El 2 de octubre de 1770, el noble Gottfried von Rotenstein fue aceptado como aprendiz en una ceremonia solemne en la logia presburguesa llamada Zur Reinheit.
En la facultativa continuación de la velada, varios hermanos se reunieron en torno al duque Alberto, que informó de que tenía intención de acabar por fin con el problema del suministro de agua de la ciudad de Presburgo. A lo largo de los siglos, el intento de excavar un pozo en la roca había fracasado, y la solución de subir el agua hasta la ciudad con un molino ya no era aceptable. Había que traer, pues, una máquina inglesa que llevaría el agua fresca a la ciudad utilizando la fuerza del vapor. El duque estaba buscando ahora un maestro de obras para esta empresa. Wolfgang von Kempelen intervino.
—Os lo ruego, mon duc, confiadme a mí esta tarea.
Alberto levantó una ceja.
—¿A vos, Kempelen?
—He construido el puente sobre el Danubio y, en el Banato, una máquina de vapor para la apertura de un canal.
—No dudo de vuestro talento, al contrario —aclaró Alberto—, pero creía que vuestro fabuloso ajedrecista absorbía por completo vuestro tiempo.
—Ya no, duque. Lo he desmontado. El turco no volverá a jugar. Ya no puede jugar.
Del grupito se elevó algo más que un murmullo. Las protestas fueron ruidosas, también por parte del duque; Kempelen fue instado repetidamente a reconsiderar su decisión y a recomponer y seguir presentando al autómata, ese prodigioso, excelso, invento del siglo, que no admitía comparación con ningún otro. Solo Nepomuk von Kempelen y Rotenstein callaron.
Kempelen levantó las manos para calmar el alboroto.
—Messieurs, la fama de la máquina de ajedrez ya no me deja un momento de descanso, ni de día ni de noche. Mi criatura se ha convertido en mi dueña, y no quiero pasar el resto de mi vida ejerciendo de presentador suyo. Quiero recuperar mi libertad. Quiero crear algo nuevo, nuevas máquinas e inventos cuya luz tal vez, si tengo éxito, brille algún día con mayor intensidad aún que la del turco ajedrecista.
Así fue aceptada la decisión de Kempelen. Pero a hurtadillas se conjeturaba que la explicación del caballero era solo una excusa y que el motivo determinante del desmontaje del autómata tenía que ver con las dos muertes misteriosas. Ese mismo año empezaron en la ciudad los trabajos para instalar una máquina elevadora de agua bajo la supervisión de Kempelen, y el turco ajedrecista, que durante un año escaso había despertado el asombro general en Presburgo y Viena, en el imperio de los Habsburgo y en Europa, cayó progresivamente en el olvido.