Capítulo 51

El enlace de Interpol en Zagreb, la capital de Croacia, cumplió con creces las expectativas, facilitando mucho antes de lo que Philippe de Vaucluse había previsto los datos de las matriculaciones de coches del modelo Touareg de la marca Volkswagen entre los años 2000 y 2003.

La nota que había remitido a la central de Lyon coincidía con los datos obtenidos en Alemania: en la región de Dubrovnik se habían vendido noventa y tres. La cifra casaba con la facilitada por la fábrica alemana, pero iba más lejos, precisando exactamente los vendidos a residentes en la capital de la zona.

Con el dato encima de la mesa, y tras pedir al enlace que le facilitara el nombre de algún colega conocedor del lugar, el propio director de Interpol decidió viajar hasta allí. Nada dijo de la información facilitada por las escuchas de la red Echelon.

A ojos de las autoridades croatas, aquél era un caso de un posible asesinato que había que investigar a requerimiento de la justicia italiana; el director de Interpol quería implicarse personalmente por tratarse del primer asunto de estas características que se planteaba desde que Croacia se había incorporado a la organización policial internacional.

Antes de partir para Zagreb, desde donde pensaba trasladarse a Dubrovnik, Philippe de Vaucluse telefoneó a su amigo Marco Sforza, comisario jefe de Venecia.

Le encontró camino de Trieste, adonde se dirigía para hablar con Amedeo Gualtieri, el jefe de Policía de la ciudad que estaba investigando el crimen de la mujer cuyo cuerpo había aparecido en el interior de un coche sumergido en aguas del puerto de la ciudad fronteriza.

—Marco, soy Philippe de Vaucluse. ¿Te pillo en mal momento? ¿Puedes hablar?

—¡Hola, Philippe! Puedo hablar.

—Mira, tengo confirmado el dato que estabais buscando. Me lo acaban de pasar desde Interpol de Zagreb. Coincide con el que ya teníamos: noventa y tres coches del modelo Touareg se matricularon en Dubrovnik. ¿Te has quedado con la cifra?

—Sí, noventa y tres.

—Eso es. Como te dije, me voy mañana para Zagreb y pasado tengo intención de plantarme en Dubrovnik. ¿Sigues con la idea de «tomar vacaciones»? —preguntó con ironía el francés.

—La verdad es que falta me hacen. Creo que nos veremos pronto en Dubrovnik, Philippe. Voy a hablar con mi jefe en Roma para pedirle permiso. En cuanto lo tenga, te llamo, amigo… ¡Ah, y gracias por el dato! —contestó el comisario Sforza.

Se despidieron y el italiano, que iba conduciendo camino de Trieste, subió el volumen de la radio del coche.

La poderosa melodía del vals de la Suite de Jazz nº 2 de Dimitri Shostakovich se apoderó del momento. La pieza terminó en las inmediaciones de una gasolinera, momento que Sforza aprovechó para llenar el depósito del vehículo y llamar al inspector Benzoni.

—Benzoni, soy yo. ¿Hay alguna novedad? —preguntó.

—Ninguna, jefe. ¿Por dónde anda? —preguntó el inspector.

—Voy camino de Trieste. Escucha, quiero que provisionalmente te hagas cargo de la Jefatura.

—¡Coño, jefe! ¿Qué pasa, que va usted a desertar?

—No digas sandeces, Benzoni. Quiero que te hagas cargo de todo durante unos días; no creo que sea más de una semana. No digas adónde me voy; di que estoy fuera, en comisión de servicio, pero no digas dónde; ya hablaré yo con el capitán de los carabinieri para que tampoco él haga demasiadas preguntas.

—¿Y se puede saber adónde se va a ir usted? —preguntó el inspector de primera Tarsizio Benzoni.

—A Dubrovnik, me voy a Dubrovnik, en Croacia, Benzoni, pero que no se te escape decirlo. ¿Entendido?

—Confíe en mí, jefe. Cuando vuelva, los gondoleros seguirán cobrando a los turistas las serenatas al precio de un concierto en la Scala de Milán, pero le prometo que encontrará Venecia en su sitio.

—Eso espero. Hoy ya no volveré por la Questura; la idea que tengo es acercarme a casa, coger la maleta y salir mañana para Dubrovnik. Ahora voy a hablar con Gualtieri para ver si tiene algún dato nuevo del coche en el que apareció ahogada la mujer. Te llamaré cada día para ver cómo van las cosas, pero si hay alguna novedad, llámame tú, ¿entendido?

—Sí, jefe, descuide, que no soy Gabriele d’Annunzio en Fiume; no pienso proclamar la independencia de la Padania.

—¡Más te vale, Benzoni! —contestó el comisario, riendo la ocurrencia del inspector que recordaba aquel lejano episodio de la convulsa historia de Italia.