Mientras esperaba la llegada de Merkurio, Marico, el mayordomo de Villa Cassandra, se acercó al coronel Bojovic.
—Coronel, perdone que le moleste —dijo—. ¿Tuvo usted algún accidente de circulación durante el viaje?
—¿Accidente? No, ¿por qué me lo pregunta? ¿Lo dice usted por lo del cambio del parachoques que le comenté? Hay que cambiarlo porque está algo suelto, debe de ser cosa de los golpes que da la gente que no sabe aparcar —respondió el militar recordando que al llegar a la casa le había preguntado al mayordomo si sabía de algún taller.
—Sí, bueno. Es que, verá, es que ayer vino un policía preguntando por el dueño del Touareg y, como es usted quien lo suele conducir, pensé que quizá había pasado algo, un accidente, alguna denuncia por exceso de velocidad, no sé…
—Pues no, ya le digo que nada de eso ha pasado. ¿Le dijo algo el policía?
—No, se limitó a preguntar por el dueño del coche. Yo le dije que pertenece a la editorial del señor Lauer, pero eso ya lo sabía.
—¿Dijo algo más? —preguntó el coronel sin mover un músculo de la cara.
—No. Bueno, sí. Dijo que volvería. Era de aquí, señor. Dijo que cuando volviera el señor Lauer, que, por favor, se pusiera en contacto con la Jefatura de Policía de aquí, de Dubrovnik.
El coronel no preguntó más. La información del mayordomo le había descolocado. No acertaba a ver qué podría estar buscando la Policía. Pensó que quizá era algún problema relacionado con una denuncia falsa contra el vehículo planteada para intentar cobrar del seguro.
Cuando Merkurio llegó a Villa Cassandra era ya de noche. Advertido por teléfono, el coronel había salido a recibirlo. El viaje había sido largo y lo habían hecho de una sola tirada, sin más paradas que las imprescindibles para repostar gasolina y estirar un poco las piernas. Cuando llegaron el anciano entró directamente desde el garaje a la casa. El coronel, intranquilo como estaba, fue a buscar a Merkurio para ponerle al tanto de la novedad.
El anciano fue lacónico:
—Deshágase cuanto antes del coche.
—Pero, señor, es de noche, acabamos de llegar, habrá gente que nos haya visto llegar. Si la Policía pregunta por él y no aparece, resultaría sospechoso, ¿no cree?
—Lo que yo crea o deje de creer es asunto mío. No quiero problemas con las autoridades croatas. Coronel, le he dado una orden. ¡Cúmplala! Haga desaparecer el vehículo cuanto antes. Tenemos cosas importantes que hacer y ahora no podemos distraernos con tonterías.
—Sí, señor —respondió el militar cuadrándose—. Mañana, a primera hora de la mañana, el coche dejará de ser un problema.
El militar salió más preocupado de lo que estaba antes de hablar con el irascible anciano.