CAPÍTULO 23

Justo cuando Clyde se encontraba a medio camino entre su coche patrulla y el porche cerrado de Thomas Charles Garrapata Henry, el perro dio muestras de haber notado su presencia apareciendo por la esquina del garaje con el vello erizado, agachándose y gruñendo de un modo parecido al ronroneo de un motor diésel en punto muerto. El perro no apareció hasta que Clyde estuvo a medio camino de la puerta principal, expuesto, en una explanada estéril de hiedra terrestre, garrachuelo y latas de cerveza que habían perdido el color. Clyde abrió la funda del arma.

Lo importante era no demostrar miedo.

Clyde cambió de dirección y fue directamente hacia el perro atacante, que, como todos los otros perros malos que hubiese visto en su vida, era una especie de derivado de la raza de los pastores alemanes (o, como los llamaba la gente de la zona, quizás irónicamente, perros policía). El perro de Garrapata Henry quedó tan sorprendido que titubeó y, cuando Clyde le gritó a la cara «¡Fuera de aquí!», afianzó las patas y se quedó completamente quieto. Sus uñas se engancharon a las ramas de hiedra terrestre, de forma que toda la superficie del patio se movió a su alrededor.

Tras un momento de silencio, Clyde oyó un sonido leve proveniente del porche cerrado. El sonido de alguien que da una calada a un cigarrillo. Clyde miró en esa dirección, pero la única iluminación provenía de la enorme luz siseante del garaje, rodeada por un número más o menos infinito de pequeños insectos. De vez en cuando grandes formas negras la eclipsaban brevemente: murciélagos que se comían los bichos.

Finalmente, el perro giró las orejas unos grados a los lados, aplastándose un poco. Instantáneamente, Clyde avanzó dos pasos más y gritó:

—¡Sal corriendo de aquí! —El perro se giró, salió corriendo y miró a Clyde, agitando la cola.

—¡Has usado gas contra el perro! —gritó Garrapata Henry, abriendo la puerta mosquitera de un golpe—. ¡Has usado gas contra el perro! —Salió al patio, bajando rígidamente los escalones, entorpecido por las rodillas destrozadas por el fútbol. Clyde se dio cuenta de que debía de rondar los cincuenta años—. ¡Has usado gas contra el perro! —insistió Garrapata Henry. Por la convicción que expresaba su rostro quedaba claro que pertenecía a esa clase de persona, con la que Clyde, cumpliendo con su trabajo, se encontraba con frecuencia, capaz de creer cualquier cosa simplemente repitiéndola tres veces.

—No llevo espray de gas —dijo Clyde—, porque tengo pistola. Y si tu perro hubiese dado un paso más hacia mí, le habría disparado.

—¡Eso es brutalidad policial!

—Si supieses leer, Garrapata Henry, sabrías que no soy policía, sino que pertenezco al Departamento del Sheriff. ¿Conoces la diferencia?

—¿Eh?

—Parece ser que la principal tarea del Departamento del Sheriff es entregar papeles a gente como tú… y tus huéspedes —dijo Clyde, acercándose y agitando un requerimiento judicial.

Garrapata Henry no dijo nada, limitándose a dar caladas a su cigarrillo y mirando a Clyde con los ojos entrecerrados. La luz se apagó un momento cuando la eclipsó un murciélago especialmente grande, o quizá fuese un búho.

—Sé que está aquí —dijo Clyde—. Todo el mundo sabe que le has estado cobijando.

—Así que Grace ha contratado a un maldito abogado —dijo Garrapata Henry, y agitó la cabeza con incredulidad.

—Todo el mundo tiene derecho a un abogado —dijo Clyde—. Buck podría haber conseguido uno de haber estado sobrio. Entonces el divorcio se habría formalizado aquí. Tal como están las cosas, será en Seattle… Más problemas para Buck.

—¿Seattle? ¿Grace se ha ido a Seattle? —Garrapata Henry volvió a agitar la cabeza—. Supongo que Seattle es el paraíso de las bolleras o algo así.

—Acabemos de una vez —dijo Clyde—. ¿Dónde está?

El otro hizo un gesto girando con fuerza la cabeza hacia la casa. Clyde miró al perro por última vez furibundo y luego subió al porche cerrado.

Buck Chandler estaba completamente dormido en el sillón reclinable del salón, iluminado por la luz de la tele, que emitía un partido de béisbol de la Costa Oeste.

Buck había sido, en el instituto, un quaterback intermitentemente brillante y había quedado relegado a una posición ofensiva al matricularse en la UIO y unirse a los Twisters, que en aquella época eran un equipo de acceso más fácil. Garrapata Henry y él habían marcado bastantes tantos entre los dos; en 1961 los Twisters habían derrotado a Iowa y la estatal de Iowa en el mismo año, lo que no había vuelto a suceder desde entonces y probablemente no volvería a suceder.

Después de la graduación, había pasado por el Ejército para luego volver a casa y dar vueltas durante un tiempo vendiendo coches y seguros, para finalmente convertirse en la Voz de los Twisters, comentando todos los partidos de fútbol y baloncesto en la emisora local AM de 250 vatios. De joven, Clyde había escuchado esas emisiones, todos los sábados por la tarde, mientras recogía hojas o quitaba nieve. Pero unos años antes, una gran empresa mediática de Aurora, Illinois, había comprado los derechos de retransmisión de los partidos de los Twisters y Buck Chandler se había quedado sin trabajo y sin identidad. Grace y él se habían dedicado al negocio inmobiliario. Grace había superado de inmediato el examen de agente inmobiliario. Buck había necesitado seis convocatorias. Cuando Clyde se había decidido a comprar algunas propiedades, había escogido a los Chandler como representantes, no porque fuesen los mejores, sino porque sentía pena por Buck.

Y ahora Grace se había ido a Seattle a iniciar una nueva vida y Buck dormía en el sillón reclinable del salón de Garrapata Henry, apestando a whisky.

Clyde desdobló los papeles del divorcio y los colocó sobre el pecho de Buck.

—Espero que estés orgulloso de ti mismo —dijo Garrapata Henry.

Clyde regresó a su coche patrulla, se incorporó a la carretera y se fue. Ni siquiera había llegado a la siguiente vía secundaria cuando la operadora le comunicó que Garrapata Henry había llamado al Departamento del Sheriff para quejarse de que un ayudante había amenazado con dispararle a su perro.

—No hubo ninguna amenaza, lo prometo —dijo Clyde.

—¿Entregaste los papeles? —dijo la operadora. Era una pariente lejana de Mullowney y, por tanto, implacablemente hostil.

—Los he entregado —dijo Clyde. La operadora no respondió. Varios ayudantes habían intentado entregar esos papeles durante las últimas seis semanas. Clyde Banks el Entregador había triunfado, por enésima vez, donde otros habían fracasado.