Octubre
El fin de semana del Día de Colón casi había terminado y Tab Templeton seguía sin presentarse a trabajar. La semana anterior Clyde había acordado con él que le ayudaría con la demolición del sótano del edificio de apartamentos. Las demoliciones siempre eran rápidas si Tab andaba de por medio.
Un par de semanas antes Clyde se había encontrado con Tab en Hardware Hank, empujando un carrito cargado de tuberías de PVC. Se rumoreaba que Tab trabajaba regularmente, haciendo trabajillos por ahí, y Clyde había descubierto que no podía limitarse a recorrer las calles, recogerlo de un banco del parque y ponerlo a trabajar; debía quedar con él.
Pero que Tab quedase contigo y que lo recordase eran dos cosas que nada tenían que ver entre sí. Aparentemente, se había olvidado de la cita. Clyde se había pasado el fin de semana vacilando. Daba con la almádana un rato, se cansaba y recordaba que Tab lo haría cuatro veces más rápido; así que el tiempo que invirtiese en buscarle sería tiempo bien empleado. Se subía al coche y buscaba a Tab por los bancos, edificios vacíos, bares y basureros habituales, para luego sentirse desalentado tras una hora o dos al pensar en el tiempo que había malgastado. Volvía con la almádana y el ciclo se iniciaba de nuevo. Llegaba el crepúsculo del último día de un fin de semana de tres días. En la parte posterior de la camioneta tenía una cantidad apreciable de restos pero que ni se acercaba a lo que había planeado. Y al cabo de una o dos horas tendría que recoger a Maggie de uno de los Dhont.
Hizo algo tan inesperado que se sorprendió incluso a sí mismo: fue a tomarse una cerveza. Llevaba todo el fin de semana pasando por delante de la vieja Cervecera Stonefield, un edificio de un rojo cegador del centro de Nishnabotna que podría haber pasado por una fortaleza de no haber estado tan adornado y ser tan victoriano. Jack Carlson, un descendiente de una de las ramas menos augustas de la familia Stonefield, la había comprado diez años antes después de que hubiese quebrado intentando fabricar la misma agua amarilla que surgía de las grandes cerveceras de Milwaukee. Las viejas cubas de cobre seguían intactas. Se había puesto a producir un caldo más oscuro y denso y había logrado un éxito que superaba cualquier expectativa.
Jack Carlson y Clyde Banks se conocían desde que eran niños, y Jack siempre le animaba a pasar y tomarse una cerveza. Clyde no solía hacerlo, pero esa noche se sentía cansado, sucio, solitario y sediento y le parecía que podría consumir una cerveza sin que la culpa le consumiese.
Además, siempre podía alegar que era una visita de campaña.
Se sentó en la barra, una de buena caoba que Jack había recuperado de un bar fracasado de Chicago, y pidió una pinta amarga.
Unos minutos después Jack Carlson en persona salió de la oficina del fondo e hizo aspavientos al ver a Clyde. Se sirvió una cerveza, razonando que se trataba de una ocasión especial, y luego los dos se fueron a un apartado y se sentaron a charlar. Clyde tuvo que explicar por qué estaba cubierto de polvo de ladrillo, lo que llevó al tema de Tab Templeton.
—El mes pasado le vi un par de veces —dijo Jack.
—¿Estuvo aquí?
—Unas cuantas veces —dijo Jack, saboreando el asombro de Clyde.
—He oído que trabaja para alguien. Nunca pensé que ganase lo suficiente para poder beber aquí.
—No bebía —dijo Jack. Luego, al ver la expresión de la cara de Clyde, se corrigió—. Bien, sí, claro, en sentido general. Pero no vino a beber cerveza. Vino a recoger levadura.
—Vino a recoger levadura —repitió Clyde.
—Levadura cervecera —dijo Jack—. Forma una capa bastante gruesa de fango en el fondo de las cubas de fermentación. La limpiamos e intentamos hacer con ella algo que no sea tirarla y contaminar el agua. Muchas veces se la vendemos a empresas de alimentos saludables… Tiene muchas vitaminas. El mes pasado se la vendimos a Tab.
—¿Cuánta?
Jack se encogió de hombros.
—Como media docena de barriles de acero llenos. —Jack sonrió al recordarlo—. Deberías ver a Tab levantar uno de ésos. Es como una grúa humana.
—Bien, ¿qué demonios quiere hacer Tab con tanta levadura?
—Por lo que dijo quedaba claro que era un trabajo para quien lo había contratado.
—¿Y quién crees que era?
Jack se encogió de hombros.
—¿Alguien que necesitaba levadura y no tenía los músculos para mover los barriles?
—¿Pagó?
—Sí. Cobramos una cantidad simbólica.
—¿Quién firmaba el cheque?
—Tab pagó en efectivo.
Clyde se recostó en el asiento e intentó imaginar a una persona capaz de confiar un fajo de billetes a Tab.
—Puede que estén haciendo un experimento en la universidad —dijo Jack, haciendo un gesto hacia el acantilado—. O quizás algunos vegetarianos intentan montar una empresa de comida sana.
—¿En qué vino?
—En una furgoneta grande y vieja.
—¿Me la puedes describir?
—De color oscuro y vieja. Probablemente una Chevy.
—¿Podría haber sido una furgoneta negra?
—Podría. ¿Por qué?
—Simple curiosidad.
—Sí —dijo Jack Carlson—, y yo fabrico cerveza porque es mi afición.
Al día siguiente llegó mucho correo, incluidas unas cartas de Desiree. Esa semana habían hecho prácticas de bajas numerosas, por lo que no había podido ir a casa ni Clyde visitarla. Ella aliviaba la culpa escribiendo todos los días y llamando a la hora de dormir para susurrar al oído de Maggie por teléfono.
Sigo clavando agujas en culos como una loca. Hay muchas enfermedades curiosas en el Golfo. La mayoría de los reservistas no están físicamente a la altura… La verdad es que en algunos casos es difícil creer que los aceptasen en su momento. Tuve por aquí a un joven con una cicatriz en el pecho que parecía una cremallera… De niño le hicieron cirugía a corazón abierto y aun así logró entrar en el Ejército.
Me estoy preparando para el ejercicio de bajas numerosas de este fin de semana. Por aquí corren muchas etiquetas de clasificación… Te adjunto una.
Había incluido una etiqueta de cartón con una cuerda, aparentemente pensada para pasarla por el cuello de un paciente. La etiqueta era de unos siete centímetros por quince, con líneas para el nombre del paciente y notas sobre su estado. En la parte inferior llevaba tres tiras de colores separadas por perforaciones, de forma que se pudiesen arrancar con facilidad. La última era verde con el dibujo de una tortuga.
Si dejamos la tira de abajo (la verde), significa que el paciente está relativamente bien, que no hay prisa. Si la arrancamos, queda la franja amarilla con una liebre… Eso significa que será mejor que nos demos prisa. Si la arrancamos, lo que queda es la tira roja con el dibujo de la ambulancia a toda velocidad.
Tuvo el tacto de no explicarle a Clyde lo que podía ver con sus propios ojos: si arrancaban la tira roja, quedaba una negra con un pequeño icono parecido a una cruz que, mirado con atención, era más bien una daga.
Ahora ya lo sabemos todo sobre el desagradable carbunco y por tanto nos están instruyendo en algo más exótico: la toxina botulínica. Creen que Saddam también podría tenerla almacenada. Espero que se equivoquen, porque aunque tenemos toneladas y toneladas de vacunas contra el carbunco, el suero para el botulismo es muy escaso. Supongo que están intentando fabricar más, pero se trata de un proceso muy lento. Aparentemente, no es posible fabricarlo como salchichas. Nos dieron textos para leer… en su mayoría artículos de investigación. Mi corazoncito de Iowa se llevó una alegría al comprobar que muchas de esas investigaciones son de un conciudadano nuestro. ¿Te acuerdas del doctor Folkes, el anciano que va a trabajar en bicicleta? Pues resulta que ha dedicado toda su vida a estudiar el botulismo. Así que su nombre y el nombre de nuestra bonita ciudad aparecen por todas partes.
Dale a la pequeñina un abrazo y beso enormes de mi parte. He estado pensando que, cuando salga de esto en una pieza, deberíamos darle un hermanito o hermanita como regalo de Navidad en el noventa y uno. Lo habíamos pospuesto, lo sé, pero ahora lo quiero hacer todo a la vez.