento de agresión. El mejoramiento y el fortalecimiento de su equipo son cada vez más imperiosos.

Mejorar el equipo y modernizar la base material y técnica de nuestro ejército es precisamente una parte de la gran revolución técnica, que nuestro partido está promoviendo activamente en la sociedad de Vietnam del Norte. Esta revolución exige un esfuerzo inmenso, tanto para reforzar el equipo y elevar el nivel de organización y dirección, como para asimilar y aplicar la nueva técnica. El problema de dotar de un equipo técnico al ejército no puede ser resuelto al margen de la edificación de la base material y técnica del socialismo. Actualmente nos ayuda a ello el restablecimiento de la paz y la liberación completa del norte. Tenemos que hacer cuanto podamos por emprender la edificación económica y el desarrollo cultural, realizar paso a paso la industrialización del país y superar nuestro retraso económico. No se trata solamente de la tarea de poner al norte en marcha hacia el socialismo, sino también de un problema extremadamente importante para consolidar la defensa nacional y crear nuevas condiciones que mejoren las bases de nuestro ejército, tanto en el equipo como en la técnica.

Para que el ejército pueda dominar el material y la técnica y elevar su nivel técnico y táctico, hay que conceder toda la importancia al entrenamiento de las tropas. Un buen entrenamiento es una de las condiciones esenciales de la preparación intensiva para el combate. Como el objetivo es vencer al enemigo, el entrenamiento debe responder a las tareas del combate. Para ello debe inspirar fundamentalmente su contenido en la línea estratégica de nuestro ejército y en su pensamiento dirigente para las operaciones, y basarse en nuestra situación real y en la del enemigo, así como en las condiciones concretas de los teatros de operaciones. Nuestro ejército es joven y sólo tiene experiencias limitadas desde el punto de vista del combate; debe hacer los mayores esfuerzos para asimilar las experiencias de vanguardia de los países hermanos, en primer lugar de la Unión Soviética y China. Hay que actuar con un espíritu práctico, partir de la realidad vietnamita en el estudio de las experiencias extranjeras, sometiéndolas a un análisis y a una selección creadoras. Para esto es necesario luchar a la vez contra el empirismo y el dogmatismo.

En el proceso de la construcción de nuestro ejército hemos obedecido en lo esencial a las orientaciones que acabamos de enumerar. Durante la guerra de resistencia nuestras tropas operaban continuamente; y su entrenamiento, no pudiendo extenderse a largos periodos, debía intercalarse entre dos campañas. Aplicamos la divisa de entrenarse combatiendo. Al final de los difíciles años iniciales habíamos logrado un buen resultado; la preocupación de basamos en la práctica en el entrenamiento de las tropas merece ser destacada especialmente. El contenido de la instrucción militar se había hecho extremadamente práctico y rico. El entrenamiento seguía de cerca la realidad del combate, las tropas aprendían hoy lo que debían hacer mañana en el campo de batalla, y la victoria o la derrota que señalaba el desenlace era el mejor medio para valorar nuestro entrenamiento. Así como se lograba la unificación progresiva de la organización y el equipo, también se unificaba gradualmente la instrucción en las unidades regulares. Aplicamos de una manera creadora las preciosas experiencias de los ejércitos de los países hermanos en materia de combate, particularmente las del Ejército Popular de Liberación chino, lo que nos permitió vencer en campañas cada día mayores, mientras enriquecíamos nuestra propia experiencia.

Actualmente nuestro ejército, habiendo pasado al periodo de organización en tiempo de paz, ha hecho del entrenamiento la tarea clave, permanente y a largo plazo a fin de llegar a ser regular y moderno. Para ello es imprescindible un entrenamiento regular, planificado y sistemático, a partir de nociones básicas. Para responder a las exigencias de la guerra moderna, el ejército debe entrenarse a fin de asimilar la técnica moderna, la táctica de cada arma y la táctica de coordinación, así como la moderna ciencia militar. Para lograrlo, por una parte hay que hacer los mayores esfuerzos posibles por asimilar la experiencia de vanguardia de los ejércitos de los países hermanos, y por otra prestar gran atención a las experiencias adquiridas por nuestro ejército en el combate. Es necesario combinar la síntesis de nuestras experiencias con la asimilación de los principios modernos de combate y basarse en la línea militar del partido, en la situación concreta del enemigo y en la nuestra, y en la configuración del terreno, a fin de dar un contenido apropiado al entrenamiento de las tropas.

Como hemos dicho anteriormente, cada paso hacia adelante en la modernización de nuestro ejército es de hecho una revolución técnica. A medida que se refuerza la base material y la técnica moderna, se hace cada vez más imperioso tener hombres capaces de dominarla, pues de lo contrario los equipos y la técnica modernos no rendirían toda su eficacia y de hecho no se fortalecería la potencia combativa de nuestro ejército. De ahí la gran responsabilidad del trabajo de entrenamiento.

En el entrenamiento, la formación de los cuadros es una tarea clave. Nuestros cuadros militares se han forjado en el fragor del combate, tienen experiencia en la organización del ejército y en la marcha de las operaciones. Pero como se han forjado en las condiciones de una guerra de guerrillas, son bastante débiles desde el punto de vista de la táctica moderna. Por ello, mientras se hacen continuos esfuerzos por elevar su nivel político e ideológico, consolidar su conciencia de clase y profundizar sus conocimientos teóricos marxista-leninistas, hay que prestar especial atención a la elevación de su cultura general, de su conocimiento de la ciencia y la técnica militares, para permitirles convertirse efectivamente en cuadros militares competentes del partido y servir de núcleo a un ejército revolucionario regular y moderno. Se trata de un hecho de importante significación en la organización de nuestro ejército en el momento actual.

Al ritmo de su desarrollo y de su crecimiento, en el proceso de su paso gradual de un estado de dispersión a la concentración, nuestro ejército ha visto cómo los diferentes métodos y reglamentaciones poco a poco han ido tomando forma en su seno. Paralelamente a la realización progresiva de una unificación relativa, desde el doble punto de vista de la organización y la instrucción, hemos establecido sucesivamente el régimen de gratificaciones, las reglamentaciones relativas a la vida interior en los cuarteles, a las recompensas y a las sanciones disciplinarias, a la conservación del armamento, etc. Sin embargo, como nuestras tropas eran antes un ejército de guerrillas en proceso de transformación en un ejército regular, eran todavía débiles las exigencias en cuanto al grado de centralización y unificación, y no se planteaba todavía la aplicación sistemática de métodos y reglamentos unificados para la totalidad de nuestro ejército. Ya hemos entrado en una nueva etapa, la de la transformación de nuestras fuerzas en un ejército regular moderno. Y con esto queremos decir que está formado por diversas armas, que combate con métodos modernos, que combate sobre la base de una coordinación estrecha entre esas diferentes armas, en gran escala y a ritmo rápido. Es necesario pues impulsar al máximo la centralización y la unificación en el ejército, y ser más acuciosos respecto de la organización y la disciplina, la permanente atención a la planificación y la precisión. Los métodos y reglamentos propios de un ejército regular son imprescindibles: serán para todos una base unificada de acción, adaptada a las exigencias de la coordinación en el combate y del mando centralizado.

Siendo nuestro ejército un ejército popular dirigido por el partido, las cláusulas de los métodos y reglamentos puestos en vigor deben ser un fiel reflejo de su naturaleza revolucionaria e inspirarse efectivamente en los principios de la organización y del sistema de dirección del partido en el ejército. Deben partir de la realidad de nuestro país y de nuestro ejército, mantener las tradiciones y prácticas de éste.

Finalmente, el establecimiento del servicio militar obligatorio, de los estatutos referentes a los oficiales y suboficiales (incluso el establecimiento de los grados militares), del régimen de sueldos, recompensas y condecoraciones, ha obtenido resultados positivos. La promulgación de los reglamentos internos y de los de combate, de la disciplina y de la policía militar han ejercido una importante acción para la unificación desde todos los puntos de vista en la totalidad del ejército, impulsando vigorosamente su transformación en un ejército regular.

Acabamos de exponer someramente las grandes lecciones que se desprenden de la formación de nuestro ejército desde el punto de vista militar. Como la realidad ha demostrado, si hubiésemos comprendido los principios de la organización del ejército desde el punto de vista político sin saber, no obstante, aportar una solución justa a los diferentes y complejos problemas de esta organización en el plano militar, nos hubiera sido imposible transformar un pequeño ejército de guerrillas, de formaciones diseminadas, dotado de un armamento rudimentario, de nivel militar muy bajo y desprovisto de todo método o estatuto, en un poderoso ejército popular integrado por diversas armas, en posesión de equipos y técnica que mejoran incesantemente, practicando de manera permanente la instrucción regular, con métodos y reglamentos unificados.

4. Mientras organizaba un poderoso ejército popular, nuestro partido dedicó especial atención a la organización de los grupos de guerrilleros y al desarrollo de las fuerzas de reserva, al mismo tiempo que resolvió correctamente el problema de las relaciones entre el ejército y las retaguardias.

En el proceso de su creación y de su desarrollo, las fuerzas armadas del pueblo comprenden no sólo las tropas regulares y las tropas regionales, sino también los efectivos considerables de las formaciones de guerrilleros y de autodefensa. Inmediatamente después de la decisión del partido sobre la necesidad de preparar la insurrección armada partiendo del movimiento político de las masas, múltiples formas de organizaciones semiarmadas y armadas estaban ya apareciendo para que las masas pasasen progresivamente de una lucha política en pleno auge a la lucha armada. Eran las formaciones de autodefensa, las de choque, después los grupos guerrilleros en las pequeñas bases militares clandestinas que existían entonces en la región montañosa del Viet Bac. Después de la constitución de destacamentos precursores del Ejército Popular, en muchas regiones y en torno a esos destacamentos considerados como tropas regulares, se formaron unidades armadas locales junto a una red muy amplia de fuerzas semiarmadas. Al decretar la creación de la sección de propaganda del Ejército de Liberación, el presidente Ho Chi Minh se preocupó especialmente por la aparición de las diferentes fuerzas armadas y semiarmadas, y prestó gran atención a la necesidad de mantener entre esas fuerzas buenas relaciones de unidad y coordinación. Durante la guerra de resistencia, en la medida en que se desarrollaba la lucha armada, se iba acentuando la diferenciación entre esos tres ejércitos. El Ejército Popular, junto a las divisiones y regimientos regulares, comprendía regimientos, batallones o compañías regionales. Y además de esas tropas regulares y regionales, contaba con francotiradores y guerrilleros cuya organización cubría todo el país. Las tropas regulares tenían la misión de hacer la guerra de movimiento en un amplio teatro de operaciones para aniquilar las fuerzas vitales del enemigo. Las tropas regionales, la de operar en su región coordinadamente con las tropas regulares, los francotiradores y los guerrilleros. Estos últimos, la de defender su aldea, participar en la producción y unirse a las tropas regulares y a las regionales tanto para preparar como para librar el combate. La existencia de esas tres formaciones armadas correspondía perfectamente a las aspiraciones del pueblo; contribuía por otra parte a elevar al máximo la potencia combativa del ejército y el pueblo y arrastrarlo en su totalidad a la guerra contra el enemigo. La existencia de las tres formaciones armadas efectivamente materializó la política de «todo el pueblo en armas», y constituye la forma de organizar las fuerzas armadas en una guerra revolucionaria.

Nuestro partido afirma que para desencadenar una guerra popular es necesario disponer de esas tres formaciones armadas, contar no sólo con tropas regulares, sino también con fuerzas de reserva. Siempre ha valorado la organización y gran desarrollo de las fuerzas de autodefensa y guerrilleras. Efectivamente, las formaciones de guerrilleros se extendieron por todo el país. A causa de la instauración del poder popular a través de nuestros extensos campos y de la existencia de células del partido en todo el país, en todas partes había guerrilleros, en todas partes el pueblo se alzaba contra el enemigo. En la retaguardia enemiga, con acciones coordinadas con las tropas regulares, nuestros francotiradores y guerrilleros forzaban al enemigo a disgregar sus efectivos, lo desgastaban, y lo inmovilizaban en lugares determinados para permitir a nuestras tropas regulares y muy móviles acudir para aniquilarlo; habían hecho de la retaguardia enemiga nuestras líneas avanzadas y creado así bases guerrilleras que servían de trampolín a las ofensivas de nuestras tropas regulares en la zona ocupada; protegían nuestro potencial humano y material y atendían a la vez a la producción y a la resistencia, haciendo fracasar el plan enemigo de hacer la guerra por la guerra y de lograr que los vietnamitas combatiesen contra los vietnamitas. En las regiones liberadas, francotiradores y guerrilleros realizaban con eficacia la resistencia y la lucha contra los espías; servían de firme apoyo al poder y al partido en su región y al mismo tiempo de elementos de choque en la producción, el aprovisionamiento y los transportes… A través del combate, el trabajo y la educación, las formaciones de francotiradores y guerrilleros llegaron a ser una inagotable e inestimable base para el desarrollo y la organización de tropas regulares, dando al Ejército Popular combatientes y cuadros aguerridos y políticamente muy forjados.

Hoy, al cambiar la situación con el paso de la revolución a una nueva etapa, nuestro Ejército Popular está en camino de convertirse en un ejército regular moderno, y si tuviésemos que hacer frente a una guerra eventual, indudablemente tendría todas las características de una guerra moderna. Pero considerada desde nuestro punto de vista, esa guerra seguiría siendo en su esencia una guerra popular y la consolidación de la defensa nacional y de la patria serían siempre la obra de todo el pueblo; por esas razones, en vez de aminorar, el papel de los guerrilleros ha aumentado; los guerrilleros siguen constituyendo una fuerza estratégica, y la guerra de guerrillas continúa desempeñando un papel estratégico. Como hasta ahora, nuestras fuerzas armadas de combate comprenderán en el futuro no solamente al ejército regular y moderno, sino también a las fuerzas armadas y semiarmadas de todo el pueblo que operarán en estrecha coordinación con él. En el momento presente, en las condiciones de la paz, el norte de nuestro país marcha rectamente hacia el socialismo, y la lucha entre las dos vías —socialismo y capitalismo— se desarrolla en la ciudad y en el campo. Tenemos que afirmar y fortalecer la dictadura del proletariado. La intensificación del trabajo de consolidación de las organizaciones guerrilleras y de autodefensa en el campo y en las ciudades, como en los servicios y en las empresas, tiene extraordinaria importancia. Para responder a las exigencias de la formación de un ejército regular, a los imperativos de la construcción económica, paralelamente a la organización del ejército activo es conveniente constituir importantes fuerzas de reserva a fin de organizar y educar a las masas desde el punto de vista militar, para que cada uno pueda cumplir sus obligaciones para con la patria, contribuyendo a derrotar todo intento de agresión del enemigo. Las bases de nuestras fuerzas de reserva son las formaciones de guerrilleros de autodefensa que tienen la misión de:

a) suministrar hombres al ejército activo,

b) mantener la seguridad, proteger la producción.

c) ayudar al frente e integrar la guerrilla en caso de guerra.

Pese a esta importancia de las formaciones guerrilleras y de las fuerzas de reserva, después del restablecimiento de la paz y sobre todo al comienzo de la aplicación del servicio militar en las provincias piloto, se manifestó durante cierto tiempo la tendencia a subestimar el problema de los guerrilleros, a aislar a éstos de la reserva, a considerar la propia reserva únicamente como proveedora de hombres para las fuerzas regulares. Desde que este error fue corregido, la situación ha mejorado, las masas han apoyado sin reservas la aplicación del servicio militar y las formaciones de guerrilleros y de autodefensa, así como las fuerzas de reserva, han aumentado vigorosamente.

Consolidar y desarrollar cuanto podamos las formaciones de guerrilleros y de autodefensa, crear poderosas fuerzas de reserva, es una tarea extremadamente importante para nosotros, sobre todo en tiempo de paz, cuando preconizamos la reducción de los efectivos del ejército activo para poder consagrar más fuerzas a la construcción económica. Para realizar esta tarea es necesario comprender las nociones de la guerra popular y del ejército popular, no apartarse jamás de la concepción clasista en la organización y en la educación, asimilar las tradiciones y las experiencias de los guerrilleros, reforzar las estrechas relaciones existentes entre el ejército activo y las formaciones guerrilleras y las fuerzas de reserva, y reforzar al mismo tiempo la dirección de los comités del partido con respecto a los organismos militares locales en particular y a las formaciones guerrilleras y fuerzas de reserva en general.

No es posible hablar de lucha armada, de organización de las fuerzas armadas revolucionarias, sin abordar el problema de la retaguardia.

Al comienzo de la segunda Guerra Mundial, cuando nuestro partido preconizaba la preparación de la insurrección armada, no teníamos ninguna fuerza militar, ni siquiera una pulgada de tierra libre que pudiera servir de base a nuestras actividades. Después, creando minúsculos centros clandestinos, llegamos a constituir una base que comprendía las regiones rurales de seis provincias del Viet Bac. La experiencia de la Revolución de Agosto ha demostrado cabalmente la importancia de la creación de las bases revolucionarias y la lucidez de nuestro partido al organizar las bases y crear la zona libre del Viet Bac.

Y esto ha sido confirmado en una escala mucho mayor durante la larga guerra de resistencia. El problema de las bases y de la retaguardia fue planteado desde el comienzo de las hostilidades, y a todo lo largo de la resistencia nuestro partido consideró como extremadamente importante el mantenimiento de las bases y la consolidación de la retaguardia. Precisamente con el objetivo de destruir los organismos de nuestro mando supremo y de quebrar nuestra resistencia, los franceses no retrocedieron ante nada en su propósito de aniquilar nuestras bases, pero después de reiterados fracasos sufrieron una derrota total. Con un heroísmo sin igual, nuestro ejército combatió para defender la base del Viet Bac —la principal de la resistencia—, y las zonas libres de la 4ª y la 5ª interzonas y del Nam Bo.

A consecuencia del carácter de las hostilidades, la guerra de guerrillas se desarrolló en todas las regiones temporalmente controladas por el enemigo; por eso, además de en las grandes bases que hemos citado, nuestro ejército y nuestro pueblo lucharon tenazmente contra el enemigo para crear un número incalculable de bases guerrilleras en todos los teatros de operaciones del norte, del centro y del sur, ejerciendo sobre el enemigo una fuerte presión y constituyendo al mismo tiempo otras tantas bases de operaciones para nuestro ejército. Para mantener nuestras bases y consolidar nuestra retaguardia, nuestro partido, paralelamente a la acción para rechazar al enemigo, aplicó activas medidas encaminadas a movilizar, educar y organizar a las masas a fin de aumentar la producción, practicar la economía y forjar las fuerzas armadas y semiarmadas en el marco regional. Por ello nuestras bases se consolidaron sin cesar y desempeñaron el papel que tenían asignado en el desarrollo del ejército y en la satisfacción de las necesidades del frente. Por eso pudimos realizar la larga resistencia y obtener finalmente la victoria.

Actualmente, el norte de nuestro país, completamente liberado, se ha convertido en una inmensa retaguardia para nuestro ejército. Sabemos que en una guerra moderna la retaguardia está a la cabeza de los factores permanentes que deciden la victoria. La guerra moderna exige el desarrollo máximo de todas las posibilidades económicas, políticas y militares. El marxismo-leninismo ha mostrado que «la guerra es hoy para cada país una prueba total de sus fuerzas materiales y morales». Consciente de esta importancia del problema de la retaguardia, el XII Pleno del Comité Central (celebrado en 1957) precisó claramente en su resolución: «Debemos tener un plan para la organización y consolidación de nuestra retaguardia desde todos los puntos de vista. Debemos hacer los mayores esfuerzos para que disponga de abundantes recursos humanos, financieros y materiales y garantice todas las necesidades de la organización del ejército en tiempo de paz, así como las de las operaciones en tiempo de guerra. Es preciso que las actividades del Estado en todos los aspectos (el plan de conjunto del Estado y los planes respectivos de las diferentes ramas) estén impregnadas de la preocupación de crear y consolidar la retaguardia, que liguen los imperativos económicos y culturales a los de la defensa nacional, los de los tiempos de paz a los de los tiempos de guerra. Por su parte, continuando su propia organización, el ejército debe velar también por la participación plena y activa en la consolidación de la retaguardia, principalmente en la aplicación de la política económica y financiera, en la producción y en la práctica de la economía».

Dadas las tareas revolucionarias de la etapa actual, consideradas en escala nacional, nuestra retaguardia es el norte, completamente liberado y en la vía hacia el socialismo. Esta es la base revolucionaria de todo el país. Por ello debemos considerar toda la importancia que tiene esa retaguardia y, por tanto, hacer el máximo esfuerzo para activar su consolidación desde todos los puntos de vista. Paralelamente al fortalecimiento de la defensa nacional y la organización de las fuerzas armadas, hay que consolidar completamente nuestra retaguardia, tanto política como económicamente. Es necesario realizar de manera activa la transformación socialista, asegurar el régimen social y el régimen estatal, reforzar la dictadura frente a los contrarrevolucionarios, inculcar a las masas el espíritu patriótico y el amor al socialismo, elevar en el pueblo el espíritu de vigilancia y el sentido de la defensa nacional, y con ello garantizar la solidez de nuestra retaguardia en todas las circunstancias. Hay que forjar la economía, desarrollar la industria y la agricultura socialistas, para elevar continuamente las condiciones de vida del pueblo, satisfaciendo al mismo tiempo todas las necesidades materiales del ejército.

Hoy hemos conquistado la paz y la perspectiva internacional es favorable a la paz. Pero nuestro país sigue dividido y los norteamericanos se empeñan en hacer del sur una colonia de nuevo tipo y una base militar norteamericana. Pretenden intervenir en los asuntos laosianos, con lo que amenazan la seguridad del norte de Vietnam.

Ante esta situación, es una necesidad imperiosa el mantenimiento de relaciones correctas entre el ejército y la retaguardia, entre la defensa nacional y la economía. Por un lado es necesario continuar reduciendo nuestros gastos militares para poder consagrar todavía más recursos a la edificación económica; únicamente así podemos impulsar la construcción del socialismo, la consolidación de la retaguardia y el mejoramiento de las condiciones de vida del pueblo, y con ello crear firmes bases para el fortalecimiento de la defensa nacional. Por otro lado es necesario hacer todo lo posible para mejorar el ejército y desarrollar las formaciones de guerrilleros y las fuerzas de reserva, velando al mismo tiempo por las necesidades de la defensa nacional en la construcción económica. Si logramos realizar todas estas tareas, la construcción del socialismo obtendrá triunfos cada vez mayores en el norte, que llegará a ser el apoyo más firme de nuestra lucha por la reunificación pacífica del país.

En el momento en que conmemoramos el treinta aniversario de la fundación del partido, sentimos profunda alegría y entusiasmo al examinar el glorioso camino que ha recorrido. Nuestro pueblo siente plena confianza por los grandes triunfos que ha obtenido nuestro partido, encabezado por el presidente Ho Chi Minh.

La experiencia histórica ha probado que la lucha armada ha ocupado un lugar importante en el movimiento revolucionario de Vietnam y que las fuerzas armadas populares han desempeñado un papel importante en los éxitos de la lucha revolucionaria. Por haber sabido pasar oportunamente a la lucha armada, nuestro pueblo creó las condiciones del triunfo de la Revolución de Agosto. Por haberse decidido a librar una potente y prolongada lucha armada, aseguró el triunfo de la resistencia.

La experiencia histórica ha probado que, desde su fundación, el partido ha sabido mantener su dirección en el movimiento revolucionario popular, en la lucha armada y en la organización de las fuerzas armadas revolucionarias, en la lucha del pueblo contra el imperialismo y los feudales. Su dirección ha constituido la garantía esencial del triunfo de la lucha armada de nuestro pueblo. Unicamente nuestro partido, símbolo de la voluntad revolucionaria consecuente de la clase obrera, ha sido bastante audaz para dirigir al pueblo e impulsarle a alzarse desarmado contra los colonialistas franceses y los fascistas japoneses, y emprender, al principio sólo con cañas de bambú, una larga y heroica guerra de resistencia. Porque sólo nuestro partido, armado de una teoría con tal vitalidad como el marxismo-leninismo, ha sido capaz de decidir una línea política y una línea militar justas, adaptadas a las condiciones concretas de nuestro país, para llevar la lucha armada de nuestro pueblo a la victoria. Esta línea política es la de la revolución nacional democrática popular en marcha hacia el socialismo. Esta línea militar es la de la guerra popular y la del Ejército Popular.

La gran victoria de Dien Bien Fu puso fin al largo periodo de lucha armada emprendida por nuestro pueblo bajo la dirección del partido. Actualmente hemos pasado a la fase de la lucha política por acabar la revolución nacional democrática en todo el país y encaminar el norte hacia el socialismo. Nuestra política es darlo todo por defender la paz, de la que somos fervientes partidarios. Sin embargo, nuestro paso a la lucha política y nuestra política de paz no significan que nuestro partido no tenga que mantenerse dispuesto a derrotar todo intento de agresión del enemigo, y por ello debe mantener su preocupación por la organización y consolidación de las fuerzas armadas. Precisamente por eso, en el momento actual, en el norte, al tiempo que situamos en el centro de nuestra atención la construcción económica y cultural, el partido sigue considerando el trabajo de consolidación de la defensa nacional, de engrandecimiento de las fuerzas armadas revolucionarias, de transformación del Ejército Popular en ejército regular moderno como «una de las tareas esenciales de todo nuestro partido y de todo nuestro pueblo» (Resolución del XII Pleno del Comité Central).

La obra revolucionaria que tienen ante sí nuestro partido y nuestro pueblo es todavía extraordinariamente dura. La etapa en la que vamos a entrar a fin de completar la revolución nacional democrática en todo el país y para ayudar al triunfo del socialismo y del comunismo en él y en todo el mundo, es un largo proceso erizado de dificultades. Asimilar las ricas experiencias de la lucha armada y de la creación de las fuerzas armadas revolucionarias, para aplicarlas de manera creadora en las nuevas condiciones históricas, a fin de impulsar la consolidación de la defensa nacional y la organización del ejército, es un trabajo práctico de extraordinaria significación con motivo del trigésimo aniversario de la fundación de nuestro partido.