CAPÍTULO 28

Familias como la de los Banks se pasaban objetos como cuerdas y lonas de una generación a otra de la misma forma que otras familias se pasaban casas y cubiertos de plata. Clyde sabía que Ebenezer había adquirido la Gran Lona Negra en la época de la Gran Guerra y que originalmente se había empleado para cubrir maquinaria del Proyecto Manhattan que había entrado en la ciudad a bordo de un camión en plena noche, en el año 1944. Sabía que su padre había comprado la Pequeña Lona Marrón en una tienda de suministros en la época de la guerra de Corea y que la había usado para cubrir las posesiones familiares cuando se habían mudado a Illinois y luego de vuelta. En la tradición oral de los hombres Banks, cada lona poseía tanta historia como un tapiz o una colcha cosida a mano, y cuando Clyde notaba una arandela doblada, un roto remendado o una mancha de grasa, sólo tenía que pensar unos momentos para recordar la excursión, la mudanza, el desastre natural o el proyecto de construcción que hubiese ocasionado el desperfecto.

Para Desiree no eran más que objetos oscuros y sucios que acechaban en el garaje con un olor ominoso a arma y, por tanto, cuando Clyde usó la Gran Lona Negra para cubrir las cosas de Desiree en la parte posterior de la camioneta, se encontró preocupándose de qué sería de la lona cuando Desiree llegase a su nuevo hogar en Fort Riley, Kansas. Sería muy propio de ella arrastrar la lona hasta un vertedero y dejarla allí como si no fuese más que una lámina de plástico de la ferretería. Fort Riley debía de estar atestado de recién llegados, muchos de los cuales tendrían más tendencias prácticas que Desiree, y en menos que canta un gallo algún sargento jefe con buen ojo la recogería, la secaría en la calle y la almacenaría amorosamente en el garaje. Clyde trabajó hasta tarde esa noche, preocupándose por la lona. Desiree seguía trayendo cosas; sacó la máquina de coser, para hacerle ropa a Maggie. Había insistido, muy adecuadamente, en llevarse la camioneta y no la ranchera; la ranchera era el coche de la familia, un vehículo mucho más seguro y limpio en el que llevar a Maggie, y la camioneta era el vehículo adecuado para llevar a una guerra.

A Clyde le preocupaba la camioneta, así que le cambió el aceite, comprobó los demás niveles y le explicó a Desiree cómo cambiar una rueda pinchada. Le preocupaba que la lluvia destrozase las cosas de Desiree, así que colocó la Gran Lona Negra en el fondo, cargó sus cosas encima y luego cerró la lona cubriéndolo todo cuando Desiree le prometió —insistió— en que ya había terminado de sacar cosas. Equipaje nuevo, ropa en bolsas de basura blancas, cajas de zapatos llenas de fotografías familiares, fotografías enmarcadas en bonitas bolsas de grandes almacenes, la máquina de coser, un par de almohadas de repuesto con sus fundas de flores llamativas, un teléfono desconectado con un cordón enrollado a su alrededor, el uniforme de gala de Desiree, un montón de novelas y revistas… todo oculto bajo el sudario de la Gran Lona Negra.

La lona empezó a moverse aparentemente por voluntad propia. Clyde alzó la vista, sorprendido, y vio a Dick Dhont. Dick había llegado, había aparcado en la calle, se había acercado sin decir nada y había agarrado una esquina de la lona. Era la una menos cuarto de la mañana.

La lona era lo suficientemente grande para tapar todas las cosas de Desiree y pasar generosamente por encima, pero los dos hombres sabían que a Desiree le gustaba ir a entre ciento treinta y cinco y ciento cuarenta y cinco kilómetros por hora, a menos que estuviese en la ciudad, donde no pasaba de cincuenta. Sin ni siquiera ponerse de acuerdo, ataron la lona para que no se abriese cuando Desiree volase por la interestatal.

Dieron varias vueltas más a la camioneta y cada hombre concluyó con cierta renuencia que el trabajo estaba acabado, las cosas de Desiree inmovilizadas tan firmemente como un oponente recién atrapado por un Dhont y no quedaba nada de lo que preocuparse. Dick Dhont rebuscó en el asiento de la camioneta, encontró el atlas de carreteras de Clyde, que ya tenía cinco años, lo abrió para sacar el mapa de Kansas y lo colocó cuidadosamente en el asiento contiguo al que Desiree ocuparía al día siguiente. Clyde se avergonzó de no haberlo pensado.

Dick entró para ver a Desiree; tenía que trabajar por la mañana y no podría despedirse entonces. Clyde se sentó en la hierba del jardín delantero y esperó. Un lote de plástico se malogró en Plásticos Nishnabotna y erupcionó en la torre como la detonación de un pozo petrolífero, llenando todo el vecindario con una tenue luz fantasmal. Pasados unos minutos, Dick salió por la puerta principal, la cerró con cuidado para luego volverse y correr hacia su coche. Se sentó al volante unos minutos, con los hombros hundidos y sollozando, para luego arrancar y alejarse, olvidándose de encender los faros.

Clyde apagó la luz del garaje y entró. Se encontró a Desiree tendida en el sofá del salón con Maggie acunada contra ella. Tenía el camisón desabrochado y un pecho fuera. La dormida Maggie lo acariciaba. Sus labios empezaron a chupar aire y una sonrisilla apareció en su cara.

Clyde llevaba tanto tiempo con los turnos nocturnos que no creía que fuese a tener mucha suerte con eso de dormirse; era demasiado difícil perder el hábito. Así que se puso cómodo en el salón, giró la televisión hacia la silla para que la luz parpadeante no molestase a las chicas y miró la tele un rato, sobre todo la CNN. Sólo se hablaba de la operación Escudo del Desierto, del presidente Bush zumbando por Maine en su lancha y de convoyes de vehículos militares pesados convergiendo en las bases aéreas de todo el país, sobre todo en el sudeste. Emitieron un fragmento sobre un profesor de Ohio al que habían llamado y que se había presentado ante sus alumnos vestido de uniforme para dar su última clase, explicándoles adonde iba y por qué. Los niños parecían tan conmocionados como Dick Dhont.

Luego sonó el timbre, el sonido se fue apagando y la puerta delantera se abrió. Eran la señora Dhont y dos de las esposas Dhont. Era por la mañana. Clyde intentó sentarse en el sillón reclinable pero descubrió que le habían puesto a Maggie, envuelta en mantas color rosa, sobre el pecho. Desiree ya no estaba. Se estaba duchando. Oía el gemido de las cañerías de la casa y podía oler a champú.

Becky, la más antigua de las esposas Dhont, se acercó y apartó a Maggie del pecho de Clyde para acunarla ella misma, dejando a Clyde solo, como si en la ceremonia que se aproximaba tuviese un papel preestablecido que no tuviese nada que ver con cuidar de Maggie. La señora Dhont y la otra esposa Dhont se atarearon en la cocina preparando un nutritivo desayuno Dhont. Sabiendo que Desiree se había alejado de las tradiciones dietéticas de la familia, habían traído los artículos necesarios: dos paquetes gruesos de salchichas caseras, huevos todavía calientes de las gallinas, botellas de leche con la nata todavía en la parte superior.

Clyde se encontró sin nada que hacer. Salió y dio unas cuantas vueltas más a la camioneta.

Cuando entró, Desiree ya había salido de la ducha con el pelo húmedo y oliendo a melocotones. Se había puesto tejanos y una camiseta para el viaje. Pasaron algunos minutos besuqueándose y acariciándose en el dormitorio como si ése fuese un día como cualquier otro, para luego bajar, de la mano, a tomar el desayuno. Las mujeres Dhont habían preparado una comida perfecta para alimentar a todo un ejército. Clyde expresó el asombro habitual pero se sintió dolido; le recordaba en exceso lo que iba a pasar.

Aun así, pensó mientras masticaba la salchicha, la situación no sería mejor si Desiree hubiese comprado un McMuffin en el servicio para coches a la salida del pueblo. No tenía nada de malo conmemorar la ocasión, dejando expuestas todas las emociones, como tendían a hacer las mujeres en general y las Dhont en particular. Simplemente no era la forma Banks de hacer las cosas y jamás se acostumbraría.

Después del desayuno Desiree se tomó un vaso entero de agua, como hacía cuando estaba a punto de dar el pecho, y se llevó a Maggie aparte durante un cuarto de hora. Cuando volvieron, Maggie gorjeaba y era feliz, y Desiree tenía lágrimas en la cara, sabiendo que jamás volvería a dar el pecho a su hija. Se iba y pronto dejaría de producir leche. Dio besos y abrazos a su madre y a sus cuñadas, para luego pasar el bebé a Clyde, quien se lo pasó a Becky. Clyde siguió a Desiree al garaje, mareado.

—Adiós —dijo ella—. Te llamaré desde la carretera. —Le dio al arranque y el motor gimió un buen rato y el corazón de Clyde dio un salto con la esperanza de que no arrancase; luego el motor arrancó y él se sintió débil e inútil. Desiree le dio gas un par de veces, como Clyde le había dicho que no hiciera, para luego salir lentamente del garaje.

Todos los vecinos habían salido a la entrada y agitaban banderas americanas, pañuelos y cintas amarillas. Desiree hizo sonar la bocina, puso primera y se alejó, dándole a la bocina intermitentemente al recorrer la calle, girándose ocasionalmente para saludar a Clyde; sus pequeños dedos agitándose en la ventanilla trasera de la camioneta por encima de la sombra de la Gran Lona Negra toda cruzada por cuerdas.

Y desapareció. Se fue a la guerra. Todos los vecinos miraron a Clyde, de pie en medio de la puerta del garaje. Les dio la espalda y, al verse atrapado sin lugar al que ir, se subió a la ranchera y le dio al mando de apertura. La puerta del garaje se cerró. Cerró la puerta de la ranchera y se encontró solo en un lugar oscuro y tranquilo. Se inclinó hasta descansar la frente en el salpicadero granate de la ranchera. Después de un tiempo el cuerpo comenzó a sollozar y estremecerse, y lloró por primera vez desde que tenía catorce años.