Mientras que las exhibiciones de la máquina de ajedrez en el siglo XIX están relativamente bien documentadas, se sabe mucho menos de sus inicios. No está claro dónde y cuándo exactamente, en el año 1770, tuvo lugar la primera aparición del turco y cuántas sesiones se realizaron posteriormente antes de que fuera retirado por primera vez. No se sabe tampoco a quién contrató Kempelen como primer conductor de la «aturcada» máquina de ajedrez (en alemán, el turco ajedrecista de Kempelen dio lugar a las expresiones «aturcar» y «hacer un turco» en el sentido de «engañar con falsas apariencias»).
Por eso me he tomado la libertad de crear mi propia historia sobre la máquina de ajedrez, que espero que se ajuste sin errores a todo lo que se conoce de la trayectoria de Kempelen, de su familia y de sus contactos en Presburgo (la actual capital eslovaca de Bratislava). En el relato me he servido de numerosos personajes conocidos y desconocidos del imperio de los Habsburgo, como, por ejemplo, Friedrich Knaus, Franz Antón Mesmer, Gottfried von Rotenstein, Franz Xaver Meserschmidt y Johann Baptist Allagaier, o de la nobleza húngara de Presburgo. Las figuras de Tibor, Elise, Jakob, y también la pareja de hermanos Andrássy, son inventadas.
Y por último unas palabras para salvar el buen nombre de Wolfgang von Kempelen: también el asesinato de Ibolya Jesenák es un invento. Aunque en la vida real Kempelen era un hombre ambicioso, sin duda no estaba dispuesto a sembrar de cadáveres su camino. Sus contemporáneos lo describían como una persona simpática, modesta y con variados talentos, con independencia de que su turco ajedrecista fuera solo un juego de prestidigitación. En la actualidad resulta difícil comprender esta actitud frente al engaño científico, pero en el siglo XVIII las fronteras entre ciencia y entretenimiento todavía eran difusas, y Kempelen —como los magnetizadores de su tiempo— era más un entertainer científico que un frío estafador. Según Karl Gottlieb Windisch, la máquina de ajedrez era un engaño, «pero un engaño que hace honor al entendimiento humano». Y el propio Kempelen era, según él, «el primero en reconocer con gran modestia que el mérito principal del autómata no es más que un engaño, pero un engaño de un tipo totalmente nuevo».
De todos modos, Kempelen hizo todo lo posible para mantener en secreto este engaño, que solo se descubrió después de su muerte.
En caso de que esta obra haya despertado en el lector el interés por saber más sobre el turco ajedrecista, y particularmente por su trayectoria posterior con Johann Nepomuk Málzel hasta el incendio en Filadelfia, hay dos libros, publicados hace pocos años, que merecen ser recomendados: The Turk, Chess Automaton (McFarland, 2000), de Gerald M. Levitt, y Der Türke. Die Geschichte des ersten Schachautomaten und seiner abenteuer lichen Reise um die Welt(Campus, 2002), de Tom Standage. La obra de Levitt es la más detallada, está ampliamente ilustrada y presenta en el apéndice los textos originales de Windisch, Poe y otros, así como numerosas partidas del autómata. El libro de Standage, en cambio, es más entretenido y se extiende hasta el presente, ya que se ocupa también, por ejemplo, de las partidas del campeón del mundo de ajedrez Gary Kasparov contra el ordenador Deep Blue. (Kasparov sufrió, por otra parte, su primera derrota contra Deep Blue, en 1996, precisamente en Filadelfia, la ciudad en que se había quemado el turco hacía siglo y medio). En todo el mundo existen algunas reproducciones de la máquina de ajedrez de Kempelen. La copia más reciente (y en perfectas condiciones de funcionamiento) está expuesta —en su calidad de antepasado indirecto del ordenador y de la inteligencia artificial— desde 2004 en el Heinz Nixdorf Museums Forum de Paderborn, junto a relojes de engranajes, máquinas calculadoras, autómatas auténticos y ordenadores de ajedrez auténticos. Ocasionalmente, el turco de Paderborn se presenta «tripulado».
En el Museo de la Técnica de Viena existe un ordenador de ajedrez virtual tridimensional con la figura del turco, que introduce a los visitantes en los secretos de la máquina de ajedrez y los reta a una partida. Allí se encuentra también, por otro lado, la impresionante «máquina prodigiosa que todo lo escribe» de Friedrich Knaus, de 1760. En el Deutsche Museum de Munich puede verse la máquina parlante de Wolfgang von Kempelen, aunque al aparato le falla la voz de forma progresiva.
Existen reproducciones de la máquina parlante en la Academia de las Ciencias de Budapest y en la Universidad de Artes Aplicadas de Viena.
Finalmente, los tres autómatas del taller de Jaquet-Droz, padre e hijo —el escritor, el dibujante y el organista de los años 1768 a 1774—, se encuentran expuestos en el Musée d’Art et d’Histoire de Neuchátel. Los hombres mecánicos siguen funcionando como el primer día y cada primer domingo de mes muestran al público sus habilidades.
Quiero dar las gracias aquí por las instructivas ojeadas al interior del turco ajedrecista al doctor Stefan Stein del Heinz Nixdorf MuseumsForum, así como a Achim «Inside» Schwarzmann (Paderborn), espíritu de la máquina y sucesor de Tibor, Allgaier y los demás.
Expreso igualmente mi agradecimiento, por sus conocimientos especializados y de ajedrez, al doctor Ernst Strouhal, la doctora Brigitte Felderer, a la doctora Andrea Seidler (Viena), Siegfried Schoenle (Kassel), Swea Starke (Berlín) y a la doctora Silke Berdux (Munich).
Muchas gracias también a Uschi Keil, Ulrike Weis y Donat F. Keusch por su permanente apoyo.