CAPÍTULO 16

Junio

Recibió la llamada a las cuatro y media de la madrugada. Clyde había metido marcha atrás su coche patrulla en un camino estrecho de tierra, encarado al este, así que cuando abrió los ojos y agarró el micrófono pudo mirar directamente a través de un túnel de maíz hasta un cielo rosa translúcido. Mientras pulsaba el interruptor del micrófono, se le ocurrió, por alguna razón, que el cielo debía parecerse a lo que veía la pequeña Maggie cuando estaba en el vientre materno y Clyde sacaba su enorme linterna de policía y jugaba con la luz sobre la bóveda de porcelana inmaculada que era la barriga de Desiree.

La llamada procedía de una granja situada a unos ocho kilómetros de distancia. Una conductora había atropellado un ciervo y había caído en la cuneta. Clyde llegó en pocos minutos y vio la situación con toda claridad: marcas breves de frenazo a la derecha hacia el arcén de tierra, las trincheras que las ruedas habían abierto en la hierba, el coche parado al fondo de la cuneta, más hundido por la parte delantera derecha, porque había intentado salir del atolladero y se había hundido todavía más en el terreno inclinado. El ciervo estaba muerto sobre la línea amarilla. Era enorme, probablemente un macho de ocho puntas, aunque Clyde no podría precisar ese detalle en el informe porque los daños a las astas hacían imposible un recuento fiable. Si Clyde hubiera seguido soltero, hubiese considerado la idea de hacer disecar la cabeza del ciervo en su estado actual como muestra de humor policial.

Clyde prendió algunas bengalas de carretera y fue al encuentro de la conductora, refugiada en una granja situada como a un kilómetro al otro lado del río. Era una enfermera del hospital, colega de Desiree, que iba de camino a la ciudad para hacer el turno de noche. El macho había salido a la calzada demasiado rápido para esquivarlo. La mujer del granjero le aplicaba hielo en el cuello.

Sacar el coche de la cuneta sería responsabilidad de los propietarios, cosa que harían en unas horas, en cuanto abriesen los garajes. Limpiar de restos la carretera era problema de Clyde.

Clyde agarró las patas del animal e hizo girar el cuerpo de un lado a otro, verificando que casi no había sangre. Las astas del macho habían perdido casi todas las puntas, pero el resto seguía más o menos intacto.

Clyde llevó su coche patrulla hasta el animal. Había material de policía en la parte posterior, que trasladó al asiento trasero. Levantó la cabeza del macho de forma que descansase en el parachoques trasero, con un asta rozando el pavimento y la otra levantada. Alzó un pie y golpeó con fuerza esta última, que se quebró cerca de la base y cayó al maletero. Clyde la arrojó a la cuneta. Luego repitió el proceso con la otra.

Clyde, con muchos esfuerzos, logró pasar el centro de gravedad del macho por encima del borde del maletero. Después, sólo fue cuestión de colocar bien sus extremidades para poder cerrar.

Cuando llegó a la carretera principal el sol ya estaba saliendo. Se metió sigilosamente en el garaje por la puerta lateral y le dio al botón de apertura, rezando para no despertar a Desiree ni al bebé. Metió la unidad marcha atrás en el garaje y cerró la puerta. Luego encendió todas las luces.

Entre sus herramientas tenía una vieja cuerda de nilón, que pasó por una viga del garaje. Abrió el maletero y ató un dogal alrededor del cuello del macho muerto. Se puso guantes de trabajo para protegerse las manos, agarró el extremo suelto de la cuerda y la enrolló un par de veces alrededor del enganche de remolque de su camioneta, aparcada en paralelo al coche patrulla. Con la cuerda de nilón entre los guantes, tiró y tiró hasta que todo el cuerpo del macho salió del maletero y colgó en el garaje como un péndulo de venado, derribando varias bicicletas como si fuesen piezas de dominó. La viga gimió. El macho se balanceó y golpeó la parte posterior del coche patrulla.

Fue al patio a buscar la piscinita de Maggie, de un plástico rígido rosa y decorada con personajes de dibujos animados desconocidos.

Metió la piscina por la puerta lateral y la centró bajo los cascos colgantes del macho. Luego entró sigilosamente en la cocina, escogió el cuchillo más largo del juego de Desiree y lo pasó un par de veces por el afilador de la parte posterior del abrelatas.

Clyde destripó el macho como le había enseñado Ebenezer, dejando que la sangre cayese a la piscinita y las tripas tras ella. Un poco de sangre le manchó el uniforme, lo que no dejaba de ser algo normal; los crímenes realmente violentos eran muy raros por aquella zona, pero los grandes animales muertos en la carretera eran el pan de cada día.

Llamó a Ebenezer, quien ya se estaba preparando para su viaje diario de madrugada con John Stonefield para jugar al golf. Clyde sabía que a su abuelo no le haría ninguna gracia que aquel trabajo lo privara del golf; pero sabía muy bien que Ebenezer no se quejaría ni se lo tendría en cuenta. Al cabo de quince minutos, Ebenezer llegó a casa de Clyde y entró en el garaje con la caja de herramientas donde guardaba sus cuchillos de carnicero y, bajo el brazo, un largo rollo blanco de papel de carnicero. Se puso a desmembrar el macho y a separar la carne de los huesos mientras Clyde limpiaba de pelo y sangre el maletero del coche patrulla. Los dos trabajaron hora y media, cada uno en lo suyo, a metro y medio de distancia, en el silencio del garaje. Y durante ese tiempo intercambiaron muy pocas palabras. Ebenezer estaba concentrado en fueran cuales fueran sus misteriosos pensamientos. Clyde pensaba en Marwan Habibi y su presunto asesino, Sayed Ashrawi.

El asunto del laboratorio 304 olía mal. Clyde simplemente no se podía creer que Marwan Habibi se hubiese emborrachado hasta perder el conocimiento, que hubiese salido vivo del laboratorio, se hubiese despertado en otra casa para seguir de fiesta y hubiese acabado muerto en un bote a golpes de remo a manos de un Sayed Ashrawi.

Vandeventer insistía en que el cráneo de Marwan estaba entero cuando había salido del laboratorio. Y Vandeventer era un científico que había visto a Marwan a muy poca distancia, con buena iluminación. De eso no había duda.

No había lagunas en la historia que habían montado Mullowney y los detectives de Wapsipinicon. Pero había detalles extraños. ¿Por qué esa noche los estudiantes habían dejado abierta la puerta del 304?

Si estás tomando alcohol en el laboratorio y uno de tus colegas se ha desmayado por sus efectos, ¿no querrías ocultarlo?

¿Por qué habían hablado en inglés cuando sacaban a Marwan del laboratorio?

Pero la gran pregunta, que en lo que a Clyde se refería estaba muy cerca de ser la pistola humeante, era: ¿por qué Sayed Ashrawi, después de cometer el asesinato, había ido a una estación Exxon a las cinco de la mañana y había usado su tarjeta de crédito para comprar seis dólares y veinte centavos de gasolina?

Si acabas de cometer un asesinato y tienes vacío el depósito del coche de huida, entonces no te queda más opción que comprar gasolina… pero pagas en efectivo, para que no puedan relacionar el crimen contigo.

Ashrawi sólo había comprado veinte litros… Insuficientes para llenar el tanque de su coche. ¿Por qué lo había hecho si el depósito no estaba vacío? Una decisión muy estúpida para ser un estudiante graduado.

Quizá no se pudiese permitir llenarlo. Pero ¿importaba eso en realidad si estaba usando una tarjeta de crédito? Al día siguiente se había comprado un vídeo nuevo en el Wal-Mart, por lo que no era precisamente que estuviese llegando al límite de la tarjeta. Se trataba de otro detalle interesante… Habitualmente los estudiantes extranjeros compraban vídeos y otros aparatos caros justo después de graduarse, cuando iban a volver a casa.

Clyde tenía otra teoría: Marwan había muerto en su propio laboratorio. Los otros estudiantes querían ocultar ese hecho, por algún motivo que Clyde todavía no había podido descubrir. Tenían que sacar de allí el cuerpo de Marwan, lo que resultaba imposible sin levantar sospechas… Había guardias de seguridad y cámaras por todas partes. Así que se habían reunido en el laboratorio y habían celebrado una falsa fiesta, dejando la puerta abierta para que el vecino, Kevin Vandeventer, se diese cuenta. Habían sacado el cuerpo, hablando en inglés nuevamente para beneficio de Vandeventer. Se habían llevado un suministro de guantes de látex. Habían ido al lago y habían robado un bote, asegurándose de que sólo se viesen las huellas digitales de Ashrawi. Habían usado el remo para aplastar el cráneo del muerto, le habían llenado de piedras los bolsillos, lo habían arrojado al agua y luego habían comprado gasolina con la tarjeta de crédito de Ashrawi para dejar una buena señal luminosa que le señalase a él y sólo a él.

En otras palabras, sacrificaban a Ashrawi para que el resto del grupo se librara y pudiera permanecer en el condado de Forks para seguir haciendo con lo que fuese que hacía.

El gran fallo de la teoría de Clyde, que Mullowney no vacilaría en señalar si a Clyde se le ocurría la estupidez de contársela, era que resultaba imposible… a menos que Sayed Ashrawi hubiese aceptado participar en el plan y fuese cómplice de su propia incriminación. ¿Y qué clase de persona haría algo así?

Desiree bajó. Su camisón blanco desentonaba en el garaje, sobre todo con una operación de descuartizamiento. Vio, pero ni se inmutó, la piscinita. Clyde le miraba la cara con atención, porque temía que usar la piscinita hubiese sido cruzar una de esas líneas misteriosas, tan invisibles para él y tan obvias para ella, que separaban el comportamiento apropiado del inapropiado. Pero se le acercó, dulcemente insegura porque acababa de despertar, se inclinó hacia él y le dio un beso, para apartarse luego con pelo de macho en el camisón y un resplandor en los ojos; el corazón de Clyde estaba henchido de amor. Les trajo café y les prometió un desayuno. Ebenezer, tras pesar la carne de venado en la báscula del baño, anunció que había sacado unos ochenta y dos kilos y se quedó como con una cuarta parte para su congelador. Rechazó el desayuno, quizá porque ya había absorbido tanta sustancia de bicho por los poros que había logrado el sustento matutino, y se fue al campo de golf con la esperanza de dar con John Stonefield en el hoyo nueve.

Clyde devolvió el coche patrulla al Departamento del Sheriff, a tiempo para el final de su turno. Presentó el informe sobre el accidente, regresó a casa y se puso a trabajar en el problema de la piscinita. Maggie ya estaba despierta y se alegró mucho de verla.