Febrero
Eran las tres de la madrugada y, por una vez, Maggie dormía. En los últimos meses había empezado a dormir bastante bien. Clyde estaba más orgulloso de ese hecho que de cualquier otra cosa. De los cientos de libros sobre bebés, Clyde, después de largas lecturas y un atento escrutinio, había escogido el que valía la pena.
Clyde no dormía. Casi no dormía desde hacía tres días, desde que había empezado el ataque por tierra y la unidad de Desiree había avanzado hacia Irak. Las bajas eran pocas. Pero esa mañana había oído informes de que varios miembros de la división de Desiree habían muerto cuando su vehículo había pisado una mina. Era personal médico que iba en ayuda de un transporte de tropas que había recibido fuego amigo. Al menos dos de las personas fallecidas eran mujeres.
Tan pronto como Clyde leyó esa noticia supo que Desiree había estado en aquel vehículo… probablemente al volante. Hubiera sido propio de ella. Había llamado al teléfono de emergencia del Pentágono para familiares, pero siempre comunicaba. En aquel mismo momento había como un par de docenas de Dhont despiertos por todo Forks dándole al botón de rellamada del teléfono, intentando contactar. Clyde había renunciado y se había tendido en el sillón reclinable, frente a la tele, esperando a que la CNN ofreciese más detalles.
De momento los iraquíes no habían empleado armas no convencionales. Aunque ese detalle no debería haber sorprendido en absoluto a Clyde. Habían estado lanzando Scuds sobre Israel, pero parecía que los Scuds no tenían precisión suficiente para causar muchos daños a menos que llevasen cabezas químicas o bacteriológicas.
Hacía dos días que le picaba la nariz, pero no había sido consciente hasta entonces. Uno de esos enormes pelos como alambres había hecho contacto con el lado opuesto de la fosa. Fue al baño, a la luz débil del tubo catódico de la tele, agarró el cortador, se volvió a sentar frente a la tele, lo puso en marcha y se lo metió en la nariz, esperando el chasquido satisfactorio que haría al cortar el pelo culpable.
El zumbido del cortador casi ahogó el timbre del teléfono. Descolgó precipitadamente, temiendo que hubiese estado sonando mientras él se afeitaba.
—¿Hola?
Una larga pausa, durante la cual sólo oyó estática. Luego sonidos: un estruendo entrecortado grave y rítmico que de pronto cobró intensidad y murió con la misma rapidez. El sonido, se dio cuenta, era de un helicóptero pasando a gran velocidad.
—¿Hola? —repitió.
—Hola, soy yo —dijo Desiree—. Habla alto, cariño. Mi vehículo pisó una mina. Todavía me zumban los oídos.
—¿Dónde estás, cariño? —le preguntó Clyde antes de tener tiempo de emocionarse.
—En una cabina telefónica —dijo Desiree—. ¡Oh, vaya!
Durante unos momentos se oyó un tremendo gemido y un rugido espectacular que luego cesó. Clyde podía oír a mucha gente gritando y vitoreando.
—¡Eso ha sido un tanque M-one de paso! —dijo Desiree.
—¿Dónde está esa cabina, cariño?
—En un cruce de caminos, en Irak.
—¿Estás en Irak?
—Sí. Pero tengo que dejarte… Hay mucha gente esperando. Sólo quería recordarte que saques la carne del congelador…, una parte está a punto de caducar.
—Me ocuparé de eso —dijo Clyde—. Date prisa en volver a casa, ¿vale?
—Ese es el plan, Clyde —dijo—. De eso se trata.
FIN