Conociendo las costumbres madrugadoras de su patrón, Ilías Drivas, ministro de Asuntos Exteriores de Grecia, llamó al despacho del Primer Ministro poco antes de las ocho de la mañana. Yeoryos Makriyannis estaba de un humor de perros. También él había leído el resumen de noticias que publicaba la prensa de Skopie.
—Es una provocación intolerable —dijo sin responder al saludo del ministro—. Creo que debemos presentar hoy mismo una protesta ante el Gobierno de Skopie.
—Sí, Primer Ministro, le llamaba para eso.
—Quiero que sea rotunda e inequívoca en cuanto a reflejar la determinación del Gobierno griego sobre este asunto. No toleraremos semejante provocación. Macedonia, la Macedonia de Filipo y Alejandro, sólo hay una: la que está en Grecia y tiene por capital Tesalónica. ¡Eso debe quedar muy, pero que muy claro! ¿Me ha entendido, Drivas? —Sin esperar la contestación del ministro, el jefe del Gobierno de Grecia añadió—: En el pasado ya nos enfrentamos a provocaciones semejantes: la de Jerjes en las Termópilas y la de Mussolini en el 41, y el «no» de los griegos retumbó en el mundo —dijo, evocando dos episodios de la historia de Grecia que todos los colegiales del país conocen y de los que se sienten legítimamente orgullosos.
—Estoy totalmente de acuerdo. Voy a redactar la nota; llamaré en cuanto la tenga —respondió el ministro con voz que reflejaba la preocupación por el efecto que todo aquel asunto podía generar en la opinión pública griega, conocedora ya del asunto por la radio y la televisión, que habían abierto sus informativos de la mañana dando cuenta del sorprendente informe realizado en el pequeño país que era uno de sus vecinos del norte.
—¡Drivas! —bramó el jefe.
—Sí, Primer Ministro.
—También quiero que hable con Bruselas, con la OTAN. Deben saber que Grecia está dispuesta a defender sus fronteras ante cualquier amenaza.
—Por supuesto, por supuesto, pero, si me permite, creo —dijo con timidez el ministro— que plantear ahora este asunto ante la OTAN quizá sea un poco prematuro. Lo digo porque estamos ante simples informaciones de prensa y creo que, en fin…
La voz tonante de Yeoryos Makriyannis no le dejó concluir la frase:
—¿Cómo que simples informaciones de prensa? ¿Se da usted cuenta de lo que dice? ¿Usted cree que semejantes noticias se publicarían sin tener detrás al Gobierno de Skopie?
—No lo sabemos, señor… —se atrevió a decir el ministro.
—¡Sí lo sabemos, Drivas! ¿Cómo explica si no el informe ese del Rh de la población y el del ADN al que se refieren? ¿Cree que una cosa así se hace de un día para otro sin contar con presupuesto y autorización oficial? No sea usted ingenuo, hombre. ¿Y la historia esa de Venecia y la supuesta tumba de Alejandro Magno? ¿Cree usted que es una casualidad que la publicación de semejante fantasía haya coincidido con la difusión de los resultados de la campaña para analizar la muestra de ADN de miles de personas? ¿Cuánto cuesta una cosa así? ¿Quién la ha pagado?
—La información habla de un mecenas, el tal Lauer…
—Sí, sí, lo he leído, pero ¿qué sabemos de él, más allá de lo que dicen los periódicos?
—Pues la verdad es que más bien poco. Pero…
—Nada de peros, Drivas, quiero que el servicio de inteligencia averigüe cuanto antes todo lo que pueda sobre ese personaje, ¿entendido?
—Sí, sí, desde luego.
—No, olvídelo. Se lo voy a encargar a Valtinós —añadió el Primer Ministro, refiriéndose al titular de Defensa—. Usted —prosiguió— ocúpese de la nota de protesta. Sobre lo de la OTAN… tiene razón, es demasiado pronto para meter a Bruselas en esto. Lo que sí quiero es que usted, Valtinós y el ministro del Interior estén en mi despacho a las doce. Les convocará mi jefe de Gabinete, pero usted ya lo sabe. Éste es un asunto que no podemos dejar que vaya a más —concluyó el Primer Ministro. Afirmación que puesta en su boca fue interpretada por el ministro de Asuntos Exteriores como el preámbulo de un intenso e inagotable plan de trabajo.