Capítulo 52

La inspectora Ivana Marulic tenía treinta y cuatro años. Había sido asignada a la oficina de Interpol de Zagreb porque era la número uno de su promoción y hablaba correctamente inglés y francés. Cuando el director general de la Policía de Croacia la citó en su despacho, no tenía ni idea de con qué se iba a encontrar. Pero era una mujer decidida que, pese a su juventud, había pasado por momentos muy difíciles diez años atrás, cuando la guerra con Serbia. De aquella experiencia había salido con los nervios muy templados y con una idea bastante arraigada acerca de la poca importancia que tenían en esta vida las cosas materiales.

Tras esperar unos diez o doce minutos en el antedespacho del director general, una secretaria le indicó que podía pasar. Al entrar vio que el máximo responsable de la Policía croata no estaba solo.

—Pase, pase, inspectora —dijo el más corpulento de los dos hombres que estaban en el despacho—. Inspectora Marulic —dijo el director hablando en inglés—, le presento a Philippe de Vaucluse, director de Interpol.

En un acto reflejo, la inspectora se cuadró.

—Encantado. Por favor, vamos a dejar los saludos militares… para los militares —respondió el policía francés sonriendo—. Creo que también habla usted mi idioma. Es una suerte, porque, como podrá comprobar, mi inglés es manifiestamente mejorable —añadió, tendiendo la mano a la mujer, que la estrechó con energía.

—Sí, hablo francés. Lo aprendí cuando estudiaba con las monjas.

—Pues para mí es una suerte —contestó, sonriendo, el comisario.

—Inspectora Marulic —terció el director general—, le hemos asignado una misión especial. Una investigación en la que, como policía croata, le corresponderá a usted llevar en todo momento la iniciativa, pero en la que excepcionalmente —el hombre enfatizó al pronunciar esta palabra— cooperará con nosotros el director de la Interpol. Hablo de situación excepcional porque al tratarse de una investigación en territorio de Croacia sólo la Policía croata está facultada para llevarla a cabo. Sin embargo, al ser tan reciente nuestro ingreso en Interpol y tratándose de la primera ocasión en la que podemos cooperar en una investigación que en este caso nos requiere la Policía italiana, nos ha parecido que era oportuno autorizar la colaboración. Que sea el propio director de Interpol, el comisario Philippe de Vaucluse, quien, personalmente, vaya a participar en la investigación subraya lo excepcional de este caso —concluyó el director de la Policía croata mirando a sus interlocutores.

Ambos asintieron, sin añadir palabra.

También el inglés del director general de la Policía de Croacia habría necesitado una puesta al día.

Cuando terminó la reunión decidieron ir a comer.

Durante la comida, el policía francés puso a su colega croata en antecedentes del caso. Le contó lo que había pasado en Trieste: el hallazgo del cadáver de la mujer, cómo se llamaba, que era de nacionalidad macedonia, y cómo la Policía italiana, siguiendo una pista, había solicitado ayuda a Interpol para intentar localizar el todoterreno que había chocado con el coche de Dunia Kovacevic, la mujer asesinada. También le dijo que esperaba para el día siguiente la llegada de un colega italiano, un amigo, que había estado siguiendo el caso desde el principio.

—Se llama Sforza, Marco Sforza, y es comisario —dijo el director de Interpol.

—Pero ese amigo suyo no tiene jurisdicción alguna en territorio de Croacia —había replicado la inspectora.

—Por supuesto. No se preocupe, él lo sabe y también sabe que no puede ni intervenir ni interferir en nuestra investigación; viene porque ya le digo que es amigo, y porque, además, está muy estresado y necesita unos días de vacaciones. Cuando lo conozca, lo comprenderá —añadió Philippe de Vaucluse con su mejor sonrisa.

—Buscamos algo así como una aguja en un pajar —dijo la mujer policía.

—Tanto como eso, no; según el informe de la Policía Científica italiana, lo que buscamos es un coche que, o bien tendrá una abolladura aquí, en esta parte —dijo el policía mostrando una fotografía que constaba en el dosier del caso y que había sido obtenida mediante un simulador—, o bien lucirá un parachoques nuevecito. Nuevo, porque según otro de los datos obtenidos por el forense que hizo la autopsia, las diatomeas delatan que el crimen y el posterior lanzamiento al mar del coche con el cuerpo de la mujer dentro se perpetró hace cinco días.

—¿Sólo cinco días? ¡Es sorprendente! —preguntó la mujer sin disimular la cara de asombro.

—No entiendo. ¿Qué es lo que resulta tan sorprendente?

—Que esté usted aquí.

—¿Cómo? —preguntó extrañado a su vez el policía francés.

—Sí, es sorprendente que «sólo» cinco días después de un crimen cometido en la ciudad italiana de Trieste, nada menos que el director de Interpol haya venido a Croacia a investigar personalmente el caso. A mí me resulta sorprendente. ¿A usted no? —preguntó la mujer con ironía.

—La verdad, no; no acabo de ver la excepcionalidad del caso; como bien dijo el director de la Policía de ustedes, mi presencia aquí tiene una explicación bien sencilla: es el primer caso de colaboración que se presenta entre la Policía de Croacia y la Interpol. Punto.

—Sí, sí, recuerdo perfectamente lo que dijo el director, pero dígame, comisario —insistió la mujer—. ¿No hay algo más? ¿Quién era la mujer asesinada? ¿Quién está detrás de este caso? ¿No nos estarán ustedes ocultando algo? —inquirió la policía mirando fríamente a su colega.

—¿Ocultar algo? ¿Por qué diablos iba yo a ocultarles algo si he venido desde Lyon precisamente para colaborar con ustedes? Y otra cosa —añadió Philippe de Vaucluse—. ¿Por qué habla usted en plural? ¿A quién se refiere cuando habla de «ustedes»? —preguntó el francés sosteniendo la mirada.

—A ese amigo suyo, el policía italiano que dice usted que llegará mañana a Dubrovnik. ¿No pretenderá que me crea lo del estrés y las vacaciones?

Philippe de Vaucluse soltó una carcajada.

—Es usted muy lista, muy lista; me alegro de que lo sea —dijo el policía sin dejar de reír—. Entre colegas, ¿puedo confiar en usted?

La mujer asintió.

—¿Cuántos años tiene usted? —preguntó el comisario, divertido al ver que la pregunta sorprendía a la mujer.

—Treinta y cuatro, tengo treinta y cuatro años. Pero ¿qué tiene que ver mi edad con la cuestión que le ha traído a usted a mi país? —respondió la mujer, poniéndose a la defensiva.

—Perdone que lo plantee así. Yo voy a cumplir cincuenta; llevo más de la mitad de mi vida en la Policía, haciendo de policía, y los dos últimos de director de Interpol. Puede que no me crea, pero la verdad es que tenía ganas de salir del despacho; de dejar los papeles y volver a la calle. La burocracia no es lo mío. Este caso ha sido la excusa para recuperar la pipa y la lupa. ¿Comprende lo que le digo? —preguntó el comisario con una sonrisa.

—Sí, claro, yo también he leído las novelas de Sherlock Holmes, aunque para mi gusto se han quedado muy antiguas —añadió la inspectora—. Con el debido respeto —prosiguió—: No acabo de creer que por una cuestión de nostalgia de sus tiempos de policía de a pie se encargue usted personalmente de un caso que en apariencia es un crimen corriente.

—Ya le he dicho por qué estoy aquí. Pronto podrá usted misma comprobar que no es un caso más. Hay muchas sombras y varios cabos sueltos; mi amigo el comisario Sforza cree que la mujer asesinada en Trieste de alguna manera estaba relacionada con otra persona, un varón que murió de forma violenta, también asesinado, en este caso en Venecia.

—Está bien, está bien, señor. Me han ordenado que investigue el caso y que comparta con usted la información y eso es lo que haré; pero permítame que se lo diga tal como lo pienso: creo que en este caso hay algo más que usted se reserva —concluyó la mujer.

Philippe de Vaucluse no respondió.

Aquella misma tarde salieron hacia Dubrovnik, donde esperaban reunirse, al día siguiente, con el comisario Marco Sforza; durante el viaje, el director de Interpol no volvió a mencionar el caso de la mujer cuyo cadáver había sido hallado en el fondo de las aceitosas aguas del puerto de Trieste. Se interesó por Croacia, por la belleza de su paisaje y también por los problemas que había encontrado la Policía del país para organizarse dejando atrás el modelo de la época de la dictadura del mariscal Tito.